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La Ilustración Liberal

Balance de una generación

Esta temporada han aparecido varias novelas de escritores nacidos en torno a 1945. Tenían treinta años cuando empezó la transición española (cuando Franco fue derrotado en la cama, como dice uno de ellos) y a ellos les tocó, ya que no hacerla, sí padecerla. De hecho, es una generación sobre la cual la política ha gravitado con un peso enorme, probablemente no deseado. También les tocó vivir, y ahora sí como protagonistas, el cambio de valores morales y afectivos que se empezó a gestar en la década de los años 60 y está aún muy lejos de haberse terminado. Unido esto al cambio político, el cocktail era explosivo.

De eso, justamente, dan cuenta estas novelas. Todas tienen algo de balance vital y reflexión sobre la propia trayectoria y por eso empezaremos con una escrita por una mujer. Tiene una ventaja, y es que, siendo como es imposible que una mujer acepte el fracaso, no hay en él ni rastro de ese tono de vencimiento y congoja que tanto seduce a muchos escritores que hacen literatura de su propia vida. Nadie dijo que fuera fácil es el título de esta primera novela de Julia Escobar, conocida hasta ahora por sus libros de poesía, sus traducciones y sus trabajos de crítica literaria.

Cuenta la historia de los diversos matrimonios que componen el núcleo de una gran familia madrileña, los Artaola de Ahedo Eroiz, de excelente pedigrí, educación esmerada, solventes sin excesos y bien colocada en el franquismo aunque de tradición y talante -como decía Marañón- liberal. En otras palabras, carne de cañón ideal para que en los años setenta, los jóvenes Artaola cometieran todas las sandeces propias de los niños bien del antiguo régimen.

Nadie dijo que fuera fácil presenta más de una, por ejemplo las reuniones de un grupo afín al Partido Comunista en un chalet del carísimo barrio madrileño de El Viso. Allí aparecen con nombres apenas disimulados personajes relevantes, como el editor y columnista Javier Pradera, todos ellos en una conversación delirante en la que las exclamaciones sobre la "lucha en el frente de la poesía" alternan con comentarios acerca de la coronación de Miss Cuba bajo el lema de "Socialismo también es belleza"… La cosa acaba, como era de prever, con canciones como "Amarrado a la cadena / de la inicua explotación / con amor camina el paria / hacia la revolución", con música de Torna a Sorrento, y acompañamiento sarcástico de las criadas, siempre abundantes en casas tan igualitarias y socialistas. Menos mal que la derecha, la derecha de verdad quiero decir, se decidió a hacer la transición. De haber sido por esta tropa seguiríamos con los grises por las calles…

Bien es verdad que los Artaola de Ahedo Eroiz tienen una virtud particular: la de casarse con mujeres que perturban todo el tinglado. Entre ellas está Lourdes Melgar, secretaria y luego esposa de Roberto Artaola, que pone en marcha el argumento de la novela con su desclasamiento en una familia tan sublimemente pija. La gran protagonista es Gloria Arde, mujer de otro de los Artaola, Borja. Harta de las infidelidades de su marido, Gloria acaba rompiendo el matrimonio. Pero más que un fracaso, es una retirada, tal vez para empezar algo nuevo.

Nadie dijo que fuera fácil es una novela muy entretenida. Proporciona unas cuantas claves sobre la vida intelectual y política madrileña y ofrece además una estampa costumbrista ácida, una venganza hecha sin mucho resentimiento, con la idea bastante clara de que la vida consiste en buena medida, y sin remedio, en perder el tiempo. El episodio histórico en tono menor, tan galdosiano, acaba desflecado en matices dignos de Baroja, donde cuentan sobre todos los individuos con carácter, bien perfilados.

Muy distinta es Una prudente distancia, la última novela de Lluís Fernández, que en los años setenta publicó un relato, El anarquista desnudo, de la que ésta es un poco la continuación. El balance vital se resume aquí en una constatación: la del desastre moral de toda una generación. Y es que Roberto Valencia, autoexiliado en Estados Unidos a finales de los años setenta, pide a sus antiguos amigos valencianos que le cuenten por carta lo ocurrido en la ciudad levantina desde entonces. Uno de los personajes, Helio Trónica, seguro trasunto de Lluís Fernández, comentará: "Leo las cartas que te han enviado 'tus' amigos valencianos (…). Nunca vi reunidas tanta desfachatez, cobardía, bajeza, pobreza mental, deshonestidad, inmoralidad, descaro, indecencia, deslealtad y traición como en ellas." Ya lo había advertido al principio: "Querido Roberto: Cuando miro hacia atrás y veo la vastedad del despropósito moral en el que he vivido estos últimos años, yo misma, a mí misma, me espanto." (A nadie le extrañe el femenino: todos los personajes de Una prudente distancia son gays.)

El repaso se ceba primero en la década socialista, con el desfile de algunos de los personajes de aquellos tiempos de prepotencia alegre y confiada. Ahí están Rojelia Stonewall, apodada la Comisiones, o Lalana Túrmix (travestí en la novela), bajo los que se disimulan, apenas, un productor de televisión y una célebre ministra de… Cultura. No faltan tampoco apuntes pintorescos sobre la fauna marginal del profesorado universitario y los ambientes artísticos, que gracias al cultivo de la pose alternativa, siempre rentable, han conseguido hacerse un hueco con socialistas y populares.

La cosa no queda ahí, y Lluís Fernández ahonda el recuerdo de sus amigos, un grupo entre los que están, o estaban, Antonio Maenza, Alberto Cardín, Adolfo Fernández Punsola, Eduardo Hervás, protagonistas de una brillantísima explosión que entonces se quiso de libertad: libertad sexual, intelectual y política. El sida, los suicidios, las anfetaminas, probablemente el peso de la política, destruyeron aquel despliegue. El recuerdo no puede ser más desolador, y el desgarro y la obscenidad de lo relatado, sin límites. A veces, incluso, demasiado. Hay en Lluís Fernández una insolencia, una voluntad de provocación que le llevan a forzar una nota que acaba siendo autocomplaciente.

Al fin y al cabo, algo ha quedado de todo aquello, aunque sea a pesar de sus protagonistas, a pesar de la leyenda que empieza a forjarse en torno de sus vidas, tan desastradas casi todas. Claro que también cabe preguntarse si era inevitable tanto disparate, tal derroche, en el fondo tanta estupidez, para ampliar un poco el campo de la libertad individual. Cualquiera de las respuestas posibles es tan cruel que Lluís Fernández, en Una prudente distancia, la deja en suspenso. Sería absurdo reprochárselo. Con sólo plantearla ya ha demostrado un valor excepcional.

Julia Escobar, Nadie dijo que fuera fácil. Edhasa, Barcelona, 1999.

Lluís Fernández, Una prudente distancia. Espasa, Madrid, 1998.

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