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José Luis Garci: "Es lo progre lo que pierde a España"

"No me hubiera importado ser como Paul Newman en La ciudad frente a mí".

"No me hubiera importado ser como Paul Newman en La ciudad frente a mí".

Con lo de las pasiones del titular se refiere Garci, principalmente, al cine, al fútbol y al boxeo, pero también, y de alguna manera, a la radio, a la literatura, a la política y a la vida, a esa cosa tan manida de la vida. Léase lo que sigue, en cualquier caso, como un intento –mejor intencionado que logrado– de simplificar una trayectoria como la suya, la de Garci, tan apasionadamente vivida, y todo con las limitaciones que el medio escrito impone, es decir, sin poder adornar el texto con cánones de Pachelbel de fondo ni melodías desencadenadas a lo Righteous Brothers ni luces de spot al atardecer, como en sus películas.

–Gonzalo Altozano: Su infancia son recuerdos… ¿de qué?
–José Luis Garci:
Eso ya lo dije una vez, parafraseando a Machado. Mi infancia son recuerdos de un patio de butacas como el del cine Ibiza, o el cine Narváez, o el cine Sainz de Baranda, o cualquiera de los cines que había rodeando mi casa, mi barrio, mi gente. Mi infancia era el colegio, con chicos y chicas desde los seis años, y eran también mis padres, maravillosos (ya me hubiera gustado ser un padre así con mis hijas). Y, bueno, son más cosas, mi infancia son muchas más cosas.

–GA: Por ejemplo…
–JLG:
Mi infancia son las películas, y es el fútbol, y es el Museo del Prado, adonde iba de visita con el colegio y adonde me llevaba también mi padre a contemplar "la luz convaleciente de las Meninas". Y son los descampados de Doctor Esquerdo y del Doce de Octubre, la parte donde estaba el campo de la vía, por donde iba el tren de Arganda, "que pita más que anda". Y es… y son… ¡Coño, es que es muy difícil decir qué es tu infancia!

–GA: Inténtelo.
–JLG:
Es la época más consistente de una persona, su disco duro, aquello que el alzhéimer nunca podrá arrebatarte. Tú puedes no acordarte ya de nada, pero te dicen "Iriondo" y respondes: "Iriondo, Venancio, Zarra, Panizo y Gaínza". O dicen "Ufarte" y tú: "Ufarte, Luis, Gárate, Irureta y Alberto". Eso no se olvida. Al final, la alineación de un equipo de fútbol será, probablemente, lo último que recuerdes.

–GA: Pensaba que lo último que recordaría sería aquello de "… and the winner is… Volver a empezar!".
–JLG:
Creo que a mí el Oscar me lo dieron porque me lo merecía, pero no por mis películas, sino por la fascinación que sentía desde niño por Hollywood, con aquellas minibiografías semanales con dibujos de Veronica Lane o Tyrone Power, no me acuerdo ahora si en el TBO o el DDT.

–GA: Fascinación que le ha acompañado toda la vida.
–JLG:
Me acuerdo de que cuando nominaron Plácido, de Berlanga, llamé a la agencia EFE, para preguntar, debía de tener diecisiete años. La cosa es que nadie sabía nada de unos premios que llevaban años celebrándose en el auditorio de Santa Mónica, y luego en el teatro Pantages y en el Shrine Auditorium. Por cierto, que el Óscar al final no se lo dieron a Berlanga, sino a Bergman, por A través de un espejo oscuro, cosa que es un delito, porque Plácido era infinitamente mejor.

–GA: ¿Le marcó? Plácido, digo.
–JLG:
Sí, porque la vi y pensé: "Yo quiero ser de esto", de lo de Berlanga, Azcona, Alfredo Matas… Esa era la liga donde yo quería jugar. Pero, claro, tienes diecisiete años y a ver cómo llegas a primera desde las divisiones inferiores.

