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La Ilustración Liberal

Una refutación del materialismo filosófico y el determinismo físico

Trabajo publicado originalmente en la Revista de Economía y Derecho (otoño 2009) de la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas.

One does not conduct a rational argument with a being that makes the claim that all its responses are reflexes, no matter how complex and subtle the conditioning.

John C. Eccles

De entrada consigno que la tesis central del presente ensayo apunta a subrayar que el ser humano no está constituido exclusivamente por kilos de protoplasma, puesto que si esto fuera así, en última instancia, los nexos causales inherentes a la materia determinarían sus dichos y movimientos, lo cual, a su turno, significaría que no habría posibilidad de revisar los propios juicios, ni ideas autogeneradas, ni proposiciones verdaderas y proposiciones falsas, ni propósito deliberado, ni autoconocimiento. En otros términos, no habría acción humana propiamente dicha sino meras reacciones, tal vez más complejas que lo que ocurre en otras especies, pero se trataría de una cuestión de grado y no de naturaleza. Parafaseando a C. S. Lewis (1944/1996), esto significaría "la abolición del hombre". La tesis concluye en la inexorabilidad de la mente, la psique, los estados de conciencia o el alma, como entidad distinta del cerebro y del cuerpo humano en general, pero unida en la misma sustancia.

Los estragos del positivismo

Puede situarse el comienzo de la pretensión de extrapolar los métodos de las ciencias naturales a las ciencias sociales en Auguste Comte, especialmente en sus multivolúmenes Curso de filosofía positiva, escritos entre 1830-42, y Sistema de política positiva, preparados en el período 1851-54. En estas obras nace el afán por tratar al "cuerpo social" como antropomorfismo sujeto a las mismas leyes y procedimientos con los que la ciencia experimental encara los fenómenos de la física y la química, incluyendo el conductismo, sobre el cual nos explayaremos más adelante, de donde también deriva el ansia por la ingeniería social en cuanto a la manipulación de las personas como si fueran un conjunto indiferenciado sujeto a los experimentos de los planificadores del momento. Con Comte nace la sociología.

Ortega y Gasset escribe que "si la sociedad no es más que una asociación, la sociedad no tiene propia y auténtica realidad y no hace falta una sociología" (1934-49/1981: 12), para más adelante afirmar de la sociedad: "Qué sea ésta, repito, no tenemos aun ni la más remota idea" (ib.: 156); y advierte acerca de los peligros del antes referido antropomorfismo: "Hoy se diviniza lo colectivo (...) se juega frívolamente, confusamente, con las ideas de lo colectivo, lo social, el espíritu nacional, la clase, la raza (...) Pero en el juego, las cañas se han ido volviendo lanzas"; y concluye: "Solo los individuos crean (...) La gente, la sociedad, tiende cada vez más a aplastar a los individuos, y el día que pase esto habrá matado la gallina de los huevos de oro" (ib.: 286).

El premio Nobel en Economía Friedrich A. Hayek se ha referido extensamente a Comte y a sus seguidores (1952/1979: 321 y ss.) pero, en su última obra, debido a todos los malos entendidos y galimatías, utilizados principalmente por la corriente de pensamiento marxista, en torno a la palabra sociedad, este autor la sustituye por la expresión orden extendido (1988: 6 y 113) y, además, agrega que el adjetivo social convierte en su antónimo al sustantivo al que acompañe (ib.: 114-119). Dejando de lado las buenas intenciones con que muchas veces se han acuñado ciertas expresiones y las sanas tradiciones en las que aparecieron, piénsese en la expresión justicia social, que, en el mejor de los casos, constituye un pleonasmo mayúsculo, puesto que la justicia no es vegetal, mineral ni animal, y, en el peor, contradice la clásica definición de Ulpiano de dar "a cada uno lo suyo" para transformarse en sacar a unos lo que les pertenece para dar a otros lo que no les pertenece.

Uno de los continuadores más destacados del positivismo ha sido el profesor de física en la Universidad de Viena Ernst Mach, especialmente a partir de su trabajo de 1893 titulado La ciencia de la mecánica; inspiró al Círculo de Viena y, más adelante, a autores como Burrhus F. Skinner, a quien nos referiremos en el segundo apartado de este ensayo. El mencionado Círculo salió a la luz en 1929 con un manifiesto conocido como "Visión científica de mundo", elaborado por su miembro más conspicuo, Rudolf Carnap –quien ya había publicado un año antes Las estructuras lógicas del mundo–, junto a Moritz Schlick, Otto Neurath, Hans Hahn, Herbert Feigl y Friedrich Waismann, que dieron lugar a lo que denominaron positivismo lógico, basado en la idea de que en la ciencia nada está fuera de lo que perciben los sentidos y que los procedimientos científicos tienen significado si pueden verificarse empíricamente. El Círculo de Viena se disolvió en 1938 debido a la persecución de judíos por los sicarios nazis, pero la impronta continuó y se difundió y se fortaleció en grado creciente en los cinco continentes.

Karl R. Popper, en su La lógica de la investigación científica (1934/1977) y posteriormente en los tres tomos de su Post Scriptum a esa obra, de la que el segundo es el más relevante para lo que discutimos en este trabajo (1959/1982), y también en los ensayos recopilados en su Conjeturas y refutaciones,sobre todo en el titulado "Sobre las fuentes del conocimiento y la ignorancia" (1960/1972), mostró que nada en la ciencia es susceptible de verificarse, sino solo de corroborarse provisoriamente, y que está sujeto a posibles refutaciones. Sostiene que, por un lado, esto se desprende del problema que presenta la inducción, en cuanto a que de un caso particular no es lógicamente posible extrapolar a lo universal: no hay necesidad lógica, por más numerosos que hayan sido los experimentos; y, por otro, que el estar abierto a refutaciones de teorías rivales permite el progreso en la ciencia, y que los fundamentalismos, dogmatismos y ortodoxias no ayudan a mentes abiertas dispuestas a incorporar nuevos conocimientos.

Este progreso, sustentado en el antes mencionado carácter de la provisionalidad, en nada suscribe la tesis del relativismo epistemológico ni del escepticismo. Muy por el contrario, Popper reitera que la misión de todo investigador y estudioso es la búsqueda permanente de la verdad, que se va descubriendo en el referido proceso de conjeturas, corroboraciones y refutaciones, y que la mente, en su interacción con el cerebro, es el instrumento idóneo para conocer. En Conocimiento objetivo, en un artículo referido a su adhesión al realismo, y especialmente en el titulado "Sobre nubes y relojes", sobre el que volveremos, Popper pone en contexto sus ideas referidas al tema que abordamos en el presente ensayo.

No es que coincidamos en todo con el análisis popperiano (lo cual no ocurre con ningún autor tomado in totum; incluso no sucede con lo que nosotros mismos escribimos después de transcurrido un tiempo, puesto que, como bien ha apuntado Borges, no hay texto perfecto: citando a Alfonso Reyes, escribió que debido a ese motivo, si no publicáramos, nos pasaríamos la vida "corrigiendo borradores"). Una divergencia estriba en el criterio de demarcación de Popper, que, aunque objeto de cambios en sucesivos trabajos, resulta insatisfactorio, tal como señala Mariano Artigas (1979: cap. II); pero en todo caso las exploraciones de diversas perspectivas por parte de autores tales como Kuhn (1962/1986), Lakatos (1970/1972) e incluso Feyerabend (1975/1981) agregan avenidas fértiles a la filosofía de la ciencia y revelan otras facetas en un azaroso proceso de prueba y error, en un contexto evolutivo que no tiene término en ningún plano de estudio.

En esta misma línea argumental, Morris Cohen destaca, por una parte, que la afirmación de Carnap de que las proposiciones no verificables carecen de significación "no es verificable", y, por otra, que el sostener que una proposición no verificable carece de significación "parece, ya desde un principio, una violenta tour de forcé"; por ejemplo, "la afirmación de que las proposiciones éticas carecen de significación forma parte de la errónea concepción positivista tradicional del método científico, al suponer que éste debe restringirse a los hechos de existencia real [física]" (1945/1975: 80, 79, 90).

