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La Ilustración Liberal

El nuevo antisemitismo

Ensayo reproducido con permiso de B'nai B'rith Latinoamérica.

By failing to prepare, you are preparing to fail (Benjamin Franklin).

"La judeofobia es una aberración psíquica", diagnosticó un renombrado médico judío de fines de siglo XIX; "es hereditaria y, como una enfermedad transmitida por dos mil años, incurable..."[1].Su persistencia y su intrigante ubicuidad parecen confirmar el postulado. La judeofobia –definida como odio a los judíos, también conocida como antisemitismo– ha estado presente en prácticamente todos los rincones del globo desde hace varios miles de años. Ha emergido y se ha sostenido incluso en países sin población judía. Los judíos han sido despreciados en sociedades paganas, religiosas y secularizadas. Irracional por antonomasia, la judeofobia ha acusado a los judíos, muchas veces simultáneamente, de ser capitalistas y comunistas, mercaderes explotadores y lumpen paupérrimo, trotamundos cosmopolitas y nacionalistas del género chauvinista[2].Nos desafía a encarar racionalmente manifestaciones irracionales y, así, nos recuerda la pertinencia de una observación añeja que cabe aquí parafrasear: la basura es basura, pero el estudio de la basura es academicismo.

Al abordar esta verdadera lacra de la humanidad debemos estar atentos a que una aproximación estudiada a la misma no la dote de respetable racionalidad. Aunque irracional, el antisemitismo es astuto y sabe acomodarse a las modas del momento. Forzado a ser camaleónico para asegurarse la supervivencia, ha probado su adaptabilidad al entorno con precisión darwiniana. En tiempos en que la religión definía las relaciones humanas, atacó al pueblo judío por sus creencias religiosas. En tiempos de teorías raciales, en lo que se fijó fue en su sangre. En épocas de ilustración universalista, lo desafió por su singularidad. En la actualidad, en tiempos de autodeterminación nacional y Estados-nación, lo agrede porque ejerce su soberanía nacional. El antisemitismo fue de cariz religioso desde sus inicios hasta el Medioevo; racial, desde la Inquisición hasta el fin de la Segunda Guerra Mundial; hoy es de carácter político. Si otrora cuestionaba la validez de la religión judía, o el derecho a existir del judío en términos raciales, hoy cuestiona la legitimidad política y moral de la soberanía judía sobre la tierra ancestral de los hijos de David.

Tal como el filósofo Emile Fackenheim ha detallado, la judeofobia ha experimentado distintas etapas. En un primer momento se dijo a los judíos: "Ustedes no pueden vivir entre nosotros como judíos"; de ahí las conversiones forzosas. Luego se pasó al "Ustedes no pueden vivir entre nosotros"; de ahí las expulsiones. Finalmente fue la sentencia a muerte: "Ustedes no pueden vivir"; de ahí el genocidio. El político y académico Amnon Rubinstein adicionó una cuarta fase: "Ustedes no pueden vivir entre nosotros como un miembro más de la familia de las naciones. Es decir, ustedes no pueden tener un Estado propio". A esta forma de antisemitismo se la conoce más comúnmente como antisionismo.

Antisemitismo tradicional

Ciertamente, hubo un antisemitismo pagano pre-cristiano, pero fue con el surgimiento del cristianismo que el antisemitismo religioso se afirmó y perpetuó. Muchos de los temas más recurrentes del antisemitismo clásico fueron creados y esparcidos por cristianos. La idea de pueblo deicida (asesino del Hijo de Dios) –con su asociado lógico: el pueblo diabólico–, los libelos de sangre (se acusaba a los judíos de utilizar sangre de cristianos para, por ejemplo, elaborar pan ázimo) y la atribución a los hebreos de calamidades de primera magnitud (así, en el Medioevo, de propagar la peste negra) han contribuido a forjar una imagen oscura del pueblo judío en el ideario colectivo. Las sucesivas discriminaciones y maltratos, expulsiones y matanzas acostumbraron a los gentiles a la permanencia del sufrimiento judío.

La introducción del componente racial en el antisemitismo cristiano tuvo lugar durante la Inquisición española. Preocupada por la influencia que los judíos conversos al cristianismo pudieran tener sobre los cristianos viejos, la Iglesia Católica entró en una paranoia insalvable. Tras empujar a los judíos al bautismo si querían sobrevivir en la sociedad, sospechó de la insinceridad de tales conversiones y temió la introducción de actitudes o elementos judaizantes en el catolicismo. Quien profesara la fe católica pero tuviera sangre judía en sus venas sería visto como un judaizante sospechoso. Esto dio lugar a una definición racial del judío, lo que, para empeorar las cosas, contradecía el dogma católico del bautismo. Las teorías raciales de siglos posteriores dieron una pátina de cientificismo a esta idea, y posteriormente los nazis la llevaron a su extremo, al determinar que quienes tuvieran antepasados judíos, aun cuando no se vieran a sí mismos como judíos, estaban destinados al exterminio. Desde el Concilio Vaticano II, la Iglesia Católica ha revisado su responsabilidad en la larga historia de acoso al judío, y llegado a definir el antisemitismo como un pecado contra Dios.

La relación del Islam con los judíos fue también desde el principio religiosamente problemática, dado que dicho credo estaba igualmente relacionado con el judaísmo (la Biblia hebrea como fuente inspiradora, el monoteísmo como creencia, Jerusalem como centro espiritual, etc.); pero en menor medida, principalmente porque, a diferencia de lo ocurrido con el cristianismo, ni su fundador ni sus primeros seguidores fueron judíos. En parte por ello, los judíos tuvieron un pasar menos traumático en tierras islámicas, sin que esto quiera decir que su vida judía en ellas fuera óptima: debieron lucir signos distintivos en sus ropas, pagar altos impuestos para obtener la protección del gobernante de turno; hubo episodios de conversiones forzosas de huérfanos hebreros; también se registraron pogromos y destierros y destrucciones de templos judíos.

Mientras el cristianismo tuvo en el pasado relaciones tormentosas con los judíos y en el presente busca tender puentes hacia ellos, el Islam todavía brinda a sus seguidores inspiración justificadora de violencia antijudía. La creación del Estado de Israel ha dado un nuevo foco –pero de ninguna manera lo ha creado– al antisemitismo islámico. El artículo 7 de la Carta de Hamás, movimiento fundamentalista islámico fundado en 1987 y que hoy en día gobierna la Franja de Gaza, reproduce un famoso hadiz judeófobo:

El Profeta, que Alá le bendiga y le dé la salvación, ha dicho: "El Día del Juicio no llegará hasta que los musulmanes combatan contra los judíos. Cuando el judío se esconda tras las piedras y los árboles, las piedras y los árboles dirán: Oh musulmanes, oh Abdulá, hay un judío detrás de mí, ven a matarlo. Sólo el árbol gharkad no lo hará, porque es uno de los árboles de los judíos". (Narrado por Al Bujari y Moslem).

En 1955, el diario egipcio Al Ahram afirmó: "Nuestra guerra con los judíos es una guerra antigua, que comenzó con Mahoma"[3]. En 1991, el entonces presidente de Irán, Hashemi Rafsanjani, aseguró: "Todos los problemas de nuestra región pueden resumirse en uno: la ocupación de [tierras de] Dar al Islam [la Casa del Islam] por los judíos infieles"[4]. Así pues, Israel no gestó la antipatía árabe/islámica hacia los judíos; más bien, la histórica antipatía árabe/islámica hacia los judíos explica el desprecio contemporáneo a Israel.

El derrotero del antisemitismo

El recorrido del virus antisemita en los ámbitos cristiano e islámico ha sido circular. En un principio, el mundo árabe e islámico tomó de sociedades cristianas algunos componentes importantes del repertorio antisemita, como el libelo de sangre, las teorías conspirativas y la negación del Holocausto. Los tres subsisten cómodamente en el Medio Oriente, con adaptaciones coyunturales autóctonas. Posteriormente, árabes y musulmanes gestaron un antisemitismo político centrado en el Estado judío... que fue adoptado después por occidentales cristianos, especialmente por aquellos que se identifican con la izquierda: su grito de guerra antijudío es el antisionismo.

Los orígenes de este fenómeno tienen que ver con el nacimiento mismo del Estado de Israel, y recibió amparo diplomático y jurídico en 1975, cuando, por iniciativa árabe e islámica, y con fuerte apoyo soviético, la Asamblea General de las Naciones Unidas adoptó la Resolución 3375, que consideraba el sionismo una forma de racismo. Nunca antes un movimiento de liberación nacional había sido tildado de racista en el foro de la ONU; después, jamás ha vuelto a suceder. Aun cuando la 3375 fue derogada en 1991, la fórmula sionismo = racismo sentó un precedente diplomático y moral singular.