–GA: El caso es que lo logró.
–JLG:
Trabajaba por las mañanas en el Banco Ibérico y estudiaba Derecho por las tardes, pero poco, algo de Derecho Romano e Historia del Derecho, porque lo dejé en primero. No me gustaba ni el banco ni el Derecho, pero el banco sí que no lo podía dejar. A mí lo que me gustaba era el cine, así que empecé a escribir en algunas revistas como Signo, Cinestudio, cosas así…

–G.A: Que no se veía picando pleitos, vaya.
–J.L.G:
No me hubiera importado ser como Paul Newman en La ciudad frente a mí, donde era un abogado de Filadelfia estupendo. Porque esas cosas influyen. Por ejemplo, en Estados Unidos, cuando necesitan policías, dicen: "Vamos a hacer una serie policíaca", y la gente piensa "Oh, qué maravilla" y se apunta a las academias. Eso es así. Pero, ya digo, yo lo que quería ser era otra cosa.

–GA: ¿Guionista de Hollywood, quizás?
–JLG:
Sí, y tener una casa de esas con una piscina en forma de riñón, y una rubia saltando desde el trampolín, y escribir guiones con la Underwood. Eso sí que era maravilloso.

–GA: En cierto modo, también logró.
–JLG:
Bueno, trabajé como guionista bajo contrato durante tres años con Dibildos, en Agata Films, y escribía muchos guiones, continuamente, e iba a los rodajes, y a las sesiones de doblaje, y estaba en los montajes, y en el lanzamiento de las películas, y era un poco como ser guionista de Hollywood. No fui a la escuela de cine, pero aquella fue para mí una escuela que no cambiaría por ninguna otra.

–GA: Hizo de usted un director, eso es innegable.
–JLG:
Es curioso, pero de niño nunca pensé que dirigiría cine. O sea, nunca dije: "Pues cuando yo sea director…". Nunca, jamás.

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–GA: Ni soñó, por tanto, con ganar el Óscar.
–JLG:
Ni con estar cuatro veces nominado por la Academia de Hollywood, ni con ganar el Goya, ni el Premio Nacional de Cinematografía, ni el González Ruano por un artículo…

–GA: ¿A qué atribuye tanto logro y sin haberse consumido en el empeño?
–J.L.G:
A la suerte, que es fundamental en la vida. Porque he conocido a compañeros de profesión con mucho más talento. Y esto que digo es verdad, que a estas alturas mentir es un delito.

–GA: La suerte, dice.
–JLG:
Como en el fútbol, que tiras un penalti y, dependiendo de si lo metes o no, te juegas muchas cosas.

–GA: Usted y el fútbol, el fútbol y usted.
–JLG:
Fue mi padre quien me enseñó que no puedes tener una sola pasión, que la vida estaba llena de cosas estupendas y te quedabas corto sólo con una. No me lo dijo nunca así, pero sí me lo dio a entender.

–GA: ¿Cómo?
–JLG:
Llevándome al fútbol al Metropolitano, y a la lucha libre al Campo del Gas, y al boxeo al frontón Fiesta Alegre, pero también al Prado, como decía antes, y trayéndome tebeos para que los leyera, y Viaje a la Alcarria, de Cela...

–GA: ¿Y su madre?
–J.L.G:
Mi madre se quedaba en casa, leyendo una de esas novelas de la colección Pueyo, novelas románticas, de amores, de María Luisa Fillias de Becker o de Carlos de Santander, en las que un millonario se enamora de la chica a la que ha atropellado en el parque, y se hace pasar por el chófer, porque no quiere decirle que es rico… novelas que yo también leía. Porque en casa todos teníamos un gran placer por la lectura.

–GA: ¿Y por la música?
–JLG:
También. En verano íbamos todos los jueves y domingos por la noche a oír a la banda municipal. Y oíamos a Strauss, y también a Sibelius, y a otra gente extraordinaria. Ellos, mis padres, fueron, de alguna manera, precursores de eso que luego se llamó pop art.

–GA: Categoría en la que ya entonces entraba el fútbol, ¿no?
–JLG:
Pero sin la promoción de ahora. El fútbol era a las 4.30 de la tarde y sabías que quedaban quince minutos para empezar cuando salían cuatro señores formando la palabra OKAL. Empezaba tan pronto porque en invierno la luz se iba enseguida. Cuando el Zaragoza o el Bilbao le metían un gol al Atleti en el minuto 12 del segundo tiempo, se hacía de noche. Era tremendo cómo oscurecía en el Metropolitano.