Pero más importante aún resultan los cauces metodológicos abiertos por Ludwig von Mises (1949/1963: 11-69) y sus seguidores, como Kirzner, Rothbard, Lawrence White, Spadaro, Machlup y otros, aplicables a las ciencias de la acción humana, que, entre otras cosas, despojan del complejo de inferioridad a las ciencias sociales, en vista de los extraordinarios progresos de las ciencias naturales de los Copérnico, Kepler, Galileo, Newton, Plank, Lecomte du Noüy, Einstein, Bohr, Heisenberg, De Broglie, Prigogine, Hawking. Los progresos colosales en estas últimas ciencias no constituyen razón para extrapolar sus métodos al área donde hay acción humana y no meramente reacción.

En el campo de las ciencias naturales se recurre al método hipotético-deductivo; Mises y sus discípulos señalan que, en cambio, en las ciencias sociales el método pertinente es el axiomático-deductivo, lo cual afecta severamente a las interpretaciones positivistas. Las plantas, las piedras y los animales no tienen propósito deliberado, no son racionales. En las ciencias naturales se intenta detectar regularidades: no hay aquí nada más que nexos causales exteriores al fenómeno observado, a determinada causa se sucede determinado efecto, a determinado estímulo se sucede cierta reacción.

Sin embargo, en las ciencias sociales, en el hombre, no solo tienen lugar las relaciones causales físico-biológicas y las influencias ambientales, sino que se agrega la teleología: el hombre decide, opta y prefiere. El ser humano está sujeto a las leyes de la física, pero, además y principalmente, sus decisiones introducen elementos que no están presentes en las plantas, los minerales y los animales no racionales. En ciencias naturales puede decirse que las variables y los datos están disponibles, solo hace falta investigarlos; en la acción humana, los datos y la información no se encuentran disponibles, ya que dependen del curso que decida la persona en cuestión. No está disponible ni siquiera para el propio sujeto actuante, ya que puede conjeturar cómo procederá al día siguiente pero, como las circunstancias se modifican, cambia su rumbo respecto de lo que había anticipado.

La metodología de Mises –que es la de la Escuela Austriaca, y de la que puso los mimbres Carl Menger en el siglo XIX– se basa en la introspección como forma de conocer las características de la acción humana y, por ende, parte de esa premisa o axioma del cual se deducen teoremas que no son tautológicos, sino que expanden el conocimiento del mundo de las ciencias sociales, tal como mencionaremos brevemente después de aludir a la objeción positivista a los juicios sintéticos a priori.

Gabriel Zanotti señala en detalle puntos de contacto y correlatos entre la filosofía tomista y las posturas miseanas en muy diversos planos (1990/2004); en este sentido, se lee en la contratapa del libro lo que escribe monseñor Octavio N. Derisi, ex rector de la Universidad Católica Argentina: "El autor ha logrado demostrar que la praxeología de Mises, que no solo es económica o teoría de mercado, puede ser fundamentada en un realismo intelectualista tomista". Respecto de Menger y la Escuela Austríaca en general, Ricardo Crespo, secretario académico de la Universidad Austral en Buenos Aires y prologuista de la obra de Zanotti, ha consignado en otro ensayo: "Se ha escrito y discutido mucho acerca de la influencia de la filosofía artistotélica en el pensamiento de Carl Menger. El tratamiento aristotélico de temas como las esencias, el valor, las necesidades y los bienes, sus ideas sobre la sociedad (...), justifican ampliamente dicha tesis" (2001: 3).

Como es sabido, según la usual clasificación, una proposición analítica es aquella en la que el predicado está contenido en el sujeto y una proposición sintética es aquella en la que el predicado no está contenido en el sujeto. El positivismo afirma que un juicio sintético a priori es una contradicción, sin percibir que, además del sentido miseano de esta herramienta, precisamente, como ha explicado el propio Mises, la proposición de que no hay proposiciones sintéticas a priori es en sí misma una proposición sintética a priori, ya que ésta no puede establecerse a través de la experimentación (por otra parte, el teorema de Gödel no es aplicable a los apriorismos sintéticos, y, según J. R. Lucas, "el teorema de Gödel se aplica a sistemas de determinismo físico", 1970:130). Bruce Caldwell dice que la posición miseana

no se ve para nada afectada por argumentos que se limitan a señalar que no hay tal cosa como una proposición que es simultáneamente verdadera y con significado empírico. Por supuesto que no hay tal cosa, siempre que se acepte la concepción analítico-sintética del positivismo. Pero Mises no sólo rechaza esa concepción sino que ofrece argumentos contra ella (...) Un crítica metodológica de un sistema (no importa cuán perverso pueda parecer tal sistema) basado enteramente en la concepción de su rival (no importa cuán familiar sea) no establece absolutamente nada (1981: 122 y 124).

La tradición de pensamiento austríaca, entonces, parte del axioma de la acción humana, de la que se derivan teoremas inexorables, de los cuales mencionaremos algunos. Es, desde luego, a priori de la experimentación sensible, no a priori de lo que podríamos denominar "experiencia mental", que constituye la base sobre la que parte la metodología de marras, o "evidencia intelectual", para tomar prestada una expresión de Mariano Artigas utilizada en el contexto del análisis filosófico (1984/1995: 45).

Esta metodología ha sido trabajada para la rama más estudiada de las ciencias sociales, cual es la praxeología, o teoría de la acción humana, de la que se desprende la economía, no entendida con el primitivo criterio circunscrito a lo crematístico, sino en su versión moderna, que abarca todos los fines y medios de la conducta del hombre; en este sentido, préstese especial atención, en cuanto a que los teoremas que a continuación se detallan son del todo aplicables a las acciones referidas tanto a lo no material como a lo material. Economizar significa optar, elegir entre diversos medios para la consecución de fines específicos. Esto abarca toda la acción, tanto en lo que se refiere a los bienes espirituales como en lo que se refiere a los materiales. No hay tal cosa como fines económicos: la economía alude a un proceso de intercambio de valores, sea de modo interpersonal o intrapersonal, lo cual, como queda dicho, está presente en toda acción humana. La incomprensión respecto del campo de la economía hace que, por ejemplo, aparezca a primera vista como impropio el análisis económico de la institución familiar y similares (Becker, 1991).

En primer término, tal como he resumido los teoremas en un libro (1996), la primera derivación necesaria de la acción humana es la especulación, que significa que el ser humano, al actuar, estima que pasará de una situación menos satisfactoria a una que le proporcione mayor satisfacción, cuyo contenido dependerá de la estructura axiológica del sujeto actuante. El que reza está especulando con la vida eterna, el que emprende un viaje está especulando con llegar a destino, el que asalta un banco está especulando con el botín, el que vende verdura está especulando con obtener una ganancia monetaria, etc.

En segundo lugar, tenemos el interés personal, que está presente en toda acción. El objetivo podrá ser la satisfacción de ver al prójimo en buen estado como consecuencia de una obra benéfica, o podrá ser algo ruin, como alegrarse con el infligir daño a terceros. En este sentido, no hay tal cosa como acciones desinteresadas, puesto que, naturalmente, está en interés de quien actúa el procurarse los resultados buscados.

La incertidumbre es también un derivado de la acción humana, ya que si hubiera conocimiento perfecto no habría necesidad de optar y preferir; es decir, el actuar implica deliberación, lo cual no sería necesario en un mundo de certezas.

