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La Ilustración Liberal

Los intelectuales catalanes y el federalismo

En España, el concepto de federalismo ha sido objeto de confusión intelectual y convertido en tabú histórico-político. Todavía hoy sufrimos las consecuencias. En gran medida, aunque no exclusivamente, los responsables de ello han sido algunos intelectuales catalanes; específicamente, los catalanistas.

La confusión intelectual se inicia con el patriarca e icono del federalismo en España, el catalán Francisco Pi y Margall, y ha llegado a nuestro tiempo por obra, por ejemplo, del intelectual falangista valenciano (que probablemente algunos catalanistas consideren catalán) y prestigioso historiador del pensamiento político español José Antonio Maravall[1].

Decía que la responsabilidad no es exclusiva de los intelectuales catalanistas, y la escuela universitaria fundada por Maravall en la Facultad de Ciencias Políticas de la Complutense es ilustrativa de ello: sus discípulos y colaboradores (algunos de origen catalán, si no catalanista, hoy día todos catedráticos de prestigio): Juan Trías, María del Carmen Iglesias, Antonio Elorza, José Álvarez Junco, aparentemente han reproducido el mismo error intelectual, que, con su mentor mediante, se remonta a Pi y Margall.

No hace mucho, uno de los discípulos de Maravall antes mencionados, Antonio Elorza, escribía en un artículo de prensa[2]: "En sus explicaciones sobre el pensamiento político del siglo XIX, José Antonio Maravall no ocultaba su simpatía por Francisco Pi y Margall. Su proyecto federal de España (...)". Aunque, oportunamente, añadía: "Había sin embargo un punto débil. Pi no percibía la distinción entre federación y confederación". Pues bien, tampoco percibía la distinción Maravall, ni la percibieron en algunos trabajos sus discípulos. De hecho, este artículo de Elorza es la primera rectificación explícita, que yo sepa, de ese error o confusión sobre el concepto de federalismo (en el que incurrió el propio Elorza en su obra de 1975 Federalismo y reforma social en España, 1840-1870, que escribió con Juan Trías). Pero, lejos de efectuar una crítica a Maravall y a su propia escuela, de entonar un mea culpa intelectual, Elorza carga la responsabilidad sólo sobre Pi y Margall.

Entre las nuevas generaciones universitarias, la catedrática Paloma Biglino, una heredera distante de la escuela de Maravall, discípula de sus discípulos (curiosamente, sustituta de Álvarez Junco en la presidencia del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales por una decisión, según parece, personal del presidente Zapatero, que previamente había nombrado al propio Álvarez Junco, quien a su vez había sucedido en el cargo a María del Carmen Iglesias[3]), ha publicado en fechas recientes un libro en cuyo título persiste la misma confusión: Federalismo de integración y de devolución[4]. Todo federalismo auténtico, hay que subrayarlo, es políticamente integrador, y el concepto de devolución es más bien administrativo, es decir, que tiene que ver con la descentralización de competencias, aunque la autora parece confundir a veces ésta con la confederación.

Pero volvamos a los orígenes de este embrollo. Aunque se puedan detectar precedentes de un nacionalismo cultural catalán de inspiración herderiana en Aribau, Bofarull, Rubió y Ors, Llorens y Barba, Illas Vidal, Milá y Fontanals, Cortada, Mañé y Flaquer, etc., y un federalismo de base socialista utópica en Abdón Terradas, Gerónimo Bibiloni y otros confederalistas fourierianos (el auténtico federalismo republicano, al estilo norteamericano, fue propuesto en primer lugar por José Canga Argüelles –en 1826– y Ramón Xaudaró –en 1832–, pero fueron y siguen siendo ignorados), el primero en postular expresamente, con repercusión pública, una fórmula política federalista para España fue el también catalanista y en parte utópico Pi y Margall.

El genial Juan Valera, que junto a su amigo Marcelino Menéndez y Pelayo es sin duda uno de los fundadores de la crítica literaria moderna en España, en un ensayo sobre la obra de Pi Estudios sobre la Edad Media (1873) destacó las deficiencias y errores intelectuales e historiográficos del escritor y político catalán:

La República federal, por ejemplo, quizá no se le hubiera ocurrido a nadie para España, a pesar de Suiza y los Estados Unidos, si Proudhon no escribe un libro sobre el principio federativo, y si Pi no lo traduce y lo comenta. Esta es la verdadera madre del cordero. (...) Pi, emigrado entonces, leyó y tradujo la nueva falacia de Proudhon; la tomó por lo serio, y de aquí que tengamos República federal en España. Sobre el tejido de la traducción de Pi han bordado luego los krausistas (...) Repito que hay mucho de fatal en todo esto. Casi no lo censuro; no tengo autoridad para censurarlo: yo lo deploro. Es tan invencible la fuerza que nos lleva a imitar en todo, exagerando y poniendo en caricatura (...) ideas y pensamientos extranjeros.[5]

La cita no tiene desperdicio, pues en ella Valera demuestra ser uno de los pocos españoles del siglo XIX que entendía correctamente el federalismo y sus modelos históricos (Estados Unidos desde 1787 y Suiza –pese a su denominación oficial: Confederación Helvética– desde 1848), la "falacia" proudhoniana y el papanatismo de Pi y sus seguidores, así como cierta percepción de las consecuencias que todo esto tendría en el futuro político de España por culpa de los krausistas, inoculadores del falso federalismo en el socialismo ibérico.

El 28 de febrero de 1873 Valera publica un artículo en Revista Política en el que reprocha a Pi y a Salmerón que entiendan incorrectamente el federalismo, en un sentido desintegrador de la nación española, mientras que, desde 1787, los federalistas americanos, "asegurada ya la independencia, estrecharon más el lazo de unión por medio de la Constitución que aún dura". Y añade: "En el nacimiento y progreso de ambas repúblicas federales [Estados Unidos y Suiza] se advierte la profundización de menos unidad a más unidad. Lo nuevo y lo extraño para nosotros es que los lazos se aflojan, en vez de estrecharse, y que esto se considera como un ideal admirable y apetecible". Y con admirable sutileza advierte del peligro que representa el proclamar como federalismo una descentralización administrativa que en realidad enmascara un confederalismo rompedor de la unidad nacional[6].

John Hay, un coetáneo de Valera que había sido secretario privado del presidente Lincoln y que llegaría a ser (1898-1904) uno de los secretarios de Estado más importantes de la historia norteamericana, publicó en 1871 un libro, Castilian Days, luego de su estancia como diplomático en nuestro país, donde se refiere elogiosamente al andaluz como "el académico cortés" y, en otro momento y sin nombrarlo, como "una de las mejores cabezas de España, un conservador ilustrado". El señor Hay, que conversó a menudo con Valera, de quien apreció su interés por la cultura política de los Estados Unidos[7], traduce al inglés las siguientes palabras de este último, de ciertas resonancias tocquevillianas:

It is hard for Europe to adopt a settled belief about you. America is a land of wonders, of contradictions. One party calls your system freedom, another anarchy... But what cannot be denied are the effects, the results. These are evident, something vast and grandiose, a life and movement to which the Old World is stranger[8].

Por supuesto, Hay pensaba que España estaba madura para la república federal, y es significativo que considerara al político republicano unionista Emilio Castelar el líder más capaz e inspirado; es decir, que –como en el caso de Lincoln, al que conocía bien y admiraba– unionismo y federalismo no sólo no eran contradictorios, sino la síntesis necesaria del auténtico republicanismo.

Por su parte, Valera desconfiaba del federalismo desunificador de Pi, de lo que él denominó la "nueva iglesia" anticristiana de Pi y del "piismo" como filosofía de la historia socialista y atea (con posterioridad, el propio Federico Engels le reprochará, un poco confusamente, su confederalismo), que influirá en las sucesivas generaciones de intelectuales y políticos catalanistas, desplegándose a derecha e izquierda a través de Valentí Almirall, Enric Prat de la Riba, Antoni Rovira i Virgili, Francesc Maciá, Lluís Companys, etc., para desembocar en el socialismo catalán contemporáneo, con las correspondientes aportaciones krausistas, marxistas y maravallianas: Pedro Bosch-Gimpera, Anselmo Carretero, Isidro Molas, José Antonio González Casanova, Antoni Jutglar, Juan Trías, Jordi Solé Tura, etc., que inspirarán a los actuales politólogos y constitucionalistas en el uso alternativo del derecho y en el federalismo asimétrico (aunque mi admirado colega Josep María Vallès llegó a observar, con razón: "Todo federalismo es asimétrico"), en un caudal que desemboca finalmente en los padres que han engendrado el nuevo Estatut, de incierto destino pese a las simpatías y apoyos del presidente Zapatero.

