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La Ilustración Liberal

Participación voluntaria en la dominación

¿Qué otra cosa hay, sino esclavitud de gente que gime y finge obedecer?
Marco Aurelio, Meditaciones, IX, 29.

La servidumbre voluntaria

Año 1576. Etienne de la Boëtie compone De la servidumbre voluntaria (o el contra Uno), una breve pero intensísima diatriba contra la disposición humana a la sumisión, a la dominación. Toda servidumbre, afirma, es voluntaria, porque, aunque no siempre se desee como tal, sin el consentimiento del hombre no podría implantarse ni extenderse. ¿Cómo es posible, se pregunta este poeta y humanista, amigo de Michel de Montaigne, que tantos hombres, tantas aldeas, tantas ciudades y naciones, sufran el yugo del tirano y no sólo no lo frenen sino que se arrodillen ante él en una demostración de infame postración? ¿De dónde deviene esa pérfida voluntad de obediencia y esa alevosa voluntad de servir? De la presencia de la ruindad y de la villanía en el pobre corazón del hombre, un mal originario, se dirá.

Pero, a pesar de que hablamos de una anomalía generalizada y enorme, no sería justo extender el veneno a todo el género humano. No hay razones para un pesimismo tan fúnebre. Ahora bien, un aspecto del asunto sí parece claro: el origen de la miseria humana comienza con la cesión de la voluntad, la tácita aceptación del despotismo, el escaso aprecio por la libertad: "La libertad sola no la desean los hombres, por la sencilla razón, a mi entender, de que si la desearan la tendrían" [1].

Sólo bajo esta condición de dejadez es posible que se sostenga el débil entramado del poder ejercido por hombres flojos, a veces por sólo Uno, por medio del cual se creen fuertes, aunque nunca lleguen a serlo: sienten la fuerza por la poca resistencia que se les ofrece. Los hombres que nacen "nutridos y educados en la servidumbre" sólo saben de obedecer y a su condición la consideran algo natural. Obedecer y ser obedecidos, mandar y ser mandados, coaccionar y ser coaccionados: he aquí el círculo infernal de la voluntad declinada. No son, por tanto, los hombres ajenos a su condición de siervos. Son seducidos por la tradición y la comodidad, el gusto por lo sencillo, el conformarse con el estatuto de gente sencilla (ordinary people): "Por tanto, la causa primera de la servidumbre es la costumbre" [2].

Puesto que las costumbres no pueden extirparse de la naturaleza humana, bueno será saber discernir entre ellas, y, si es el caso, sustituir las mezquinas por las adecuadas. ¿Hay un fin para la servidumbre? Sí. ¿Cuál?: "Aprendamos, pues, alguna vez. Aprendamos a obrar bien" [3].

Una sociedad de verdugos voluntarios

Año 1996. Daniel Jonah Goldhagen publica el libro Los verdugos voluntarios de Hitler (Hitler´s willing executioners). Su impacto y repercusión en la opinión pública, especialmente alemana, fueron considerables. Una investigación de carácter histórico, superó inmediatamente los muros universitarios y trascendió las querellas entre historiadores para convertirse en una polémica de alcance internacional. No podía ser para menos. El holocausto judío perpetrado en Europa durante la primera mitad del siglo XX se ha grabado en la conciencia contemporánea como la expresión diabólicamente diáfana del mal radical. La sima de maldad que encarnó ha dado pie a innumerables estudios y a múltiples interpretaciones. Con una mezcla de estremecimiento y afán indagador, penetrar en el corazón del horror, en el huevo de la serpiente que pudo engendrar tamaña barbarie, se ha convertido en un reto intelectual y moral sin el cual se hace difícil vivir bajo el peso de su aliento fétido. Un empeño que Hannah Arendt, en Los orígenes del totalitarismo (1951), resumió en un grito que recogía la angustia de toda una centuria: "¿Qué pasó? ¿Por qué pasó lo que pasó? ¿Cómo fue posible?" [4].