La acción humana implica una jerarquía de valores. Como no resulta posible hacer todo simultáneamente, deben establecerse prioridades, que, dicho sea al pasar, están referidas a números ordinales (primero, segundo, etc.), y no son susceptibles de medirse los valores y referirlos a números cardinales, ya sea en términos absolutos o en términos relativos (es incomprensible que se diga que el valor número tres refleja una intensidad de 4.678, o que es un 30% menos importante que el número dos). De allí es que debe advertirse sobre el abuso de las matemáticas y de la pretensión de medir valores en economía. En este sentido, Wilhelm Röpke ha escrito:

Cuando uno trata de leer un journal de economía en estos días, frecuentemente uno se pregunta si uno no habrá tomado inadvertidamente un journalde química o hidráulica (...) Los asuntos cruciales en economía son tan matemáticamente abordables como una carta de amor o una tarjeta de Navidad. (...) tras los agregados pseudo-mecánicos hay gente individual, con sus pensamientos, sentimientos y juicios de valor (...) No sorprende la cadena de derrotas humillantes que han sufrido las profecías econométricas. Lo que es sorprendente es la negativa de los derrotados a admitir la derrota y aprender una mayor modestia (...) Algunas personas aparentemente creen que la función principal de la economía es preparar el dominio de la sociedad por los especialistas en economía, estadística y planeamiento, esto es, una situación que describo como economicracia, una palabra horrible para una cosa horrible (1958/1960: 247, 248, 249, 250 y 149).

Del axioma de la acción humana se desprende la causalidad y la consiguiente regularidad. Sin la conjetura de nexos causales no habría posibilidad de acción: si no se presupone que ciertos resultados seguirán a ciertas conductas, no habría actos deliberados. Si arrojarse por el balcón sin paracaídas puede conducir a la flotación del cuerpo o al canto de sirenas, no sería posible prever el resultado de conducta alguna. En este contexto, es de interés destacar, en conexión con lo anteriormente mencionado respecto de la inducción, que las acciones de las personas se basan consciente o inconscientemente en el método denominado verstehen, o método de comprensión, por el que extrapolamos lo sucesos del pasado al futuro sobre la base de un supuesto cálculo de probabilidades hasta tanto no se demuestre lo contrario, en cuyo caso sustituimos la conjetura empleada por una que resulte más fértil. Por ejemplo, cuando entramos a una confitería y solicitamos un café, suponemos, de acuerdo con la experiencia, que quien sirve la mesa procederá en consecuencia y no nos abofeteará. Como hemos dicho, no es que de los sucesos individuales del pasado se pueda inferir lógicamente la misma ocurrencia: aplicamos verstehen para convivir con los fenómenos que nos rodean.

Otra implicación de la acción humana es la multiplicidad de medios. Esto significa que para que tenga lugar la acción debe haber por lo menos dos medios presentes; si el medio fuera uno sólo, sería el fin o la meta y, por ende, no habría acción. En este contexto, debe tenerse muy presente que el tiempo es un medio omnipresente en la acción del hombre.

Vinculada a la implicación anterior, la secuencia temporal constituye otro teorema. La idea de tiempo está presente en la acción. Si se tuviera un deseo e ipso facto se obtuviera la satisfacción, no cabría la posibilidad de acción. Para que tenga lugar la acción debe mediar tiempo entre el deseo y la correspondiente satisfacción.

Otro teorema vinculado al tiempo es la preferencia temporal, que significa que el sujeto actuante siempre preferirá el mismo bien en el presente que en el futuro; de lo contrario pospondría eternamente la acción, lo cual quiere decir que no actuaría.

La acción humana implica imperfección y, consecuentemente, estados de insatisfacción. Esta es la razón por la que se necesita la incorporación de valores espirituales y bienes materiales. Ser perfecto es acto puro, y por tanto no está en potencia de nada, puesto que lo posee todo.

Un derivado más de la acción humana es la utilidad marginal decreciente. La última unidad de lo que nos satisface, sean bienes del espíritu o para el cuerpo, es aplicada a los requerimientos de menor jerarquía o importancia. Por esa razón, a medida que aumenta la cuantía de bienes homogéneos disponibles, la utilidad de la unidad marginal decrece.

El libre albedrío, que será considerado con detención en el próximo apartado, es una derivación primordial de la acción humana: si la libertad fuera una simple ilusión, no habría actos humanos.

La valorización subjetiva es otra implicación de la acción humana, ya que sin este juicio no hay comportamiento, lo cual nada tiene que ver con las condiciones objetivas del mundo, como bien explica Nicholas Rescher en una de sus obras (1997) ya que las opiniones y apreciaciones sobre el mundo que nos rodea no cambian sus características.

El propósito deliberado se desprende de la acción humana, ya que sin una meta no hay acto humano propiamente dicho, sino simplemente movimiento reflejo o condicionado.

La acción humana implica un costo. No hay acción humana sin costo. Como no es posible hacer todo al unísono, se debe renunciar a un valor para obtener otro considerado de mayor urgencia. Si se decide leer, debe dejarse de lado la prioridad que a continuación le siga, por ejemplo, jugar al polo: esto quiere decir que el costo de oportunidad de leer es dejar de jugar al polo, y así sucesivamente. Todo en la vida tiene un costo o, lo que es lo mismo, una renuncia, un sacrificio, un trabajo o un esfuerzo.

A su vez, como hemos consignado, se incurre en el referido costo al efecto de obtener un valor de mayor importancia respecto del que se renuncia, valor que se denomina ingreso y que constituye otra implicación inexorable de la acción humana.

La diferencia entre el costo y el ingreso es la ganancia o la pérdida, que son dos derivaciones más de la acción humana. Hablamos de diferencias no en sentido monetario sino psicológico; las diferencias que, en definitiva, lo rigen todo. En este sentido, entonces, toda acción apunta a la obtención de una ganancia. Nadie actúa conjeturando que obtendrá una pérdida; es decir, si estima que su sacrificio será mayor que el beneficio. Precisemos: cuando la madre Teresa de Calcuta cuidaba a sus leprosos era porque estaba en su interés personal proceder así (está en interés del sujeto actuante actuar como actúa); y en eso consiste su extraordinario mérito y su valor como persona, y todas sus acciones y metas diarias apuntaban a que los medios aplicados fueran más que compensados por los resultados obtenidos, de lo contrario se les morirían sus enfermos. Es decir, evitaba las pérdidas. Sus desvelos, sacrificios y esfuerzos asombrosos constituían sus alegrías: comprobaba los resultados de su obra. Una tercera persona no puede dictaminar en qué consisten las ganancias y los costos de otras, puesto que son de apreciación enteramente subjetiva.

Nadie tiene como objetivo el fracaso, es decir, la pérdida, que, reiteramos, es de carácter subjetivo, puesto que quien entrega su patrimonio a los pobres como costo obtiene, a su juicio, el ingreso de comprobar, por ejemplo, la sonrisa del receptor, y la diferencia psicológica entre uno y otro valor constituye la ganancia del benefactor; todo lo cual –todos los ingredientes mencionados– está presente en el homicida, en el comerciante y en toda acción posible. Incuso para el masoquista, los dolores corporales son ganancias, que surgen de relacionar los costos en que ha debido incurrir con lo que estima ha obtenido con tal proceder.

Lo anterior no quiere decir que, en definitiva, pueda evitarse la pérdida. Ex ante podemos conjeturar que con tal o cual acción obtendremos ventajas, pero como tendemos a equivocarnos más de lo que acertamos, ex post podemos percibir que lo que conjeturamos como una ganancia resultó en una pérdida; y, si la experiencia sirve de algo, esto nos ayuda a corregir futuras acciones.

El precio es también un derivado de la acción humana. No es más que la ratio entre el costo y el ingreso. Toda acción implica un precio, lo cual, desde luego, no significa que se trate necesariamente de valores monetarios. El precio expresado en términos monetarios corresponde al área de la economía que se refiere al mercado, que es solo una parte de la economía, pero no excluye en modo alguno a la otra parte, que hace referencia a la inmensa gama de acciones que nada tienen que ver con el mercado o la cataláctica.

Esta descripción sumaria y telegráfica de los teoremas derivados de la acción humana no pretende ser exhaustiva, pero tengamos en cuenta que están presentes en toda acción humana, independientemente del contenido y de las metas a las que apunte dicha acción. En esta esfera, es impropio referirse a variables, puesto que no hay constantes ni regularidades, como sí ocurre en las ciencias naturales. Se trata del ser humano y de sus meditaciones, valores y decisiones, que lo distinguen del resto de las especies conocidas.

