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La Ilustración Liberal

Por un verdadero César Vallejo: entre la poesía solidaria y la ceguera marxista

En la historia de la cultura española e hispanoamericana durante el siglo XX es posible observar toda una nómina de pensadores, creadores e «intelectuales» que se tendieron trampas a sí mismos y que en su ceguera ideológica acabaron adhiriéndose a dogmatismos tan tiránicos y tenebrosos como el marxismo-leninismo y su derivación estalinista. De la cuestión de los intelectuales y el mito revolucionario ya dieron puntual cuenta para el caso hispanoamericano Plinio Apuleyo Mendoza, Carlos Alberto Montaner y Alvaro Vargas Llosa en sendos libros de lectura tan necesaria como enriquecedora[1]. En el ámbito particular de la literatura, no extraña encontrar toda una nómina de autores que fueron seducidos por una utopía marxista que condenaba la democracia liberal y la economía de mercado. Vestidos de noble compromiso solidario y honrada militancia ideológica muchos de esos autores ampararon y apoyaron consciente o inconscientemente regímenes políticos tiránicos, dictatoriales y antidemocráticos. En su ceguera ideológica, de la que con la perspectiva del tiempo y los hechos no cabe hoy dudar, algunos de esos autores defendieron y hasta disfrazaron como ejemplares ciertas tendencias despóticas de la demagogia marxista. A través de ellos y con el empuje de la crítica literaria adscrita a esa misma ideología (que sigue hoy viva en los círculos académicos universitarios y en cuyas variantes marxistas «postmodernas» no vamos a detenernos), aparece todo un lenguaje en torno a la «solidaridad» que se conecta frecuentemente con el concepto de los derechos humanos. De este modo, la defensa de tan nobles y necesarios derechos, inalienables para cualquier ser humano, parece ser exclusiva de posicionamientos ideológicos de izquierda. Por este camino, la crítica y la creación marxista logra desviar la atención de los hechos concretos y las realidades históricas falsificando el estado de tales derechos humanos, apropiándose de ellos y negando el talante liberal de quienes históricamente más han defendido y respetado tales derechos. Es por ello que todavía hoy incluso encontramos una incomprensible reverencia a la orientación moral e ideológica de autores contemporáneos como el colombiano Gabriel García Márquez o el portugués José Saramago, quienes, al margen de su calidad literaria y de sus galardones del Nobel, han venido apoyando abiertamente tiranías tan brutales como la de Fidel Castro: la misma tiranía que incluyó las Unidades Militares de Ayuda a la Producción de las que ha dado cuenta recientemente el historiador Enrique Ros como gulag castrista; la misma tiranía que torturó a un poeta como Heberto Padilla y que tiene hoy en la cárcel a otro poeta –Raúl Rivero– sólo por pedir libertad y democracia para la isla.

Este mismo año, en el que tanto abundan las celebraciones por el centenario del nacimiento del poeta chileno Pablo Neruda, entre congresos y simposios, charlas y jornadas subvencionadas con dinero público, pocos se acuerdan de que, pese a sus grandes dotes de poeta, Neruda fue también un hombre cuya fidelidad al marxismo-estalinismo lo llevó a adoptar actitudes nefastas y más que reprobables. Junto a sus andanzas comunistas por la España republicana, Neruda mostró en sus años de cónsul en México (1940-43) una absoluta obediencia a la estrategia mundial de la Unión Soviética de Stalin. Tanto es así que en 1953 recibió el Premio Stalin de la Paz. Piénsese en su silencio ante el asesinato de Trotski o sus celebraciones poéticas del dictador a raíz de su victoria militar en Stalingrado. Recuérdense las acusaciones y pronunciamientos de Neruda contra los «revisionistas» del dogma marxista y, en fin, no se olviden tampoco sus estrechos contactos con otro artista del comunismo como el mexicano Diego Rivera y el grupo de los muralistas. Repárese también en su homenaje poético a la revolución castrista y en sus apoyos al estado socialista totalitario del «democrático» Salvador Allende en Chile.

Si pensamos en el caso de España, otra celebrada figura como Rafael Alberti, por ejemplo, muestra igualmente esa misma ceguera voluntaria e inmoral a favor del marxismo comunista, con el apoyo sin paliativos por parte de Alberti a uno de los tiranos más sanguinarios de la historia como fue Stalin, y como prueba un poema inédito del poeta gaditano para las elecciones de 1933 encontrado en los archivos de Moscú. Cabe aclarar que no tenemos ningún empacho en reconocer el valor literario de los citados autores, ni de otros como Nicolás Guillén o Alejo Carpentier, por citar autores paradigmáticos de filiación marxista, pero esto no debe nunca significar que se olvide en ellos su indisposición no sólo para exponer y plantear un pensamiento ideológico coherente, sino su error y su ceguera al apoyar el marxismo, el estalinismo y aun el castrismo. Sólo en el género de la poesía hay toda una lista de celebrados autores que aunque fueron voces importantes para la evolución lírica de la poesía contemporánea en lengua española, fueron a la vez lamentables ideólogos y pensadores de nuestro tiempo que acabaron cayendo peligrosamente en las trampas del marxismo-leninismo[2].

César Vallejo y la ceguera marxista

Uno de esos poetas que también cayó en la falacia marxista fue el peruano César Vallejo (Santiago de Chuco, 1892 - París, 1938), voz fundamental en la poesía hispánica del siglo XX. Su obra completa supuso un modo nuevo de escribir poesía, pero ofrece grandes y preocupantes sombras en otros géneros, en particular en lo que toca a la prosa de pensamiento político vallejiano. A ello se suma el hecho de que su obra ha sido con frecuencia objeto de lecturas manipuladas y tergiversadas por parte de un sector de la crítica literaria marxista más servil e interesada únicamente en la ideologización de su obra y en la filiación de este peruano a la causa comunista. A pesar de la rebaja y la desmitificación de algunas de esas ideologías trasnochadas y tiránicas, un amplio sector de esa crítica literaria determinista y miope insiste en las deudas de la poesía de Vallejo con el marxismo. A su vez, esa crítica borra o silencia en Vallejo cuanto no interese a tales fines. Nuestra intención es mostrar cómo Vallejo fue un hombre de su tiempo que, sin duda, se vio erróneamente fascinado y aun cegado ante las promesas del marxismo pero cuya poesía poco tiene que ver con el dogmatismo marxista. De hecho, Vallejo se opuso varias veces a aceptar cualquier creencia dogmática, ni siquiera la del marxismo. Siempre defendió el valor del hombre como ser entrañable y cuya libertad supera el sacrificio a cualquier doctrina o ideología. Pero el gran error de Vallejo consistió en no entender nunca que tras el marxismo se hallaba justamente el gran peligro para la libertad humana. Por eso, y aunque resulte paradójico, la poesía de Vallejo –que se apoya en la idea de la solidaridad y la fraternidad– permite una lectura que desmitifica los parámetros del marxismo.

Sabemos que Vallejo fue un hombre de carácter existencialmente desesperado y esencialmente bueno, hombre de profunda crisis moral, de atormentado desasosiego interior que padeció ante el panorama de la humanidad sufriente de entreguerras. Por eso resulta tan difícil entender que este hombre bueno, este autor de Poemas humanos fuera el mismo hombre que apoyó el marxismo en su vertiente más feroz y tiránica: la del estalinismo. Vallejo quiso ver en el marxismo un sistema enteramente nuevo en el que intuyó erróneamente algún mejoramiento social para las masas trabajadoras. Su delicada salud física y sus experiencias personales de gran penuria económica le llevaron a una confusión ideológica que vio el marxismo como solución. Nuestro interés en presentar a un verdadero Vallejo responde a la voluntad de rescatar la doble vertiente de este peruano: la del poeta sinceramente entusiasmado por la solidaridad y la fraternidad de todos, según refleja su poesía; y la del mediocre pensador y defensor del marxismo. El objetivo es aclarar algo las cosas teniendo en cuenta la gran selva bibliográfica dedicada a este autor peruano. Se trata de aclarar, ante todo, la falsificación de una crítica literaria marxista que ha tapiado al Vallejo poeta entre los muros de una visión parcial e inexacta de la historia literaria hispanoamericana y española. Un amplio sector de sus críticos mayoritariamente lo han querido ubicar siempre en los presupuestos preestablecidos de la dialéctica y la dogmática marxista. Sin embargo, al leer al poeta y no al pensador se comprueba otro talante, menos dogmático y mucho más humano. Probaremos también que aunque Vallejo fue ideológicamente militante del marxismo no fue nunca doctrinalmente sectario o dogmático en su poesía y, lo que es más importante, no es posible hallar en su obra lírica una intromisión o radicalización ideológica por vía del marxismo. Nuestra argumentación se apoya en el hecho de que la evolución del pensamiento político en Vallejo no es tan simple como la crítica ha querido presentar, sino que toda la prosa de combate, agitación y propaganda que Vallejo escribió en su vida demuestra no sólo la ingenuidad de un hombre filtrado por la demagogia marxista, sino que constata la escasa habilidad de Vallejo para sostener un pensamiento ideológico coherente. Su prosa política está llena de formulaciones y consignas propias de los tópicos marxistas, cuya lógica se apoya en cimientos tan endebles como insostenibles. Por eso, consideramos que Vallejo fue un ideólogo de escasísima valía que vivió en un tiempo de miopía marxista y que contrasta con los grandes logros y las grandes intuiciones de una poesía tan excepcional como la suya. Curiosamente, Vallejo tuvo siempre presente en su obra poética el más noble ideal de fraternidad que constituye toda una poética de la solidaridad en conexión directa con una sentida defensa de los derechos humanos, paradójicamente los mismos derechos que el marxismo estalinista pisó y nunca respetó. Tales derechos se anuncian de modo ejemplar en sus poemas y al margen de lo que en su vida fue la apología del marxismo, según veremos. En Vallejo, por tanto, es posible establecer una hermenéutica cultural que favorece el entendimiento de la literatura y de la crítica literaria como componente y anuncio de una ética universal basada en la defensa de la libertad humana y de los derechos humanos como piedra clave de toda sociedad liberal y democrática. Paradójicamente, en la poesía de Vallejo se intuye todo eso al tiempo que se aparta de la apología marxista de buena parte de su obra no poética. De ahí que resulte necesario ubicar a Vallejo en su justa medida y como autor de unos poemas que resultan tan universales como desmitificadores de la misma ideología marxista. Quienes mejor conocieron al poeta han dado versiones diferentes de lo que supuso para Vallejo su propia obra. Juan Larrea, amigo del peruano, se inclinó siempre por una lectura metafísica y religiosa de la obra de Vallejo. Su esposa, Georgette de Vallejo, interpretó siempre su obra desde la política marxista. Nuestra propuesta de lectura vallejiana acaso pueda solucionar este conflicto interpretativo y conceder una solución en simbiosis al asunto que puede resumirse con brevedad: Vallejo fue un poeta humano, metafísico y religioso (hasta existencial y cristiano) pero también fue en todo lo demás –especialmente en toda su obra no poética– un defensor cegado por el marxismo, cuyo error cabe mostrar a la luz de los falsas y nefastos resultados de esa misma ideología en la historia de la humanidad.