Para Goldhagen, las explicaciones vertidas sobre el hecho han dejado una puerta entreabierta que no se ha tenido el coraje intelectual de atravesar. Ya lo sabíamos: sin Hitler y sin los nazis no hubiera habido Holocausto. Sin las duras reparaciones impuestas a Alemania en el Tratado de Versalles tras la Gran Guerra y sin la profunda crisis económica de los años 30, los nazis no habrían ascendido al poder. Sin el antisemitismo latente en Europa, y muy en particular en Alemania, el Holocausto no habría tenido lugar. Tampoco sin la tibieza de las democracias occidentales al callar y no actuar, o hacerlo tarde, ante la tragedia que se desarrollaba y nadie parecía querer ver, que nadie se quería creer. Pero tenía que haber algo más que explicara la inmensidad del desastre, la facilidad con la que se urdió, la banalidad del mal.

Las sospechas se han ido transformado en pruebas cada vez más clamorosas. Goldhagen las ha expuesto con toda su crudeza en el libro. La evidencia más terrible se hace ya incontestable: sin la participación voluntaria de los alemanes corrientes (ordinary people), el régimen jamás habría podido exterminar a más de seis millones de personas:

No obstante, fuera cual fuese la influencia de tales factores en la formación y la puesta en práctica del programa antisemita de los nazis, el origen de la voluntad de los dirigentes nazis y de los alemanes corrientes que llevaron a cabo las políticas de perseguir y matar a los judíos no estriba en esos otros factores sino principalmente en el antisemitismo compartido por todos ellos [5].

La participación de grandes sectores del pueblo alemán no sucedió sólo como resultado de una movilización forzosa. Un gran número actuó por iniciativa propia, incluso al margen de las órdenes militares, o cuando la rendición era inminente o ya se había producido. El odio contra el judío, contra el enemigo-otro, la persecución, el exterminio se llevaron a cabo por propia voluntad, con fervor. Mientras tanto, el resto, los que no habían huido del horror, los que quedaban y no se sentían sobrevivientes, miraban para otro lado. Y callaban, nada vieron, nada sabía nadie. El resto, esta vez sí, fue silencio.

Cómo un pueblo pudo llegar a semejante desvarío moral, a una atrocidad tal, es cuestión que el historiador Goldhagen traslada a otros para su dilucidación. En su trabajo se limita a instruir el caso y a instruirnos de paso, absteniéndose de juzgar o condenar, entre otras razones, porque muchos verdugos ha tenido que compendiar y demasiados dedos acusadores tuvo que contabilizar como para sentirse con ánimo para sancionar algo que afecta a personas particulares pero que conmueve al mismo tiempo a una comunidad o pueblo que asedió y maltrató a individuos concretos por pertenecer a una determinada comunidad o pueblo. No obstante, el testimonio de su revelación representa una imputación suficientemente estremecedora, que coloca las cosas en su sitio, casi siempre incómodo e incógnito. No es ésta la primera vez que se lanza sobre la mesa de la historia tan seria denuncia.

En el año 1944, aún bajo la tormenta bélica, el filósofo vienés F. A. Hayek participa en la contienda, en el frente intelectual democrático, sin armas, pero sin miramientos, y acusa a la causa profunda que engendró a la bestia, y en la que no todos los afectados querían verse ni reconocerse:

Fue el predominio de las ideas socialistas, y no el prusianismo, lo que Alemania tuvo en común con Italia y Rusia; y fue de las masas y no de las clases impregnadas de la tradición prusiana y favorecidas por ella de donde surgió el nacionalsocialismo [6].