La implicación soviética en esa maniobra presagiaría la relación sentimental que une en la actualidad a la izquierda radical con el fundamentalismo islámico. La URSS puede haber desaparecido, pero el romance de la izquierda mundial con el islamismo pervive. Los atentados del 11-S lo han dejaron en evidencia. Ideólogos y militantes de la izquierda fanática vieron en ese ataque un acto de lucha revolucionaria contra el capitalismo global. Ungiendo a Al Qaeda como arquetipo de la lucha proletaria, la izquierda radical revistió al anarquista de antaño con el packaging del terrorista islamista; Pierre André Taguieff habla del "eterno retorno alucinatorio del Che Guevara": "El neoizquierdismo contemporáneo (...) vive de estos sucedáneos de héroe vengador. Un residuo de guerrillero, una brizna de Robin Hood, un aire de mártir islámico"[5].Cuando la lucha de clases marxista queda desdibujada en una guerra santa islamista, es momento de advertir los destinos peculiares a que el fanatismo puede conducir. Si se determina que el terrorista islámico es un desposeído que, como el anarquista legendario, debe apelar al terrorismo, la célebre arma de los débiles, todo acto quedará justificado.

En este esquema, la lucha de liberación del pueblo palestino ocupa un lugar estelar. Ya puede un terrorista palestino lanzar cohetes desde una mezquita, hacer estallar en mil pedazos a estudiantes universitarios, transportar explosivos en ambulancias, ocultar bombas en mochilas de escolares, proclamar a los cuatro vientos que exige una Palestina desde el Jordán hasta el Mediterráneo: puede estar seguro de que las almas nobles de Occidente siempre encontrarán una explicación apologista para su comportamiento. El confortable rol de víctima le da derecho a odiar, matar y destruir, porque él es un desposeído, un oprimido, un humillado, y en consecuencia tiene derecho a ser bien tratado por las conciencias nobles.

Este falso pietismo a favor del pueblo elegido de la izquierda fundamentalista halló expresión florida en las siguientes palabras del escritor francés Jean Genet:

La elección que uno hace de una comunidad privilegiada (...) es una elección que se verifica por medio de una adhesión no razonada, no porque la justicia no tenga en ella su lugar, sino porque esa justicia y toda la defensa de esa comunidad se realizan en virtud de una atracción sentimental, tal vez incluso sensible, sensual; soy francés y, sin embargo, por entero, sin crítica, defiendo a los palestinos. Tienen el derecho de su parte, dado que les amo[6].

En otras palabras, Genet no dijo: "Amo a los palestinos porque tienen el derecho de su parte", sino: "Porque les amo, tienen el derecho de su parte". Prueba ésta del ingrediente emocional del pro-palestinismo de izquierdas.

¿De qué hablamos cuando hablamos de 'nuevo antisemitismo'?

Involuntariamente, la expresión es cierta y engañosa al mismo tiempo. Efectivamente, se percibe algo novedoso en las actuales acusaciones contra los judíos. Al menos en las principales y aceptadas corrientes de opinión de Occidente, ya no están siendo acusados de asesinar a Jesucristo, o de contaminar pozos de agua, o de controlar la economía mundial, o de estar detrás de todas las revoluciones habidas y por haber. Ya no vemos las discriminaciones, los acosos, las expulsiones, los pogromos de antaño. Por supuesto, el antisemitismo clásico, el prejuicio tradicional popular, siempre persistirá en ciertos sectores de cualquier sociedad. Pero al hacer una evaluación del conjunto social podemos razonablemente decir que los judíos de Occidente están menos expuestos a las difamaciones que han venido padeciendo sus ancestros a lo largo de la historia. Ahora las acusaciones y críticas no parecen estar dirigidas al judío como individuo, o como grupo (salvo en lo relacionado con la negación del Holocausto, cuyo propósito es remover de la historia reciente la memoria del sufrimiento judío), sino al Estado de Israel, país al que la mayoría de los judíos está afectivamente vinculada. Obviamente, estamos excluyendo del análisis la crítica política al Estado de Israel –ella es perfectamente legítima, y, de hecho, necesaria para su mejoramiento como nación–, en tanto sea pertinente, justa y proporcionada. Estamos hablando más bien de la crítica antisemita al Estado de Israel, aquella que somete al único Estado judío del globo a estándares utópicos de moralidad, lo cual le expone al escrutinio internacional de manera selectiva e invita a la condena pública con una saña que delata su intencionalidad. En el extremo más evidente se ubica el antisionismo descarnado, definido como la negación del derecho a la existencia del Estado judío. Quien se manifieste a favor de la autodeterminación nacional de todos los pueblos menos el judío, claramente estará incurriendo en un acto discriminatorio; y como tal acto discriminaría negativamente a los judíos, resulta incuestionable que se trataría de un acto judeófobo. Pero hay otras formas más sutiles de oposición a la existencia de un Estado judío, y es necesario exponerlas.

Cuando ciertas personas, organizaciones o naciones hacen sistemática y obsesivamente de Israel su foco de atención; cuando sin fundamento real le acusan de cometer crímenes de guerra, violar la ley internacional, perpetrar un genocidio; cuando maliciosamente le tachan de país "nazi" o lo comparan con la Sudáfrica del apartheid, esas personas están practicando una forma menos brusca pero igualmente clara de antisionismo. En el mejor de los casos, esa crítica pretende difamar a Israel, atacarlo ideológicamente y presionarlo para que adopte una serie de políticas que pondrían en grave riesgo su propia existencia. En el peor, aspira a aislar al Estado judío de la comunidad internacional como preludio para su obliteración. Al presentarlo como un Estado paria más allá de toda civilidad, lo sitúa en oposición al resto del mundo, pues ¿quién estaría dispuesto a tolerar un Estado nazi en pleno siglo XXI?

La acusación infundada no sólo anhela difamar, sino incitar a la acción. Conforme ha señalado el ex ministro de Justicia de Canadá Irwin Cotler, la noción de que Israel es un Estado que practica el apartheid ubica al antisionista en la lucha contra el racismo y la discriminación[7].En un sentido más elemental, y sea esa su intención o no, las condenas masivas de Israel promueven el antisemitismo porque sugieren la idea distorsionada de que en Jerusalem se encuentra la principal fuente de maldad e incorrección moral del mundo[8]. Y aquí es donde notamos que las acusaciones antisemitas clásicas que pensábamos habían sido por siempre expulsadas del discurso ético contemporáneo parecen resucitar, en un chocante reciclaje intelectual. Así, el libelo de sangre medieval halla su equivalente moderno en la acusación de que los israelíes masacran a los niños palestinos. La acusación de que los judíos propagaban la peste negra en todo el continente europeo halla eco hoy en la noción de que Israel provoca inestabilidad en todo el Medio Oriente. Las teorías conspirativas encapsuladas en los Protocolos de los Sabios de Sión resurgen en las fantasías sobre el control judío de la política exterior estadounidense. Las equivalencias no son perfectas, pero cualquiera mínimamente familiarizado con el discurso judeófobo tradicional puede detectar su intención. Podrán cambiar las formas, pero el propósito sigue siendo el mismo. Ayer se buscaba la exclusión del judío de la sociedad; hoy, la exclusión del Estado judío de la comunidad internacional[9].

Lo anterior nos lleva a concluir que lo que pudiere haber de novedoso en el denominado nuevo antisemitismo está más ligado a la realidad del momento que al fenómeno en sí. Parece ser el mismo y añejo antisemitismo de siempre, en un contexto diferente, con nuevos modos de acción, más a tono con los códigos de nuestros tiempos. Nuestro entendimiento del nuevo antisemitismo requiere la aceptación de que el antisionismo es una forma de antisemitismo. Debemos aceptar que, así como hay un antisemitismo de tipo religioso, y hubo uno de índole racial, hoy asistimos al espectáculo de un antisemitismo de carácter político. Este tipo de antisemitismo es "la más reciente y menos comprendida forma de prejuicio", según Kenneth Stern[10]; entre otras cosas, porque los propios antisemitas políticos se declaran antisionistas a la par que niegan ser antisemitas. No obstante, luce atinada la caracterización que se ha hecho del antisionismo como el antisemitismo con buena conciencia.

