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Daniel Rodríguez Herrera

'Efecto Mizzou': el extremismo de izquierdas a veces se paga

Las universidades norteamericanas se han convertido en la punta de lanza de la ideología de género, las políticas de identidad y casi cualquier otra bazofia políticamente correcta que nos podamos imaginar.

Las universidades norteamericanas se han convertido en la punta de lanza de la ideología de género, las políticas de identidad y casi cualquier otra bazofia políticamente correcta que nos podamos imaginar.
Las seis icónicas columnas de Mizzou | missouri.edu

Las universidades norteamericanas se han convertido en la punta de lanza de la ideología de género, las políticas de identidad y casi cualquier otra bazofia políticamente correcta que nos podamos imaginar. Son frecuentes las cancelaciones de charlas de conferenciantes de derechas, y cuando no se cancelan no es raro que se silencien a base de violencia, sin que los estudiantes responsables sean disciplinados. Y en buena parte estos seminarios de la fe progresista se han librado de sufrir ninguna consecuencia por ello, gracias a las subvenciones estatales y a la falta de alternativas.

Pero algo parece estar cambiando. No sólo la gente de derechas ha aumentado espectacularmente su rechazo a las universidades en las encuestas los últimos años, sino que algunos, además de hablar, empiezan a actuar. Hará un par de años la Universidad de Missouri, conocida como Mizzou, fue el epicentro de unas protestas del grupo racista negro Black Live Matters. Además de la habitual algarabía, con destrucción de propiedad y amenazas, el público pudo ver cómo los estudiantes obligaban al rector a disculparse públicamente por el "privilegio de ser blanco" y cómo una profesora que participaba en las protestas pedía "músculo" a otros manifestantes para impedir que un periodista grabara sus salvajadas. Fue algo bastante peor de lo habitual, que se tradujo en una enorme pérdida de matrículas a partir del siguiente curso que aún continúa, obligando a centenares de despidos.

Pero el foco ha estado este año en Evergreen, un pequeño centro que ha visto cómo un profesor de izquierdas era acosado por los estudiantes por objetar a que la tradición anual del Día de la Ausencia –donde personal y estudiantes negros dejaban el campus para hacer notar lo que se pierde sin su contribución– se transformara en un día de ausencia forzosa, porque en su insatisfacción los estudiantes exigieron que fueran los blancos quienes se fueran ese día. La turba políticamente correcta acosó a Bret Weinstein y exigió su despido, sin que la policía del campus interviniera porque el rector le ordenó que no lo hiciera. Pero ahora se graba todo, y los vídeos indignaron al país. Aun así, la debacle continuó. En una reunión para atender las demandas de los estudiantes, los fanáticos exigieron a los alumnos blancos que se sentaran al fondo de la sala, pese a lo cual el rector se doblegó a casi todas sus exigencias, salvo la de despedir a Weinstein. Con todo, la universidad cerró varios días por los disturbios y algunos de los supremacistas negros más radicales fundaron un grupo de vigilantes con bates. Nadie ha sido sancionado o expulsado. Pero las matriculaciones para el curso que viene han bajado, creando un agujero presupuestario de 2 millones de dólares, eso sin contar con la indemnización millonaria que quizá tenga que pagar a Weinstein por no mover un dedo para protegerlo del acoso y la violencia de los estudiantes.

Algunas universidades empiezan a tomar nota. Berkeley, que fue el escenario de violentos disturbios para impedir una conferencia sin que un solo estudiante haya recibido la menor sanción por ello, ha visto cómo han bajado por primera vez en más de una década las matrículas de estudiantes extranjeros y de fuera de California. Pero ha decidido imitar algunas políticas de la Universidad de Colorado, donde llevan 20 años sin este tipo de problemas, empezando por crear una cátedra específica para profesores conservadores. No será suficiente para dar la vuelta a los problemas de imagen que ha sufrido, pero puede ser un principio. Los centros que intenten mantener algo de diversidad de opinión, protejan la libertad de expresión y disciplinen a los estudiantes que se saltan las normas tendrán menos riesgos de sufrir lo que ya se denomina efecto Mizzou. La reacción de Berkeley es un buen comienzo, pero no hay mucha razón para el optimismo. La universidad en Estados Unidos sigue siendo un monocultivo izquierdista, y la izquierda sólo aboga por la libertad de expresión y el debate abierto cuando se siente en inferioridad. Allí donde tiene el control absoluto, no va a permitir que se mueva un alfiler sin que lo apruebe, a no ser que se le obligue.

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