Ahora que sabemos todavía más acerca de la terrible verdad, de lo que aconteció, cuando las pruebas pesan con tanto rigor, cabe la matización y la filigrana, pero no el contraataque. Sigue derivándose la responsabilidad hacia instancias superiores: los tiempos difíciles, la locura desatada, la imposibilidad de parar la barbarie, el sistema, el mundo con sus misterios insondables, "pero Dios cómo lo permite", "yo qué podía hacer... si yo no soy nadie". La excusa, el pretexto, la evasiva, no logran callar, sin embargo, el eco de la ignominia, el lamento de los muertos, las preguntas a las que no se ha dado satisfacción y nublan el horizonte: "¿Qué pasó? ¿Por qué pasó lo que pasó? ¿Cómo fue posible?".

Pocos protagonistas o analistas de los hechos advierten algo breve, no sencillo, pero de una energía que puede conmover el mundo: basta con decir "no". O "¡Basta ya!". Las responsabilidades se disuelven entre la multitud y las entidades colectivas: el pueblo, la clase social, el género, la raza. Pero ninguna de ellas responde. ¿Quién ha sido? Y todos se miran entre sí. Casi todos callan. Entre ellos alguien apunta con el dedo índice de la mano izquierda y se siente así comprometido políticamente, mientras con los dedos de la otra atenaza o amordaza una nueva víctima. Hay también quien espera y se desespera, contemplando lo que hacen los demás: "Si actúas tú, también lo hago yo. ¿Quién da el primer paso?".

No falta tampoco el que aguarda órdenes, que le digan lo que debe hacer, hacia dónde encaminarse, está desconcertado; hará lo que le digan... y quizá no es consciente de que así empezó todo.

Miedo, asco y muerte en el País Vasco

Mayo de 2001. El País Vasco. España. Se celebran elecciones autonómicas en un clima de gran tensión social y política. La banda terrorista ETA, después de una tregua que en algunos alimentó vanas esperanzas y a muchos creó todavía más ansiedad por la trampa que llevaba adosada en los bajos de la estrategia, ha reiniciado su campaña de atentados y de coacción y amenaza sobre las fuerzas políticas y el conjunto de la sociedad.

Las fuerzas políticas nacionalistas, Partido Nacionalista Vasco (PNV) y Eusko Alkartasuna (EA), tras firmar en Bélgica unos acuerdos secretos con ETA que condujeron a la firma del Pacto de Estella en 1998, en los que se oficializa lo pactado pocos meses antes y formaliza la constitución de un frente nacionalista con el objetivo de promover sin ambigüedades la ruptura con la legalidad constitucional y estatutaria -y el Estado que los legitima- y de preconizar la secesión de la comunidad vasca del territorio español, se disponen a revalidar la mayoría en el Gobierno vasco y a seguir instalados en Ajuria Enea, veinte años después, cuatro años más. Su programa político incluye ya a las claras las aspiraciones independentistas de las formaciones coaligadas, y a pesar del asco y la molestia que dicen causarles el ambiente de violencia e intimidación causada por "los violentos", no priorizan la lucha contra el terrorismo sino la "construcción nacional".

Las fuerzas denominadas "constitucionalistas", Partido Popular (PP) y Parido Socialista de Euskadi (PSOE-PSE), dejando por unos instantes en segundo plano sus rivalidades partidistas, conciben una campaña electoral en la que se prima como objetivo prioritario y apremiante la normalización política de una sociedad dominada por el miedo y la muerte, y que pasa necesariamente por arrebatar la mayoría parlamentaria al nacionalismo y ofrecer una alternativa democrática que sitúe en primer lugar la derrota del terrorismo y la erradicación del chantaje, el pistolerismo y la amenaza de la vida política y social vasca. Según las estimaciones más optimistas, se contempla la posibilidad, por primera vez en veinte años, de que el nacionalismo ceda el paso a un gobierno no-nacionalista. Los representantes de estos partidos deben realizar la campaña electoral con protección policial y bajo la amenaza permanente del miedo y la muerte.