Hemos tomado espacio para referirnos a la manera de abordar una de las ramas de las ciencias sociales, en este caso la economía, al efecto de ilustrar que la ciencia no se circunscribe al experimento de laboratorio ni a la verificación empírica, como pretenden los positivistas, que todo lo reducen a lo físico-material. Al fin y al cabo, la ciencia consiste en un conjunto de conocimientos sistemáticamente ordenados que elabora y produce teorías que sirven para explicar el mundo, lo cual no se circunscribe a la metodología de las ciencias naturales, impropias para comprender el campo en el que el centro de estudio es el comportamiento humano.

Tal vez, en parte, el positivismo tuvo su explicación –que no justificación– debido a ciertos abusos de teólogos cuyos prestigios eran grandes como consecuencia de notables contribuciones de algunos colegas en los campos del estudio, la enseñanza y la investigación. Por ejemplo, el lamentable episodio de Galileo, por el que Juan Pablo II pidió uno de sus célebres perdones en nombre de la Iglesia. Mariano Artigas ha escrito: "El juicio de 1633 se basó en el desgraciado dictamen de los teólogos de 1616 (...) El conflicto hizo sufrir a Galileo. Ha perjudicado a la Iglesia durante siglos" (1985: 28-9).

Sin duda que si el ser humano estuviera constituido exclusivamente por kilos de protoplasma, el positivismo tendría razón en extender sus procedimientos y métodos de las ciencias naturales a las ciencias sociales, puesto que en este último caso la diferenciación radicaría simplemente en una cuestión semántica, ya que no habría acción humana sino actos reflejos y determinados por los nexos causales inherentes a la materia, más complejos quizás, sujetos a vaivenes probabilísticos más intrincados tal vez; pero, como hemos expresado, la diferencia sería de grado, no de naturaleza.

La física cuántica y la teoría del caos en nada cambian la antedicha diferenciación en cuanto al modo sustancialmente distinto de abordar las ciencias naturales y las sociales, puesto que no hay libre albedrío en aquellos campos. En el mundo subatómico hay re-acción, no acción ni propósito deliberado. La teoría de la indeterminación de Heisenberg es explicada del siguiente modo por Gerald Holton y Stephen Bruch:

El principio de Heisenberg podría interpretarse como una simple restricción de nuestros conocimientos sobre el electrón teniendo en cuenta las limitaciones de los métodos experimentales existentes, sin rechazar, por ello, la creencia de que el electrón realmente posee una posición y una cantidad de movimiento definidas. La expresión principio de incertidumbre sería entonces apropiada, pero teniendo en cuenta que el principio se aplica al conocimiento del observador y no a la propia naturaleza (1984: 733).

El mismo Werner Heisenberg, por su parte, escribe:

Puede señalarse muy precisamente la posición [de una partícula atómica], pero entonces la influencia del instrumento de observación imposibilita hasta cierto grado el conocimiento de la velocidad. (...) el conocimiento incompleto de un sistema es parte esencial de toda formulación de la teoría cuántica (1955/1994: 33-34).

En otros términos, la falta de información y los obstáculos que crean los propios instrumentos de observación, por el momento, no permiten conocer con la suficiente precisión. El premio Nobel de Física Max Plank se pronuncia en el mismo sentido al explicar: "El hecho de que no se cumpla la regla estadística en los casos particulares no es, pues, debido a que no se cumple la ley de causalidad, sino más bien a que nuestras observaciones no son suficientemente delicadas y exactas para poder aplicar directamente la ley de causalidad en cada caso" (1936/1947: 150). Louis de Broglie condensa magníficamente este problema:

A menudo bajo la influencia de ideas preconcebidas, extraídas de la doctrina positivista, han pensado que podían ir más lejos y afirmar el carácter incierto e incompleto del conocimiento que, sobre lo que sucede realmente en microfísica, nos proporciona la experimentación en su actual fase de desarrollo, es el resultado de una genuina indeterminación de los estados físicos y de su evolución. Semejante extrapolación no parece estar justificada en modo alguno. Es posible que, escrutando el futuro hasta un nivel más profundo de la realidad física, podamos interpretar las leyes de probabilidades y la física del quantum como los resultados estadísticos del desarrollo de valores completamente determinados de variables que actualmente permanecen ocultas para nosotros. Puede que los poderosos medios que empezamos a utilizar para romper la estructura del núcleo y hacer aparecer nuevas partículas nos proporcionen algún día el conocimiento directo que hoy no poseemos de este nivel más profundo (1951: 6-7).

En la teoría del caos difundida por James Gleick en 1987 tampoco se pueden anticipar con precisión los acontecimientos, debido a la no linealidad, que se aparta de la clásica noción newtoniana. También en este plano de la ciencia daría la sensación de que no existe relación causal, cuando, en verdad, en lugar de producirse relaciones lineales (una causa produce un efecto), tienen lugar relaciones no lineales (una causa arrastra en el proceso otras causas que, como un efecto en cadena, van generando muy diversos efectos, que, a su turno, generan otros resultados). El ejemplo clásico de relación no-lineal es el descripto por el meteorólogo del MIT Edward Lorenz: el aleteo de una mariposa en Tokio puede desembocar en un huracán en New York. El tema es en parte similar a lo que posibilita la evolución, al contrario de lo que sostenía Laplace (1819/1951), en el sentido de la previsibilidad de los fenómenos naturales: por el contrario, los procesos evolutivos tienen lugar debido a hechos imprevisibles; es decir, dado el antecedente, no resulta posible anticipar el consecuente. De más está decir que esto no ocurre en una mente omnisciente, lo cual no es el caso del científico ni de ser humano alguno; por ello, parte de lo escrito por Laplace (ib.: 4-5) resulta tautológico, en el sentido de que una mente que todo lo conoce, evidentemente, todo lo conoce (incluyendo los cambios futuros). El punto central de este autor, que ha sido refutado, es que el mundo estaría determinado y clausurado a nuevas modificaciones.

Por último en este primer apartado, consignamos que el positivismo a que nos venimos refiriendo no abarca solamente el terreno epistemológico, sino que repercute en muy diversos campos. Tal vez el impacto más deletéreo fuera de la metodología, ya tratada en este breve estudio, tenga lugar en el campo del derecho: salvo honrosas excepciones, de las facultades del ramo no egresan abogados, sino más bien estudiantes de leyes que saben qué dice el código tal o la legislación cual y pueden recitar el párrafo y el inciso correspondiente pero no tienen idea de cuál es el fundamento de la norma, ni de los mojones, puntos de referencia o parámetros extramuros de la ley positiva, es decir, de legislación que se aparta de la noción de ley propiamente dicha. El positivismo legal estima que la norma positiva es fruto del diseño y la construcción y no de un proceso de descubrimiento, como han descripto grandes maestros del derecho, entre muchos otros Bruno Leoni:

De hecho, la importancia creciente de la legislación en la mayor parte de los sistemas legales en el mundo contemporáneo es, posiblemente, el acontecimiento más chocante de nuestra era (...) cada vez menos gente parece darse cuenta de que, como el lenguaje y la moda, que son el producto de la convergencia de actos y decisiones espontáneas por parte de un gran número de individuos, en teoría la ley también puede resultar de convergencias similares (1961/1972: 4,5 y 9).

En este sentido, Fullner escribe: "Si bien los contratos y los derechos de propiedad sirven para organizar las relaciones entre los ciudadanos, se piensa que esto sucede porque son reconocidos e implementados por la ley, esto es, por medio de normas impuestas desde arriba (...) [Sin embargo,] ciertamente resulta claro que los contratos y la propiedad eran en gran medida instituciones sociales que funcionaban antes de que existieran las leyes hechas por el estado" (1981: 4-5). Leoni confirma:

Estamos tan acostumbrados a pensar en el sistema del derecho romano en términos del corpus iuris de Justiniano, esto es, en términos de una ley escrita en un libro, que hemos perdido de vista cómo operaba el derecho romano (...) El derecho romano privado no estuvo al alcance del legislador durante la mayor parte de la larga historia de la república romana, y durante buena parte del imperio (ib.: 82-3).