Resulta preocupante y extraño que un concepto tan fundamental en la política de las democracias liberales contemporáneas como el de federalismo haya sido tan incomprendido y falsificado entre los intelectuales y políticos de nuestro país, hasta el punto de convertirse en un tabú histórico, al menos desde la malograda I República federal (1873) y hasta la presente Monarquía democrática, en cuya Constitución (1978) se evitó la clara fórmula federal en favor de esa otra confusa, barroca y discriminatoria denominada "Estado de las Autonomías". Pero de aquellos polvos, estos lodos...

No se trata de polemizar o entrar en disquisiciones escolásticas con las diversas acepciones jurídicas de federalismo ("Merus legista, purus asinus", decía Quevedo), al fin y al cabo nuestros profesores de Derecho Constitucional y Derecho Administrativo tienen que vivir del cuento de los tecnicismos. Respecto a nuestros profesores de Ciencias Sociales, baste constatar su ignorancia histórica y su pereza intelectual, pues no se han molestado en estudiar el modelo norteamericano, condicionados como están por prejuicios ideológicos (el antiamericanismo también es letal aquí), y su manera de perder el tiempo (el suyo y el de sus estudiantes) con las múltiples utopías antiliberales y antidemocráticas de las doctrinas anticapitalistas y sus correspondientes interpretaciones sectarias de signo populista, socialista, sindicalista, anarquista o comunista. El federalismo no sólo es un sistema constitucional como el practicado en la democracia estadounidense, es también algo sustancial de la filosofía política liberal y del modelo procedimental democrático de nuestro tiempo, y todas las versiones vinculadas a supuestos colectivistas de derechos históricos de los territorios o de "reforma social" del sistema económico liberal (sobre todo su manifestación extrema, totalitaria, el llamado "federalismo soviético") han sido una perversión intelectual y moral de la idea de la libertad individual y del concepto concomitante de democracia.

Por desgracia, la tradición inaugurada en España por Valera, de interés intelectual sincero y sin prejuicios por la cultura política de los Estados Unidos, ha sido muy minoritaria (sólo me vienen a la mente algunos ensayos de Azorín, Julián Marías, Amando de Miguel, José María Carrascal, y sobre todo, recientemente, el magnífico libro de José María Marco La nueva revolución americana[9]). El federalismo es un componente esencial de esa cultura política tan desconocida entre nosotros, y, como en la época de Tocqueville, sigue siendo una de las razones de su excepcionalismo. En España, salvo propuestas muy singularizadas (del colectivo Javier de Burgos, en el ámbito jurídico-constitucional; de Alberto Recarte, en el económico-político), el federalismo sigue siendo una curiosidad para eruditos pimargallianos, un tabú histórico-político o un subterfugio para confederalistas y enemigos de la nación española[10].