–GA: ¿Y en Chamartín?
–JLG:
Ahí aguantaba más, como estaba más al norte, por Plaza de Castilla…

–GA: Hábleme de boxeo.
–JLG:
A mí el boxeo me ha gustado siempre. ¿Deporte? No lo llamaría yo así. Es, de alguna manera, la lucha por la vida, algo heroico, y de una fraternidad como no he visto yo nunca. El mundo del ring es estupendo, como lo son los boxeadores y la gente que los rodea. Te puedes fiar de ellos; cuando te dan un abrazo, te lo dan de verdad.

–GA: Hay países en los que causa furor.
–JLG:
Estados Unidos, Alemania, Inglaterra… Los grandes. ¡Joder, pero si a Wembley van cien mil personas a ver una pelea!

–GA: Aquí en España, en cambio…
–JLG:
Una de las cosas malas que tiene este país es que todo se está haciendo demasiado light, como un prurito progre. Y es lo progre lo que pierde a España.

–G.A: Defina progre.
–J.L.G:
Estar a lo que se lleva, no tener voz propia.

–GA: Y decir que el boxeo es violencia, ¿eso también es ser progre?
–JLG:
A mí quien me llevaba al boxeo, insisto, era mi padre, que era de una antiviolencia total. En el fútbol, por ejemplo, nunca le oí gritar a un árbitro, ni a un jugador, ni a nadie. Fue él quien me enseñó a ver el fútbol distinto a un hincha.

–GA: De hecho, usted era socio del Madrid…
–JLG:
…pero tenía más simpatía por el Atleti. Y por el Sporting de Gijón. Por los colores.

–GA: ¿Los colores?
–JLG:
Es que la vida era muy gris en la posguerra. Es verdad que estaba el color de las películas –con el technicolor, que me sigue gustando– y el verde de los estadios, pero también estaba el gris del humo de los puros, y el de las gradas, y, ya digo, el de la posguerra.

–GA: Periodo en la historia de España que Garci calificaría de…
–JLG:
El equivalente a la Gran Depresión americana, la del crack del 29. Lo que para los americanos supuso el paro, para nosotros fueron las cartillas de racionamiento; y lo que para ellos el New Deal de Roosevelt, para nosotros la entrada en ONU.

–GA: Cartillas de racionamiento. ¿Llegó a ver alguna?
–JLG:
Supe lo que era la escasez, porque en casa no había un duro; la prueba era que a los dieciséis años yo ya estaba trabajando, levantándome a las siete para ir al banco. Pero nunca supe qué es acostarse con hambre.

–GA: Escaseces aparte, guarda buen recuerdo de todo aquello.
–JLG:
No es que fuéramos una familia de las de Frank Capra, pero nos queríamos bastante, y teníamos humor, éramos divertidos los tres, mi padre, mi madre y yo.

–GA: ¿Nada le quitaba la alegría de vivir, ni siquiera los exámenes?
–JLG:
El plan de estudios mío, con una reválida en cuarto, una reválida en sexto y un preuniversitario, era buenísimo. Y el plan anterior al mío, el del bachillerato de siete años y un examen de Estado, era muchísimo mejor aún. Por eso no entiendo que ahora se quieran cargar la reválida.

–GA: O sea, que es verdad, que el saber no ocupa lugar.
–JLG: Yo hice Letras, con Latín y Griego y, qué quiere que le diga, no podía esperar a que amaneciera, siempre con ganas de aprender todo tipo de cosas, lo que no te impedía leer a Baroja, o ir al fútbol, o al cine, o ver pelear a Galiana por la noche.

–GA: ¿Era de los que estudiaba con la radio puesta?
–JLG:
La mía fue la generación de la radio. Es más, la televisión no entró en mi casa hasta el año 62, y eso que fui de los primeros, no se vaya usted a creer. Es más, yo viví la época en la que los vecinos venían a casa a ver aquellos primeros programas, como Amigos del lunes o aquel otro, Mañana puede ser verdad, de Chicho Ibáñez Serrador, quien luego haría Historias para no dormir.

