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Thomas Sowell

A vueltas con la esclavitud

Si la historia de la esclavitud debe enseñarnos algo, es que no podemos poner en manos de unos seres humanos un poder ilimitado sobre otros seres humanos.

Hace muchos años, me llevé una sorpresa cuando recibir una carta de una vieja amiga en la que me decía que le habían dicho que yo me negaba a recibir visitas en el campus procedentes de África.

Por aquel entonces yo estaba tan atareado que accedí a ver a un único visitante del campus de Stanford; y da la casualidad de que era africano. Acertó a presentarse en un momento en que me estaba tomando un descanso.

En fin: a mi amiga le dije que aquél que tal le dijo igual pudiera haberle dicho que yo me niego a hacer paracaidismo con negros; y, ciertamente, me niego a tirarme en paracaídas con negros... y con blancos y con asiáticos y con cualquier hijo de vecino.

No soy el único que ha sido víctima de confusiones de este tipo. De hecho, confusiones de este tipo están provocando distorsiones mefíticas y de hondo calado en nuestro país, los Estados Unidos de América.

Volvamos de nuevo la vista a la cuestión de la esclavitud. La de la esclavitud es una historia muy dolorosa, no sólo por el trato dispensado los esclavos, sino por lo que su propia existencia dice de la especie humana: porque esclavos y esclavistas, no lo olvidemos, ha habido de todos los colores, credos y lugares.

Si la historia de la esclavitud debe enseñarnos algo, es que no podemos poner en manos de unos seres humanos un poder ilimitado sobre otros seres humanos, con independencia del color o el credo de unos u otros. La historia del antiguo despotismo y el moderno totalitarismo traslada prácticamente el mismo mensaje tinto en sangre.

Pero no es eso lo que se enseña en nuestras escuelas y colegios, lo que nos muestran el cine y la televisión. No. El mensaje que se lanza una y otra vez es que los blancos esclavizaron a los negros.

Y sí, es cierto. Pero como lo es aquello que dice al principio de que no practico paracaidismo con negros. Y sus implicaciones son igual de falsas.

En fin: los europeos esclavizaron a africanos de la misma manera que los norteafricanos esclavizaron a europeos: a más europeos que esclavos africanos hubo en Estados Unidos y las Trece Colonias.

El trato que se dispensaba a los esclavos blancos condenados a galeras era aún peor que el dispensado a los negros en las plantaciones de algodón. Pero no hay películas ni series de televisión que hablen de ello; películas o series como Raíces. Por supuesto, tampoco se habla de ello en nuestras escuelas y universidades.

El trato inhumano con que unos seres humanos tratan a otros seres humanos no es una novedad ni, mucho menos, algo extraordinario. No hay por qué ocultarlo; entre otras cosas, porque podemos extraer algunas lecciones. Pero tampoco hay por qué distorsionarlo y presentar unos pecados de toda la especie humana como propios o exclusivos de una sociedad o raza determinada.

Si la sociedad estadounidense y la civilización occidental se diferencian en algo de las demás sociedad y civilizaciones es, precisamente, en que en un momento dado se volvieron contra la esclavitud; y lo hicieron en un momento en que las sociedades no occidentales seguían practicándola y se resistían a las presiones occidentales encaminadas a ponerle fin.

Sólo el hecho de que Occidente fuera predominante hizo posible la erradicación de la esclavitud en numerosas sociedades no occidentales en la época del imperialismo occidental. Sin embargo, hay estadounidenses que se van a África a pedir perdón por la esclavitud; ¡a África, donde la esclavitud no está, ni mucho menos, erradicada!

No es sólo la historia de la esclavitud lo que es objeto de distorsión torticera. Quienes hurgan en la historia de la minería para socavar los cimientos de la sociedad estadounidense o de la civilización occidental tienen muy poco interés en la Marcha de la Muerte de Bataan o en las atrocidades perpetradas por imperios como el otomano. Este tipo de gente no buscan la verdad, sino oportunidades para denigrar a sus propias sociedades, o agravios con los que hacer caja a expensas de gente que ni siquiera había nacido cuando se cometieron esos pecados del pasado por los que claman.

Un antiguo proverbio dice: "A cada día, su propio mal". Al parecer, no les basta, a tantos de nuestros educadores, intelectuales, medios de comunicación. Están empeñados en emponzoñar el presente con el veneno del pasado.

NOTA: este artículo se publicó en el suplemento "Historia" de Libertad Digital el 5 de mayo de 2010.

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