Constituye un derivado del positivismo legal el vehemente rechazo al iusnaturalismo, tal como hemos descripto en un trabajo anterior (Benegas Lynch, 1992: cap. II), y la adhesión al utilitarismo clásico, corriente que ha sido oportunamente criticada por Robert Nozick (1974: 31 y ss.), especialmente en lo referido a la idea de balances sociales.

Resulta sorprendente que el positivismo haya contribuido también a que se acepte el uso inapropiado de terminología y simbolismos innecesarios e impropios, al efecto de impresionar al lego con extrapolaciones ilegítimas de las ciencias naturales al campo de las ciencias sociales, recurriendo a fórmulas intrincadas e improcedentes y a conceptos tomados de la física cuántica, en lugar de a expresiones simples y directas propias del ámbito de la acción humana. Esto da lugar a fraudes académicos de diversa magnitud en ensayos, libros e incluso tesis doctorales.

Recordemos, por ejemplo, el sonado caso de Alan Sokal y Jean Bricmont, que publicaron un trabajo en un conocido journal sometido a referatos y que luego declararon que se estaban burlando de la comunidad académica con la utilización de terminología estrafalaria y fuera de lugar y tesis absurdas, como la de que la ley de la gravedad era "una construcción social" y dislates de ese tenor (ya el título del ensayo anuncia una chanza grotesca que pasó inadvertida a los simuladores del mundo intelectual: "Transgredir las fronteras, hacia una hermenéutica transformadora de la gravedad cuántica"). Propusieron publicar su propia refutación en la misma revista académica, pero ésta rechazó el nuevo trabajo por "carecer de altura académica"; entonces, los autores decidieron publicar todo por separado en un libro conjunto (1998/1999).

Hay que estar precavidos frente a las imposturas. En la contratapa de la obra de Martin Gardner (1981/1988), el editor resume así las contundentes críticas del autor a las falsificaciones de una pretendida ciencia: "La proliferación de la pseudociencia es uno de los fenómenos más llamativos y a la vez más preocupantes de la actualidad; gracias a la libertad de expresión y a la revolución en los medios de comunicación, los gritos de los charlatanes se oyen en ocasiones con mayor fuerza y claridad que las voces de los científicos".

La psique y el libre albedrío

El materialismo filosófico considera que nada hay en el universo fuera de la materia, noción que se enfatiza con lo que Popper denominó determinismo físico para distinguirla del mero determinismo, el cual significa que todo lo que ocurre tiene una causa. Esta última idea tal vez habría resultado más clara y precisa si se la hubiera denominado simplemente causación universal, al objeto de destacar que todo efecto es consecuencia de causas anteriores; como ha apuntado Henri Poincaré, "sin este postulado la ciencia no existiría" (Hazlitt, 1964: 270). Los seres humanos estamos determinados a ser tales, y lo estamos en toda nuestra estructura material. Nos distingue de los animales no racionales la capacidad de evaluar, optar, preferir y elegir el curso de acción. Sin embargo, el determinismo físico enfatiza, como su nombre indica, que las causas en cuestión son siempre de naturaleza física, y no hay tal cosa como razones o motivos que tengan lugar en el ser humano y den lugar a la deliberación y a la libertad; esto a veces es denominado fatalismo (Hospers, 1964/1979: 723).

El materialismo filosófico se distingue de la idea puramente crematística referida a la obsesión por los bienes materiales, sin dar espacio a los valores del espíritu. Si bien las expresiones materialismo filosófico y determinismo físico son frecuentemente utilizadas como sinónimas, no siempre cubren el mismo territorio, razón por la cual el presente ensayo incluye ambas denominaciones en el título, al efecto de no dejar al descubierto lagunas en lo que se refiere a los conceptos tratados en posturas que directa o indirectamente discuten la existencia del libre albedrío.

En este contexto, es pertinente reproducir un pensamiento de Max Plank:

Se trataría de una degradación inconcebible que los seres humanos, incluyendo los casos más elevados de mentalidad y ética, fueran considerados como autómatas inanimados en las manos de una férrea ley de causalidad. (...) El papel que la fuerza desempeña en la naturaleza, como causa de movimiento, tiene su contrapartida, en la esfera mental, en el motivo como causa de la conducta (...) en el intercambio de motivos y conductas tenemos una cadena sin fin de acontecimientos que siguen uno a otro en la vida espiritual, y en esa cadena cada eslabón está ligado por una relación estrictamente causal no sólo con el eslabón precedente, sino también con el que le sigue [...S]e presentan circunstancias en las cuales los motivos aparecen completamente independientes, no originados por una influencia anterior, de modo que la conducta a la cual esos motivos llevan será el primer eslabón de una nueva cadena. (...) ¿qué conclusión podemos deducir respecto del libre albedrío? En medio de un mundo donde el principio de causalidad prevalece universalmente, ¿qué espacio queda para la autonomía de la volición humana? Ésta es una cuestión muy importante, especialmente en la actualidad, debido a la difundida e injustificada tendencia a extender los dogmas del determinismo científico [determinismo físico] a la conducta humana, y así descargar la responsabilidad de los hombros del individuo (1937/1947: 120,169,173 y 174).

Los motivos o razones de la conducta humana se deben a intereses, curiosidades o incentivos que resultan de reflexiones del individuo y de su contacto con el mundo. Dice Hosper: "No podríamos deliberar sobre lo que vamos a hacer si ya supiéramos lo que vamos a hacer (...) no habría nada que deliberar sobre ello, a menos que creamos que lo que vamos a hacer sale de nosotros; y más adelante concluye: "Enunciando sólo los antecedentes causales nunca podríamos dar una condición suficiente; para dar cuenta de lo que hace una persona en sus actividades orientadas hacia [la consecución de determinados] fines hemos de conocer sus razones, y razones no son causas" (1967/1976: 423 y 426). Tal vez esto pueda asimilarse en algún sentido con el proceso creativo: el momento eureka es consecuencia de la conexión consciente entre informaciones almacenadas en el archivo del subconsciente, resultado de hurgar en el tema de interés y colaterales que surgió, en primer lugar, debido a que al sujeto actuante le llamó la atención eso y no otra cosa al seleccionar ciertos aspectos del mundo que lo circunda en el contexto de sus cavilaciones.

Autores como F. Copleston (1959/1985: 211) y J. R. Lucas (1970: 1) destacan los tres puntos que Kant (1781/1981:377) y la mayor parte de los filósofos de todos los tiempos consideran cruciales en la investigación filosófica: la existencia de Dios, la libertad y la inmortalidad; es decir, indagaciones acerca de nuestro origen, nuestro comportamiento y nuestro destino. En esta sección de nuestro trabajo nos vamos a concentrar en la segunda de estas cuestiones capitales.

El determinismo físico y el materialismo filosófico sostienen que la libertad constituye una ilusión, que no hay tal cosa como el libre albedrío, puesto que el ser humano estaría determinado por los nexos causales inherentes a la materia; por ende, seríamos solamente kilos de protoplasma, y la psique, la mente, los estados de conciencia o el alma racional no existirían. Según esta vertiente, seríamos en definitiva máquinas y haríamos las del loro, si bien tendríamos una complejidad mayor y estaríamos sujetos a cadenas también complejas de probabilidades. Estaríamos determinados, programados (y no simplemente influidos) por nuestra herencia genética y nuestro medio ambiente.

