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La Ilustración Liberal

Mario Vargas Llosa: "La idea de que el liberalismo está muerto en América Latina es exagerada"

Esta entrevista se publicó en la revista sueca Neo Magasinet en noviembre de 2006. La traducción al español ha corrido a cargo de Emilio Quintana.

Justo cuando está a punto de explicar lo que realmente piensa sobre Lula da Silva, el presidente de Brasil, Mario Vargas Llosa se para y me pregunta si puede ir a coger la chaqueta. Es la primera vez que entrevisto a una persona que piensa que tiene que pedir permiso para algo así, y nunca lo hubiera imaginado de uno de los más importantes intelectuales de América Latina, alguien que gracias a la alta calidad de su novelística está siempre presente en los debates que preceden a la concesión del Premio Nobel de Literatura.

Vargas Llosa no es solamente un gentleman latino partidario de cultivar los rituales de la cortesía, o el hombre humilde de 70 años que está usted a punto de conocer. Es también una persona que se ha esforzado en estudiar ideas y teorías, y que manifiesta su disgusto por las utopías y los fundamentalismos, tanto en la política como en la religión. Al principio tuvo que enfrentarse a su propio marxismo, cuando Fidel Castro impuso a los cubanos sus campos de concentración y encerró en ellos a los homosexuales. El comunismo no trajo consigo la liberación que Vargas Llosa esperaba. Mientras que otros marxistas intentaban buscar justificaciones, él se tomó el asunto en serio y renunció a sus ideas. Poco a poco llegó a la conclusión de que sólo a través de la apertura, tanto política como económica, se pueden remover los privilegios y las jerarquías sociales y étnicas que tan a menudo aparecen en sus novelas. Fue así como se convirtió en liberal.

Vargas Llosa peina canas. Ha tenido tiempo suficiente para ser testigo tanto de la lucha por la libertad como de los abusos del poder, ha concebido esperanzas y sufrido decepciones, y ha escrito algunas de las más hermosas representaciones literarias de todo ello. Un tema recurrente en su obra es el de la capacidad del poder para corromper y enturbiar los ideales. "Ni siquiera el liberalismo es inmune", afirma. De hecho, uno de los problemas más importantes que tuvo América Latina en los 90 fue la manera en que se hicieron las reformas económicas, pues, nos explica, se vieron entorpecidas por el tradicional entramado de privilegios.

– Tome, por ejemplo, lo que hizo Carlos Menem en Argentina. Los monopolios estatales se convirtieron en monopolios privados administrados por sus amigos, de modo que en realidad nada cambió. Los liberales estamos a favor de la privatización, pero con la condición de que haya libre competencia, para que mejoren los servicios y se reduzcan los costes. Esto nunca llegó a hacerse, ya que se conservaron los monopolios y lo único que cambió fueron los propietarios de los mismos. Básicamente se trató de un ataque contra los principios de la privatización, pero como todo se hizo en nombre del liberalismo, se generó una gran confusión sobre lo que en verdad defiende éste.

Vargas Llosa ha visto el problema de cerca. En 1990 fue candidato a la presidencia de Perú con una plataforma liberal que llevaba en su programa, entre otras propuestas, un impulso a la privatización, el libre comercio y la inversión en el sector privado. El objetivo era fomentar un liberalismo popular, que diera a la gente acceso a la propiedad de la tierra y libertad para crear y actuar en un entorno libre de corrupción y prohibiciones. Se fue abriendo paso, a costa de los partidos tradicionales, gracias a una campaña masiva muy de base; pero en la recta final topó con un advenedizo Alberto Fujimori, que se centró en lanzar duros ataques contra su liberalismo, a pesar de que, cuando llegó al poder, se apropió de parte de su programa. Ahora bien, Fujimori no tuvo para nada en cuenta el enfoque de abajo arriba, ni dio la menor oportunidad a la transparencia y a la seguridad jurídica. De hecho, no tardó mucho en disolver el Parlamento. La democracia solo fue restablecida diez años más tarde, con Fujimori huyendo del país.

– Fujimori privatizó muchas empresas. En principio, esto sería una cosa buena, pero lo cierto es que el resultado fue un desastre. En vez de facilitar la competencia, concedió más privilegios, de los que se beneficiaron él mismo y sus colaboradores. Todo este asunto de la corrupción ha tenido un impacto enormemente negativo en la opinión pública. Se suele repetir una acusación retórica, en el sentido de que fue el liberalismo el que originó la corrupción y posibilitó el mantenimiento de los privilegios. Se ha creado un estado de opinión reacio a las reformas liberales, a pesar de que las reformas de Fujimori fueron cualquier cosa menos liberales: fueron una caricatura del liberalismo. Aquello era mercantilismo en estado puro.

Otro de los problemas importantes que tienen la democracia y la economía de mercado en América Latina es el peligro que supone la rica Venezuela, con una agenda marcadamente ideológica y sus ambiciones imperialistas. Hugo Chávez ha puesto a la oposición y a los tribunales fuera de juego, en una operación conducente a fortalecerle de tal modo que no haya quien lo mueva de la presidencia.