Cualquier lectura cuidadosa de los textos en prosa y el teatro de Vallejo corroboran su compromiso ideológico con el marxismo comunista. Su ingenua adhesión parte de la noble voluntad de edificar una nueva sociedad como remedio del dolor y el sufrimiento de la humanidad y va evolucionando desde el trotskismo al estalinismo. La perentoria vida de Vallejo tiene directa relación con tal adhesión, en especial durante su vida en París donde el poeta sufre necesidades con falta de vivienda y trabajo. Desde París, y con escasas posibilidades económicas, Vallejo realiza varios viajes por Europa, en especial a Rusia y a España. Todos ellos tienen una importante razón política debida a la radicalización ideológica de Vallejo a favor del marxismo a partir de 1928 e incluso ya antes. En octubre de ese año viaja por primera vez a Rusia con la intención de quedarse allí, aunque unas semanas después regresa a la capital francesa. Desde allí, en carta fechada el 27 de diciembre de 1928, Vallejo le anuncia a su amigo Pablo Abril de Vivero: «Estoy dispuesto a trabajar cuanto pueda al servicio de la justicia económica cuyos errores actuales sufrimos: usted, yo y la mayoría de los hombres, en provecho de unos cuantos ladrones y canallas. Debemos unirnos todos los que sufrimos de la actual estafa capitalista, para echar abajo este estado de cosas. Voy sintiéndome revolucionario y revolucionario por experiencia vivida, más que por ideas aprendidas». (Epistolario, 190, el subrayado es nuestro).

El marxismo era entonces la gran pasión de muchos intelectuales del momento bajo el impulso y el ejemplo de la Revolución Soviética. Para entonces, y ya desde 1927, los surrealistas franceses –André Breton, Paul Eluard y Louis Aragon, entre otros– se han hecho miembros del Partido Comunista Francés. Vallejo va incluso más allá y se adhiere al socialismo revolucionario, estudia la teoría marxista, asiste a charlas y reuniones en las que se exponen y discuten problemas socioeconómicos, lee folletos y libros sobre la lucha de clases, se interesa por la organización socialista del trabajo y por autores y creaciones soviéticas. Se liga al movimiento comunista y hasta adoctrina a obreros españoles exiliados en París. Para entonces, en Perú, José Carlos Mariátegui acaba de fundar el Partido Comunista Peruano con la propuesta de crear una célula del Partido en París. Vallejo se entusiasma y dentro de esa célula la ideología que adopta íntegramente es la del marxismo-leninismo militantes y revolucionarios en todos sus aspectos: filosófico, político y económico-social. Paulatinamente, su conversión ideológica se radicaliza y dejando a un lado la poesía se centra en tareas periodísticas y de propaganda y combate ideológico a favor de la revolución apoyada en las tesis marxistas y leninistas. En el seno de esa célula, se sostienen y propugnan los métodos del socialismo revolucionario ortodoxo y se combaten todas las formas, los métodos y las tendencias de la llamada social-democracia y de la II Internacional.

En septiembre de 1929 Vallejo viaja por segunda vez a Rusia acompañado de Georgette Phillipart, con quien se casará luego y con quien compartirá su vida. Tras otros viajes, pasa por España y regresa a París donde participa en manifestaciones callejeras y en reuniones clandestinas. Es detenido en varias ocasiones y vigilado policialmente por su filiación a círculos comunistas. Tanto es así que acaba siendo expulsado de Francia a fines de diciembre de 1930. Para entonces Vallejo se ha ido ya conformando más con la línea del partido y ha iniciado una serie de artículos periodísticos sobre la Unión Soviética –«Reportaje de Rusia»– que confirman una progresiva estalinización de su pensamiento, como ya demostró Stephen Hart. Es en esos primeros años de la década de los treinta cuando Vallejo se traslada a España y se dedica a escribir prosa de urgencia, combate, agitación y propaganda que, en palabras del reconocido crítico peruano José Miguel Oviedo: «demuestra con su mezcla de ingenuidad, demagogia y ceguera, la escasa habilidad de Vallejo para sostener un discurso ideológico coherente… El prosista ideológico solía escribir como un catecúmeno que, para convencerse a sí mismo y a los otros, pensaba mediante consignas y fórmulas hechas cuya lógica era difícil de sostener» (Oviedo, 336). Piénsese en su relato «Paco Yunque», que a partir de un cuento infantil ilustra la lucha de clases, o léase su novela indigenista El tungsteno, como aplicación de las consignas del realismo socialista propagadas por el teórico estalinista Andrei A. Zhdanov y que servirán de fundamento dogmático oficial en el Primer Congreso de Escritores Soviéticos de 1934. Lo mismo podemos decir del teatro de Vallejo, plagado de estalinismo ortodoxo, como prueban las piezas Entre las dos orillas corre el río o Lock-Out. Igualmente, y como prueba de todo esto, vale la pena leer otras obras de Vallejo como las tituladas s (que tuvo gran éxito editorial, agotándose tres ediciones en sólo cuatro meses), Rusia ante el Segundo Plan Quinquenal (que, en cambio, fue rechazada por todas las editoriales y sólo apareció publicada en 1965), El arte y la revolución, Contra el secreto profesional y otros escritos póstumos.

Al llegar a 1931 Vallejo es ya miembro del Partido Comunista Español y abandona sus antiguas concepciones trotskistas para identificarse por completo con el partido estalinista, del que será uno de sus más dedicados defensores. En su ceguera, y como demostró Stephen Hart al hilo de las alteraciones y silencios de Vallejo en su texto «Literatura proletaria», el poeta peruano somete sus opiniones particulares a la disciplina del Partido Comunista. Entre las obras en prosa de Vallejo, resulta especialmente revelador el cuaderno de notas que el poeta fue redactando con sus impresiones y que acabará publicando en 1934 con el título El arte y la revolución (luego incluido en el volumen cuarto de las Obras completas de Vallejo). De su contenido y de otros testimonios vallejianos dio cuenta Teodorescu en aclarador artículo que confirma cómo el peruano no sólo adquirió en su prosa posturas militantes a favor de la línea del Partido Comunista de la Unión Soviética, sino que tuvo una visión parcial, mutilada e incompleta de la realidad soviética en la época de ascensión de Stalin. Igualmente, los apuntes biográficos sobre Vallejo publicados por su esposa Georgette confirman tal posicionamiento y verifican la quiebra entre la prosa política de Vallejo y su poesía lírica. Tales apuntes confirman asimismo la admiración del peruano ante la dictadura proletaria, la creencia del bolchevismo como humanismo en acción y el seguimiento ante las líneas directivas del Partido, siempre bajo la dialéctica marxista-leninista.

De igual modo, importa considerar su citada obra Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin, cuya aparición en julio de 1931 ofrece toda una apología propagandística de la revolución estalinista que corrobora la ceguera ideológica de Vallejo. En ella, el peruano defiende el Primer Plan Quinquenal y obvia la condición despótica y tirana de Stalin. Su apología de todo lo soviético pasa por la alabanza del marxismo frente al desprecio del capitalismo y el rechazo a Estados Unidos, país que nunca visitó. Algunos de los pasajes de Rusia en 1931 hablan de Moscú como el paradigma de ciudad avanzada en las relaciones colectivas y como estructura política y económica justa y libre. Por el contrario, Vallejo contempla Nueva York como el centro de la injusticia y de la explotación de la mayoría de trabajadores indefensos por parte de una minoría de patronos inhumanos. Algo más de medio siglo después, la historia demostró y sigue mostrando hoy el gran error de Vallejo. Al escribir todo esto, Vallejo está aferrado ya al estalinismo y a las directrices del Partido Comunista de la Unión Soviética y de su Unión y Bureau Internacional de Escritores y Artistas Revolucionarios.

Con el estallido de la Guerra Civil en España su entrega a la causa republicana es total. Aparece así su libro de poemas España, aparta de mí este cáliz, que aun siendo poesía de combate de un escritor volcado a lo que desde la trastienda estalinista republicana se define como causa antifascista no mezcla dogma y poesía. Cabe insistir, según probaremos, que en esos poemas –contrariamente a lo que ocurre con su prosa o con su teatro– no hallamos nunca un esquematismo ideológico ni una prédica maniquea, como muchos críticos marxistas han querido ver. Desde luego, Vallejo está del lado republicano, pero su poesía trasciende la cuestión ideológica y se eleva como una de las creaciones líricas más humanas y universales. Es una poesía que junto a los logros formales adquiere un valor universal que traspasa su tiempo y la ceguera ideológica y dogmática de sus obras no poéticas. En España, Vallejo participa –como tantos otros poetas del momento– en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Visita el frente de batalla y, de regreso a París –perdonado por el gobierno francés–, promueve la fundación del Comité Iberoamericano para la Defensa de la República Española[3]. Su vida acaba en París el 15 de abril de 1938 en un estado de lamentable necesidad y a raíz de una misteriosa enfermedad.