Nathaniel Branden adopta una posición –que comento en mi último libro (2008: 373 y ss.)– bien distinta:

El determinismo [físico] declara que, aquello que el hombre hace, lo tenía que hacer, aquello en lo que cree, tenía que creerlo; si centra su atención en algo, lo tenía que hacer; si evita la concentración, lo tenía que hacer (...) no puede evitarlo. Pero si esto fuera cierto, ningún conocimiento –ningún conocimiento conceptual– resultaría posible para el hombre. Ninguna teoría podría reclamar mayor validez que otra, incluyendo la teoría del determinismo [físico] (...) no pueden sostener que saben que su teoría es verdadera; sólo pueden declarar que se sienten imposibilitados de creer de otra manera (...) son incapaces de juzgar sus propios juicios. (...) Una mente que no es libre de verificar y validar su conclusiones, una mente cuyo juicio no es libre, no tiene modo de distinguir lo lógico de lo ilógico (...) ni derecho a reclamar para sí conocimiento de ninguna especie. (...) Una máquina no razona, hace lo que el programa le indica. (...) Si se le introducen autocorrectores, hará lo que indiquen esos autocorrectores (...) nada de lo que allí surja puede asimilarse a la objetividad o a la verdad, incluso de que el hombre es una máquina (1969/1974: 435-437).

Más de cuatrocientos años antes de Cristo, Demócrito, el filósofo griego presocrático, basado en exposiciones de su maestro Leucipo, fue el primero en desarrollar con algún detenimiento la teoría materialista denominada atomismo, en la que distinguía los átomos más livianos, para el alma, de los más pesados, para el cuerpo. El premio Nobel John C. Eccles refuta el materialismo y el determinismo físico, sostenidos por reduccionistas, conductistas o behavoristas que niegan los estados de conciencia o estados mentales y, por ende, el dualismo interaccionista mente-cuerpo, lo cual es también negado hoy por muchos neurocientistas, estudiosos de la psicología y la psiquiatría, profesionales del derecho penal y de la economía (a través de la llamada neuroeconomía).

Eccles escribe: "Cuanto más descubrimos científicamente sobre el cerebro, más claramente distinguimos entre los eventos del cerebro y el fenómeno mental, y más admirable nos resultan los fenómenos mentales" (1985a: 53). Y en otro trabajo dice:

Constituye un error pensar que el cerebro lo hace todo y que nuestras experiencias conscientes son simples reflejos de las actividades del cerebro, lo cual es una visión filosófica común. Si eso fuera así, nuestros estados de conciencia no serían más que espectadores pasivos de acontecimientos llevados a cabo por la maquinaria neuronal del cerebro. Nuestra creencia de que podemos realmente tomar decisiones y de que tenemos algún control sobre nuestras acciones no sería más que una ilusión (1985b: 90-2).

Sus estudios de neurología conducen a Eccles a la siguiente conclusión: "La mente nos provee, como personas conscientes que somos, de las líneas de comunicación desde y hacia el mundo material (...) no aceptamos de modo servil todo lo que nos proporciona nuestro instrumento, la maquinaria neuronal de nuestro sistema sensorial y de nuestro cerebro. Seleccionamos de entre todo aquello que se nos brinda en función de nuestro interés y nuestra atención, y modificamos las acciones de la maquinaria neuronal, por ejemplo, para iniciar un movimiento, recordar algo o centrar nuestra atención" (ib.: 93-4).

Explica Eccles que el manto del neocórtex contiene aproximadamente 10.000 millones de células nerviosas (neuroblastos convertidos en neuronas) organizadas en forma de columnas de módulos cuya potencia de interconexiones es inconmensurable (nos invita a reflexionar sobre las enormes posibilidades de creación musical de que disponemos con sólo las 88 teclas del piano); y en este contexto afirma: "Ha resultado imposible desarrollar una teoría del funcionamiento cerebral que pueda explicar cómo la diversidad de los eventos del cerebro se sintetizan de modo que exista una unidad de la experiencia consciente. (...) Cada persona debe considerarse primeramente como un ser único consciente que interactúa con su medio ambiente –especialmente con otras personas– por medio de la maquinaria neuronal del cerebro (...) todas las explicaciones monistas-materialistas constituyen erradas simplificaciones" (ib.: 101).

En el epígrafe con el que abrimos este ensayo, Eccles sostiene que es imposible mantener un debate con alguien que dice que sus respuestas son actos reflejos (1985c: 161), y agrega: "Digo enfáticamente que negar el libre albedrío no es un acto racional ni lógico. Esta negación presupone el libre albedrío debido a la deliberada elección de esa negación, lo cual es una contradicción, o es meramente una respuesta automática de un sistema nervioso desarrollado por códigos genéticos y moldeado por el condicionamiento" (ib.: 160-1), puesto que de este modo el "discurso se degrada en un ejercicio que no es más que el fruto del condicionamiento y el contracondicionamiento" (loc. cit.); en cambio, "el pensamiento modifica los patrones operativos de la actividad neuronal del cerebro" (ib.: 162).

En el proceso evolutivo desde los primates hasta el hombre, que tuvo lugar en el transcurso de dos millones de años, el cerebro pasó de los 500 a los 1.400 gramos, pero el punto de inflexión consistió en la mente en paralelo al lenguaje. La aparición del ser humano no es, entonces, una cuestión de grado, sino de naturaleza respecto de otros seres y especies. Sin embargo, y sin perjuicio de sus notables hallazgos y contribuciones, Darwin sostuvo: "No hay diferencia esencial en las facultades del hombre y los mamíferos superiores" (1871/1980:71). En el siglo anterior, Bernard Mandeville desarrolló la noción de la evolución cultural, idea que Darwin adaptó a la evolución biológica. La primera noción alude al proceso de selección de normas, no de especies. Al contrario de la evolución biológica, en la evolución cultural, en una sociedad abierta, los más fuertes transmiten su fortaleza a los más débiles mediante las tasas de capitalización; por ello resulta impropia la extrapolación de un campo al otro y hacer referencia al darwinismo social. Tal como puntualiza Lecomte du Noüy, a partir de cierta instancia resulta irrelevante la evolución física: "Era necesario que la evolución pudiera continuar en otro plano, en un plano esencialmente humano, el plano del espíritu" (1941/1949: 204). El biólogo Julian S. Huxley señala: "Los impulsos que viajan al cerebro en los nervios son de una naturaleza eléctrica y difieren en las relaciones temporales, como las frecuencias y su intensidad. Pero en el cerebro estas diferencias puramente cuantitativas de patrones eléctricos se transforman en cualidades, en sensaciones [de naturaleza] completamente diferente. La maravilla de la mente es que transmuta cantidad en cualidad. La propiedad de la mente es algo dado" (1953: 75).

El lenguaje sirve esencialmente para pensar. Noam Chomsky muestra que la evolución no trata de una idea lineal, considera "inútil" el intento de relacionar el lenguaje humano con la comunicación animal, y más adelante concluye: "La posesión del lenguaje humano está asociada con un tipo específico de organización mental (...). No hay sustancia alguna en la visión de que el lenguaje humano es simplemente una instancia más compleja de algo que se puede encontrar en otra parte en el mundo animal" (1968/1972: 69-70). Para hacer ejecutiva la mente se torna indispensable el lenguaje; una ilustración de este punto puede verse en el célebre caso de Hellen Keller, quien a raíz de una meningitis quedó ciega, sorda y muda, y su admirable relación con Annie Sullivan en conexión al uso del lenguaje (Szasz, 1996: 3 y ss.). Oír es un proceso biológico; escuchar involucra lo epistemológico.

Chomsky –en consonancia con el ex materialista Hilary Putnam (1994: caps. I y IV) – destaca que no resulta posible para un ordenador hacer lo que hace la mente:

No hay forma de que los ordenadores complejos puedan manifestar propiedades tales como la capacidad de elección (...) Las cosas que la gente hace que realicen los ordenadores son los aspectos mecánicos del comportamiento humano, como jugar al ajedrez. Jugar al ajedrez puede ser reducido a un mecanismo, y cuando un ordenador juega al ajedrez no lo hace del mismo modo que una persona; no desarrolla estrategias, no hace elecciones, simplemente recorre un proceso mecánico probando movimientos tentativos, utilizando su enorme memoria, e intenta explorar profundamente qué sucedería si hiciera este o aquel movimiento, y luego calcula en un minuto promedio de alguna medida del programa, que automáticamente selecciona el movimiento; eso no tiene nada que ver con lo que hace una persona [...U]n ordenador no entendería el lenguaje, del mismo modo que un aeroplano no puede volar como un águila. Comprender el lenguaje y el resto del discurso intencional del pensamiento no es algo que pueda hacer un ordenador (1993).