Al tiempo que la reivindicación de la vía democrática, constitucional y estatutaria como medio imprescindible de existencia privada y vida pública en la Comunidad Autónoma Vasca (CAV), el discurso de las fuerzas políticas no-nacionalistas- pero también las sociales y cívicas- subraya durante el periodo preelectoral el mensaje de solidaridad para las víctimas del terrorismo, para los amenazados y violentados, para los que en pueblos y ciudades vascos no disfrutan plenamente de las libertades civiles, y trasladan un mensaje, tímido pero claro y aun desesperado, a la población -especialmente al electorado nacionalista, al que se dirigía un igualmente tímido reproche por su habitual displicencia hacia ellos y sus problemas vitales- en el sentido de que no les abandonen, que atiendan a sus sufrimientos, que no les condenen, que les ayuden, que no permitan con sus votos que se renueve otro periodo de dominación, incertidumbre, violencia y temor:

Que sepan nuestros conciudadanos y vecinos [que] un simple "estoy contigo", no implica comulgar con sus ideas políticas, sino defender lo básico: el derecho a la vida y a la libertad [7].

Pues bien: el resultado final de las votaciones confirma que, si bien con un leve margen, la mayoría de los votantes vascos (del "pueblo vasco") se pronuncia por la opción patrocinada por los grupos nacionalistas y desoye, en consecuencia, la llamada angustiada de las víctimas y sus valedores. El resto es historia, un capítulo más de la historia de la infamia. Los hechos se han acelerado desde entonces, la deriva "soberanista" se ha endurecido con el llamado "plan Ibarretxe" y la presión secesionista ha elevado la temperatura política, la crispación y la inseguridad. ETA sigue matando y la sociedad vasca sigue dividida. Los partidos constitucionalistas pactan la Ley de Partidos que promueve aislar y colocar fuera del juego democrático a Batasuna y a aquellas fuerzas políticas que desde las instituciones colaboran con el terror, pero la unidad tácita preelectoral se debilita nuevamente. Sin embargo, no todo es igual desde aquel 13 de mayo de 2001 en el que la mitad de la sociedad vasca se pronunció por la vigencia de un régimen político que irremediablemente seguiría condenando a la otra mitad al sometimiento, a la entrega, a la rendición, al exilio, al silencio, al miedo, a la imposición, al insulto, a la marginación, a la rechifla, a la humillación.

Ciertamente algo trascendental ha sucedido desde entonces hasta nuestros días, una circunstancia, sin duda, implicada y envuelta en los acontecimientos políticos más -y menos- recientes que dibujan el drama vasco. Resulta que una tendencia progresiva a superar el miedo y a llamar a las cosas por su nombre, de señalar las verdaderas causas de esa anormalidad insoportable -hasta hace poco, precisamente por esa ceguera, miedo o cobardía, también tenida como incomprensible- en que se está convirtiendo el País Vasco, se abra paso en discursos y actitudes con esta convicción común: la causa primera y última del "problema vasco" se localiza en la propia sociedad vasca.

La sombra de una duda se disipa

Más allá de consideraciones y análisis políticos, de estudios sobre estrategias de partido, de disertaciones históricas y de ponderaciones antropológicas -que no están de más, pero que resbalan sobre la clave del laberinto vasco-, lo que parece saltar a la palestra cada día con mayor claridad es un hecho palpable, directamente comprobable, que está a la vista de todos -sobre todo, de los propios ciudadanos vascos, que forman una comunidad territorialmente pequeña, una auténtica patria chica, en la que se conocen todos, en la que todos saben, aunque a menudo dicen no saber-, pero que ha permanecido velado, ocultado, disimulado, enmascarado, hasta llegar a convertirse en una clamorosamateria reservada. Hablamos, claro está de la participación y la colaboración de la sociedad vasca -por activa y por pasiva- en la dominación de un país. Hablamos de la falta de libertad, de la insoportable coacción, del pardo acoso, de la ignominiosa humillación, del ominoso desamparo en los que se encuentran miles de vascos no nacionalistas.