Frente a todos estos datos apoyados en la vida y en la obra de Vallejo, hemos planteado al inicio la idea de que curiosamente su poesía logró traspasar la mera reivindicación propagandística e ideológica del marxismo y buscó una defensa de los más inalienables derechos del individuo. Basta leer para comprobarlo los textos vallejianos de crítica artística y literaria, como el titulado «Los artistas ante la política», publicado el 31 de diciembre de 1927 en la revista Mundial de Lima. Allí Vallejo declara que pese a que todo artista tiene también una parte de sujeto político, su acción específica no consiste en propagar un catecismo dogmático. Para Vallejo, el artista no debe hacer propaganda doctrinaria, ni en conducir a las multitudes, orientar su voto o asumir funciones pedagógicas. El artista, afirma Vallejo, no tiene que divulgar ideas cuajadas de tópicos políticos. Por eso, en este texto –silenciado con frecuencia por los críticos marxistas– Vallejo afirma sin fisuras la no instrumentalización política del arte y tras censurar, por ejemplo, al pintor comunista mexicano Diego Rivera, asegura rotundamente el poeta peruano: «La historia del arte no ofrece ningún ejemplo de artista que, partiendo de consignas o cuestionarios políticos, propios o extraños, haya logrado realizar una gran obra» (Crónicas, II, 210). Ese fue justamente el caso de Vallejo, pese a lo que todavía a estas alturas sigue negando la crítica marxista en una machacona insistencia de agrupar en un mismo saco los grandes logros líricos de Vallejo con su ideología.

Lo mismo puede decirse de la opinión del propio Vallejo sobre el criterio político del arte y la literatura. En su artículo «Literatura proletaria», publicado también en Mundial de Lima el 21 de septiembre de 1928, Vallejo enfatiza sin reparos su concepto del arte en unas palabras que también suelen silenciar los críticos marxistas de Vallejo. Tampoco aquí Vallejo deja lugar a la duda al aclarar: «Cuando Haya de la Torre me subraya la necesidad de que los artistas ayuden con sus obras a la propaganda revolucionaria en América, le repito que, en mi calidad genérica de hombre encuentro su exigencia de gran giro político y simpatizo sinceramente con ella, pero en mi calidad de artista, no acepto ninguna consigna o propósito, propio o extraño, que aún respaldándose de la mejor buena intención, someta mi libertad estética al servicio de tal o cual propaganda política» (Crónicas, II, 298, subrayados nuestros). Y a renglón seguido, sin ningún tipo de ambigüedad, Vallejo concluye: «Como hombre, puedo simpatizar y trabajar por la Revolución, pero, como artista, no está en manos de nadie, ni en las mías propias, el controlar los alcances políticos que puedan ocultarse en mis poemas.» (Crónicas, II, 298). Lo mismo podríamos decir de algunos de los artículos del propio Vallejo recogidos en el volumen El arte y la revolución, donde el peruano hace nuevamente una distinción entre el poeta (que él llama «socialista») y el político ideólogo. Vallejo argumenta: «En el poeta socialista, el poema no es, pues, un trance espectacular, provocado a voluntad y al servicio preconcebido de un credo o propaganda política, sino que es una función natural y simplemente humana de la sensibilidad» (El arte y la revolución, 27). Incluso en los momentos del Vallejo más radicalizado en el marxismo, el peruano muestra una contundente defensa del arte frente a una ideología particular. Léanse, al respecto dentro de El arte y la revolución los capítulos (casi siempre silenciados) de «Escollos de la crítica marxista» o «Los doctores del marxismo», como ejemplo y apoyo de nuestra tesis. Estos textos y citas tomadas directamente de Vallejo sirven como inequívoca argumentación de nuestra tesis de un Vallejo poeta que se aparta de la apología marxista. De igual modo, vale la pena realizar un acercamiento a la poesía de Vallejo como paradigma de una poética de la solidaridad, alejada de dogmatismos, y en favor de los derechos humanos. Tal acercamiento resulta muy iluminador para mostrar justamente cómo en el ámbito de la recepción de su obra, y en el contexto del lector de inicios del siglo XXI, su obra poética constituye paradójicamente una desmitificación de la ideología marxista. En el prólogo a su antología poética sobre derechos humanos, el también poeta y crítico Manuel Mantero incluyó varios poemas de Vallejo y advirtió: «la historia nos ha mostrado cómo pasan las ideologías; en cambio, las ideas, si son legítimas, permanecen. Lo malo de los «ismos» políticos es que, cuando desaparecen, suelen dejar detrás muchas lágrimas y mucha sangre» (Mantero, 1973: 8). Vallejo fue consciente de las nefastas implicaciones de arte y política, si bien es cierto que muchos de sus conceptos sobre el marxismo fueron tan vacilantes como contradictorios. Sin embargo, consideramos que leer la poesía de Vallejo como resultado de su ingenua ceguera por el marxismo disminuye el valor universal de su poesía, según comprobaremos.

La creación literaria en Hispanoamérica, desde las tempranas crónicas de Bartolomé de las Casas, Alvar Núñez Cabeza de Vaca o Cristóbal de Molina, fue incluyendo una conciencia social que acabó siendo configurada en el siglo XX en términos de lo que podemos denominar como poética de la solidaridad. La adhesión a la causa o la empresa del «otro» ha sido contemporáneamente uno de los signos caracterizadores del espectro literario en las diversas regiones culturales hispanoamericanas. Si aceptamos que tal poética de la solidaridad tuvo una de sus concreciones en la poesía, nuestro acercamiento a la lírica vallejiana se engloba en un corpus más amplio de poesía ligada a la cuestión de los derechos humanos. Vallejo representa uno de los paradigmas líricos más importantes de dicha poética de la solidaridad, como adelanto y anuncio de posteriores reivindicaciones sociales y humanas por vía de la poesía y al margen de dogmatismos. Cabe señalar que al hablar de poesía hispanoamericana de derechos humanos hacemos referencia a los textos poéticos que tratan directamente de las cuestiones incluidas en el articulado de la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948. Al hacerlo, sin embargo, primamos el valor artístico sobre el jurídico o político, tal y como el mismo Vallejo propuso en sus citadas prosas. Desde estos planteamientos, y sin entrar aquí en mayores consideraciones teóricas, vale la pena analizar algunos ejemplos de la poesía solidaria de Vallejo, en especial de sus libros póstumos de 1939: Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz, como antecedente sincero de esos derechos y como demostración de la verdadera dimensión universal y no dogmática de su poesía[4].

La poesía solidaria de César Vallejo

El 10 de diciembre de 1948 la Asamblea General de las Naciones Unidas aprobó en París la Declaración Universal de Derechos Humanos, documento de treinta artículos que aspiraba a la defensa de la libertad, la justicia y la paz. La cuestión de su fundamentación teórica ya fue tratada por varios juristas y estudiosos como Norberto Bobbio y, de modo divulgador, por Hernando Valencia. Para aquél, «el problema de fondo relativo a los derechos humanos no es hoy tanto el de justificarlos como el de protegerlos» (Bobbio, 61). Efectivamente, los últimos informes de Naciones Unidas, los del Departamento de Estado del gobierno norteamericano y los de grupos como «Christian Solidarity Internacional», «Freedom House», «Internacional Organization of Human Rights», y «PEN Internacional» (por no citar ya otros grupos como Human Rights Watch o Amnistía Internacional, cuyos informes hay que leer siempre con prevención) muestran que todavía hoy no existe un solo gobierno en el mundo que respete en su integridad todos los artículos de dicha Declaración[5]. El caso hispanoamericano es, en este sentido, muy significativo y buena parte de los hechos políticos del siglo XX en esa zona apuntan justamente a las violaciones de tales derechos dentro de un marco de total impunidad. Resulta obvio que el estudio de la poesía hispanoamericana contemporánea ofrece un inagotable campo para iniciar esa labor de hermanamiento entre ética, literatura y humanidad. El caso de Vallejo es paradigmático y no puede seguir siendo utilizado y apropiado por la crítica marxista. La poética de la solidaridad en Hispanoamérica anunciada por Vallejo favorece la reflexión intelectual y humanística, al tiempo que niega la lectura de la poesía desde orientaciones fraudulentas y predeterminadas favorablemente hacia ideologías de la izquierda, particularmente el marxismo[6]. Es posible corroborar la existencia en Vallejo de una poética de la solidaridad asomada a las cuestiones individuales y colectivas de la libertad, la fraternidad, la discriminación, el trabajo, el nivel de vida y la educación. Lo importante es saber dilucidar entre poesía e ideología y hasta lo que resulta más difícil: ver la verdadera dimensión de autenticidad existente en las propuestas líricas de Vallejo y de otros autores hispánicos. En la ingente floración de poesía hispánica de derechos humanos, la poética de la solidaridad de Vallejo sirve de eje anunciador, por lo que el análisis de los paradigmas líricos favorece una mejor interpretación de su valor en la evolución literaria hispanoamericana y como desmitificación del marxismo dogmático.

Bajo el sustrato modernista, pero con la quebrazón que supuso la vanguardia poética, la poesía de Vallejo rompió formalmente con las estructuras tradicionales de la lengua, desbordó la ortografía, violó la sintaxis y encontró en el léxico una nueva veta de impensables neologismos e inusuales adjetivaciones. Los mejores años de su producción artística coincidieron con el florecimiento de las vanguardias europeas e hispanoamericanas, con la moda ultraísta, creacionista y surrealista que Vallejo conoció de primera mano. Mucho más allá, sin embargo, del mero intento formal y reaccionario de otros poetas vanguardistas, la poesía de Vallejo estuvo apoyada siempre en una honda emoción humana y, sobre todo, en una solidaridad universal con el hombre de la que Vallejo dejó testimonio literario en sus poemas. Nunca antes la poesía hispanoamericana había adquirido un carácter tan coloquial y conversacional, pero a la vez tan líricamente humano. En el acierto de conjugar esta doble faceta humana y poética es donde la poesía de Vallejo alcanzó su más alto vuelo y lo que explica, entre otras razones, el interés de su poesía. En este sentido, el número de libros, monografías, artículos y números especiales dedicados a Vallejo es muy extenso y su obra, que traspasa el género poético, mantiene viva la atención del investigador[7]. El valor de la poesía de Vallejo no sólo radica en su capacidad de innovación lírica, sino también en su dimensión humanamente solidaria que testimonia el conflicto del hombre moderno. El canto de Vallejo es grito por la dignidad humana, por la fraternidad y la libertad individual hasta el punto de que su lenguaje se hace a veces subversivo, como ya demostró Fabio Jurado. Un recorrido por el mundo poético vallejiano permite detectar esa visión solidaria. Manuel Mantero ya dedicó unas páginas a la ternura humana de Vallejo, donde señaló que «en todos sus libros, y en más o menos grado, esta ternura, a veces diluida y otras saltante, resplandece y nos agarra» (Mantero, 1971: 122). Dar cuenta aquí de todos y cada uno de los poemas vallejianos en los que se aborda el tema de los derechos humanos es tarea que rebasa los límites de este trabajo por lo que nos centraremos en algunos textos paradigmáticos, con especial énfasis en su última poesía. El paradigma lírico vallejiano testimonia la distancia entre el poeta que como artista se siente solidario y el dogmático cegado por el marxismo.

