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La Ilustración Liberal

La izquierda europea se premia a sí misma

Sorprende por el descaro y la precipitación, pero no por la elección. Nadie puede dudar de que el Premio Nobel de la Paz es la expresión de una decisión política desde el momento en que es el Parlamento noruego quien lo concede. Pero además también debería de haber quedado ya claro que esa decisión política es depositaria de unas ideas y valores que asimilan la paz con la estrategia de distensión por la cual Occidente básicamente renuncia a defenderse a sí mismo; apenas hay que repasar algunos de los recientemente galardonados: Rigoberta Menchú, Yaser Arafat, Kofi Annan, Jimmy Carter o Al Gore.

En realidad, pues, la concesión del Premio Nobel de la Paz a Obama ni ha desprestigiado el galardón más de lo que ya lo estaba ni ha cambiado radicalmente su orientación ideológica. Su única especialidad no está en el fondo, sino en las formas: no haber aguardado ni siquiera un tiempo prudencial para aparentar que la elección es fruto de una detenida reflexión sobre el legado pacificador del premiado y no de un arranque de pleitesía hacia un presidente cuyos discursos pasan por renegar de todo lo bueno que suponen los Estados Unidos.

Precisamente, las ovaciones de la progresía europea a Obama no son más que ovaciones dirigidas realmente hacia sí misma. Se aplauden y se conceden premios a sí mismos por creer que con Obama finalmente han impuesto su visión multilateral del mundo a ese reaccionario país que, desde el otro lado del Atlántico, se empecinaba en defender los principios liberales sobre los que se había fundado y gracias a los cuales se había convertido en la primera potencia mundial.

De ahí que por primera vez no se hayan premiado los resultados del galardonado en su contribución a la paz mundial, sino sus aventuradas ideas sobre la misma. Para la estrechez de miras de la progresía europea, paz equivale a cesión ante nuestros enemigos, y, en ese sentido, bien puede decirse que Obama nos ha traído ya la paz.

Los méritos alegados por la comisión parlamentaria noruega –su contribución al desarme nuclear– no dejan de ser la cumplimentación de una formalidad irrelevante para la decisión final. Recordemos que el plazo para presentar las candidaturas al Nobel de la Paz terminaba el 1 de febrero de este año, es decir, la candidatura de Obama se presentó cuando apenas llevaba 11 días en el cargo. Como decimos, no importaba en absoluto qué decisiones fuera a tomar, sino que bastaba con el hecho histórico de que hubiese alcanzado la presidencia asimilando el discurso de la izquierda europea. De hecho, desde entonces su contribución al desarme nuclear ha pasado por desproteger de semejantes amenazas a sus alíados de Polonia y la República Checa y por dar nuevos bríos a la carrera atómica iraní a través de su parálisis y debilidad. Con Obama, el mundo civilizado no se ha vuelto más seguro, sino mucho más vulnerable, frente a la amenaza nuclear.

Como recuerda el Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), el único presidente estadounidense que realmente pudo anotarse el tanto de haber logrado una auténtica reducción de este género de armamentos fue Ronald Reagan. Pero obviamente Reagan representaba todo lo contrario a lo que justamente ayer premiaron de Obama. Al fin y al cabo, sus políticas sólo concluyeron con la extensión de la paz y la libertad a cientos de millones de personas. Semejante hazaña no merecía una distinción tan denostada como el Nobel de la Paz; la indefinición y el discurso de Obama, por mucho que él no lo crea, sí.

(Libertad Digital, 10-X-2009; editorial)