Si hay un signo que testifique el comienzo de la normalización de una sociedad y de la superación de un "conflicto", ése apunta a la paulatina superación del miedo, de los complejos, de los tácitos pactos con el diablo en los que está viviendo un país. Con la Transición democrática, la sociedad española selló un contrato implícito con la CAV -también con otras "nacionalidades", que se plasmó, entre otras cosas, en la configuración del Estado de las Autonomías, pero nos interesa ahora no diluirnos nuevamente en el "café para todos" del tostadero nacional- con un doble objetivo de alcance histórico: la "cuestión vasca" quedaba contenida dentro del marco constitucional y estatutario y se concedía un voto de confianza al nacionalismo vasco para que liderara la lucha contra el terrorismo de ETA. Sin embargo, dichas metas no se han cumplido ni respetado. La política vasca desde aquel momento ha desarrollado una peculiar transición consistente en beneficiarse de los privilegios -fiscales, económicos, políticos- que recibían desde las dos Administraciones - autonómica y estatal; o tres, si incluimos a la Unión Europea-, y que ha favorecido que la comunidad vasca haya logrado uno de los mayores niveles de bienestar material de toda Europa, mientras el PNV patrimonializaba las instituciones y símbolos vascos, con la connivencia de los partidos democráticos de ámbito estatal que pactaron con él -a nivel autonómico y nacional- programas de Gobierno en sendas legislaturas y con los votos de una parte significativa de la población vasca, no siempre mayoritaria pero sí suficiente para mantenerse en el Poder.

Pero, el bienestar material y la hegemonía tenían un precio: ETA seguía matando y acosando a la mitad de la población vasca y a la totalidad de la española. Con el Pacto de Estella se puso en evidencia lo que hasta entonces sólo era proclamado por un reducido grupo de personas - tachadas de intransigentes, dogmáticos, de "nacionalistas españoles"-, es decir, que la permanencia de ETA y su entramado político-militar era la garantía, la salvaguarda última del programa de "construcción nacional", ahora ya hecho explícito y corroborado con el "plan Ibarretxe", de una cabalística Euskal-Herria.

Este plan expuesto en sus líneas básicas a la ciudadanía vasca en mayo de 2001 fue aceptado por una mayoría suficiente del electorado. Podría explicarse que la población afectada vacilara antes de tomar la decisión de exiliarse o bien de afrontar la situación y encararse en su vida diaria con el chantaje, el matonismo, la coerción y la presencia absoluta de los dominadores. No lo sería tanto que por comodidad transija, que mire para otro lado, que no sepa, que se encierre en el ámbito privado. Con todo, el voto sigue siendo secreto en el País Vasco, nada ni nadie obligaba al votante vasco a dirigir su voto en una determinada dirección. El momento del voto, libre y secreto, continua siendo la suprema garantía de que el pueblo sancione, premie y castigue a sus gobernantes y se pronuncie por un cambio liberador. Pues bien: la mayoría de la sociedad vasca dio la espalda a la alternativa democrática ofrecida con tanto entusiasmo como desesperación por los partidos constitucionales. Este hecho fenomenal es el que ha vuelto insoportable la "cuestión vasca".

El presidente del Gobierno español al día de hoy no ha encajado todavía el dato, su humor y su carácter se han resentido considerablemente tras certificarse los resultados -algo que congratula sobremanera a quienes fundamentan su acción política en el preferente propósito de reventar a Aznar a cualquier precio, pero que poco beneficio puede reportar al interés general-, influyendo en gran manera en decisiones tomadas posteriormente de relevancia tanto para la estabilidad personal como institucional. Bajo el peso de la conmoción, el presidente del Gobierno hizo unas declaraciones a los medios de comunicación que provocaron una fuerte polémica -como siempre, pero esta vez más- en las que atribuía los resultados de las elecciones autonómicas vascas a la inmadurez de la sociedad vasca, todavía incapaz de asumir con plenitud y garantías la normalidad democrática. Las palabras del Presidente no aludían expresamente a una situación de franca anomalía en el tejido social vasco, pero con ellas había establecido una vía hermenéutica para el "caso vasco" que hoy se está extendiendo.