Origen del antisionismo

Los cuestionamientos al concepto de nación judía comenzaron en el mismo momento histórico en que nacieron los nacionalismos. Célebremente, el conde Stanislas de Clermont-Tonnerre proclamó ante la Asamblea Nacional Francesa en diciembre de 1789, luego de la Revolución: "A los judíos como individuos, todo. A los judíos como nación, nada"[11]. La tríada Libertad, Igualdad, Fraternidad exigía a cambio el abandono de la identidad nacional judía. En 1807 Napoleón convocó a los líderes de la comunidad judía y les desafió a que definieran su lealtad: a la nación francesa o al pueblo hebreo. Enseguida quedó trágicamente claro para los judíos europeos de entonces que el precio de la emancipación individual era la "extinción nacional"[12].En la era de la religión se ofreció igualdad plena a los judíos a condición de que abandonasen la suya y adoptaran la imperante. En la era del nacionalismo se les ofreció igualdad plena a condición de que abandonasen su identidad nacional. "En ambos casos –comentan Prager y Telushkin–, los detractores de los judíos enviaron el mismo mensaje: dejen de ser judíos"[13]. Algo parecido expresaba la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) en el artículo 20 de su Carta, adoptada en 1964 y revisada en 1968:

El reclamo de un lazo histórico o espiritual entre los judíos y Palestina no encaja con las realidades históricas ni con los elementos constitutivos de la condición de Estado en su verdadero sentido. El judaísmo, en su carácter de religión revelada, no es una nacionalidad con una existencia independiente. Por ello, los judíos no son un pueblo con una personalidad independiente. Son más bien ciudadanos de los Estados a los que pertenecen[14].

Esto es básicamente lo mismo que los antisionistas contemporáneos dicen hoy a los judíos. Una vez más, se les niega el derecho a ser como les plazca. Jamás hacen planteos similares a los musulmanes, los protestantes, los palestinos, los chinos, los peruanos, los noruegos. El único nacionalismo que les perturba es el de los judíos. En sus famosas Cartas a un amigo antisionista (1967), Martin Luther King afirmaba: "Tú declaras, amigo mío, que no odias a los judíos, que sólo eres antisionista (...) Cuando la gente critica el sionismo, quiere decir [que critica a] los judíos"[15].

Los principales promotores del antisionismo occidental son las Naciones Unidas, destacadas ONG, prominentes medios de comunicación, así como el progresismo intelectual; por eso goza de apreciable respetabilidad y aceptación popular. Hay manifestaciones tóxicas de antisemitismo que superan el epíteto vulgar o el acoso físico típicos del antisemitismo clásico. Profanar un cementerio judío, agredir a un judío por su condición de tal, atacar una sinagoga son expresiones obvias de antisemitismo tradicional. Comparar al Estado judío con la Alemania nazi o la Sudáfrica del apartheid, acusarle de ser colonialista o genocida, presentarlo como el más grande violador de las leyes internacionales son algunas de las prácticas del moderno antisemitismo político. Semejantes caracterizaciones grotescas, además de ser escandalosamente injustas, contribuyen al aislamiento forzoso de toda una nación: ninguna otra es tan cotidianamente catalogada de nazi, fascista, imperialista, colonialista, expansionista, genocida y segregacionista. Una encuesta europea del 2003 arrojó el sorprendente dato de que aproximadamente el 60%, ¡el 60%!, de los europeos considera a Israel la principal amenaza para la paz mundial[16].En Alemania, el porcentaje subía al 65; en Austria, al 69; en Holanda, al 74. (A modo de comparación, una encuesta reciente en Egipto, Jordania, Marruecos, el Líbano, Arabia Saudita y los Emiratos Árabes Unidos –el bloque moderado del mundo árabe– arrojó el dato de que el 79% de los encuestados consideraba a Israel la más grande amenaza para la paz mundial)[17].

Lo que estamos presenciando es, esencialmente, un proceso de palestinización del discurso intelectual occidental. Es como si la opinión reinante hubiera adoptado la terminología intransigente y ofensiva de la Carta Nacional Palestina, el documento fundacional de la OLP, en el cual se llama a la destrucción de Israel. No exagero: en el artículo 22 se dice que el Estado judío, "base del imperialismo mundial", es "una constante fuente de amenaza para la paz en el Medio Oriente y en todo el mundo". Pues bien, este punto de vista aparece reflejado en todas y cada una de las encuestas que sobre la cuestión se hacen en Europa.

Más. El sionismo es descrito como "racista y fanático en su naturaleza, agresivo, expansionista y colonial en sus objetivos y fascista en sus métodos": lo mismo se dice en respetables plataformas occidentales. El artículo 9 afirma que la "lucha armada" es "el único camino para la liberación de Palestina", un concepto que ha sido incorporado a varias resoluciones de la ONU. La renombrada comentarista española Pilar Rahola dice que la avalancha de hostilidad hacia Israel representa una "práctica de tiro intelectual al judío" que prestigia al antisemitismo, "le da cobertura intelectual, lo arma ideológicamente"[18].Hezbolá y Al Qaeda son otras agrupaciones que claman abiertamente por la destrucción de Israel. En cuanto al presidente de la República Islámica de Irán, públicamente ha llamado reiteradas veces a "borrar Israel del mapa". En el Medio Oriente, la incitación a la eliminación de Israel es oficialmente fomentada y popularmente aceptada.

Israel es el único Estado del mundo –y el judío, el único pueblo del mundo– que es objeto de amenazas genocidas cotidianas, lanzadas por elementos gubernamentales, religiosos o terroristas[19].

En lugar de provocar la indignación esperable, destacadas agencias humanitarias, así como medios de comunicación e intelectuales occidentales, parecen a veces dispuestas a respaldar intelectualmente esta ofensiva sin igual. La desproporción, la tendenciosidad y la ignorancia campan por sus respetos cuando se trata de juzgar a Israel. La comisión de actos verdaderamente atroces por parte de otros actores internacionales apena genera una fracción, si eso, de la indignación global que suscitan las acciones israelíes. Europeos que conocieron el nazismo, el fascismo y el colonialismo acusan a los israelíes de nazis, fascistas y colonialistas. Sudafricanos que conocieron el apartheid acusan a los israelíes de racistas. Latinoamericanos que conocieron distintas dictaduras acusan a los israelíes de ser opresores. Árabes y musulmanes que continuamente padecen el terrorismo en sus tierras acusan a los israelíes de terroristas. Incluso desde Rusia y Estados Unidos se oyen voces que aseguran que el Estado judío es imperialista. Sudán, país en el que realmente hay un genocidio en curso, y Siria, que vive bajo un régimen incuestionablemente opresor, rara vez son señalados del modo en que Israel lo es. Tampoco las democracias occidentales en cuyos territorios se discrimina a minorías (a los gitanos en Europa Oriental, a los bolivianos en la Argentina) suelen ser señaladas como se señala a Israel. Hungría no es comparada con la Sudáfrica del apartheid, ni la Argentina con la Alemania nazi. Sería una locura. De la misma manera que lo es cuando el comparado es Israel.

El papel de la ONU

La ONU ha desempeñado un papel central en esta historia de denigración. Fue en su sede donde el sionismo fue tildado de racista. Fue su Asamblea General la que acusó a Israel de ser un Estado "no amante de la paz". Fue todo su sistema el que, año tras año, marginó al Estado judío en sus comisiones, agencias y divisiones. Por lo que hace a su Consejo de Derechos Humanos, alrededor de un tercio de todas sus condenas han tenido por destinatario al Estado de Israel. Durante más de treinta y cinco años, el CDH ha dedicado un lugar en su agenda para el escrutinio singular de Israel, y sólo de Israel, sobre un universo de 192 Estados miembro: a los demás se les estudia en conjunto. En su primer año de vida a partir de su reforma nominal, el CDH adoptó varias resoluciones condenatorias de Israel. No ha adoptado una sola contra ninguno de los demás países. Ni una sola contra China, Cuba, Zimbabue, Irán... Desde junio de 2006 hasta febrero de 2009, el CDH condenó solamente a un país: Israel, en el 80% de sus 25 resoluciones sobre países específicos. A Israel dedicó cinco sesiones especiales, dos misiones de exploración y una comisión de investigación de alto nivel[20].Robert Wistrich ha definido este estado de cosas como una "grotesca perversión de la proporcionalidad y el sentido común"[21].

Hillel Neuer, director ejecutivo de United Nations Watch, una ONG suiza que intenta admirablemente corregir la politización de las Naciones Unidas, ha escrito: "En la ONU, Israel ha sido por largo tiempo demonizado como el peor violador de la ley internacional. Pero ahora, bajo el supuestamente reformado Consejo de Derechos Humanos, se ha convertido en el único violador". Tal es el descrédito de esta institución, que incluso Kenneth Roth, director ejecutivo de Human Rights Watch, una ONG muy crítica con las políticas israelíes hacia los palestinos, ha declarado: "Hasta ahora, [la labor del CDH] ha sido enormemente decepcionante".