La solidaridad ante la pobreza

Los temas de la muerte, la orfandad vital, el mal o el dolor fueron constantes de la poesía de Vallejo, como ya estudió James Higgins. Junto a esta perspectiva de signo existencial, que es clave en toda la obra de Vallejo, se encuentra también un conjunto de poemas en los que late un virulento desprecio por la injusticia social que representa una mirada atenta a la desigualdad del hombre en el mundo: el nivel de vida, la pobreza y el hambre, ideas que Vallejo tuvo bien presentes[8]. Ya en su primer libro, Los heraldos negros (1918), Vallejo muestra su interés por el tema de la pobreza y el hambre. El acto de comer, el ayuno, el pan son motivos y constantes de toda su poesía, como muestra «El pan nuestro», poema en el que el autor desea compartir su pan con todos los hambrientos. El sujeto poemático considera que en su propio acto de alimentarse está quitándole el pan a su prójimo, quien no tiene para comer: «Yo vine a darme lo que acaso estuvo / asignado para otro» (vv. 19-20)[9]. Por vía del hermanamiento con todos los pobres, Vallejo llega a considerarse una especie de mal ladrón que le lleva a compartir. El interés de este poema radica además en la inclusión de elementos cristianos, constante vallejiana representada aquí también por la oración del padrenuestro y que dice mucho del carácter noblemente cristiano de la poesía de Vallejo[10].

A la muerte de Vallejo se reunieron los poemas escritos entre 1923 y 1937, que conocemos como Poemas humanos y España, aparta de mí este cáliz[11]. Estos conjuntos poemáticos resultan muy representativos para el establecimiento de la poética de la solidaridad en Vallejo y del valor artístico de su poesía, lejos de cualquier marxismo dogmático y doctrinal. En el ámbito de la pobreza, es interesante iniciar nuestro análisis con el poema «La cólera que quiebra al hombre en niños...», fechado el 26 de octubre de 1937. Vallejo organiza un poema en el que del elemento de la violencia, la cólera, se torna un elemento de paz. En el fondo, lo que el poeta plantea es que ninguna cólera es tan grande como la del pobre. La cólera del pobre, nos dice Vallejo, «tiene un aceite contra dos vinagres», «tiene dos ríos contra muchos mares», «tiene un acero contra dos puñales», «tiene un fuego central contra dos cráteres» (vv. 5, 10, 15 y 20). En este juego de contrarios el primero de los elementos es de signo positivo (la paz) frente a la negatividad de los segundos (la violencia). En la supresión de tal violencia en aras de la paz y en beneficio de la erradicación de la pobreza es donde Vallejo muestra inequívocamente una dimensión solidaria y alejada del marxismo militante y dogmático que empuja a la revolución del proletariado por cualquier medio necesario, incluido el de la violencia. Al mismo libro pertenece el poema «Un hombre pasa con un pan al hombro», con fecha del 5 de noviembre de 1937. Es un poema crítico que trasciende el tema de la pobreza y que apunta la existencia de realidades primarias físicas o interiores más importantes que las otras ocupaciones y realidades del mundo moderno. El contraste entre unas y otras parte del paralelismo estrófico, de tal modo que cada una de las trece estrofas consta de dos versos: uno declarativo y el otro interrogativo, a modo de una dialéctica que algunos críticos han querido entroncar con las proposiciones de tesis, antítesis y síntesis del marxismo y aun con las preguntas retóricas de los textos de Stalin. Sin embargo, aun pudiendo ser así, esta particularidad no afecta ni al valor lírico ni a la condición universal del poema porque Vallejo no convierte su poema en artefacto poético a favor del marxismo. Por este mismo orden se contraponen en cada estrofa la lamentable realidad de las lacras humanas frente a la teorización del pensamiento abstracto: el hambre-la psicología de Jung; la miseria-el psicoanálisis de Freud; la violencia-la filosofía socrática; lo imperfecto e inerme-el manifiesto surrealista de Bretón; la enfermedad-la filosofía de Fichte; la sordidez-las matemáticas; el accidente laboral-el lenguaje poético; el robo-el tiempo y la relatividad; la estafa-la artificialidad del comportamiento social; los marginados-la pintura de Picasso; la muerte-las academias; la guerra-el más allá; la ignorancia-la filosofía de Fichte y Schelling. El poema emplea una constante ironía que llega en algunos momentos al mordaz sarcasmo cuando, por ejemplo, Vallejo plantea la mayor importancia que tiene la vida humana sobre las cuestiones meramente estéticas: «Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza / ¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?» (vv. 13-14). En otros casos dentro del mismo poema, Vallejo recurre al humor de frases y expresiones populares como en la novena estrofa: «¿Con qué cara llorar en el teatro?» (v. 18). Pero detrás de la ironía y el humor, lo que se plantea es la crítica a una sociedad más preocupada por las cosas secundarias que por lo realmente importante: las necesidades básicas y primarias de todo ser humano. En ese conflicto del hombre moderno que plantea eficazmente Vallejo hay una confesión del poeta en cuanto a que resulta más importante dar de comer a un hambriento que discutir en materia de filosofía y otros particulares. Por eso, insistimos, en la poesía de Vallejo hay siempre una voluntad de dar mayor importancia al hombre como ser entrañable que a cualquier dogma ideológico concreto. Las necesidades básicas son imperantes necesidades del ser humano. Todo lo demás viene como consecuencia de haber podido sobrevivir. Vallejo, por consiguiente, exige en este poema la mayor ocupación de todos en cubrir las necesidades básicas de la humanidad. El acierto de este texto no sólo radica en la idea expresada, sino en la habilidad de poetizar y enlazar rítmicamente unos contenidos aparentemente prosaicos[12]. El grito final con el que Vallejo concluye el poema testimonia la angustia del poeta ante una sociedad insolidaria, al tiempo que censura a figuras como André Breton o Pablo Picasso, ligadas también a posiciones ideológicas de la izquierda marxista.

Otra composición de genuina solidaridad humana, y que también entre otras cosas apunta el tema del pobre y su necesidad, es el titulado «Los desgraciados», incluido en Poemas humanos, y del que se ocupó Sicard. Se trata aquí de un cuadro de los marginados, a quienes Vallejo anima a la esperanza de la llegada de un nuevo día. Así se explica la constante repetición en cada estrofa, una o dos veces, del «ya va a venir el día...» (vv. 1, 5, 6, 17, 18, 26, 27, 34, 35 y 45). En cada estrofa se encuentra un consejo o advertencia del poeta al desvalido. Es un lenguaje retorcido, despedazado, hermético y sorprendente. Vallejo viene a mostrar con ternura la escandalosa y mezquina vida de los marginados al tiempo que se insinúa de modo ambiguo un canto de esperanza para esos seres: «Necesitas comer, pero, me digo, / no tengas pena, que no es de pobres / la pena, el sollozar junto a su tumba» (vv. 11-13). Ese desgraciado es «amada víctima» (v. 33) con la que Vallejo se solidariza y a quien ofrece su calor aunque la sociedad entera se vuelque contra esos marginados. Al final, la llegada del día se hace ya presente y el poeta anima con esperanza al marginado que debe guardar su dignidad y orgullo para intentar sentirse vivo en el futuro. También de Poemas humanos es «La rueda del hambriento», donde el poeta da el turno, la vez, la rueda a un ser famélico para expresarse. Vallejo apunta la sordidez vital de un hambriento arquetípico, desesperado y postrado. Para ello se incluye un vocabulario y una acentuación sorprendente: «Váca mi estómago, váca mi yeyuno, / la miseria me saca por entre mis propios dientes» (vv. 4-5). El hambriento reclama primero una piedra, la que sea, para sentarse. Como por asociación, la dureza de la piedra le lleva al pan de los pobres, pasado en días e igualmente duro si es que les alcanza. Pide un pedazo de pan pero al final, y en forma de gavilla con repeticiones paralelísticas, encontramos el grito dolorido del hambriento que pide «una piedra en que sentarme» (v. 29) y que reclama por favor para poder marcharse «un pedazo de pan en que sentarme» (v. 30). Constatamos con Vallejo la nada del pobre, su vuelta al inicio porque se halla –como al principio– lleno de miseria. También en este poema Vallejo fue capaz de elevar las expresiones populares a categoría artística. Véase, en este sentido, cómo empieza: «Por entre mis propios dientes salgo humeando, / dando voces, pujando, / bajándome los pantalones...» (vv. 1-3). La idea de «bajarse los pantalones» constituye la poetización de una expresión figurada y popular que confirma la postración y la supeditación de los desvalidos y prueba la apuesta vallejiana a favor de la solidaridad y contra la pobreza. Pero obsérvese que es un ataque contra la pobreza donde no hay hueco para dogmatismos marxistas, sino desde una dimensión humanamente universal.

La solidaridad como fraternidad

No son pocos los poemas de Vallejo en los que el rechazo de la injusticia social se desarrolla a partir de un sentimiento de fraternidad universal y humana. En esta generosa idea de que todos los seres humanos deben comportarse fraternalmente los unos con los otros Vallejo adelanta ya una de las claves de toda la Declaración Universal de 1948. Poemas humanos ofrece varios poemas representativos del tema de la fraternidad, como el que se inicia «Me viene, hay días, una gana ubérrima...», fechado en noviembre de 1937. Se trata de un canto a la hermandad con el prójimo, cualquiera que sea su condición. Es un deseo de amar a todos: «al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito / a la que llora por el que lloraba» (vv. 5-6). Es un querer universal, «mundial / interhumano y parroquial» (vv. 24-25) escribe Vallejo, en un ansia de fraternidad absoluta. La insistente repetición del verbo «querer» a lo largo del poema contribuye a entender el texto en términos de una purificación universal y personal por la que Vallejo se solidariza con todo y con todos. Es precisamente esa piedad y desolación ante la injusticia lo que hace de Vallejo un poeta ligado al mensaje cristiano, el poeta que se cegó ante la fallida utopía del marxismo pero que fue capaz de separar cualquier dogmatismo de su poesía.