En nuestros días se habla ya sin reservas de "desnazificar el País Vasco" [8], de "limpieza étnica"[9] en la CAV, de que el problema no sólo se concentra en el terrorismo de ETA sino en la ideología -y en una "creencia primordial: que existe un Pueblo Vasco dotado de derechos"[10] - que lo sostiene, o sea, el nacionalismo. Y la política nacionalista está instalada en el Gobierno vasco por decisión soberana de sus votantes, de "su pueblo".

Los políticos que han experimentado dicha progresión no se han sentido con el coraje necesario para publicitarla ni han insistido sobre este extremo crucial pero tenebroso. Acaso no deberían tampoco hacerlo. Hay, a mi juicio, dos motivos decisivos:

1. El político no puede reprender jamás a los ciudadanos en sus comportamientos, pues son ante todo votantes a quienes hay que, si no halagar expresamente (debilidad del demagogo), al menos no censurar (prudencia del político).

2. Desde una perspectiva estratégica llega a ser contraproducente en muchos casos, como el que ahora nos ocupa y desasosiega, el amonestar un determinado comportamiento -o un comportamiento ya establecido que casi adquiere las trazas de una actitud internalizada, un modus vivendi, que es asumido como lo más natural del mundo- a un grupo fanatizado o soberanamente ideologizado, conlleva casi con seguridad una respuesta reactiva de mayor radicalidad, exacerbación, tribalización y ensimismamiento, de cerrar filas, puertas y ventanas ("¡Sabino y cierra Euskadi!") al objeto de resistir [11] a la desesperada frente a la menor crítica, la cual en su retina es advertida como severa amenaza, o al empeño de poner el dedo en la llaga, que en su escamada sensibilidad supone remover aquello que aspira a ser velado, secuestrado de la conciencia o condenado al sótano del subconsciente.

Ahora bien, tales restricciones no atañen -o no deberían hacerlo- al intelectual [12], al científico y al analista, para quienes el valor de la verdad y la apertura del intelecto están por delante de veleidades particularistas y partidistas. En este sentido, cabe celebrar el aliento y el arrojo de algunos trabajos que abrieron brecha -y las carnes de un país herido- como los realizados por José María Calleja, y muy en especial, su absolutamente imprescindible ¡Arriba Euskadi! [13], un libro tan brillante en su continente como estremecedor en su contenido. Asimismo, y en esa misma línea de vincular la zozobra con la cotidianidad y, estrictamente hablando, con la sociedad, es necesario celebrar algunas interrogantes, que queman en las manos, lanzadas sobre el tapete vascongado, en el se juega la suerte de una comunidad, a vida o muerte, tan explícitas como éstas:

¿Quiénes son los verdugos voluntarios de Hitler, para acordarnos del revelador libro de Goldhagen? ¿Quiénes son los que abren una rendija de la puerta cuando se están llevando al vecino, y no dicen nada, para acordarnos del poema de Brecht? ¿Quiénes son los colaboracionistas necesarios? [14].

Esto escribe un escritor español en un artículo referido al País Vasco actual, no a la Alemania nazi, titulado significativamente "Lehendakari Savater". Y es que si bien Fernando Savater se ha caracterizado, como pocos -muy pocos-, desde hace años por la claridad y la distinción en sus pronunciamientos sobre el drama vasco, sus últimas manifestaciones confirman la tendencia que aquí señalamos de no dejar fuera del registro de responsabilidades a la sociedad -a sus silencios, a sus complicidades, a su colaboración, en fin -en la dominación:

Sin duda. En el País Vasco, la sociedad está putrefacta, no enferma. El miedo, la vileza generalizada, el mirar para otro lado, el que cuando atacan o amenazan a alguien la preocupación de los vecinos sea no encontrarse con él en la escalera o que salpique la sangre...[15].