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–GA: Pero, como dice, en el principio fue la palabra, la radio.
–JLG:
Yo podría haber hecho una tesis sobre Radio Madrid, sobre la SER. Lo sabía todo, desde los nombres de quienes la hacían hasta la programación entera: los seriales, Teatro del aire, Estampas y sainetes, Conozca a sus vecinos… ya le digo, todo. Era la radio que a mí más me gustaba, con su famosa e inolvidable sintonía: tintitotá-titotitotí-titotó- titatitatá…

–GA: Tranquilo, que no le voy a pedir que me tararee otros jingles cargados de recuerdos para usted, los de Antena 3 Radio.
–JLG: A Antena 3, donde estuve diez años, me llevó Manolo Martín Ferrand, que era amigo mío. Manolo y yo habíamos hecho la mili juntos en el CIR número 1, en Colmenar Viejo, primera compañía, primer batallón. Allí coincidimos con otro joven, Antonio Fraguas de Pablo, Forges, aunque el único conocido de los tres entonces era Manolo. No sólo fue uno de los inventores de la radio tal como la conocemos, con Matinal SER y Hora 25, sino que escribía muy bien. Era un genio, Manolo.

–GA: Por simplificar mucho el fatal desenlace, ¿puede decirse que Antena 3 murió de éxito?
–JLG:
Es que Manolo la cogió con una emisora en Madrid y otra en Alcalá de Henares, y a los pocos años ya había superado a la SER y a Radio Nacional; se las cargó, en el mejor de los sentidos. Y, claro, al que terminaron cargándose fue a él. Aquella radio, Antena 3, era maravillosa.

–GA: Y de la radio a la tele: programas de cine, pero también de deportes.
–JLG:
En Estudio Estadio, que dirigía mi amigo José Ángel de la Casa, tuve la suerte de participar con Alfredo Di Stéfano, comentando el fútbol los domingos por la noche. Luego nos íbamos a cenar y, a veces, se venían jugadores del Madrid, como Míchel, y todos "Oiga, míster", y yo era el único que le llamaba Alfredo; un privilegio.

–GA: Con Míchel, a propósito, además de fútbol, también hablaba de otras cosas: literatura, por ejemplo.
–JLG:
Y no solo con Míchel. Hace poco vino a Madrid a jugar contra el Atleti el Bayern de Múnich, y fui al hotel, el antiguo Hilton, porque me llamó Xabi Alonso, al que conozco y que me ha invitado ahora, en febrero, a un partido de la Champions. Xabi tiene inquietudes intelectuales. Pero tampoco es el único.

–GA: Diga otro.
–JLG: José Manuel Fernández, que fue jugador y capitán del Sporting de Gijón, y luego gerente y director general del club, pero también escritor, con un libro muy bonito titulado Compañero Quini, y pintor. José Manuel ha sido como un hermano para mí.

–GA: Otro que tal ha sido Manuel Alcántara, ¿no?
–JLG:
"Es mi hermano menor", dijo Manolo de mí el otro día en Málaga. "Menor solo en años", añadió. Es lo que pasa, ¿no? Admiras a alguien, lo conoces, empiezan las cenas, los martinis, le sigues admirando, conociendo, y así pasan los años, cuarenta y tantos en el caso de Manolo.

–GA: A Alcántara le leía usted de niño.

-JLG: Igual que a Alfonso Sánchez, en la Hoja del Lunes. A Alfonso le conocí estando yo en el Banco Ibérico, del que era cliente. Cuando le veía entrar, me pedía atenderle. Quién me iba a decir que con los años le haría un documental, y que le tutearía: "Oye, Alfonso, que si quedamos para comernos un arroz".