Casi un mes antes de la escritura de «Me viene, hay días, una gana ubérrima...», Vallejo escribió otro poema de parecida temática fraternal: el titulado «Traspié entre dos estrellas», en el que planteó compasivamente la idea de la desgracia humana y el destino fatal del ser humano. Tras una primera parte que incluye la explicación de la existencia trágica del hombre desde su nacimiento hasta la muerte, el poema adquiere ya en la segunda parte un tono compasivo que favorece la sucesión de ideas. Esto es así gracias al uso de la fórmula, a veces variable, «Amado sea el que...», dentro de la tradición de las bienaventuranzas bíblicas manifestadas por Cristo a sus discípulos. Por este camino, Vallejo expresa todo un sentimiento de solidaridad cristiana (y no marxista) con la humanidad entera, reforzado por el empleo constante de tal anáfora y el uso del humor que roza por oposición, como en otros muchos poemas de Vallejo, la amargura, la tristeza y el sufrimiento del hombre en el mundo. En realidad, la habilidad de Vallejo para incorporar fórmulas y esquemas pertenecientes a otros campos y disciplinas al margen de la poesía se observa en el poema que se inicia «Considerando en frío, imparcialmente...», de Poemas humanos, estudiado ya por Alonso Zamora Vicente. Si en el texto anterior Vallejo recurría a la fórmula bíblica, aquí el poeta construye sus versos con el esquema de un documento jurídico: «Considerando...», «Examinando...», «Comprendiendo...». Vallejo destaca en este poema la pequeñez del hombre en un mundo angustioso y burocrático donde se plantea otra vez una universal fraternidad con el hombre anónimo. Resulta muy curioso señalar, además, que una década después el «Preámbulo» de la Declaración Universal de Derechos Humanos se iniciaría con un total de siete repeticiones de la fórmula: «Considerando...», precisamente el mismo número de veces que Vallejo emplea tal gerundio en su poema. Por este camino, la frialdad e imparcialidad con que aparentemente se aborda el poema es un recurso consciente y habilísimo de Vallejo para reforzar y poner más de relieve un sentimiento de fraternidad. Es una solidaridad que en cada estrofa se corresponde respectivamente con las categorías del hombre-triste, el hombre-masa, el hombre-laboral, el hombre-desesperado, el hombre-animal, el hombre-indiferente y el hombre-burocrático. Tras estas siete premisas o «considerandos» referidos a cada categorización, y tras la aparente indiferencia de la sexta estrofa, llegamos a la estrofa final. En ella se percibe una desgarrada emoción de hermandad que es sentida, verdadera y auténtica, como cierre final a un poema formulado en términos asépticos. Vallejo se dirige a ese hombre universal y ante él confiesa: «viene, / y le doy un abrazo emocionado. / ¡Qué más da! Emocionado... Emocionado...» (vv. 33-36). Al mismo libro pertenece también el poema «Los nueve monstruos», comentado por Ignacio López-Calvo y André Coyné, en el que se expresa el dolor universal a través de una ética y una estética de la desesperación. Este sufrimiento humano aparece conectado con la idea cristiana de fraternidad total: «Crece la desdicha, hermanos hombres» (v. 23) o «El dolor nos agarra, hermanos hombres» (v. 39). Es una hermandad que abarca elementos cotidianos y básicos alejados de cualquier ideología que no sea la del cristiano y hasta franciscano amor al prójimo. Vallejo lanza una llamada fraternal que se mezcla con un sentido existencial de verdadera angustia, cuya plasmación poemática deriva también en una acentuación sorprendente y un final de esperanza: «¡Ah! desgraciadamente, hombres humanos, / hay, hermanos muchísimo que hacer» (vv. 69-70).

El tema de la fraternidad de todos se une muchas veces al de la guerra. Ya apuntamos que Vallejo vivió la experiencia de la Guerra Civil Española y que lo hizo de forma comprometida a favor del bando republicano y mediante la formación del «Comité Ibero-Americano para la Defensa de la República Española» y escribiendo artículos en favor de la causa revolucionaria en el boletín Nuestra España. Sabemos también que allí participó en 1937 en el Segundo Congreso Internacional de Escritores para la Defensa de la Cultura, aspectos que en medio de la guerra le llevaron a escribir los quince poemas de España, aparta de mí este cáliz en los últimos meses de 1937, o al menos a revisarlos definitivamente. Vallejo, por tanto, vio ideológicamente aquella guerra desde su fascinación por el marxismo y como recuperación de una libertad que, como ya ha mostrado Pío Moa, la había zanjado la izquierda violenta, la del socialismo radical y comunista español entre 1934 y 1936. Pero vale la pena recordar que en esa misma ingenuidad cayeron muchos intelectuales, escritores y poetas del momento, como otro gran poeta, humano y sincero como Miguel Hernández, y como el mismo Vallejo, que no supieron ver con claridad las raíces de la Guerra Civil y el papel que el marxismo-estalinismo había tenido justamente para alentar la falta de libertad durante la misma república española y de lo que ya han dado cuenta con espléndida claridad Stanley Payne y César Vidal. Pero más allá de un esquematismo ideológico o una poesía axiomática, lo que caracteriza la visión de la guerra en Vallejo es la idea de la lucha por la libertad y por los derechos. El tema de la Guerra Civil en España fue recurrente, además, en otros varios autores y poemarios hispanoamericanos[13]. Volviendo al caso de Vallejo, de la contienda civil española surgieron algunos de los mejores poemas que componen España, aparta de mí este cáliz, en donde el poeta canta al pueblo en lucha dando salida a su amor por España y la causa republicana que es, bajo la ingenuidad del Vallejo ideólogo, la que apoya y siente como verdadera. Su poesía, sin embargo, no es maniquea –como dijimos– sino una búsqueda de justicia y amor fraterno. En esa visión de la fraternidad en la guerra Vallejo se convierte en precursor de los derechos humanos, más allá de cualquier ideología concreta. Aquí comentaremos dos poemas muy representativos de esta temática vallejiana: los números III y XII del libro en cuestión.

El primero de ellos, el que se inicia «Solía escribir con su dedo grande...», es la historia de Pedro Rojas, un combatiente republicano muerto en la contienda bélica española que representa a cualquier soldado. El nombre es común y adquiere las connotaciones del bando de los llamados «rojos» o republicanos. A ellos vuelve a referirse Vallejo al afirmar que Pedro Rojas creció «y se puso rojo» (v. 34). El poema se plantea a modo de elegía por la que el poeta considera que la lucha de Pedro Rojas es la lucha por la libertad y en favor de todos los hombres y mujeres de España y del mundo. Pedro Rojas representa la figura de este humilde combatiente que no es capaz siquiera de escribir correctamente, de ahí la voluntariedad en Vallejo por emplear errores ortográficos en las palabras escritas por Pedro Rojas: «Solía escribir con su dedo grande en el aire: / ¡Viban los compañeros! Pedro Rojas» (vv. 1-2), y unos versos después el mismo poeta: «¡Abisa a todos compañeros pronto!» (v. 8). Se trata de un hombre del pueblo que, además, es trabajador, padre y esposo. Vallejo nos lo presenta, por tanto, como integrante familiar y, sobre todo, como hombre y como mártir, de ahí su ternura hacia él: «padre y hombre, / marido y hombre, ferroviario y hombre, / padre y más hombre. Pedro y sus dos muertes» (vv. 3-5). Son las dos muertes de un mismo hombre: la de Pedro, el padre y esposo, y la de Rojas, el compañero de batallón. La humanidad del poema radica en el detalle del hallazgo de una cuchara en la chaqueta de Pedro Rojas. Es la cuchara que simboliza la necesidad del alimento, la penuria de la existencia llena de necesidad en medio de la guerra. La muerte de Pedro Rojas, sin embargo, no concluye el poema pues el final recoge la resurrección del soldado que vence a la muerte por la causa fraternal de todos y por la creencia en unos ideales de libertad. De igual modo, el poema incluye, gracias al escrito dejado por el combatiente, una defensa de la misión de la escritura que, en el caso de Vallejo, es una apología a la libertad a través de la escritura como acción humanitaria[14].

El segundo poema que comentaremos de España, aparta de mí este cáliz es el titulado «Masa», una hermosa poetización de la hermandad entre los hombres sin un posicionamiento particular en el texto a uno u otro lado de los bandos en guerra. Es obvio que Vallejo abogó por la causa republicana, que era la que el marxismo suscitó y apoyó. Pero lo interesante de este poema es que su mensaje trasciende una ideología específica y va directo a proponer la fuerza de la fraternidad, el amor al prójimo que se hace aquí otra vez más mensaje de caridad y amor cristiano que marxista. En diecisiete versos Vallejo narra la salvación y resurrección de un soldado muerto por la fraternidad total y por el amor de todos. Sin ser un poema deliberadamente artístico, lo que se demuestra por la ausencia de metáforas, «Masa» constituye otro alegato más en favor de la solidaridad fraternal. El poema se apoya en las repeticiones paralelísticas («pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo», al final de cada estrofa menos en la última) y en la gradación y ampliación numérica (un hombre, dos, veinte, cien, mil, quinientos, mil, millones, todos...). El milagro acontece justamente por el amor y la fraternidad humana cuando todos se acercan finalmente al combatiente muerto en la batalla: «le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar...» (vv. 15-17). La masa popular logra la salvación del hombre, anécdota que Vallejo universaliza haciendo énfasis en la importancia de la acción conjunta[15]. Ni que decir tiene que también aquí Vallejo tiene en cuenta el episodio bíblico de la resurrección de Lázaro (Juan, 11: 43-44), motivo que cabría buscar con otra funcionalidad en la poesía modernista, por ejemplo en José Asunción Silva («Lázaro») y en Rubén Darío («Spes»). En este poema de Vallejo, al igual que en el comentado anteriormente, encontramos la resurrección casi milagrosa de un hombre por causa de la fraternidad total de los otros hombres y no por intervención divina. En este sentido, pocas veces como en Vallejo la conciencia del dolor humano cuaja en una poesía tan sentidamente solidaria y fraternal. Por eso, España, aparta de mí este cáliz, aun siendo poesía de combate y circunstancia adquiere un mensaje universal y humano. Primero, porque no es poesía de tesis, ya que el mismo Vallejo se niega a escribir estos poemas como expresión de posiciones doctrinarias de un artista. Segundo, porque la representación es más humana, más antropológica y cristiana que ideológica o políticamente dogmática.