Y añade:

La putrefacción social y moral se huele en el País Vasco por debajo de los aromas deliciosos de la comida. Es un odio recalentado, una psicopatía [16].

Savater ha establecido igualmente -a propósito de unas declaraciones de dirigentes del PNV hechas públicas tras el atentado terrorista de julio de 2002 en la ciudad alicantina de Santa Pola, ante el que confesaban sentir principalmente asco- una correcta y necesaria distinción entre las varias clases de sentimiento que produce el conocimiento de las acciones terroristas y las que provocan el eco y la reverberación de muchas reacciones que las suceden:

La barbarie política criminal no es repulsiva, sino aterradora e intolerable. En cambio, resulta repugnante, es decir, asqueroso, comprenderla, justificarla, inhibirse ante ella para evitar problemas y sobre todo lamentarla patéticamente sin hacer nada realmente efectivo para perseguirla y castigarla [17].

La contemplación del horror, su conocimiento, no producen asco. Afirmar tal cosa supone en verdad un tremendo insulto para las víctimas reventadas o aplastadas y para sus deudos.

En nombre del Pueblo Vasco

La profundización del desafío secesionista lanzado por el Gobierno vasco al Gobierno español y a la sociedad española se está haciendo en nombre del Pueblo Vasco. El reto incluye la convocatoria de un referéndum en el que el Pueblo Vasco Soberano, dentro de su "ámbito de decisión" se pronunciaría sobre su destino. Eso argumentan los partidos nacionalistas vascos. Lo que no dicen -al margen de otros desvaríos del "plan": el impacto contra la legalidad, el suicidio económico, el proyecto totalitario implícito, la incompatibilidad con el proyecto de la Unión Europea, etcétera-, es que dicho plebiscito se daría en un escenario -como se dice ahora- en el que el resto de los españoles no cuentan y en el que la mitad de la sociedad vasca tendría que expresarse bajo el peso de la coacción y la amenaza, en el que se daría una ventajista supremacía de propaganda y acción a favor de la baza nacionalista. Pregonan por doquier, y no pocos sienten se dejan llevar por la seducción de una voz dominadora, aunque dominada al mismo tiempo por el temor, el temblor y por mucho, mucho, odio, que el Pueblo Vasco tiene derecho a decidir acerca de su futuro. Lo que omiten es que ellos y Él -que por lo visto son lo mismo- ya lo tienen decidido de antemano: un futuro en el que una parte de la sociedad vasca queda excluida y a merced de la otra. Pero, ¡a ver quién se queja, protesta o se opone!

La sociedad vasca sigue, por tanto, dramáticamente dividida: por un lado, los que callan porque esperan beneficiarse y sacar algún provecho del desafuero en el país de los fueros; por el otro, los amordazados por el peso del miedo, del asco y de la muerte. Se podrá disputar intelectualmente sobre la prescripción del caso, con respecto al mayor o menor optimismo que se vislumbra en lontananza, mas acerca del diagnóstico temo que no haya muchas correcciones que hacer.