El CDH fue creado en el 2006 para que reemplazara a la cuestionada Comisión de Derechos Humanos. En su puesta en marcha tuvo un rol muy destacado el por entonces secretario general de la ONU, el ghanés Kofi Annan, quien creía que la referida comisión había arrojado "una sombra sobre la reputación del sistema de las Naciones Unidas en su totalidad". Al cabo de un año, el bagaje del CDH era tan malo, que incluso el nuevo secretario general, el surcoreano Ban Ki-moon, aseguró: "Claramente, no ha satisfecho las esperanzas que tantos de nosotros habíamos depositado en él".

Fue del CDH de donde surgió el controvertido Informe Goldstone (así conocido por el apellido de su autor, el jurista judeo-sudafricano Richard Goldstone), en que se acusaba a Israel de haber cometido crímenes de guerra y, posiblemente, crímenes contra la humanidad durante su lucha contra Hamás a principios del 2009. Desechando toda distinción entre agresión y legítima defensa, entre una democracia y una entidad terrorista, entre la comisión deliberada de actos de terror y las bajas civiles producidas por accidentes de guerra, el reporte censuró a Israel contundentemente y sin piedad. En sus 575 páginas se pasaba de puntillas sobre los incesantes lanzamientos de cohetes sobre territorio israelí por parte de Hamás, sin que mediara provocación alguna por parte de Israel, y se decía que la operación desarrollada por el Estado judío no era sino "un ataque deliberadamente desproporcionado, diseñado para castigar, humillar y aterrorizar a la población civil" palestina. Asimismo, se calificaba a Israel de "poder ocupante", aun cuando en Gaza no hay presencia israelí desde el año 2005. Contra toda evidencia –alguna pudo contemplarse incluso en televisión–, el informe concluyó que Hamás no usó hospitales como centros de comando, ni utilizó ambulancias para transportar cohetes; que sus hombres no dispararon desde instalaciones de la ONU y que las mezquitas no fueron utilizadas como depósitos de municiones. (Respecto de la conducta de la agrupación terrorista, concedió que los ataques a civiles israelíes "constituirían crímenes de guerra y podrían [incluso ser] crímenes contra la humanidad")[22].La misión onusina fue instigada por Bangladesh, Malasia, Pakistán, Siria y Somalia, con el propósito de montar un caso contra Israel por "violaciones de la ley humanitaria internacional". Ya pasó a engrosar el abultado archivo antisionista de las Naciones Unidas.

La ONU no es la única que procede así con Israel. Los países signatarios de las convenciones de Ginebra se reunieron por primera vez en cincuenta y dos años para debatir sobre Israel. A Magen David Adom (la Estrella de David Roja, en hebreo), la organización de asistencia humanitaria israelí, por décadas se le ha negado la condición de miembro de la Federación Internacional de las Sociedades de la Cruz Roja (cristiana) y la Media Luna Roja (islámica). Por otro lado, sólo Israel y sus profesores han sido objeto de campañas de boicot en universidades occidentales.

Efectivamente, Israel se ha transformado en el judío entre las naciones.

Comparaciones odiosas

Tres son las comparaciones odiosas más prominentes del arsenal antiisraelí: las que tienen como elemento de comparación la Sudáfrica del apartheid, la Alemania nazi y los países imperialistas.

Para que la analogía con el apartheid tuviese validez, Israel debería ser un país de mayoría árabe gobernado por una minoría judía que sojuzgara a aquélla; debería haber incorporado el racismo a sus leyes, prohibido los matrimonios interraciales, dividido en los autobuses a la gente en función del color de su piel, determinado qué disciplinas podrían estudiar y dónde podrían residir los árabes.

La minoría árabe de Israel representa alrededor del 20% de la población. A pesar de tratarse de una minoría afectivamente vinculada a países que han guerreado contra Israel en el pasado, y de que muchos de sus miembros se identifican con los palestinos, goza de una libertad de expresión, cívica, política, religiosa, cultural y social superior a la de cualquier país vecino, donde los árabes son mayoría. Sus mezquitas e iglesias no son profanadas, sus poblados no son atacados, sus comunidades no son marginadas. Los árabes tienen el mismo acceso a las escuelas, las universidades y los hospitales que los demás israelíes. Han obtenido bancas en el Parlamento, han llegado a la Corte Suprema de Justicia y al propio Gobierno. Los drusos y los beduinos incluso sirven en el ejército y la policía[23].

Claramente, no hay base alguna para la comparación. Y sin embargo se trata de un clásico en el género. Los periodistas la usan continuamente. Un ex presidente norteamericano, Jimmy Carter, ha escrito un libro dedicado a este tema con el título Peace, Not Apartheid. El arzobispo Desmond Tutu, Premio Nobel de la Paz por su oposición al apartheid, ha llegado a afirmar: "Al venir de Sudáfrica (...) y ver los puestos de control [israelíes] (...) cuando se humilla a un pueblo hasta el punto en que lo están haciendo (...), cuando se hace eso, no se está contribuyendo a la seguridad de uno mismo"[24].

Desde el año 2005 se desarrolla en diversas ciudades (y universidades) del mundo The Israel Apartheid Week (IAW). Si en aquella primera edición sólo participó Toronto, en 2009 lo hicieron 27 ciudades de Estados Unidos, Canadá, Escocia, Inglaterra, Sudáfrica, México y Noruega; para la edición de 2010, en marzo había confirmación de 40 ciudades[25].

Pasemos ahora a analizar la comparación entre Israel y la Alemania nazi, así como la negación, relativización o minimización de la Shoá y la acusación a Israel de estar cometiendo, precisamente, un holocausto con el pueblo palestino. Esto último es una tergiversación alevosa de lo que sucede hoy día en el Medio Oriente y de lo que sucedió en Europa el siglo pasado. Se desplaza el sufrimiento del pueblo judío al palestino, y si los israelíes son los nazis/victimarios, entonces los palestinos son los judíos/las víctimas.

Para que tal comparación funcione, ha imaginado el profesor Bernard Harrison, debiera haber en Israel un partido fascista represor de todo pensamiento diferente. Los izquierdistas israelíes debieran estar siendo perseguidos, arrestados y enviados a campos de concentración. La población árabe debiera estar siendo marginada de la vida económica, cultural, política y social del país. Debiera producirse el equivalente a la trágica Kristallnacht. En algún momento debiéramos ver trenes partiendo a destinos desconocidos repletos de árabe-israelíes. Y, finalmente, tarde o temprano debiéramos oír hablar de campos de exterminio, selecciones, gaseamientos, ejecuciones, fosas comunes y chimeneas gigantes contaminando el paisaje israelí[26].

La inexistencia de este escenario no impide que la acusación prospere. "¿No repudian los judíos el Holocausto? Y esto es precisamente lo que estamos presenciando [en Gaza]", afirmó Hugo Chávez en febrero de 2009[27].Israel, según L'Osservatore Romano, llevaba por entonces adelante "una agresión que se convierte en exterminio"[28].La municipalidad de Barcelona canceló una ceremonia recordatoria de la Shoá a principios de 2009 porque "realizar una ceremonia del Holocausto judío mientras que un Holocausto palestino ocurre no [está] bien"[29].En una conferencia dictada en Beirut a finales de 2001, el académico Norman Finkelstein tachó las acciones militares israelíes de "prácticas nazis" con elementos novedosos[30]. El poeta y profesor de la Universidad de Oxford Tom Paulin publicó un poema en The Observer en el cual se refería a los soldados israelíes como "Zionist SS"...[31] La equiparación entre Israel y la Alemania nazi fue uno de los temas preferidos a la hora de pergeñar pancartas antiisraelíes con motivo de la penúltima batalla entre el Estado judío y Hamás, incluso en Estados Unidos[32]: "Israel: el Cuarto Reich", puedo leerse en Nueva York; "Hoy, holocausto palestino en Gaza ", en Chicago; "Holocausto versión 2.0", en Los Ángeles...

Tal es la permisividad social en el uso perverso de la memoria del Holocausto, que el humorista noruego Otto Jespersen ha llegado a lamentar que miles de millones de piojos murieran junto con los judíos en las cámaras de gas[33].En Alemania, la cadena de cafeterías Tchibo se vio impelida a retirar de la circulación unos siete mil carteles publicitarios de su nuevo café con el lema "A cada cual lo suyo", frase tomada por los nazis del griego antiguo y que adornaba la entrada al campo de concentración de Buchenwald[34].Una encuesta del Daily Telegraph de principios de marzo de 2009 reveló que el 5% de los niños británicos en edad escolar consultados sobre el significado de la palabra Auschwitz respondieron que era una marca de cerveza, un tipo de pan o un festival religioso[35].