Por esta misma razón es que Popper dice: "Una computadora no es más que un lápiz glorificado" (1969/1994: 109). El neurocirujano Wilder Penfield establece un correlato con la computadora pero en un sentido sustancialmente distinto: ilustra la idea con esa figura asimilándola al cerebro, siendo el operador o programador la mente (1975/1978:60).

El premio Nobel en Medicina Roger W. Sperry afirma: "La conciencia está concebida para tener un rol directo en la determinación de las pautas en la excitación del cerebro. El fenómeno de la conciencia en este esquema está concebido para interactuar y en gran medida gobernar los aspectos fistoquímicos y fisiológicos del proceso cerebral. Obviamente, trabaja en el otro sentido también, y, por tanto, se trata de una interacción mutua que se concibe entre las propiedades fisiológicas y las mentales" (1969:536). Sperry sostiene que en la actualidad la ciencia contradice los postulados del materialismo: "Ha surgido un concepto modificado de la experiencia subjetiva en relación a los mecanismos cerebrales y a la realidad externa, lo cual significa una contradicción directa con las tesis centrales del behavorismo (...) y con la filosofía materialista" (1985: 296).

La doble vía en cuanto a las influencias recíprocas en las interacciones mente-cuerpo se observa a simple vista: una preocupación afecta a la salud del cuerpo y un malestar en el cuerpo incide en la mente: algún dicho hace sonrojar la piel, un nerviosismo produce sequedad en la boca, etc. Autores como Aldous Huxley (1938: 258-59) y, contemporáneamente, Deepak Chopra (1988/1989) confirman el aserto con múltiples investigaciones y experiencias.

Descartes –Bertrand Russell: "Usualmente considerado el fundador de la filosofía moderna, lo cual pienso es correcto" (1946/1993:542)– fue el primero en desarrollar exhaustivamente el dualismo mente-cerebro, aunque como fenómeno paralelo en que la interacción queda desdibujada y la mente o el alma está físicamente localizada en la glándula pineal (1637 y 1641/1893). Con anterioridad, aunque no desde la perspectiva del desarrollo filosófico, sino desde el punto de vista médico, cinco siglos antes de Cristo, Hipócrates fue el primero en señalar la relación mente-cuerpo

en una única discusión [conocida] sobre el funcionamiento del cerebro y la naturaleza de la conciencia. Fue incluida en una conferencia dirigida a un grupo médico sobre la epilepsia (...) He aquí un extracto de lo que dijo (...): "Para la conciencia, el cerebro es el mensajero (...) El cerebro es el intérprete de la conciencia" (...) En realidad, su discusión constituye el mejor tratado sobre la mente y el cerebro aparecido en la literatura médica hasta bien transcurrido el descubrimiento de la electricidad (Penfield, 1975/1978: 7-8).

Subraya el mismo autor que en el juramento hipocrático está presente un código moral (lo cual carecería de sentido en un mundo materialista); de este modo, "reconocía lo moral y espiritual, así como también lo físico y material" (ib.: 7). Penfield resume sus estudios y su larga experiencia como neurocirujano de esta manera: "La función de la materia gris es la de llevar a cabo la acción neuronal que se corresponde con las acciones de la mente" (ib.: 63). Dicho sea al pasar, este autor reconstruyó en una investigación novelada la vida y obra de Hipócrates –el "padre de la medicina"–: se trata de uno de los pocos libros biográficos que existen en la materia (1960).

Thomas Szasz con razón argumenta que constituye un despropósito aludir a la enfermedad mental, puesto que, desde el punto de vista de la patología, una enfermedad se traduce en una lesión orgánica que afecta a células y tejidos, lo cual no puede ocurrir con la mente, del mismo modo que no hay enfermedad de las ideas o las conductas, a diferencia de lo que sucede en la escarlatina, la viruela o el cáncer (1974). En este mismo sentido, es de interés consultar la obra de Samenow sobre lo incorrecto de etiquetar como enfermedad las acciones delictivas, al efecto de pretender que se sortee la responsabilidad y obtener la no imputabilidad, y mucho menos atribuirlas a situaciones de pobreza (1984), como si todos nuestros ancestros no provinieran de situaciones de extrema miseria, sin que de ello se derive que hayan sido criminales.

Según Fromm, para la mayoría de los psiquiatras constituye un estigma el no ajustarse a los demás; no se percatan del despojo del yo de que son objeto los que se afanan por ser ajustados (1941/1993: 143). Por su parte, Szasz argumenta que al tratar con drogas las conductas consideradas desviadas de la media se confunden los problemas químicos en el cerebro y en los neurotransmisores con proyectos de vida que no concuerdan con los de terceros, y se lamenta del abuso de la neurociencia cuando se pretende corregir ciertos comportamientos con fármacos, cuando parte de la premisa de que la conducta está "biológicamente determinada" (1996: 94). En esa línea, Szasz cita como uno de los tantos ejemplos a Michael Merzenich, miembro del Keck Center for Integrated Neuroscience de la Universidad de California en San Francisco, quien escribió lo siguiente: "Nosotros operamos de acuerdo con el principio de que las leyes de la psicología que gobiernan el comportamiento son leyes del cerebro que operan sobre la base de la filosofía materialista" (ibidem). En este mismo sentido, Szasz insiste en demostrar que el cerebro es un "órgano corporal y parte del discurso médico": "La mente es un atributo personal y parte del discurso moral" (ib.: 92). Sin embargo, destaca que en dos artículos en Newsweek (7 de febrero y 30 de mayo de 1994) y en otro publicado en Time (julio 17 de 1995) se anunciaba la incongruente idea de que, en el futuro, mapeos realizados con máquinas sofisticadas podrán leer los pensamientos y sentimientos (y no solo constatar las distintas áreas estimuladas a raíz de diferentes procesos); en ese contexto se emplean equivocadamente "los términos mente y cerebro como se utilizan doce y docena" (ib.: 93).

No se trata de esperar el avance de la ciencia. Se trata de imposibilidades. Del mismo modo que no hace falta esperar al avance de la ciencia para saber que la parte es mayor que el todo o que el corredor jamás alcanzará a su propia sombra. En definitiva, de lo que se trata es de saber que el hombre dejaría de ser humano si no fueran posibles las proposiciones verdaderas y las proposiciones falsas, y, por ende, la distinción entre cuerpo y psique o mente, con funciones y facultades diferentes. Hayek reflexiona sobre el tema del siguiente modo:

Los procesos individuales de la mente se mantendrán para siempre como fenómenos de una clase especial (...) nunca seremos capaces de explicarlos enteramente en función de las leyes físicas (1952/1976:191).

Como ha dicho Karl R. Popper, el determinismo físico se refuta a sí mismo; en este sentido, cita la siguiente aseveración de Epicuro: "Quien diga que todas las cosas ocurren por necesidad no puede criticar al que diga que no todas las cosas ocurren por necesidad, ya que ha de admitir que la afirmación también ocurre por necesidad" (1977/1980: 85); para a continuación agregar: "Si nuestras opiniones son resultado distinto del libre juicio de la razón o de la estimación de las razones y de los pros y contras, entonces nuestras opiniones no merecen ser tenidas en cuenta. Así pues, un argumento que lleva a la conclusión de que nuestras opiniones no son algo a lo que llegamos nosotros por nuestra cuenta se destruye a sí mismo" (ib.: 85-6).