–GA: Di Stéfano, Manuel Alcántara, Alfonso Sánchez… ha conocido a los ídolos de su niñez.
–JLG:
Es la suerte, como le decía antes. Bueno, y que te metes en todo eso. Si a mí me hubieran gustado, qué sé yo, los toros, hubiera intentado desde niño tratar con los toreros, y con los ganaderos, y con los apoderados. Pero mi mundo ha sido otro: el cine, el fútbol, el boxeo… Y es verdad que un día cenas con Billy Wilder, y otro recibes carta desde Los Ángeles de Ray Bradbury, y una mañana llegas a la oficina y te dicen que ha llamado Luis, y Luis es Luis García Berlanga. Pero todo esto es poco a poco, porque si no sería un chute tremendo.

–GA: Como estar cenando en un restaurante y que entren unos tíos con pistola a desvalijar la caja y desplumar a los clientes.
–JLG:
Eso nos pasó en el Asador Frontón, en la calle Pedro Muguruza, cerca de donde vivía Di Stéfano. Allí teníamos una tertulia, que llamábamos La Bola Negra, porque todos los meses invitábamos a alguien, salvo que alguno de nosotros se opusiera, cosa que nunca ocurrió. Éramos Di Stéfano, y Manolo Alcántara, y Eduardo Torres Dulce, y Oti Rodríguez Marchante, y Jaime Campmany, que fue quien contó lo del atraco al día siguiente en un artículo del ABC.

–GA: Pero yo me refería a la primera escena de la primera película de El Crack.
–JLG:
Pues esto que cuento debió de suceder en el 90 o en el 91, y El Crack la rodamos en el ochenta.

–GA: O sea, que es verdad, que la realidad supera a la ficción. A propósito, ¿veremos El Crack III?
–JLG:
Igual, nunca se sabe. Pero no sería El Crack III, sino El Crack antes de El Crack, o sea, El Crack 0. Porque no me gustaría prolongar la película sin Alfredo Landa. Así que sería antes de que Germán Areta tuviese la cara de Alfredo Landa, cuando era un joven policía, o cuando deja el cuerpo para fundar una agencia de detectives. Pero qué sé yo, es hablar por hablar.

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–GA: ¿Hablar por hablar?
–JLG:
Sí, porque es verdad que he dejado el cine, pero también es verdad que no se me ha acercado ningún millonario exótico para decirme: "Oye, me gusta mucho El Crack, te pago la película". Entonces la haría, claro.

–GA: ¿Y exigiría una partida para rodar en Nueva York, como en la primera parte?
–JLG:
A mí es que Nueva York me ha gustado siempre. Soy de una generación que se fascinó por Nueva York más que por París. Me gusta París, cómo no me va a gustar, sería idiota si no me gustara, pero me queda más atrás.

–GA: Nueva York en cambio…
–JLG:
Manhattan. Porque cuando hablamos de Nueva York hay que precisar: Manhattan. Manhattan es una de las maravillas del mundo moderno, la Babilonia de nuestro tiempo. El anochecer allí, con el reflejo de los cristales, es algo increíble. Por eso, cuando tiraron las Torres Gemelas lo sentí como algo mío, como si volaran la Telefónica en Madrid.

–GA: A la espera de que aparezca el millonario, lo que sí ha hecho ha sido teatro.
–JLG:
El año pasado, sí, con Pérez de la Fuente, director de El Español. Le dije que sí, pero si hacía lo que quería, y como quería, y con quien quería. Y él: "Ningún problema". Y fue bonito, maravilloso, una de las cosas que más satisfacción me han dado.

–GA: Hablamos de un programa doble con una obra de Alfonso Sastre y otra de Medardo Fraile.
–JLG:
Y me hubiera gustar montar también Un tic tac de reloj, de Alfonso Paso, pero no fue posible.

–GA: Hubiera sido un homenaje al Grupo Arte Nuevo.
–JLG:
Al que monté con veinte años.

–GA: A esa edad, si no me equivoco, también coqueteaba con el PCE.
–JLG:
Pero yo nunca fui del PCE. Es verdad que me lo ofrecieron, y en dos ocasiones. La primera, Santiago Carrillo, al que le dije que yo ya no quería tener carné ni del Atleti. Y la otra, Antonio Gamero, el actor, antes de rodar Asignatura pendiente.