La última guerra entre Hamás e Israel dio lugar a una situación surrealista. A la vez que unos acusaron a los israelíes de ser nazis, otros bregaron abiertamente por imponer un nuevo Holocausto al pueblo judío. Mientras que en Brasil el Partido dos Trabalhadores calificó la represalia israelí contra el referido grupo terrorista de "práctica nazi", en Italia el sindicato Flaica-Uniti-CUB pretendió resucitar las leyes raciales fascistas al instar al boicoteo de las tiendas de los judíos de Roma. Mientras que en Mar del Plata el titular del Centro Islámico aseguró: "Prontamente, Israel, como el Estado nazi, desaparecerá y será solamente un mal recuerdo del pueblo árabe", en Holanda manifestantes gritaron: "¡Gaseen a los judíos!". Mientras que un alto oficial vaticano equiparó Gaza con "un gran campo de concentración", manifestantes corearon en la Florida contra los judíos: "Regresen a los hornos"[36].Desde la Segunda Guerra Mundial no habíamos presenciado un llamado tan explícito a liquidar judíos en las capitales del mundo libre. Que se utilice la retórica nazi contra los judíos en protestas contra la política militar de Israel, país que a su vez es acusado de nazi, es un escenario tan novedoso como inquietante. "El Holocausto –ha escrito Walter Reich, ex director del Museo del Holocausto de Estados Unidos– está siendo crecientemente usado como un arma contra los judíos y el Estado judío"[37].

Al igual que las dos acusaciones anteriores, la equiparación de Israel con el colonialismo y el imperialismo demanda la desconsideración del conocimiento histórico, la supresión del sentido de la proporción y la anulación del sentido común. Los pensadores y líderes sionistas del siglo XIX hallaron inspiración para su propia causa nacional en las luchas nacionalistas de aquella hora. Desde su nacimiento, el sionismo fue un enemigo del imperialismo. Yehuda Alkalai vio en la lucha serbia contra los otomanos musulmanes un ejemplo para la propia causa nacional de los judíos. Moses Hess vio en los hombres de Garibaldi y su rebelión por una república italiana un modelo de nacionalismo digno de emulación[38]. Ningún líder sionista declaró jamás que el objetivo del sionismo era la conquista de tierras foráneas para dominar a otros pueblos y expoliar sus riquezas. Prominentes intelectuales judíos se opusieron a la creación del Estado judío en Palestina porque ésta no era un territorio enteramente despoblado. El dramaturgo inglés Israel Zangwill creó una corriente, la de los territorialistas, que abogaba por la construcción del hogar nacional judío fuera de Palestina y apoyó la sugerencia británica (1905) de fundar Israel en el territorio británico de Kenya, en la actual Uganda[39].Otros pensadores judíos, como Martin Buber, Gershom Scholem, Hugo Bergmann y Judah Magnes, prefirieron descartar la noción de Estado judío en aras del establecimiento de un Estado binacional en Palestina, donde los pueblos árabe y judío coexistirían en armonía y sin que ninguno dominara al otro[40].El movimiento Hashomer Hatzair adoptó formalmente la idea en 1933, y la agrupación Brit Shalom sugirió en 1941 crear una confederación árabo-judía cuyo presidente sería alternativamente un árabe y un judío[41].Incluso en 1938, en vísperas de la II Guerra Mundial, Albert Einstein escribió: "Yo preferiría, con mucho, ver un acuerdo razonable con los árabes sobre la base de vivir juntos en paz que la creación de un Estado judío"[42].

¿Es esto imperialismo? Que Herzl buscara el apoyo de los grandes imperios de la época (otomano, alemán, británico) y obtuviera el favor de Londres en modo alguno transforma a los sionistas en imperialistas. En cualquier caso, no pasó mucho tiempo antes de que los imperialistas británicos traicionaran a los judíos y adoptaran una política anti-sionista. Los pioneros judíos que labraron la tierra en Palestina, secaron pantanos, tendieron redes eléctricas, construyeron escuelas y hospitales, museos y orquestas musicales no estaban al servicio de imperio alguno: de hecho, en los años inmediatamente anteriores al establecimiento del Estado de Israel estaban combatiendo a la Oficina Colonial británica en Palestina. Combatientes judíos fueron ahorcados por los británicos en Palestina; barcos repletos de judíos que huían de los nazis fueron devueltos a Europa por decisión del Gobierno británico. Al debatirse en la ONU la resolución sobre la partición de Palestina, Gran Bretaña se abstuvo. Una vez comenzada la guerra de agresión árabe, oficiales británicos se sumaron a fuerzas invasoras de Israel como la Legión Árabe jordana. Estados Unidos (que, junto con Rusia, votó a favor de la partición) hizo de Israel un aliado en el Medio Oriente recién a finales de los años sesenta, para cuando el Estado hebreo ya tenía dos décadas de vida. Tal como Eli Kavon ha observado, tachar al sionismo de imperialista supone "negar la conexión de los judíos con la Tierra de Israel, que se remonta 3.000 años en el tiempo".

Los judíos estaban batallando contra imperialistas, fuesen éstos helenos o romanos, mucho antes de que surgieran los movimientos de liberación nacional. Los británicos en la India, así como los franceses en Argelia, no tenían una conexión antigua con las tierras que colonizaron. Los europeos explotaron poblaciones nativas por razones económicas y nacionalistas. No así los judíos. Los pioneros judíos se asentaron en Palestina para encontrar un lugar en el cual vivir como hombres y mujeres libres, libres del dominio imperialista en los mundos europeo e islámico (...) Etiquetar como imperialista a una pequeña nación de judíos que floreció a pesar del poder de grandes imperios es absurdo. Es un intento de robar a Israel su legitimidad. Es una mentira[43].

Esta triple acusación: Israel es nazi, segregacionista e imperialista, es el equivalente de la deshumanización de que fue objeto el pueblo judío en el pasado. Antes, el objetivo era el pueblo judío; hoy, el Estado judío. Cuando se carga al único país judío del globo con los peores males del siglo XX se está abogando implícita o explícitamente por su erradicación, pues existe una obligación moral de luchar contra el Mal[44].De esta forma se procura justificación moral a la lucha de "resistencia" palestina, a los ataques del Hezbolá, a las agresiones verbales de Irán. En esta increíble reversión moral, terroristas que pregonan la violencia y dictadores teocráticos son respaldados en Occidente, dado su enfrentamiento con Israel, ese "paisito de porquería", según la expresión de cierto embajador francés[45].

A juicio Moisés Garzón Serfaty, en la actualidad hay dos anti-judaísmos,

uno islámico, particularmente agresivo, y otro occidental, de origen izquierdista y liberal. El primero se traduce en actos violentos. El segundo, de alguna manera los legitima. Desprovista de escrúpulos, desorientada como nunca, parte de la izquierda occidental se ha volcado sobre la causa palestina con el mismo maniqueísmo combativo como lo hizo en su día con la Unión Soviética, la revolución cubana y otros despropósitos históricos[46].

Indignación moral selectiva

Gaza como la versión posmoderna del Gueto de Varsovia[47],la valla de seguridad como el Muro del Apartheid, Israel como el nuevo Hernán Cortés: son referentes estelares del antisemitismo político contemporáneo. Llama la atención las pasiones que despiertan las acciones de Israel y el nivel de implicación emocional de ciertos observadores supuestamente imparciales; especialmente si se compara con la atención que merecen conflictos de gravedad muy superior: el genocidio en Darfur (400.000 muertos y alrededor de 2,5 millones de refugiados), la guerra en el Congo (4 millones de desplazados), la represión rusa en Chechenia (entre 150.000 y 200.000 muertos, un tercio de la población forzada a abandonar sus hogares) y la guerra civil en Argelia (200.000 muertos entre 1999 y 2006) son algunas de las tragedias que se nos vienen de primeras a la mente.