– Hugo Chávez es un dictador clásico que sigue el modelo cubano, ha tomado el control de la economía y cuenta con una enorme cantidad de petrodólares, con los que intenta extender su modelo por toda la región. Y el modelo no es nada nuevo, es muy fácil de reconocer. Es el mismo que hemos tenido en América Latina siempre que no ha habido democracia. Chávez ya ha conseguido mucha influencia en Bolivia, y ahora también se está viendo afectado Ecuador.

La influencia de Chávez ha llegado también a Perú, donde Ollanta Humala, un militar nacionalista de izquierdas, estuvo a punto de ganar las elecciones presidenciales en mayo de 2006, con la más que probable financiación venezolana de su campaña. Sin embargo, esto puso de manifiesto, al mismo tiempo, las limitaciones de la influencia de Chávez, pues hablar del "Chávez peruano" se convirtió en una expresión de moda, y los electores prefirieron votar al impopular ex presidente Alan García antes que entregarse a Humala.

Para Mario Vargas Llosa, se trató de una elección especialmente extraña. Alan García era un político absolutamente cuestionado, ya que estuvo a punto de destruir el país a finales de los 80, con una mezcla de corrupción, populismo e inflación. Aunque ha pedido perdón por su catastrófica gestión de entonces, y prefiere ser visto como un socialdemócrata moderno, a Vargas Llosa estas elecciones le parece que fueron como elegir entre la peste y el cólera:

– En política no siempre se puede elegir a los mejores, a veces toca elegir a los menos malos. En este caso, el menos malo era Alan García. Fue un desastre para el Perú, el peor de los populistas, y el país todavía no se ha recuperado de sus años de gobierno. Pero con él sabemos que dentro de cinco años habrá elecciones, de modo que tendremos la oportunidad de enmendarnos. Eso es algo que con Humala no habríamos tenido. Habría hecho lo mismo que Chávez, modificar la Constitución para ser reelegido eternamente. Perú se habría convertido de nuevo en la típica dictadura militar nacionalista.

Es comprensible que Vargas Llosa se sienta decepcionado con los dirigentes políticos, con sus ambiciones de poder. Se puso el listón muy alto. En el poco tiempo en que se desempeñó como político profesional hizo todas esas cosas que pueden poner al borde de un ataque de nervios a un experto en relaciones públicas. Su propuesta de que los que pudieran permitírselo pagaran por la enseñanza fue muy impopular, pero en vez de dejarla a un lado se puso a hablar de ella en todos los mítines, con la intención de explicarla correctamente. Se negó a recibir información sobre los que donaban dinero a su campaña, para que nadie tuviera la tentación de pensar que podía pasar luego el recibo. Y cuando a Fujimori le echaron en cara su origen japonés, y varios de sus seguidores se concentraron ante su casa a gritar que querían como presidente a "un verdadero peruano", salió a la puerta con un megáfono y les dijo que era una vergüenza que usaran el origen como argumento político, y que el Perú era el Perú gracias a su diversidad.

En el tramo final de la campaña llegó a recibir la visita de un obispo, que le explicó que no tenía que ser tan honesto, porque así no podría llevar a cabo sus reformas.

Pese al renacimiento del populismo, con personajes dispuestos a sacrificar el desarrollo económico y social de sus países en beneficio de sus propios intereses, Vargas Llosa piensa que hay motivos para ser optimistas en cuanto a la evolución de América Latina. "La abundancia de populistas y caudillos no es ninguna novedad. Lo realmente novedoso es que, a día de hoy, y a pesar de todo, son muy pocos. Lo novedoso es que ha surgido un tipo de político que tiene un punto de vista y unos valores más liberales. Tanto la derecha como la izquierda latinoamericanas están empezando a aceptar la democracia y la economía de mercado de una forma absolutamente impensable hace un par de décadas.

– Si sólo pensamos en el liberalismo a partir de la existencia de partidos liberales, está claro que en América Latina son muy pocos y muy débiles. Sin embargo, como explicó el pensador austríaco Ludwig von Mises, el liberalismo no es una ideología ni un partido político, sino una forma de pensar, un ambiente cultural en el que tiene cabida un amplio espectro de tendencias y partidos que comparten determninados valores, un espectro que va de la socialdemocracia al conservadurismo. Si partimos de este punto de vista más amplio es posible afirmar que el liberalismo está muy vivo en América Latina.

"Hay partidos de izquierda –añado entonces–, como los de Chile, que han recibido una profunda influencia de los principios liberales, tanto desde el punto de vista político como desde el económico. Durante la presidencia de Ricardo Lagos, Chile ha avanzado con mucha rapidez en el asentamiento de la democracia, el crecimiento económico y la reducción de la pobreza. Si hubiera que ponerle una etiqueta a su política, no podría ser otra que la de liberal".