La solidaridad laboral

Desde sus afanes de solidaridad Vallejo estuvo profundamente preocupado también por las cuestiones laborales y su poesía puede considerarse también precursora de algunos de los artículos de la Declaración Universal, en especial los números 23 y 24 que tratan de cuestiones del derecho al trabajo. Víctor Mazzi situó a Vallejo como el gran representante de una llamada poesía proletaria peruana compuesta, además, por otros poetas como Augusto Mateu, Luis Nieto, Leoncio Bueno o José Guerra. Sin embargo, una vez más ocurre que tal encasillamiento responde a una voluntad de ubicar la poesía de Vallejo en el marco de la teorización crítica del marxismo y olvidarse de su dimensión meramente humana, cristiana, universalmente solidaria y en la que consideramos debe ubicarse al verdadero Vallejo poeta. En este particular de la solidaridad laboral vale la pena detenerse en tres poemas que verifican tal universalidad. En los tres casos, las figuras del herrero, del minero y del desempleado trascienden, como se mostrará, lo meramente peruano y encarnan el sentimiento solidario del trabajador universal. El primero de estos poemas es el titulado «Oscura», texto perteneciente a los poemas juveniles de Vallejo y que permite comprobar su temprana preocupación por la solidaridad laboral. Se trata de un enternecedor cuadro de tono modernista de un herrero pobre que es exaltado por Vallejo. El elogio del herrero Juan viene a subrayar la pobreza y humildad de éste al tiempo que el caso concreto puede colectivizarse. Vallejo, con astucia, presenta primero al personaje central frente a su yunque: «¡Nervuda faz de cobre / del pobre / que anochece caldeado de esfuerzo...!» (vv. 7-9). Desde ahí, Vallejo pasa al cuadro familiar, con los hijos sufriendo de hambre en torno al humilde padre. El elogio del herrero Juan supone, por un lado, la solidaridad con los más humildes trabajadores y, de otra parte, la crítica a una sociedad impasible ante el descaro de un trabajo manual indignamente remunerado. El segundo de los poemas lleva por título «Los mineros salieron de la mina...», incluido en Poemas humanos, y se centra en la figura del minero, pluralizado aquí desde el principio. Dentro del tema laboral, el trabajador de la piedra es uno de los tipos más recurrentes en la tradición literaria hispanoamericana[16]. En Vallejo, que conoció de cerca ese trabajo, queda clara su protesta ante la explotación laboral de los mineros. El poema incluye un tono exclamativo de alabanza que alterna con un lenguaje atrevido y hasta sorprendente. La clave consiste en atribuir a los mineros una especie de naturaleza portentosa, casi heroica. El mismo lenguaje desgarrado de Vallejo fundamenta una visión personalísima de estos mineros, cuya descripción física les emparenta con el mismo objeto de su trabajo. Son «cuñas de boca, yunques de boca, aparatos...» (v. 9); y también están «craneados de labor, / y calzados de cuero de vizcacha» (vv. 16-17). Junto al magnífico adjetivo «craneados», la voz de origen quechua «vizcacha», referida a un roedor parecido a la liebre, incide en la doble condición peruana y también universal del poema. Estos mineros de Vallejo parecen hombres semidivinos capaces de crear naturaleza y, sobre todo, hábiles al abrir y cerrar sólo con sus voces el hueco de la mina. Ambos verbos, «cerraron» (v. 5) y «abriendo» (v. 34), dan circularidad al poema con esa idea de ida-vuelta planteada también en forma de quiasmo bajo los términos de subir y bajar: «saben a cielo intermitente de escalera / bajar mirando para arriba / saben subir mirando para abajo» (vv. 22-24). Al final, se reitera la alabanza, con ecos de la vanguardia vallejiana, donde el adjetivo «formidable», repetido al principio y al final del poema (vv. 9 y 42), es irónico porque adquiere su sentido negativo originario, como algo muy temible, lo que infunde asombro y miedo. De este modo, Vallejo establece su solidaridad a través de un homenaje a los mineros como hombres superiores cuya labor debe reconocerse y valorarse más allá de su marginalidad.

El último poema, «Parado en una piedra...», apareció también incluido en Poemas humanos y abarca el tema del desempleo. Este mismo primer verso identifica la condición permanente e inactiva de una piedra con la situación del hombre parado, es decir en su sentido de estar de pie y, a la vez, de estar sin empleo. Este personaje poemático tiene hambre y ve en su entorno la injusticia. El hombre se convierte casi en una máquina de trabajo que aunque en ese momento está parada, siente todavía las consecuencias de su anterior experiencia laboral. También aquí Vallejo desgarra el lenguaje al presentar la historia interior de un desocupado a la orilla del río Sena en París y que bien pudiéramos entender como su propia historia vital en los años parisinos. El poema puede estructurarse tripartidamente a modo de presentación inicial del personaje (vv. 1-16), dimensión individual de su historia (vv. 17-30) y universalización colectiva de su situación (vv. 31-51). En la primera parte, la percepción detallista de Vallejo alcanza hasta el sonido del estómago que gruñe de hambre, «su pequeño sonido, el de su pelvis» (v. 12). Es un desocupado piojoso que pasa sus horas fumando como puede. La presentación individual del parado toma paulatinamente el tono de injusticia social en la segunda parte: «¡Este es, trabajadores, aquel / que en la labor sudaba para afuera, / que suda hoy para adentro su secreción de sangre rehusada!» (vv. 17-19). Antiguo fundidor, tejedor, albañil y constructor, su historia pasada es hoy la de un triste desempleado, «parado individual entre treinta millones de parados» (v. 25). Vallejo nos describe su cuerpo entero como si fuera una máquina mecanizada que necesita trabajar, hombre deshumanizado a fuerza de un trabajo que ahora no tiene. Del paro concreto del personaje de este poema, Vallejo toma una dimensión colectiva ya en la tercera parte. Todo en su entorno queda inmóvil y a ello ayuda la repetición paralelística y el juego de anáforas y aliteraciones. Parece como si su cuerpo entero, desde el talón al pómulo, sufriera como una máquina la necesidad de funcionar. Sus pasos se conectan con transmisiones, el motor chilla en su tobillo y el reloj gruñe a sus espaldas. Y al final, de nuevo la imagen del desempleado preparándose a fumar su cigarrillo hecho de papel con el sonido de su estómago y el piojo que en la pobreza le acompaña: «el papelucho, el clavo, la cerilla / el pequeño sonido, el piojo padre» (vv. 50-51). Este poema, que ha sido objeto de análisis como el de Alberto Sacido, resulta un texto impresionante al mostrar otra vez la constante preocupación de Vallejo por la solidaridad laboral. Esta poética solidaria en Vallejo abarca a los desvalidos y hambrientos, los combatientes y los arriesgados, los mineros y aun los desocupados. En realidad, el tema de los derechos humanos no se agota en Vallejo pero no se aprecia nunca la dogmática que sí es posible hallar en otras obras no poéticas. Cabría traer a colación otros ejemplos de la obra poética de Vallejo como testimonios que iluminan esta poética de la solidaridad que aquí tan sólo hemos esbozado y que, sin duda, trasciende cualquier dogmatismo marxista.

Hacia la desmitificación del marxismo en la poesía de Vallejo

A la luz del precedente análisis de la poesía de Vallejo es posible afirmar que estamos ante una poesía verdaderamente innovadora en lo formal, poesía de altura artística y humana, contorsionada y llena de rupturas. El ahondamiento en el más atrevido empleo del lenguaje poético coincide en Vallejo con el interés por el hombre y su circunstancia. Es en la comunión con todos los desamparados del mundo, en el reconocimiento de la grandeza de los desvalidos y, en último término, en la ternura universal por la condición humana donde se encuentra el testimonio de uno de los más grandes poetas del siglo XX en lengua española. Su poesía sigue siendo hoy una búsqueda de respuestas al sufrimiento del hombre en el mundo por lo que en su solidaridad Vallejo se convierte en un incuestionable precursor de los derechos humanos. Lo curioso es que la vigencia de su poesía contrasta con la penosa situación sociopolítica y económica de aquellos países de Hispanoamérica, y entre ellos Perú, que se han visto dominados o controlados por ideologías de izquierda lindantes con el marxismo y sus variantes. La poesía de Vallejo se adelanta varias décadas a esa preocupación solidaria y haciéndose universal muestra con su poesía la urgencia de rescatar los derechos básicos e inalienables de todo individuo. Los poemas comentados en este trabajo permiten vislumbrar una visión vallejiana universal y solidaria, caritativa y cristiana muy alejada del dogmatismo marxista frente al dolor de la humanidad en el mundo. En último término, el testimonio de Vallejo representa de manera nítida la tragedia histórica y personal que le tocó vivir. Su ingenuidad para creer en las falsas e incumplidas promesas del marxismo supone a su vez la desmitificación de una ideología caduca que no altera el meollo y la forma de su poesía. Antes que por su ideología, a Vallejo lo leemos por su poesía porque él fue ante todo un gran poeta, un hombre de su tiempo que equivocó el rumbo ideológico pero que nos ha legado una ejemplar poesía, llena de buena voluntad y de búsqueda de la solidaridad más puramente cristiana. Junto a los logros líricos y artísticos de los textos poéticos analizados, la poética de la solidaridad que Vallejo estableció en términos de la pobreza, la fraternidad y el trabajo debe ser valorada dentro de la tradición literaria hispanoamericana[17]. La visión de Vallejo, en suma, fue la de un hombre preocupado por el hombre como ser entrañable y cuestionable, por encima de lecturas ideológicas, deterministas y restringidas a un marxismo con el que Vallejo no contó tanto como se ha pretendido a la hora de crear su arte poética. El mismo Vallejo volvió a rechazar las etiquetas y los encasillamientos en un texto del 7 de mayo de 1927 titulado «Contra el secreto profesional», publicado en la revista Variedades de Lima, donde añadió: «Hay un timbre humano, un latido vital y sincero, al cual debe propender el artista, a través de no importa qué disciplinas, teorías o procesos creadores. Dése esa emoción, seca, natural, pura, es decir, prepotente y eterna y no importan los menesteres de estilo, manera, procedimiento, etc.» (Videla II, 58-59). En su legado humano y solidario, seguido luego por tantos y de tan diversos modos, es donde encontramos una razón más para seguir leyendo a Vallejo. Su testimonio poético cifra una honda meditación sobre la angustia de existir cuyo único consuelo provisional y efímero radica en la solidaridad humana.

