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La Ilustración Liberal

La academia contraataca

Javier Tusell gesticula de nuevo. Lo ha hecho desde las páginas de El País, como de costumbre. Esta vez el objeto de sus divagaciones es un grupo de historiadores y escritores: Pío Moa, César Vidal y quien suscribe estas líneas. Un poco en segunda fila están Jon Juaristi y Fernando García de Cortázar.

¿Qué une a todos estos nombres, según Tusell? Lo primero, que somos un peligro para la convivencia. ¿Por qué? Porque hemos decidido no aceptar la versión canónica de la historia de España que hoy se enseña en la universidad española y resucitamos ideas por lo visto periclitadas, como la unidad de la nación española, la existencia de relatos y mitos fundadores de la nacionalidad española y las responsabilidades del progresismo en el drama español del siglo XX.

Es curioso que a Tusell no se le ocurriera decir nada cuando algunos de los más importantes colaboradores de El País se pusieron a revisar la historia de la Transición. Según estos personajes, la Transición había estado mal hecha porque no se depuraron responsabilidades, no hubo un referéndum sobre la Monarquía y todo el proceso tuvo lugar bajo la amenaza del ejército y la derecha cavernícola. Es curioso que ahora que han llegado al poder los social-nacionalistas estas voces se hayan desvanecido. ¿Estaba Tusell de acuerdo con ese revisionismo histórico? ¿O es que no lo consideraba peligroso?

En cualquier caso, eso de que un conjunto de historiadores y escritores como el mencionado más arriba sea un peligro para la convivencia no pasa de una ocurrencia lastimosa, casi simpática si no fuera porque alguno de ellos va con escolta, para prevenir atentados terroristas.

La segunda acusación va referida más específicamente a los tres nombrados al principio, es decir Pío Moa, César Vidal y yo mismo. Tusell afirma con razón que no pertenecemos al ámbito de la universidad pública. Cabe preguntarse por qué, si estamos expulsados a las tinieblas exteriores, merecemos un comentario tan prolijo.

En mi opinión, la causa se debe a la propia institución universitaria española. La universidad pública española se caracteriza por dos cosas. Primero, por un sistema de contratación y cooptación que impide cualquier renovación, cualquier discrepancia seria de criterios, cualquier contraste racional y mínimamente científico. En segundo lugar, por la perpetuación de una visión de la realidad propia de tiempos pretéritos, como mínimo de hace treinta años y en muchos casos más todavía. Las carreras se han construido en torno a hipótesis, afirmaciones y dogmas que nadie va a poner en cuestión porque eso supondría revisar toda la carrera académica, la vida entera de quienes controlan los departamentos, las becas, los ascensos, etc. Los jefecillos son funcionarios, no están sujetos a controles de calidad externos y cooptan a los más conformistas, a quienes acatan sin crítica la situación, a quienes están dispuestos a pagar el precio de aceptar el statu quo a cambio de hacer carrera universitaria.

Así ha formado esa costra fosilizada que es la universidad pública española. Es completamente ajena al debate y a la discusión, y carece de capacidad de interlocución en los círculos académicos internacionales. Esto ocurre en Filología, en Literatura, en Filosofía, en Ciencias Políticas y en Historia Contemporánea, donde la resistencia es particularmente enconada porque la Historia es de las últimas trincheras que le queda al progresismo. Los jóvenes historiadores que mantienen líneas diferentes tienen que callarse o son expulsados sin contemplaciones, por muchos méritos académicos que tengan.

Los ocho años del Partido Popular no han hecho variar esta situación. La han empeorado. Aun así, ha habido una producción histórica extra académica cada vez más dinámica y fundamental. Basta recordar el éxito editorial de Pío Moa, que respalda la importancia de su trabajo sobre las raíces de la guerra civil.

En resumen, que Javier Tusell expresa el recelo de quienes, cómodamente atrincherados en sus exorbitantes privilegios académicos a cargo del presupuesto público, comprueban que no pueden salir de ahí porque lo que dicen no interesa a nadie fuera de sus redes clientelares universitarias. Son como los titiriteros subvencionados del “no a la guerra”. Consuélense. No se puede tener todo en la vida.

Número 21-22

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