La preocupación global por la suerte de los palestinos es aún más llamativa si se tiene en cuenta el poco interés que han suscitado los propios palestinos en circunstancias bien dramáticas. Entre 1949 y 1967, Egipto y Jordania gobernaron sobre las poblaciones palestinas de Gaza y Cisjordania. Dejando de lado el hecho de que ni El Cairo ni Ammán promovieron la independencia palestina, cabe señalar que desatendieron las condiciones económicas y sociales de modo tal que, en ese período, y conforme el profesor Efraím Karsh ha documentado, 120.000 palestinos se trasladaron a la Margen Oriental y otros 300.000 emigraron al extranjero[48]. El estado calamitoso en que viven los refugiados palestinos confinados en campamentos miserables de países árabes hermanos solamente genera interés para sancionar a Israel. El rey Husein de Jordania masacró más palestinos en un solo mes de 1970: entre 3.000 y 5.000, de los que Israel mató en décadas, pero sin embargo es Israel la parte más sistemáticamente censurada por su trato a los palestinos. Los sirios han abusado de los palestinos con tal severidad, que Abú Iyad, número dos de la OLP, afirmó en su día que esos crímenes "superaron a los del enemigo israelí"[49].Kuwait castigó a su población palestina luego de la alianza de la OLP con Sadam Husein en 1991: expulsó a trabajadores inocentes, y hasta llegó a perpetrar matanzas, lo cual llevó a Yaser Arafat a proclamar: "Lo que Kuwait hizo al pueblo palestino es peor que lo que hace Israel a los palestinos en los territorios ocupados"[50].Sólo en 2006, más de 600 palestinos fueron asesinados en Bagdad, y otros 100 fueron secuestrados, por milicianos chiitas resentidos por el buen trato dispensado a aquéllos por Sadam. Según relatos testimoniales, chiitas extremistas detenían a transeúntes y les exigían sus documentos de identidad: si resultaban ser palestinos, los desdichados eran fusilados sin más. Esta situación fomentó una emigración palestina de Irak hacia Jordania y Siria, países que impusieron "fuertes restricciones al ingreso de refugiados, dejando a muchos de ellos atascados en la frontera en condiciones crueles e inhumanas", según informó oportunamente el Jerusalem Post.

¿Y qué decir de los cientos de palestinos muertos en la guerra civil entre Hamás y Fatah del año 2007? ¿Por qué no hizo el novelista José Saramago peregrinaciones de solidaridad a Ramala? ¿Por qué no inició Tony Judt un boicot académico contra la Universidad Islámica de Gaza? ¿Por qué no publicaron los intelectuales progresistas argentinos textos en Página 12 acusando a Hamás o a la Autoridad Palestina de genocidio? ¿Por qué no vimos editoriales doloridos en los principales diarios del mundo? ¿Por qué no se reunió de urgencia el Consejo de Seguridad de la ONU para expresar su preocupación? El hecho de que el sufrimiento palestino no haya suscitado jamás la indignación mundial cuando no está Israel de por medio es algo que las buenas conciencias de Occidente deberían explicar. Y si el desprecio por Israel no está vinculado a los judíos, ¿por qué cada vez que hay una crisis entre Israel y sus vecinos los judíos son acosados en Europa? ¿Por qué fue profanada una sinagoga en Venezuela en pleno conflicto Hamás-Israel? ¿Por qué en la Argentina fueron atacados unos judíos que celebraban un aniversario de Israel? ¿Por qué en Gran Bretaña se sucedieron los incidentes antisemitas a raíz del ataque de Hizbulá a Israel? Si no hay nexo alguno, ¿por qué gritaron "¡Sucio judío!" al embajador israelí en España a la salida de un partido de fútbol? ¿Por qué ocurrió en ese país –donde, según una encuesta de septiembre del 2008 de Pew Global Reserach, el 46% de la gente tiene impresiones poco favorables de los judíos– la mayor manifestación anti-israelí de toda Europa? Si realmente no hay conexión alguna entre el antiisraelismo y el antisemitismo, ¿por qué el diario secular italiano La Stampa publicó una caricatura con el niño Jesús en el pesebre mirando a un tanque israelí y diciendo: "No me digan que de nuevo vienen a matarme"?

La negación del antisemitismo

Desde que Hitler dio mala fama al odio a los judíos, los antisemitas han buscado una fachada que les permitiera seguir siéndolo. Esa fachada es, hoy, el antisionismo. No toda crítica a Israel encierra odio a los judíos, pero ello no quiere decir que la crítica a Israel jamás conlleve el odio a los judíos; de hecho, muchos se valen de ella para enmascarar su antisemitismo. Por momentos parece como si se quisiera privar a los judíos de la posibilidad de señalar la existencia del antisemitismo en el discurso antiisraelí. "¿Acaso no se puede criticar a Israel?", preguntó cierta vez un periodista televisivo a Pilar Rahola en un importante programa de actualidad. "El problema", respondió Rahola, "no es que no se pueda criticar a Israel, sino que exclusivamente se critique a Israel"[51]. La crítica política a Israel es válida. Es la crítica antisemita, disfrazada de legítima condena política, lo que debe ser señalada. El hecho de que muchas de las difamaciones antiisraelíes sean fomentadas por judíos no inmuniza a nadie, ni siquiera a ellos mismos, del cargo de antisemitismo. Una calumnia, aun si promovida por judíos o por israelíes, sigue siendo una calumnia.

El que un hombre o una mujer de padres judíos sea quien difunda mentiras sobre Israel no legitima ni un ápice su diatriba. En todo caso, el fenómeno del autoodio judío es de larga data. A lo largo de la historia, ha habido judíos que han interiorizado, hecho propia, la condena del antisemita: no pudiendo soportar tanta hostilidad, y con la vana esperanza de agradar y ser aceptado, se han abocado a la tarea imposible de remover lo que en ellos hay de judío. Una forma convencional de convencer a otros y a uno mismo de que se ha operado ese despojo es el ataque al hermano. Muchos de los más fieros judeófobos de la historia medieval fueron judíos conversos al catolicismo: Petrus Alfons, Nicholas Donin, Pablo Christiani, Avner de Burgos, Guglielmo Moncada y Alessandro Franceschi, por citar sólo unos nombres. (Incluso se ha especulado sobre el inquisidor Tomás de Torquemada). Heinrich Heine opinaba que el judaísmo no era una religión sino "una desgracia". Por su parte, el escritor Moritz Sapir consideraba que se trataba de "una deformidad de nacimiento corregible con cirugía bautismal". Algunos llegaron a odiar tanto su condición, que terminaron suicidándose: tal el caso del psiquiatra y filósofo austríaco Otto Weininger[52].Una admiradora suya fue la renombrada poetisa judeo-norteamericana Gertrude Stein, quien en 1934 declaró al New York Times: "Hitler debió haber recibido el Premio Nobel de la Paz"; posteriormente gozaría de la protección de colaboradores del régimen filo-nazi de Vichy[53]. El propio Karl Marx expresó hostilidad al judaísmo en su ensayo de 1843 Sobre la cuestión judía: "La emancipación social del judío es la emancipación de la sociedad respecto del judaísmo"[54].El periodista austriaco Arthur Trebisch ofreció sus servicios a los nazis, a los que instó a no cesar en su combate contra los judíos; y dejó testimonio de su sentir: "Cargo con la vergüenza y la desgracia, la culpa metafísica de ser judío"[55]. El canciller austriaco más firmemente antiisraelí de las últimas décadas, Bruno Kreisky, era judío. Algunas de las personalidades más famosas del antiisraelismo actual son judías, empezando por Noam Chomsky y terminando por Juan Gelman.

En otras palabras: uno puede ser judío y albergar sentimientos negativos respecto de los judíos y del Estado judío.

Aun cuando no todas las personas recién citadas encajen en la definición del autoodio, a la luz de sus declaraciones no puede disputarse que queda en evidencia algún grado de enajenación identitaria. En todo caso, éste no es el punto principal aquí, ni es un debate que deseamos promover. No estamos evaluando la identidad religiosa del crítico, ni cómo se ve a sí mismo, ni si se odia o no, sino su actitud. Cuando los censores de Israel, judíos o no, incurren en demonizaciones como las que hemos descrito, tienen la obligación de respaldar racionalmente sus protestas de que no están adoptando una conducta antisemita. Es insuficiente que digan que están siendo injustamente tratados, lo cual no les brinda escudo protector moral alguno: deben justificar racionalmente por qué creen que los israelíes son nazis, deben presentar evidencia empírica que sustente la noción de que los sionistas son imperialistas, y poder argumentar lógicamente por qué consideran que las políticas israelíes son propias de un régimen de apartheid. Eludir el desafío y, en su lugar, ejercer de intelectual ofendido es un acto de cobardía[56].

Islamofobia 'in', antisemitismo 'out'

Como si el problema del antisemitismo no fuese ya lo suficientemente complejo, frecuentemente los judíos se ven obligados a lidiar con problemas de nomenclatura y definición que crean cierta confusión. Luego del 11-S hubo quienes temieron que la totalidad del Islam fuera erróneamente caracterizada como terrorista o agresiva, o que sus seguidores pudiesen ser colectivamente estigmatizados. Cada vez con mayor regularidad comenzó a usarse el término islamofobia, que alude al odio a lo islámico. Se popularizó de tal manera la idea de que los musulmanes son despreciados a escala global, que rápidamente dicho término ingresó en el léxico de la ONU y de la jerga periodística. En una declaración conjunta de diciembre de 2008, los presidentes de la Argentina, el Brasil y Venezuela expresaron su "más enérgica condena al racismo, el antisemitismo, el antiislamismo, la discriminación racial y otras formas conexas de intolerancia"[57].