En definitiva, la poesía de Vallejo no es poesía marxista sino una manera profundamente personal de establecer una lucha por la solidaridad humana. La lucha de Vallejo es con las palabras: las que mejor expresan el dolor de un hombre noble que, además, fue siempre sospechoso a los ojos de los grandes dogmáticos del marxismo. Por ello, su poética es, en el fondo, la comprobación de la gran farsa ideológica que supuso el marxismo comunista para la historia universal del siglo XX. Incluso en los momentos de mayor radicalización de Vallejo, su poesía no cede nunca al dogmatismo marxista. Los poemas analizados corroboran cómo aunque en su última etapa vital Vallejo fue ideológicamente un ingenuo militante del marxismo estalinista, no fue nunca doctrinalmente sectario ni dogmático en su poesía. En eso se diferenció de poetas como Neruda o como Alberti, cuyas vidas tienen muchas más sombras morales. Vallejo no supo ver lo que realmente había tras las ideas de una figura tan sanguinaria como Stalin o tras sus planes quinquenales. No supo entender que el estalinismo supuso la liquidación de la sociedad rusa, la esclavitud más descarada y cínica en la historia de campesinos y obreros, la creación de la temible GPU (continuadora de la Cheka de Lenin), el exterminio de cualquier oposición política, la creación de los campos de concentración rusos, el asesinato de críticos del marxismo. Vallejo no supo ver tampoco que en Stalin se hallaba uno de los más sangrientos tiranos de la historia, con más de diez millones de asesinatos sólo entre 1928 y 1933, y con otros tantos millones de crímenes todavía dos décadas después, asesinatos incluso de antiguos compañeros revolucionarios y hasta de su propia esposa. Tampoco Vallejo cayó en la cuenta (igual que tampoco lo entendieron poetas como Antonio Machado o Miguel Hernández) que tras el bando republicano español en la Guerra Civil rondaba la sombra de Stalin, como prueban los gobiernos de Largo Caballero y Negrín y como confirma el traslado en septiembre de 1936 de gran parte de las reservas de oro del Banco de España a Rusia. Lo que sí sabemos es que Vallejo fue un hombre que amó en su poesía a la humanidad y que lo hizo más como cristiano que como marxista. En el fondo, Vallejo fue un hombre que lucho por el hombre y hoy sabemos que su militancia en el marxismo comunista tuvo siempre un peculiar matiz. ¿No explica esto el que los mandos del partido le miraran siempre con recelo y desconfianza? ¿No explica esto también sus grandes diferencias con Neruda y hasta su salida del Comité Iberoamericano para la Defensa de la República en 1937 una vez que el boletín Nueva España pasa a ser controlado por Neruda? En corolario: Vallejo no fue nunca un interesado demagogo sino un hombre ideológicamente confundido. No supo intuir la cara más oculta y vil del marxismo, menos aún del estalinismo, a pesar de que su nombre siga hoy siendo manipulado y tergiversado por los intereses de la crítica literaria más ciega y trasnochada –igual que José Martí y tantos otros grandes poetas.

Hay que ser justos con Vallejo, apuntar sus errores como ideólogo marxista pero reconocer en él a un poeta que se opuso a la politización de la poesía. Quizá a eso se deba la enemistad que Neruda sintió en el fondo hacia él, como prueban los testimonios de Juan Larrea. Pero en eso acertó Vallejo porque su poesía es, en el fondo, una desmitificación del marxismo al ponerle coto a la intromisión de la ideología en el mundo del arte. Por eso y por el valor de su obra poética, con Vallejo estamos ante uno de los más grandes poetas de la poesía contemporánea en Hispanoamérica y en España. Su condición de poeta queda muy por encima de su condición de agitador político o de escritor revolucionario. Si quiso ser todo esto último, falló estrepitosamente, todo lo contrario a su acierto como poeta. Su abrazo al marxismo sirve hoy, a la luz de la historia del siglo XX, como desmitificación misma de una vacilante y contradictoria ideología en Vallejo cuya explicación última sólo puede hallarse en el carácter caóticamente desosegado del poeta. Lo dicho hasta aquí no ha pretendido documentar el proceso de la politización ideológica de Vallejo en el marxismo, del que no cabe ya la menor duda. Sin embargo, sí faltaba por aclarar y demostrar –contra lo que viene siendo recurrente– que dicha ideología marxista no es ni la raíz ni la médula del valor de la poesía de Vallejo. Para decirlo con otras palabras, no se puede poner en entredicho la ideología marxista de Vallejo, pero sí el hecho de que tal ideología fuera la razón del valor de su poesía. Si hoy, en fin, leemos y admiramos a César Vallejo es y seguirá siendo, ante todo, por su poesía y no por su ideología, tan errada y ciega. Por eso, y a la luz de la historia, la visión del Vallejo poeta desmitifica la miopía del Vallejo ideólogo en su devenir humano entre la poesía solidaria y la ceguera del marxismo.

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[1] Todos los libros o estudios citados en este trabajo remiten a la lista final de «Obras citadas» tras el artículo. Igualmente, cualquier cita textual remite a ese mismo listado y se acompaña en el texto de su numeración de página entre paréntesis.

[2] Así lo apunta el poeta mexicano Octavio Paz en El ogro filantrópico al confesar: «Casi todos los escritores de Occidente y de América Latina, en un momento o en otro de nuestras vidas, a veces por un impulso generoso, aunque ignorante, otras por debilidad frente a la presión del medio intelectual y otras simplemente por ‹estar a la moda›, hemos sufrido la seducción del leninismo. Cuando pienso en Aragon, Eluard, Neruda y otros famosos poetas y escritores estalinistas, siento el escalofrío que me da la lectura de ciertos pasajes del Infierno. Empezaron de buena fe, sin duda.» (Paz, 260).

[3] Resulta interesante, por su actualidad en la España de hoy, dar cuenta de un documento referido a Vallejo y fechado el día de Navidad de 1936 que vale la pena reproducir aquí. En el membrete y con doble sello leemos «Generalitat de Catalunya. Conselleria de Defensa. Milicies Antifeixistes. Delegació General». Y en el texto se expone: «Se autoriza la libre circulación del camarada César Vallejo, por toda Cataluña, excepto fronteras y zonas de guerra, en misión informativa para las oficinas de propaganda de la Embajada de España en Francia. Esperamos no le pongan impedimento alguno antes lo contrario se le den toda clase de facilidades. Barcelona 25 de Dbre. del 1936. Consejería de Defensa. Milicias Antifascistas de Cataluña». Y en la parte izquierda, escrito de forma lateral prosigue: «Esta autorización se hace extensiva para viajar por Valencia». El documento muestra a las claras el activismo de Vallejo y su apoyo al bando republicano por su ligazón al comunismo. Una curiosidad: este documento está escrito en castellano y no en catalán, lo que ruborizará hoy, sin duda, a los actuales inquilinos de la Generalitat.

[4] En 1968, el citado Manuel Mantero dictó un ciclo de seis conferencias sobre «Los Derechos del Hombre en la Poesía Hispánica Contemporánea», cuyos materiales sirvieron en 1973 para su pionera antología en torno al tema. Ese mismo año también González trató particularmente el tema respecto a la poesía uruguaya. Con posterioridad, cabe señalar un conjunto de trabajos críticos sobre literatura y derechos humanos, como las variadas aportaciones genéricas y teóricas de Vidal (éste desde el marxismo más rancio), De la Campa, Agosín, Monleón, Beverley y Zimmerman. Falta por desarrollar, sin embargo, un estudio completo del tema, sobre todo en el género poético y al margen de la crítica marxista. Como ejemplo de tal manipulación marxista de las cuestiones históricas de los derechos humanos en Hispanoamérica bajo un prisma totalmente antiespañol y tergiversador de la historia, véase el trabajo de Zaffaroni.

[5] La filiación de los Derechos Humanos a la Organización de Naciones Unidas, aunque resulta de necesario apunte por cuestiones históricas, está hoy lamentablemente muy deteriorada. Baste decir que a día de hoy menos de la mitad de los 191 gobiernos representados en la ONU son verdaderas democracias liberales. De igual manera, parece difícil explicar que la Comisión de Derechos Humanos de la ONU, que se formó tras las II Guerra Mundial y al a calor de Eleanor Roosevelt como defensa de la libertad y los derechos humanos a nivel internacional, tenga a día de hoy representación en países miembros que son regímenes opresivos y tan antidemocráticos y antiliberales como China, Cuba, Sudán, Libia, Zimbabwe, Arabia Saudita, Siria, Vietnam, Sierra Leona, Uganda y Argelia, por citar sólo algunos. A esto cabe añadir los escándalos de corrupción llevados a cabo en el programa de la ONU para Irak «Petróleo por alimentos». Para una mayor información de estas cuestiones, véase mi breve comentario «El falso mito de Naciones Unidas», publicado en La Revista de Libertad Digital, 9 de abril de 2004.