–GA: Y sin embargo…
–JLG:
Siempre he tenido una enorme cantidad de familia y también de amigos del PCE, como los hermanos José María y Miguel González Sinde, con los que trabajé en muchas películas, o como José Luis Gallego.

–GA: Al que dedicó un libro.
–JLG:
El de Ray Bradbury, sí. "A José Luis Gallego, Prometeo del siglo XXI". Porque era un poeta excepcional, veinticinco años preso, por cierto, más que Marcos Ana, creo, y sin ningún delito de sangre. Ya digo, mi cercanía con el PCE y su gente era total.

–GA: Hasta el punto de pedir el voto, ¿no?
–JLG:
Tú coges los periódicos de la época, coges Diario 16, y lees "Vota PCE", y allí estaba la firma de Bardem, y también estaba la mía.

–GA: ¿Volvería a pedir el voto hoy?
–JLG:
Es que ya no queda nada de todo aquello. Para empezar, aquel partido se llamaba Partido Comunista Español. O sea, que eran españoles. Y no solo eso, sino que tenían sentido del humor. Y eran generosos. Y extraordinarios. Y muchos se jugaron la vida. Por otro lado, entonces sí tenía sentido el PCE. Porque se trataba de luchar contra una dictadura, o al menos agrietarla, y en el intento solo estaba el PCE.

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–GA: ¿Qué lo cambió todo?
–JLG:
La Transición, que fue maravillosa, mágica, porque cada uno ya fue lo que quiso, sin cortapisas, y todos, cada uno en lo suyo, pensaron fundamentalmente en España, en que este país saliera para arriba.

–GA: ¿Y salió?
–JLG:
Jugamos la Champions League. Yo lo recuerdo como un país en vacaciones, y no sólo porque escribiera una línea y nadie me la tachara, o porque montase algo y no me dijeran de cortar una escena, sino porque había un clima festivo como yo no recordaba, con la gente hablando mucho por la calle. Y todo eso duro mucho tiempo, hasta que luego… En fin.

–GA: ¿Hasta que se resucitaron los odios?
–JLG:
Yo pensaba que la Guerra Civil estaba olvidada. A mí mi padre, que estuvo en el bando perdedor, nunca me transmitió nada negativo. "Nunca" es "nunca". Porque había que seguir viviendo, como todo el mundo. Pero ahora se quiere volver a aquello, y se dice que fue una guerra de buenos y malos, en la que unos mataron más que otros, cuando lo cierto es que fue una guerra entre hermanos, con familias enfrentadas, una cosa tremenda. Y lo curioso es que los que los que quieren revivirlo no son los supervivientes, que ya casi no quedan, sino los nietos.

–GA: Los mismos, por cierto, que ven en la Constitución un candado.
–JLG:
Cuando se hizo la Constitución, todos cedieron horrores. Ahí estaba Adolfo Suárez, que venía de la Falange y de la camisa azul; y estaba Fraga, que había firmado sentencias de muerte con Franco; y Carrillo, con Paracuellos del Jarama. Pero había que abdicar de muchas cosas y todos abdicaron, y por primera vez dijeron: "Lo que importa aquí es España". Y fue, ya digo, un momento emocionante.

–GA: ¿Significa eso que no hay que tocar una coma de la Constitución?
–JLG:
Pero cómo no va a haber que cambiar cosas, si el país es otro, si el mundo es otro. Lo que digo es que quien lo haga ha de hacerlo con el mismo tiento, con el mismo cariño, con el mismo amor, en fin, con que se hizo entonces.

–GA: En cualquier caso, ¿qué habría que no tocar?
–JLG:
El artículo 1 de la Constitución, que dice que España es una nación y que el poder emana del pueblo soberano. Porque si nos cargamos eso, vamos mal. Por supuesto que el nuestro es un país plural y diverso, pero, qué pasa, ¿que tenemos por eso que trocearlo como una tarta?

–GA: O sea, que referéndum, de entrada, no.
–JLG:
Si tú hicieras a Cataluña independiente ahora, verías las peleas que iba a haber. Porque, parafraseando a Andy Warhol, aquí todo el mundo quiere su ratito de fama; o, peor todavía, aquí todo el mundo quiere ser importante.