Si la cuestión se limitara a un debate acerca de si existe desprecio hacia los musulmanes, probablemente el uso de esa palabra no estaría generando controversia. Ciertamente, expresiones contrarias al Islam y a sus fieles pueden hallarse en el discurso público, y musulmanes han sido acosados y discriminados en Occidente. Se torna un poco más dificultoso defender el uso del término si requiere la aceptación de la existencia de un fenómeno mundial de antiislamismo. Inmigrantes foráneos han sido y son usualmente discriminados en distintos países, por ejemplo, los paraguayos en la Argentina. Sin embargo, no es común referirse al anti-paraguayismo en nuestra tierra, aun cuando la marginación contra los paraguayos exista. La razón es simple: existe el acto singular xenofóbico, más no un sistema de prejuicios contra ese grupo humano. No hay doctrina que lo respalde ni movimientos ideológicos que lo promuevan. Indudablemente, semejantes actos de discriminación son merecedores de nuestro repudio, pero no ameritan el ser designados en un genérico alusivo a algo que, como fenómeno, es inexistente. Lo mismo cabe decir respecto del antiislamismo o de la islamofobia. Aun así, si los musulmanes sintieran que ese es efectivamente el caso y anhelaran concienciar al resto del mundo al respecto valiéndose del empleo de un término que reflejara su sentir, tampoco ello debiera generar inconveniente alguno; con la salvedad de que no pretendieran ubicarlo a la par de fenómenos racistas mundial e históricamente establecidos.

En términos generales, todo lo que contribuya a la lucha contra el racismo debiera ser bien recibido. La polémica nace cuando líderes musulmanes pretenden reemplazar la judeofobia con la islamofobia; cuando procuran neutralizar la muy real existencia del odio a los judíos (que en muchos casos emana de naciones islámicas) poniendo como contrapunto una noción cuestionable. "El hecho es que la islamofobia ha reemplazado al antisemitismo", aseveró el Consejo Musulmán de Gran Bretaña. En la última conferencia contra el racismo organizada por la ONU en Ginebra (conocida también como Durban II) quedó en evidencia la politización de la agenda antirracista: la palabra islamofobia fue promovida con finalidades políticas. La Organización de la Conferencia Islámica[58] introdujo en el borrador de la declaración final estas líneas: "Las más graves muestras de difamación de las religiones son el aumento de la islamofobia y el empeoramiento de la situación de las minorías islámicas en todo el mundo". Ya hay grupos de derechos humanos que han adoptado esto como una verdad sacrosanta. En el año 2001, Human Rights Watch anunció la creación de un puesto para monitorear crímenes raciales contra "musulmanes, sijs y personas de ascendencia mesooriental y del sur de Asia en los Estados Unidos desde los atentados del 11 de Septiembre". Por las mismas fechas, el FBI dio a conocer información relacionada con los crímenes raciales cometidos en EEUU en 2000: hubo 28 ataques contra musulmanes y 1.119 contra judíos. Aunque los judíos representan alrededor del 2.5% del total de la población estadounidense, fueron las víctimas de casi un 14% de los crímenes raciales y de más de un 75% de los crímenes raciales vinculados con la religión[59].En mayo del 2002, Amnistía Internacional emitió una condena de repudio de "los ataques contra judíos y árabes" y detallaba las agresiones que habían sufrido unos y otros. He aquí parte de lo que decía sobre los ataques judeófobos:

En Francia, la hostilidad contra los judíos ha originado una oleada de ataques especialmente grave. La policía francesa registró 395 incidentes antisemitas entre el 29 de marzo y el 17 de abril.

En marzo y abril, varias sinagogas, como las de Lyon, Montpellier, Garges-les-Gonesses (Val d'Oise) y Estrasburgo, sufrieron destrozos, y la de Marsella fue pasto de las llamas en un incendio provocado. En París, la multitud arrojó piedras contra un vehículo que transportaba alumnos de un colegio judío y le rompió los cristales de las ventanillas.

En Gran Bretaña, en abril hubo informes de al menos 48 ataques contra judíos, frente a 12 en marzo, 7 en febrero, 13 en enero y 5 en diciembre. En algunos casos las víctimas tuvieron que ser hospitalizadas con heridas graves.

En Bélgica, en abril, se arrojaron bombas incendiarias contra sinagogas de Bruselas y Amberes, y se acribilló a balazos la fachada de una de Charleroi. En Bruselas, una librería y tienda de delicatessen judía fue destruida por el fuego.

También en abril se produjeron ataques contra sinagogas en Berlín y Herford. Ese mismo mes, (...) una joven judía fue atacada en el metro de Berlín por llevar un colgante con la estrella de David, y dos judíos ortodoxos resultaron heridos leves al salir de una sinagoga a consecuencia de la agresión de un grupo de personas.

Respecto de casos de hostilidad anti-árabe, el comunicado de AI consignó:

En Bruselas, el 7 de mayo una pareja de inmigrantes marroquíes murió y dos de sus hijos resultaron heridos por los disparos de un vecino belga de edad avanzada y que, según los informes, hizo comentarios racistas.

En círculos islámicos, la islamofobia está siendo empleada como caballo de batalla contra el antisemitismo y contra la noción del sufrimiento judío. Por extraño que suene, hay musulmanes que parecen haberse embarcado en una competencia –unilateral– por el monopolio del victimismo, que aparentemente consideran está en manos del pueblo judío. Este no debiera ser el caso. La Organización para la Conferencia Islámica está en su perfecto derecho de alertar sobre discriminaciones o ataques antiislámicos, pero no es constructivo hacerlo con un propósito de sobreimposición.

Conclusiones

El Día de la Recordación del Holocausto del año 2008, alrededor de un centenar de ingleses se disponía a hacer una visita guiada al viejo barrio judío londinense. La visita no pudo ser completada. "¡Si avanzan más, morirán!", les gritaron unos jóvenes musulmanes mientras les arrojaban piedras. Posteriormente, algunos judíos debieron recibir atención médica. En ese mismo lugar, sólo que en 1936, un grupo de fascistas británicos intentó realizar una marcha. Que tampoco pudo ser completada: un grupo de judíos, católicos irlandeses y comunistas ingleses lo impidió, al amparo del célebre eslogan de la guerra civil española: "No pasarán". El recordatorio, traído por el comentarista Mark Steyn, nos sirve para notar cuánto han cambiado las cosas para los judíos de Europa, y por extensión de Occidente, desde entonces. Hoy en día no hay demasiados católicos y comunistas dispuestos a permanecer codo a codo con los judíos para frenar el avance de los antisemitas[60]. Durante la mayor parte del siglo pasado, el antisemitismo religioso, racial o nacionalista estuvo ligado a la derecha, y ciertamente este tipo de antisemitismo crudo no ha partido de la escena. El neo-nazismo, su heredero ideológico, sigue siendo un problema para las sociedades libres y pluralistas. También es indudable que podemos hallar antisemitas de derecha en las múltiples manifestaciones antiisraelíes que se celebran. Este tipo de antisemitismo es fácilmente identificable, y habitualmente es sancionado. Pero hay algo novedoso, sin embargo, una nueva forma de prejuicio que también demanda sanción. En la actualidad, la mayor parte de las manifestaciones antiisraelíes reúnen en mayor medida a pseudo-pacifistas, anarquistas, comunistas, socialistas, antiglobalistas, medio-ambientalistas e izquierdistas todoterreno. Estos radicales operan en una atmósfera de antiisraelismo creada y perpetuada por organismos multinacionales, agencias humanitarias, medios de prensa y destacados intelectuales. No fue Jean-Marie Le Pen, sino Amnistía Internacional, quien pidió al Consejo de Seguridad de la ONU y a la Casa Blanca la imposición de un embargo de armas a Israel en febrero de 2009[61]. (En una irrisoria muestra de equivalencia moral o falso sentido de la igualdad, AI pidió que el embargo cayera también sobre Hamás). No ha sido en las academias militares, sino en prestigiosas universidades de Gran Bretaña y Estados Unidos, en las que el progresismo prevalece, donde han surgido las campañas de boicot académico y económico contra Israel. No es en pasquines fascistas sino en periódicos elitistas progresistas donde vemos caricaturas tan violentamente antiisraelíes que remiten, sin exageración alguna, a los peores trazos de Der Stürmer. Tal como Gabriel Schoenfeld ha señalado, la retórica y la literatura antisemita de masas –con obras como los Protocolos de los Sabios de Sión y Mein Kampf y otros– ayudaron a crear el marco cultural e intelectual para el Holocausto. Las denuncias inagotables contra Israel acarrean una resonancia incómoda, "las semillas de una repetición macabra"[62]. Si algo hemos aprendido (o al menos debiéramos haberlo hecho) de la Shoá es que el genocidio comienza con la destrucción intelectual de un pueblo, lo cual abre el camino para su destrucción física. Antes de alcanzar el aniquilamiento parcial del pueblo judío, los nazis debieron primero obliterarlo en el imaginario colectivo. Antes de llevar a los judíos a las cámaras de gas, debieron persuadir a la opinión pública de que merecían el exterminio. Primero se les destruyó en los discursos pronunciados en las plazas, en los panfletos diseminados en las universidades, en las pancartas erigidas en las manifestaciones callejeras, en las leyes raciales.

