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Xavier Reyes Matheus

León de Arroyal, precursor del constitucionalismo

En 1812, sin que nadie se acuerde de él, España tendrá su primera constitución moderna.

En 1812, sin que nadie se acuerde de él, España tendrá su primera constitución moderna.
Libertad Digital

Por más que a ello se dediquen tesis doctorales, ediciones cuidadas y análisis estilísticos, el empeño de reponer la poesía española del siglo XVIII en el gusto del lector contemporáneo no va sobrado de razones para tener éxito. Enfrentados hoy a aquel neoclasicismo, a aquella tiranía de la preceptiva, a aquel formulario sistema retórico, nos cuesta creer que, en una época, tales usos hayan sido el santo y seña de una generación de jóvenes inconformes, deseosos de impulsar la modernización política, económica y social de España. Sin embargo, así era el grupo que se congregó en torno al capitán José Cadalso cuando este llegó a Salamanca en 1773. No permanecería demasiado tiempo el consagrado autor de las Noches lúgubres en la ciudad universitaria, pero allí terminó de escribir sus Cartas marruecas (que se publicarían póstumamente) y dejó el germen de la llamada escuela poética salmantina, surgida entre quienes iban a admirar su cultura cosmopolita y a escuchar los relatos de su vida en París o en Londres. León de Arroyal, nacido en Gandía en 1755, formaba parte de ese auditorio entusiasmado, y aunque entonces aspiraba sobre todo a destacar como poeta neoclásico –igual que otros miembros del grupo, como Juan Meléndez Valdés o Juan Pablo Forner–, su mayor aporte a las letras españolas se dio en el terreno político, pues podemos considerarlo, con justicia, el pionero de las modernas ideas constitucionales en España.

La influencia de Cadalso resultó decisiva para orientar el sentido de la reflexión sobre España. A pesar del europeísmo del autor gaditano, la comparación con otros países y sistemas políticos se orientaba sobre todo a delinear los contornos de un carácter nacional español, que, iluminado por el estudio de nuestra historia, debía dar cuenta de los problemas que arrastrábamos como sociedad, y de la forma de superarlos. Entre reaccionarios y progresistas, la crítica propuesta por Cadalso intenta esquivar los maniqueísmos: "El hombre de mentalidad tradicionalista –explica José Antonio Maravall– hacía del pasado norma de obligatorio acatamiento; el hombre ilustrado presentaba la historia como el panorama de todos los errores humanos. Para Cadalso, la historia es proceso creador del carácter nacional, del modo de ser privativo de un pueblo, y su actitud no puede confundirse ni con la de unos ni con la de otros". Esa forma de ser moldeada por el paso de los siglos era lo que había forjado una "constitución" española, que, para ser perfeccionada y adecuada al signo de los nuevos tiempos, debía analizarse en el proceso de su formación histórica. En las Cartas político-económicas al Conde de Lerena, que hasta 1967 no lograron dejar inequívocamente fijado el nombre su autor, dice León de Arroyal:

Los accidentes de que adolece España son muy complicados, y necesita el que los haya de curar seguir el hilo de la raíz por muchos siglos para descubrir la causa, y entonces que Dios le dé gran tiento y fortaleza, porque habiendo mucho que cortar, no pocos miembros, aun de los principales, se han de dar por sentidos.

Hay, pues, un desbarajuste provocado por mucho tiempo de prácticas torticeras y sinrazones burocráticas que hacen necesario un reordenamiento del sistema legal:

Nuestra constitución está muy viciada; nuestros tribunales apenas sirven para lo que fueron creados; los cuerpos del derecho se aumentan visiblemente, y visiblemente se disminuye la observancia de las leyes; la demasiada justificación hace retardar demasiado las providencias justas...

Formulado el diagnóstico, concluye Arroyal que "el mal que nos aqueja no es de aquellos que pueden remediarse con un reglamento económico". La idea de una carta fundamental para la organización del Estado parece estar clara tras estos postulados, y el objeto de esta definición sobre el orden político ha de consistir en

alargar la libertad del pueblo cuanto dictase la prudencia, pues, como he dicho, ella es el alma del comercio y de la felicidad de una nación.

En efecto, Arroyal, que residía en Vara de Rey (Cuenca), donde había promovido la creación de una sociedad de vecinos, dirige en 1788 una súplica a las autoridades de Madrid pidiendo remedio para el estado de completo desgobierno en el que se encuentra aquel pueblo. Cuenta, además, que su continua denuncia sobre este tema lo ha enemistado allí con tanta gente que

recelo infinito hasta de mi vida, pues no puedo salir a la calle sin ser expuesto a los baldones e improperios de los que no me han podido hacer cómplices de sus iniquidades.

Pero el Consejo de Castilla tardará… once años en abrir una investigación sobre el asunto. Estos disgustos, y las negativas de la censura para publicar su obra poética (sátiras, odas y epigramas), hacen que el rastro de León de Arroyal se pierda sobre el umbral del cambio de siglo. En 1812, sin que nadie se acuerde de él, España tendrá su primera constitución moderna.

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