[1] Etienne de la Boëtie, De la servidumbre voluntaria o el contra Uno, pág. 13. Tecnos, Madrid, 1986.
[2] Ibíd., pág. 28.
[3] Ibíd., pág. 56.
[4] Hannad Harendt, Los orígenes del totalitarismo, pág. 28. Taurus, Madrid, 1974.
[5] Daniel Jonah Goldhagen, Los verdugos voluntarios de Hitler. Los alemanes corrientes y el Holocausto, pág. 14. Taurus, Madrid, 1996. La reciente obra del autor, La Iglesia Católica y el Holocausto. Una investigación sobre la culpa y la expiación (de próxima publicación en la editorial Taurus), continúa en gran medida el propósito examinador y de denuncia de aquél. A estos trabajos de Goldhagen, deben sumarse recientes investigaciones que abundan en la sórdida trama de la participación ciudadana en la cacería nazi. Entre otros, citaremos los que siguen: Erica A. Johnson, El terror nazi. La Gestapo, los judíos y el pueblo alemán, Paidós, Barcelona, 2002; Robert Gellatelly, No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso, Crítica, Barcelona, 2002; Jan T. Gross, Vecinos. El exterminio de la comunidad judía de Jedwadne, Crítica, barcelona, 2002; Christopher Brownning, Aquellos hombres grises. El batallón 101 y la "Solución Final" en Polonia, Edhasa, Barcelona, 2002.
[6] Friedrich A. Hayek, Camino de servidumbre, pág. 38. Alianza, Madrid, 2000.
[7] Mikel Iriondo, "Anomalías", El País, 21 de noviembre de 2002.
[8] Carta del Director de Pedro J. Ramírez en El Mundo, 11 de agosto de 2002.
[9] Auto del juez Baltasar Garzón de 11 de octubre de 2002.
[10] Aurelio Arteta, "No hay derecho", El País, 26 de octubre de 2002.
[11] En unas declaraciones realizadas por Jon Juaristi, a propósito de la presentación de su nuevo libro La tribu atribulada. El nacionalismo vasco explicado a mi padre (Espasa, 2002), el escritor vasco hizo esta importante puntualización: "Los no nacionalistas no estamos en la resistencia, sino en la defensa." (ABC, 21/11/2002).
[12] Como consecuencia del extravío que está sufriendo en los últimos tiempos la voz "intelectual", debo aclarar que empleo el término especialmente en el sentido orteguiano: véase José Ortega y Gasset, Mirabeau o el político, Obras Completas, tomo 3. Alianza Editorial/Revista de Occidente, Madrid, 1983.
[13] José María Calleja, ¡Arriba Euskadi! La vida cotidiana en el País Vasco, Espasa, Barcelona, 2001 (Premio Espasa Ensayo 2001).
[14] José Tono Martínez, "Lehendakari Savater", ABC, 24/10/2002.
[15] Entrevista con Fernando Savater en ABC, 13/10/2002, p. 7.
[16] Ibíd., p. 9.
[17] Fernando Savater, "El asco", El País, jueves 8 de agosto de 2002.

Número 15

Antisemitismo

Editorial

Ideas en Libertad Digital

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Reseñas

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comentarios
1
Excelente artículo
PSL

He de felicitar al autor por el excelente artículo elaborado ya que viene a sostener una tesis que siempre he defendido; la de que todo gobierno es de una forma u otra una emanación de la sociedad a la que pertenece y posee un caracter "representativo" de la misma. Este caracter es independientemente de la existencia o no de cauces "democráticos" de expresión. La conformación de cualquier forma de gobierno desde la más tolerante y democrática a la dictadura más atroz es producto de una realidad histórica y social determinada. Es por tanto evidente, y especialmente en el caso del Pais Vasco que no es posible hablar siempre de la perfidia de las clases dirigentes y alabar al mismo tiempo la bondad innata de sus gobernados.
No deja de ser consustancial a la naturaleza humana la busqueda de la seguridad y la necesidad de ampararse en "certezas" materiales y espirituales que hagan la vida más fácil. De ahi que esté completamente de acuerdo que una de las patologías de nuestro tiempo sea el miedo a la libertad y la renuncia voluntaria de muchas personas a su disfrute. Esto no exime en ningún caso de responsabilidad a aquellos miles de ciudadanos que, como en la Alemania nazi, prefieren mirar para otro lado en el Pais Vasco. Es necesario recordar machaconamente a aquellas personas que dan automáticamente por bueno aquello que les resulta más útil que todos contamos con la información y los instrumentos que permiten analizar críticamente la realidad.
Ante las verdades eternas que ofrecen los fanatismos nacionales y religiosos hay que oponer siempre la capacidad de razonar y la osadia usar y dejar usar de la libertad. Estamos hablando del progreso humano, el auténtico "progresismo".?