[6] Dentro y fuera de Hispanoamérica, la poesía escrita desde incluso antes de 1948 hasta hoy empezó a levantar varias voces en favor de los derechos humanos y configuró una poética de la solidaridad que ha venido siendo repetidamente manipulada y tergiversada por autores y críticos de la izquierda ideológica más radical y antiliberal. Herederos de la tradición decimonónica en favor de la libertad propuesta por liberales como Esteban Echeverría, Andrés Bello, Domingo Faustino Sarmiento, José Martí o Rubén Darío y buena parte de los modernistas (tan maltratados y manipulados a la vez por el marxismo), el siglo XX contó en su inicio con las voces preocupadas de Alfonsina Storni, Gabriela Mistral y, sobre todo, de César Vallejo. Tras sus pasos, no fueron pocos los poetas que siguieron esa línea solidaria desde diferentes posiciones: desde Octavio Paz o Jorge Luis Borges hasta Nicanor Parra o Raúl Rivero y tantos otros. Junto a los de Vallejo, los títulos de gran parte de los poemarios de esos años apuntan la preocupación por el hombre en un mundo hostil y ausente de derechos. Existen varias compilaciones poéticas de protesta social y política, también en su mayoría planteadas desde la izquierda ideológica, como las editadas por Ramiro Lagos, Mario Benedetti, Saúl Ibargoyen y Jorge Boccannera. En ellas se incluyen textos de varios autores, casi todos ellos afiliados al marxismo y que en ocasiones perdieron su vida por participar en actividades revolucionarias y a menudo fuera de la ley, como Otto René Castillo, Roque Dalton, Javier Heraud o Francisco Urondo. En realidad, el tema de la poesía revolucionaria y de protesta ha venido adquiriendo en la última década un mayor interés crítico, según muestran los libros de Murray e Iffland. Sin embargo, cabe actuar con precaución a la hora de acercarse al trasfondo ideológico que desde la izquierda marxista guían estas composiciones. Existen varias antologías poéticas de aspectos y países concretos, como la poesía negra, preparada por Rodríguez Luis y Albornoz, la compilación antológica bilingüe preparada por Márquez o la selección de Rodríguez Mojón respecto a Guatemala.

[7] La bibliografía de Vallejo es tan voluminosa como desigual. Existe una gran variedad de estudios que incluyen trabajos casi definitivos en torno al poeta. También contamos con otras aportaciones que, como apuntamos, van desde un tipo de crítica estrictamente ideológica (tan dañina y miope) a la usual «vallejología» de elogios. Vale la pena considerar los estudios de Ballón Aguirre, Merino, Flores, Ferrari y Ortega, entre otros. Para una mayor información bibliográfica puede verse el trabajo de Martínez García que cubre hasta el año 1988. Con posterioridad pueden consultarse otras recientes aportaciones como las de Mejía (en tesis doctoral), López-Calvo, Sharman o Urquiza.

[8] Junto a lo ya apuntado anteriormente, para las cuestiones políticas en Vallejo, su ideología y su filiación marxista, véase el trabajo de Britton respecto a Poemas humanos. Para una visión de los aspectos sociales en este mismo libro, véase el estudio de Arango. Finalmente, y en cuanto al pensamiento político de Vallejo y la Guerra Civil Española, consúltese el libro de Lambie.

[9] Todas las citas de la poesía de Vallejo pertenecen a la edición preparada por Juan Larrea, de la que en adelante citaremos sólo el número de versos. No entramos aquí a debatir las polémicas sobre las cuestiones textuales suscitadas a partir de las ediciones de Georgette de Vallejo y Juan Larrea. Para las cuestiones de edición vallejiana, véanse las últimas ediciones del teatro, la poesía y la narrativa completa del autor a cargo de Silva Santisteban y Moreano.

[10] En Vallejo hay una significativa simbiosis de cristianismo y marxismo, actitud que está presente en buena parte de la poesía española e hispanoamericana durante el siglo XX. Un poeta tan entrañable y humano como Antonio Machado cayó también en la trampa del marxismo al ver la Revolución Rusa como el heraldo de una forma más pura del cristianismo, según probó en su día Weiner. Otro poeta del talento de Juan R. Jiménez luchó por la causa rusa desde la prensa española de inicios de los años veinte y lo mismo podríamos decir de buena parte de la llamada poesía social de orientación izquierdista (recuérdese a Gabriel Celaya o al segundo Blas de Otero) o de lo que con el tiempo será en Hispanoamérica toda la poesía conectada con la Teología de la Liberación (Ernesto Cardenal). En Vallejo, la simbiosis marxismo-cristianismo resulta recurrente y difiere sustancialmente con lo que sí comprobamos en la poesía de Neruda y que ayuda a distanciar a Vallejo de un marxismo tan dogmático en la práctica poética. El tema de la solidaridad con los pobres en Vallejo fue estudiado desde otra perspectiva por Boero. En cuanto a los rasgos cristianos en Vallejo, el título mismo de otro de sus libros, España, aparta de míeste cáliz, confirma la continua presencia cristiana en Vallejo, aunque la temática de ese libro plantea una esperanza más en la acción y solidaridad humana que en la intervención divina. Jrade ha señalado cómo la utilización de la mitología cristiana se dio en Vallejo no tanto como creencia divina personal sino como propuesta de la posibilidad de crear un nuevo mundo a través del cambio social y revolucionario. Véase también el trabajo de Gilabert respecto al tema cristiano en Vallejo. Finalmente, sería interesante realizar un estudio de la presencia de la oración cristiana en la poesía hispánica donde se podrían categorizar la funcionalidad de tal empleo, en especial el uso de la parodia sacra visible en autores como el chileno Nicanor Parra o la española Gloria Fuertes.

[11] Prescindimos aquí de debatir los problemas textuales y cronológicos que plantea la poesía de Vallejo. Baste decir que ambas colecciones de poemas se publicaron por primera vez en París en 1939 y 1940. Desde entonces se han sucedido las ediciones conjuntas e independientes, siendo algunas de las más valiosas las preparadas por Ballón Aguirre, Ferrari y Martínez García.

[12] El acierto lingüístico en Vallejo es fácilmente demostrable. Sólo en este poema, véase correlativamente en cada una de las trece estrofas (trece es además el número supersticioso de la mala suerte) el uso de un léxico ubicado en una serie de campos semánticos que guían todo el poema: el hambre (pan), la pobreza (piojo), la violencia (palo), la discapacidad (cojo), la enfermedad (tose, escupe sangre), la miseria (fango, huesos, cáscaras), el abuso social y económico (roba), la mentira (falsea), la marginalidad (paria), la muerte (entierro), la guerra (fusil) y la ignorancia (contar con los dedos). De igual modo, y por dar sólo un ejemplo del nivel fónico, véase el valor de la á esdrújula: «Otro se sienta, ráscase, extrae un piojo de su axila, mátalo» (v. 3). Es la funcionalidad de la vocal abierta, con el simbolismo fónico del «ay», del grito de dolor.

[13] Sería interesante realizar un estudio de conjunto de la poesía de guerra que uniese de forma transatlántica las preocupaciones de los poetas hispánicos al respecto y en el que entraría Vallejo. Respecto al tema particular de la Guerra Civil Española en la poesía hispanoamericana, piénsese en poemas como «Elegía» de Octavio Paz, escrito en México en 1937 y luego incluido en Libertad bajo palabra (1945). Asimismo, cabe mencionar al chileno Pablo Neruda de España en el corazón (1937), al cubano Nicolás Guillén de España: poema en cuatro angustias y una esperanza (1937), libros ambos publicados bajo la impronta del marxismo y como instrumentos de lucha a favor de la causa republicana, y al argentino Raúl González Muñón con La muerte en Madrid (1939). Para la crítica en torno a Vallejo y España, son recomendables los trabajos de Bendezu, López de Aviada, Lambie, Vélez y Merino.

[14] Al parecer Vallejo poetizó en este poema algunos hechos reales ocurridos en la Guerra Civil Española. Vélez y Merino, en el primer volumen de su trabajo sobre el poeta y el tema de España (I, 130-32), trajeron a colación la crónica relato de Antonio Ruiz Vilaplana Doy fe, por el que a una de las víctimas en batalla se le encontró un papel con faltas ortográficas donde avisaba a sus compañeros del peligro. Y lo mismo hay constancia de otro caso de un combatiente muerto que conservaba en sus bolsillos el tenedor y la cuchara de aluminio del Penal donde estaba detenido antes de su fusilamiento. Para una lectura de esta visión trascendente de la escritura en Vallejo, véase el estudio de Jrade.

[15] Esta idea de solidaridad humana universal podría compararse con otro poema de Vicente Aleixandre («En la plaza»). Para una comparación del poema «Masa» con el otro de Vallejo «Piedra negra sobre una piedra blanca», véase el trabajo de Docter.

[16] Al margen de algunas antologías sobre poesía minera y de la presencia de todo un corpus autorial de música popular minera lindante con la propaganda –otra vez, marxista-, véase por ejemplo un poema representativo como el del puertorriqueño Evaristo Ribera Chevremont «Los hombres de blusas azules».

[17] En este sentido, y al margen de la dubitativa poesía cívica decimonónica, Vallejo constituye una de las primeras voces inaugurales del siglo XX en el cultivo de esa poética de la solidaridad, adelantándose a buena parte de la poesía social que llegaría después en lengua española, tanto en el continente americano como en España. Resulta, por tanto, factible entender tal poética vallejiana de la solidaridad como parte integrante de una más amplia poética hispánica de derechos humanos. En el ámbito de la pobreza, podríamos traer a colación algunos de los poemas posteriores del chileno Miguel Arteche («Melancolías de un millonario»), la mexicana Rosario Castellanos («El pobre») o libros enteros como Los pobres (1969) del hondureño Roberto Sosa. Paralelamente, estas reclamaciones artísticas en favor de un nivel de vida digno coinciden con muchos de los artículos de la Declaración Universal, particularmente los números 22, 25 y 26. La idea solidaria de la fraternidad encuentra innumerables testimonios en la poesía hispanoamericana que se enmarcan asimismo en la temática de los derechos humanos, como la «Canción de los derechos humanos» del boliviano Julio de la Vega. De igual manera, tal fraternidad aparece explícitamente señalada en los artículos 1, 3, 5, 6, 29 y 30 de la Declaración Universal. Y lo mismo podríamos decir de las cuestiones de la solidaridad laboral, donde podrían mencionarse las voces poéticas del peruano Alberto Hidalgo («Construcción civil») o del chileno Nicanor Parra («Autorretrato»). El derecho a un trabajo digno con todas las cuestiones de dignidad humana también se contemplan en los artículos 13, 14, 15, 17, 23 y 24 de la Declaración Universal, con lo que en este particular también Vallejo puede considerarse un precursor.

Número 19-20

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