[1] Me gustaría señalar, muy brevemente, dos grandes errores intelectuales y dos graves errores políticos del profesor Maravall, por lo común considerado intocable. Los dos grandes errores intelectuales son 1) la confusión federalismo/confederalismo que nos ocupa aquí y 2) la obsesión castellanista, inspirada por la escuela de Menéndez Pidal en sus estudios sobre la Edad Media; es decir, la minusvaloración y descuido investigador del reino de León, especialmente en el largo período imperial o hegemónico, de más de un siglo (como ha demostrado el gran medievalista norteamericano Bernard Reilly), que se inicia con Fernando I, se desarrolla con Alfonso VI y se consolida con la reina Urraca y Alfonso VII. Hay que mencionar, asimismo, su falta de percepción del significado histórico del separatismo castellano, que arranca con Fernán González, prosigue con el rey Sancho, el Cid y otros intentos fallidos (pero sus imitadores tendrían éxito en Portugal) y triunfa temporalmente entre la muerte de Alfonso VII el Emperador y la reunificación definitiva de Castilla y León gracias al leonés Fernando III el Santo, si bien reapareció en la Guerra de las Comunidades, que Maravall interpreta como "revolución burguesa", cuando en realidad fue una rebelión feudal-estamental esencialmente aristocrática, aunque no carente de ciertos ideales de libertad, contra el Estado moderno. En cuanto a sus dos graves errores de oportunismo político, que denuncio aquí telegráficamente, se trata de su apoyo totalitario-fascista a Serrano Súñer en la primavera de 1941, frente a las posiciones más conservadoras de Franco, y, veinte años más tarde, de su apoyo autoritario-franquista a la represión universitaria de Tierno Galván y otros catedráticos. Demasiados trapos sucios para alguien que pretendía o soñaba vestirse con los ropajes de presidente de la quimérica III República Federal Española.
[2] A. Elorza, "El síndrome confederal", El País, 29-V­-2008.
[3] La señora Iglesias, tutora-profesora de la infanta Cristina y del príncipe Felipe, fue nombrada por el Gobierno del presidente Aznar, después de su elevación a las reales academias de la Historia y de la Lengua. Por cierto, que en una entrevista áulica publicada por El Mundo el pasado 13 de abril (Iglesias es también presidenta de Unidad Editorial), la académica no estuvo muy fina intelectualmente a la hora de hacer referencia al federalismo y al líder republicano Emilio Castelar, que probablemente representa el federalismo más auténtico (sí, el unionista e integrador), como percibirían correctamente en su época nada menos que el secretario privado del presidente Lincoln, John Hay, el gran historiador Henry Adams y el intelectual-presidente Theodore Roosevelt, entre otros. La profesora Iglesias refleja, sin duda, la confusión de su maestro Maravall. El nombramiento de Álvarez Junco, gran especialista en el pensamiento anarquista, simpatizante ácrata de la idea confederal y autor de obras muy elogiadas sobre la juventud radical de Lerroux y los orígenes del nacionalismo español –con un cierto sesgo "antiespañolista" (según algunos críticos, como J. M. Marco y A. Elorza) –, en una legislatura que pretendía acometer la reforma del estatuto de Cataluña, retrospectivamente resultó congruente con el texto parido (perdón por la expresión). En cualquier caso, ha sido el presidente Zapatero el responsable de este curioso baile de maravallianos en la dirección del Centro, y al menos hay que agradecerle que no se decantara por quien en algún momento se rumoreó era el candidato fuerte: Manuel García Álvarez, su profesor-tutor en la Universidad de León, experto en constitucionalismo y federalismo soviéticos, un catedrático de simpatías obviamente comunistas.
[4] Paloma Biglino Campos: Federalismo de integración y de devolución, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, Madrid, 2007.
[5] Juan Valera, Obras Completas, vol. II, Madrid, 1968, págs. 1.500-1.501).
[6] V. Juan Valera, op. cit., vol. III, pág. 765.
[7] Espero publicar pronto un breve ensayo sobre la importantísima contribución del egabrense a la creación e impulso en España del género político-literario americanista, con sus Cartas americanas y sus Nuevas cartas americanas, el ensayo Los Estados Unidos contra España, etc. Valera no sólo escribió interesantes ensayos críticos sobre autores norteamericanos, también conoció in situ el sistema político estadounidense, ya que fue embajador de España en Washington DC entre 1884 y 86. Sin embargo, también hay que decirlo, no pudo evitar caer, en torno al 98, en cierto anti-americanismo chic, similar al arielismo que inundó casi toda la literatura y el pensamiento hispanos e hispanoamericanos (Rodó, Rubén Darío, Clarín, Unamuno, Ortega, etc.).
[8] J. Hay, Castilian Days, Boston y Nueva York, 1871 (ed. revisada, 1899), p.161. Resulta curioso, e irónico, leer hoy el comentario que añade Hay a las palabras de su interlocutor: "[He] raised his eyebrows in polite incredulity when I assured him there was as much danger of Spain becoming Mohammedan as of America becoming imperialist". Ambas posibilidades, remotas en 1871, son hoy en cierto grado plausibles.
[9] José María Marco, La nueva revolución americana, Ciudadela, Madrid, 2007.
[10] Sobre la persistencia en el error/confusión en la abundante y generalmente plúmbea literatura catalanista: Lluís Armet et al., Federalismo y Estado de las Autonomías, Barcelona, 1988; Ferrán Requejo, Federalisme, per a què?, Barcelona, 1998; Isidre Molas (ed.), Francisco Pi y Margall y el federalismo, Barcelona, 2002; Xavier Arbós, Doctrinas constitucionales y federalismo en España, Barcelona, 2006. Para reanudar una reflexión más rigurosa sobre el problema en España: Raúl Morodo et al., El federalismo, Madrid, 1965; Javier de Burgos, España: por un Estado federal, Barcelona, 1983. Modestamente, he planteado el tema en "La democracia en España: ¿la consolidación pendiente?", en el libro homenaje a Carlos Moya Lo que hacen los sociólogos (Madrid, 2007). Asimismo, he publicado un ensayo sobre uno –si no el más importante– de los fundadores del federalismo de nuestra época: "Alexander Hamilton: los orígenes del nacionalismo político contemporáneo", Revista de Estudios Politicos, 127, Madrid, 2005.