Szasz señala que, a veces, en el lenguaje coloquial se recurre a términos equívocos, como las de brainstorming y brainwashing, cuando en verdad se hace referencia a la mente y no al cerebro (1996: 92). Por nuestra parte, agregamos la errónea expresión de deficiente mental, cuando en realidad se trata de deficiencia cerebral, puesto que, como queda dicho, la mente no pude sufrir lesiones orgánicas: la mente está intacta (puede o no estar operativa, en función de si tiene acceso al lenguaje). En este contexto, es oportuno mencionar las experiencias bajo control médico con personas declaradas clínicamente muertas y que finalmente han podido sobrevivir, lo cual revela la capacidad de la mente para recibir información del mundo aunque no pueda retribuir la comunicación debido, precisamente, a las lesiones cerebrales (Moody, 1975/1978).

Un fenómeno similar suele ocurrir con el uso de la palabra inteligencia: si se quiere indicar con ella el proceso de inter legum, esto es, leer adentro, captar esencias, naturalezas, y la interrelación entre éstas, resulta inadecuada su aplicación a lo no humano. George Gilder asevera: "En la ciencia de la computación persiste la idea de que la mente es materia. En la agenda de la inteligencia artificial, esta idea ha comprometido a una generación de científicos de la computación con la forma más primitiva de superstición materialista. (...) La historia intelectual apuntó a una agenda de autodestrucción, mejor conocida como materialismo determinista" (1989: 371 y 374).

Respecto al libre albedrío y a la relevancia de la psique, es como ha escrito Lucas: no es posible tomar al determinismo en serio: "Solo un agente libre puede ser racional. El razonamiento, y por tanto la verdad, presupone la libertad, tanto como la deliberación y la elección moral" (1970: 115). Thorp ilustra la idea con la diferencia abismal que existe entre una decisión y un estornudo (1980/1985: 138), mientras que Michael Polanyi anota: "[Entre algunos] biólogos se da por sentado que las manifestaciones de vida pueden ser explicadas en último término por las leyes que gobiernan la materia inanimada. Sin embargo, este supuesto constituye un disparate manifiesto" (1956: 6). Chesterton, con su pluma irónica, nos dice que si el materialismo fuera correcto ni siquiera tendría sentido dar las gracias a nuestro compañero de mesa cuando nos alcanza la mostaza, ya que se habría visto compelido a hacerlo (1936/2003: 206).

Naturalmente, si se es materialista, en materia penal ha de sostenerse que no debe castigarse al delincuente, puesto que no es responsable de lo que hace. El homicidio en el seno materno llamado aborto está igualmente relacionado con el materialismo, pues considera al ser humano un trozo de carne. También en economía ha adquirido peso el determinismo físico: curiosamente, en la teoría de la decisión, inherente a la mencionada neuroeconomía y la economía behavorista –principalmente lideradas por Ariel Rubinstein y Daniel Kahnemann–, que en la práctica, por las razones antes apuntadas, demuelen la posibilidad de decisión.

Como bien ha escrito C. E. M. Joad, resulta en verdad muy paradójico que los especialistas en la mente o la psique y muchos de los profesionales de las ciencias sociales sean los principales detractores del libre albedrío, mientras que los encargados de trabajar con la materia: físicos, biólogos y similares, resulta que tienen una mejor predisposición a comprender lo no material (1936: 529). Tal vez sea esto el resultado de un abordaje más filosófico sobre la materia por parte de los físicos modernos: hoy, la teoría de la relatividad, la mecánica cuántica y la teoría de los campos muestran la equivalencia entre masa y energía. En todo caso, resulta llamativa la retirada de lo propiamente humano por parte de muchos de los profesionales de las ciencias de la acción humana.

Skinner declara: "Yo cuestiono la posibilidad de la libre elección"; lo demás, afirma, son "fantasmas de las teorías mentalistas" (1974/1994: 27), tesis que desarrolla en una de sus obras más conocidas (1972), la cual analiza y critica en detalle Tibor R. Machan (1974). Ryle niega la existencia de la mente con su peyorativo dictum "The ghost in the machine" (1949: 11). Por su parte, Freud enfatiza: "Es una ilusión tal cosa como la libertad psíquica (...) Ya otra vez le dije que usted cultiva una fe profunda en que los sucesos psíquicos son indeterminados y en el libre albedrío, pero esto no es científico, y debe ceder a la demanda del determinismo, cuyas leyes gobiernan la vida de la mente" (1917/1953-74: 106). Lo mismo sostiene Edward O. Wilson; por eso: "La única salida es estudiar la naturaleza humana como parte de las ciencias naturales" (1978: 6).

Isaiah Berlin apunta: "Escapamos a los dilemas morales negando su realidad (...), reducimos la historia a una especie de física y condenamos a Genghis Khan o Hitler de la misma manera que condenaríamos a la galaxia o a los rayos gamma" (1953/1988: 147-8); Von Mises enfatiza: "Para un materialista consistente no es posible distinguir entre acción deliberada y la vida meramente vegetativa, como la de las plantas (...) A una doctrina que afirma que los pensamientos tienen la misma relación con el cerebro que la bilis con el hígado no le es posible distinguir entre ideas verdaderas y falsas, igual que [no distingue] entre bilis verdadera y falsa" (1962: 30). Efectivamente: si se tratara de un asunto meramente físico, no hay tal cosa como presión arterial verdadera o falsa: simplemente es. Para hablar de verdad o falsedad tiene que aceptarse la idea de un juicio, que necesariamente debe ser extramaterial, ajeno a los nexos causales inherentes a la materia. Rothbard nos explica que si nuestras ideas están determinadas, entonces no tenemos manera de revisar libremente nuestros juicios y aprender la verdad –"se trate de la verdad del determinismo o de cualquier otra cosa"– (1960:162), y Nicholas Rescher se demora en la estrecha interrelación entre la mente y el cerebro (2008, cap. 8).

No hay tal cosa como el azar, hasta los juegos de azar son resultado de causas específicas; pero distinto es atribuir todo a lo físico, de tal manera que, como ha dicho Popper, un físico ignorante en temas musicales, analizando el cuerpo de Mozart, podría componer la música que ese autor compuso, incluso componer obras que Mozart nunca imaginó, siempre que haga las oportunas modificaciones en la estructura molecular de su cuerpo (1965/1974: 208).

Como ha manifestado Rescher, no se trata de forzar consensos (1993), sino de abrir debates, puesto que, como escribió Wittgenstein, "un filósofo que no participa en discusiones es como un boxeador que no se sube al cuadrilátero" (1970 [1911-51]/1980: 87); pero esto no es óbice para argumentar según se entienda el problema hasta tanto el punto no sea refutado por una teoría rival que resulte más fértil, sobre todo cuando aparece como la condición necesaria y suficiente para que el debate tenga sentido. Juan José Sanguineti pone de relieve que el ámbito del debate debe ser el de la libertad:

Se puede observar también una seria confusión entre dos ámbitos no exactamente equiparables: la teoría de la ciencia y la teoría política. Quizá esa confusión se daba algo en Platón, Hegel y Marx, pero sobre todo en este último. Llegar personalmente al conocimiento de la verdad es una cuestión gnoseológica, mientras que respetar la libertad ajena no es ya un problema noético, sino moral y político, o también jurídico, porque tiene que ver con el respeto de los derechos (1988:115).

El autoconocimiento de la identidad tiene lugar en el ser humano como una unidad continua en el tiempo (D. H. Lewis, 1985: 74), a pesar de las modificaciones operadas diariamente en el cuerpo, lo cual es debido a la presencia constante de la mente, la conciencia, la psique o el alma, que integra la identidad a través de la memoria.

Según Lecomte du Noüy, la civilización depende de la explicación de la relación entre la materia y el espíritu, reside en la distinción entre el rol del animal, prisionero de sus instintos, y el hombre libre en una evolución natural (1947:256); de lo contrario, en un proceso de involución, corremos el riesgo de convertirnos en "el mono vestido", como reza el título del libro de Duncan Williams (1971/1975).

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