Tenemos el deber de aceptar que lo que empieza con retórica extrema termina en acciones atroces. La demonización global a la que el Estado de Israel es cotidianamente sometido no puede terminar bien. Aun cuando para muchos las políticas del Estado judío resulten problemáticas y sus objeciones estén bien fundamentadas y sean bien intencionadas, debe admitirse que el caso de muchos otros es bien distinto. Hay gentes para las que vale la observación del columnista del Washington Post George Will: "No es que Israel sea provocativo; el que Israel sea es lo que provoca".

En estas páginas se ha intentado alertar sobre un viejo fenómeno que se produce en nuevas circunstancias. El señalamiento de que en la actualidad el antisionismo/antiisraelismo es una manifestación de antisemitismo no se hace con el fin de suprimir toda crítica a Israel, sino de advertir que esa crítica puede esconder malas intenciones. El espectáculo de denigración total de Israel al que asistimos en estos tiempos remite a épocas infelices y no puede ser ignorado con acusaciones de paranoia contra quienes, debido a un cúmulo de experiencias dolorosas, han aprendido a divisar el peligro. Se ha dicho que lo que ocurrió alguna vez en el pasado puede ocurrir nuevamente en el futuro, y que lo que empieza con los judíos jamás termina con los judíos: no son meros clichés, sino lecciones históricas que claman por que, de una vez, sean comprendidas.



[1]Leo Pinsker, Autoemancipación; citado por Shlomo Avineri, The Making of Modern Zionism: The Intellectual Origins of the Jewish State, Basic Books, Nueva York, 1981, p. 77.
[2]Dennis Prager & Joseph Telushkin, Why the Jews? The Reason for Antisemitism, Simon & Schuster, Nueva York, 1983, p. 17.
[3]Ramon Bennet, Philistine, Arm of Salvation, Jerusalem , 1995, p. 49.
[4]Bennet, ob. cit., p. 50.
[5] Pierre-André Taguieff, La nueva judeofobia, Gedisa, Barcelona, 2002, p. 196.
[6] Taguieff,. ob. cit., p. 203.
[7] V. el discurso de Irwin Cotler en The Global Forum for Combating Antisemitism, 24-25 de febrero de 2010.
[8] V la conferencia de Robert Wistrich en el Foro Argentino sobre el Antisemitismo Internacional, Buenos Aires, 6-VIII-2008.
[9]Alvin H. Rosenfeld, "Progressive" Jewish Thought and the New Anti-Semitism, AJC, Nueva York, 2007.
[10]Keneth S. Stern, Antisemitism Today: How It Is the same, How It Is Different, and How to Fight It, American Jewish Committee, Nueva York, 2006, p. 12.
[11]James Carroll, Constantine´s Sword: The Church and the Jews, Houghton Mifflin Company, 2001, p. 415.
[12]Prager & Telushkin, ob. cit., p. 36.
[13]Prager & Telushkin, ob. cit., p. 37.
[14]V. Benjamin Netanyahu, A Place Among the Nations, Bantam Books, Nueva York, 1993, pp. 418-424.
[15]Citado por Arno Lustiger, "When people criticize Zionism, they mean Jews, said Martin Luther King", Jerusalem Post, 15-II-2009.
[16] Julián Schvindlerman, "El otro Eje del Mal: antinorteamericanismo, antiisraelismo y antisemitismo", en Reflexiones, ensayos contemporáneos, Milá, Buenos Aires, 2005, pp. 79-80.
[17]Mark Steyn, "Israel Today, the West Tomorrow", Commentary, mayo de 2009.
[18] Citada por Moisés Garzón Serfaty, Apuntes para una historia de la judeofobia, Caracas, CAIV, 2008, p. 169; Prager & Telushkin, ob. cit., pp. 36-37.
[19]Irwin Cotler, "Making the world Judenstaatrein", Jerusalem Post, 22-II-2009.
[20]Cotler, ibid.
[21] Robert Wistrich, conferencia en el Foro Argentino sobre el Antisemitismo Internacional, Buenos Aires, 6-VIII-2008.
[22] http://www.un.org/apps/news/story.asp?NewsID=32057&Cr=palestin&Cr1.
[23]Ben Cohen, The Ideological Foundations of the Boycott Campaign Against Israel, AJC, Nueva York, 2007, pp. 9-10.
[24] "Tutu sobre la ocupación israelí", agencia de noticias Prensa Ecuménica, 3-XII-2008.
[25]"Israeli Apartheid Week 2009 may be coming to a campus near you", Jerusalem Post, 29-I-2009; "Israeli Apartheid Week starts today", Jerusalem Post, 1-III-2010.
[26]Bernard Harrison, Israel and Free Speech, AJC, Nueva York, 2007, pp. 22-23.
[27]"Mr. Chavez vs. the Jews", Washington Post, 12-II-2009.
[28]Richard Bernstein, "An Ugly Rumor or an Ugly Truth?", New York Times, 4-II-2009.
[29]Isi Leibler, "Zionism and the global anti-Semitic frenzy", Jerusalem Post, 15-II-2009.
[30]Citado por Gabriel Schoenfeld, "Israel and the Anti-Semites", Commentary, junio de 2002, p. 19.
[31] R. Bernstein, ibid.
[32]Walter Reich, "Using the Holocaust to Attack the Jews", Washington Post, 1-II-2009.
[33]"Complaint filed against Norway's Holocaust comic", Jerusalem Post, 22-XII-2008.
[34]"Coffee Chain cancels ad with slogan Nazis used", Jerusalem Post, 14-I-2009.
[35]"Isn't Auschwitz the name of a beer?", Jerusalem Post, 9-III-2009.
[36] Julián Schvindlerman, "Las lecciones del Holocausto", Perfil, 31-I-2009.
[37]W. Reich, ibid.
[38] S. Avineri, ob. cit., pp. 36-55.
[39]Hattis Rolef, Political Dictionary of the State of Israel, Keter Publishing House, Jerusalem, 1993, p. 345.
[40]H. Rolef, ob. cit., pp. 61-62, y Hazony, The Jewish State: The Struggle for Israel's Soul, Basic Books, 2000, p. 212.
[41] Hazony, ob. cit., p. 245 y p. 408.
[42] Citado por Paul Johnson, La historia de los judíos, Javier Vergara Editor, Buenos Aires, 1991, p. 450.
[43]Eli Kavon, "The myth of Zionist imperialism", Jerusalem Post, 17-I-2009.
[44]I. Cotler, "Making the world...".
[45]"Anti-Semitic French envoy under fire", BBC, 20-XII-2001.
[46]M. G. Serfaty, ob. cit., p. 163.
[47]Eli Kavon, "The new blood libel", Jerusalem Post, 26-I-2009.
[48]Efraim Karsh, "What´s Behind Western Condemnation of Israel's War Against Hamas?", Jerusalem Center for Public Affairs, 11-I-2009.
[49] E. Karsh,. ibid.
[50] E. Karsh, ibid.
[51] Cito de memoria: los hechos tuvieron lugar unos pocos años atrás en el programa Hora Clave, y la pregunta fue efectuada por un asistente de Mariano Grondona.
[52] V. ejemplos y citas en Gustavo D. Perednik, La Judeofobia, Flor del Viento, Barcelona, 2001, pp. 145-146.
[53]Lansing Warren, "Gertrude Stein: Views, Life and Poetry", New York Times, 6-V-1934.
[54] Citado en B. Cohen, ob. cit., p.3.
[55] V. G. D. Perednik, ob. cit., p. 146.
[56] Doy crédito a Bernard Harrison por la idea recién presentada.
[57] V. "Presidentes de Argentina, Brasil y Venezuela firman Declaración Conjunta condenando el Antisemitismo", comunicado de B´nai B´rith, 20-XII-2008.
[58] Con sede en Arabia Saudita, reúne a 57 países islámicos y opera como bloque en la ONU.
[59] V. K. Stern, ob. cit., p. 46.
[60] V. M. Steyn, ibid.
[61] "Amnesty urges arms embargo on Israel", Jerusalem Post, 23-II-09.
[62]G. Schoenfeld, ob. cit., p. 20.