– Lo mismo se puede decir del caso de Lula da Silva en Brasil, un socialista de tendencias populistas en su origen. Lula habría podido resultar un absoluto desastre económico, pero cuando llegó al poder cambió de rumbo totalmente y se puso a copiar la receta chilena: estabilidad económica y fomento de la iniciativa privada. Es verdad que hay demasiada corrupción en su partido y en el Gobierno brasileño, pero, más allá de la retórica antiliberal que se suele usar en estos casos, sus reformas son de cuño liberal. En cuanto al presidente colombiano, Álvaro Uribe, viene del campo de los conservadores, pero su política económica es mucho más liberal que conservadora. Uribe está también profundamente enraizado en los valores democráticos y está siendo muy eficaz en la lucha contra el terrorismo y contra la extrema izquierda, que amenazan las instituciones democráticas del país.

Además, mantiene Vargas Llosa, se está produciendo un profundo cambio cultural, que refuerza esta cultura de la libertad en América Latina. Las nuevas tecnologías de la comunicación y las reformas que conllevan han abierto Latinoamérica a la cultura global, a nuevas influencias e ideas. La literatura nacionalista y folclórica está siendo desplazada por una de corte más urbano y cosmopolita, que rompe las perspectivas tradicionales y va más allá de lo local. Vargas Llosa ve en la globalización un gran progreso, que ayuda a extender cada vez más los valores de la tolerancia:

– La progresiva disolución de las fronteras es algo muy bueno para la Humanidad. Las fronteras sirven para alimentar los prejuicios contra las tradiciones y las religiones ajenas. La diversidad del mundo es una cosa maravillosa –diversidad de lenguas, de culturas, de creencias, de instituciones–, pero es también muy importante que, más allá de todo lo que nos es común, sepamos conciliar esa diversidad, con vistas a convivir juntos sin violencia. No todas las ideas pueden convivir juntas en paz. Los terroristas explotan la globalización de una manera muy inteligente, contra la que tenemos que luchar. Pero el resto, que somos la gran mayoría, somos los representantes de una cultura global y democrática en la que es posible convivir juntos a pesar de las diferencias.

Vargas Llosa se ha convertido en la conciencia liberal de América Latina. Es un demócrata intransigente que condena los abusos de la política y denuncia a los corruptos, pero que al mismo tiempo no escatima elogios para aquellos políticos, sean del color que sean, que obran en favor de la libertad y hacen visibles las oportunidades de desarrollo. Hace unos años creó la Fundación Internacional para la Libertad (FIL), con el objetivo de convertirse en un punto de referencia para el desarrollo y la difusión de los valores de la democracia liberal. Se trata de una iniciativa poco común en el mundo de los escritores, especialmente por su orientación ideológica. No hay muchos intelectuales que estén por la labor de manifestar su entusiasmo por la diversidad política y económica que ha sido capaz de crear la cultura en que vivimos. Vargas Llosa está de acuerdo, pero piensa que se vislumbra cierto cambio de tendencia:

– Cada vez hay menos intelectuales, escritores y artistas que apoyen sin reservas el marxismo y el comunismo. Es verdad que muchos se han adherido a la democracia por resignación, más que como consecuencia de una revisión profunda de sus puntos de vista. Han visto que la democracia es mejor para la gente porque da lugar a que haya menos crímenes, menos violencia y menos abusos.

– Pero lo hacen sin entusiasmo –añade–. No están satisfechos, porque la democracia no es una cosa perfecta, y los intelectuales suelen ser unos utópicos que quieren la perfección. Y, claro, la perfección es imposible, tanto en el arte como en la literatura. Es posible, en cambio, intentar buscar la perfección desde un punto de vista individual; llegar a convertirse, por ejemplo, en un santo o en un atleta de primer orden.

– Pero esos logros no se pueden alcanzar a través de una planificación colectivista, tratando de crear un ideal de sociedad igualitaria en la que cada individuo viva de acuerdo a cierto patrón preestablecido. Eso es un error, y ha conducido a la más monstruosa represión y a la violencia más brutal de toda la historia. Tenemos que aceptar que la medianía es la mejor manera de mejorar las cosas, tenemos que aceptar que las reformas se llevan a cabo poco a poco, mediante acuerdos. No es la perfección, no es el paraíso, pero hay que tener en cuenta cuál es la alternativa. El sueño de una sociedad perfecta nos condujo al infierno.

Vargas Llosa pone punto final a la entrevista con una anécdota protagonizada por el pensador austríaco Karl Popper, "uno de los más grandes de la época moderna". Y al contarla tiene mucho cuidado en destacar cada una de sus palabras:

– La última vez que Popper estuvo en España, pocos meses antes de su muerte, le preguntaron por el estado del mundo, y respondió: "Sí, hay muchas cosas horribles en nuestro mundo, debemos reconocerlo, pero, please please, jamás echen en saco roto la historia de la civilización. Hemos tenido tantos científicos, tantas herramientas intelectuales y prácticas para luchar con éxito contra todas las plagas de la humanidad: la pobreza, la explotación, la opresión, la enfermedad...". Creo que es absolutamente cierto, y que hay motivo para la esperanza.

Número 45-46

Varia

Manuel Ayau, in memoriam

Retrato

Mario Vargas Llosa, Nobel

Reseñas

Libro Pésimo

El rincón de los serviles