–GA: Quizás ser español ya no lo sea bastante; importante, me refiero.
–JLG:
Yo me considero español, y me encanta tener amigos por todas partes, e ir a visitarlos a Barcelona, o a La Coruña, o a San Sebastián, o a Palma de Mallorca, o a las Islas Canarias, o a Huesca, o a Santander, o a Madrid, o a Gijón, o a Sevilla, o a Toledo, o a Segovia, o a Cáceres, o a Málaga, o a… ¿Pero usted ha visto las ciudades tan maravillosas que tenemos? Yo me siento en casa en todas ellas. Es más, me siento en casa cuando piso un avión de Iberia. ¡Joder, es que tenemos la suerte de tener un país extraordinario!

–GA: Y si tan extraordinario es, ¿qué falla?
–JLG:
La educación. El problema aquí es la educación. Porque ¿cuántos planes de estudio ha habido en los últimos veinticinco años? Pero si ya no hay manera de saber dónde nace un río, si aquí cada uno se ha inventado su propia historia. Y luego está que no sabemos ver el partido.

–GA: ¿Otra vez el fútbol?
–JLG:
Es que si todo esto lo llevas al fútbol, verás que los aficionados del Madrid y del Barsa nunca se van a poder de acuerdo. Porque viene de abajo, insisto, de la educación. "Niño, dile al tío Luis: 'Barsa mierda'. Y el niño con dos años: 'Barsa mierda'". Y al revés con el Madrid. O sea, que aquí nunca reconocemos que el otro haya podido jugar mejor, aquí el otro gana porque nuestro balón dio en el palo o porque el arbitro no pitó penalti.

–GA: Traslade esto a la política.
–JLG: ¡Coño! Pues que habrá cosas buenas de Ciudadanos, y de Podemos, y del PSOE, y del PP, pero que aquí para cada uno todo lo del otro es malo, y así no hay solución posible. Pero el problema no solo este, ni el de la educación, el problema es también otro.

–GA: ¿Cuál?
–JLG:
Que no nos queremos. Que los españoles no nos queremos. Que somos una familia mal avenida, y ahora, encima, pobre. Y el primo tuyo no te quiere a ti, y tú no quieres a la tía Adelaida, y el abuelo está harto, y los niños… Que no nos queremos. Y no nos queremos desde hace mucho tiempo. Nunca nos hemos querido, creo yo. Nunca llegó a cuajar, ni con los Reyes Católicos, la masilla entre Castilla y Cataluña, entre Asturias y el País Vasco, entre Extremadura y…

–GA: Conclusión.
–JLG:
Si yo fuera un comunicólogo cursi, diría que ésta, la de que no nos queremos, es mi hipótesis de trabajo para esta charla.

–GA: En cambio en otros países…
–JLG:
Cantan sus himnos en el fútbol y ondean sus banderas. ¡Joder, qué envidia! ¿Que el himno no tiene letra? De acuerdo, qué se le va a hacer, pero la música sí que es tuya, igual que la bandera. ¿Que la bandera es facha? Pero si es de Carlos III y no de Franco, qué ridiculez. Y no digo que haya que transfigurarse con el himno y con la bandera, pero, hombre, es tu país, es tu infancia, son las canciones que oías, las películas que veías, las castañas, el palulú, tu gente, tu entorno…

–GA: La pregunta es la acostumbrada: ¿qué hacer?
–JLG:
Yo hace ya tiempo que no tengo ninguna responsabilidad ni quiero influir en nada. Es a la gente de treinta y cuarenta a la que le toca torear estar corrida de miuras. Ellos son el futuro y a ellos les corresponde hacer el futuro, de la misma manera que nosotros hicimos aquel futuro, cediendo todos en algo.

–GA: ¿Quiere decir que se aproxima una Segunda Transición y que usted no la rodará como sí hizo con la primera?
–JLG:
Lo que hay que preguntarse es cómo será esa transición que ahora se quiere hacer hacia un mundo nuevo.

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