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La Ilustración Liberal

Sangre y píxeles: terrorismo, propaganda y medios de comunicación

La reciente descripción, condescendiente y edulcorada, por parte del Wall Street Journal de Arnaldo Otegui como "líder de un grupo vasco que defiende una lengua y cultura pre-latinas y ofrece la paz al Gobierno español" ha vuelto a poner de relieve la compleja interacción entre el terrorismo y los medios de comunicación, que, como es bien sabido, se plasma primariamente en el lenguaje. El periódico estadounidense viene a secundar así la iniciativa adoptada años atrás por la cadena británica BBC y la agencia Reuters de eliminar la palabra terrorismo de sus informaciones, aduciendo que "la carga emocional del término" hacía desaconsejable su empleo[1].

Pero esta cuestión no es nueva. Ya en la década de los noventa, en Gran Bretaña se alzaron voces contra la supuesta corrección política en el tratamiento de las noticias referidas a las actividades del IRA. En concreto, el corresponsal de la BBC en Irlanda del Norte entre 1994 y 1996 denunció que miembros y apologetas del Sinn Fein y del IRA habían conseguido imponer un lenguaje políticamente correcto tanto a la prensa escrita como a los medios de radiodifusión británicos e irlandeses[2].

"El terrorismo es la propaganda por el hecho". Esta definición, dada en 1876 por Paul Brousse[3], probablemente sea la que mejor describa la complicada –y a menudo ambigua– simbiosis entre el terrorismo y los medios de comunicación[4]. La relación de reciprocidad se resume en que los terroristas requieren de los medios para propagar su mensaje –Margaret Thatcher no dudó en calificar en su momento a la prensa como el "oxígeno de los terroristas"[5]–, pero proporcionan, a su vez, la noticia y el titular que los periodistas necesitan[6]. Tal es así, que la publicidad de sus actos es el hecho diferencial entre el terrorismo y otras formas de delincuencia criminal[7]. Como señala Münkler, la actividad terrorista, más allá de los daños materiales y humanos ocasionados, se enfoca como una estrategia de comunicación que trata de difundir de forma especialmente espectacular un determinado mensaje, que a menudo consiste precisamente en mostrar la vulnerabilidad del supuesto enemigo[8]. En consecuencia, los terroristas buscan que el resultado de sus acciones aparezca "en la primera página del periódico, en la primera línea de la información, en el primer plano de la agenda de un telediario"[9], a fin de magnificar sus efectos económicos, psicológicos, políticos y sociales[10].

Por su parte, los medios de comunicación experimentan un aumento de audiencia cuando informan de un atentado terrorista de gran envergadura[11]. Así, la experiencia del 11-S demostró que los medios de comunicación impresos aumentaron de forma significativa sus tiradas, y los medios audiovisuales sus audiencias. Sin embargo, y de acuerdo con Navarro y Spencer, estos últimos vieron mermados significativamente sus ingresos –en alrededor de mil millones de dólares– debido a la anulación de todos los intermedios publicitarios[12], pues ninguna compañía quiso ver insertados sus anuncios tras las imágenes del ataque terrorista más atroz de la historia. A su vez, Melnick y Eldor, relacionando las noticias relativas a actos terroristas perpetrados en Israel aparecidas en prensa escrita con la reacción de los mercados bursátiles, concluyeron que la comunicación mediática es "el principal canal por el que el terrorismo produce un impacto económico"[13]. Adicionalmente, estos autores calcularon a cuánto ascendería, en términos equivalentes de publicidad insertada, la cobertura recibida en la prensa por los grupos políticos palestinos afines al terrorismo. El resultado para el año 2002 alcanzaba los once mil millones de dólares, un importe que doblaba el presupuesto de publicidad de Procter & Gamble de ese mismo año y multiplicaba por diez el de McDonald’s o el de Coca-Cola. De forma similar, se ha calculado que cuando la ETA, liberó el 29 de octubre de 1988, al empresario Emiliano Revilla (tras haber cobrado cerca de 1.200 millones de pesetas como rescate), la cobertura mediática de la banda criminal originada a partir del secuestro había equivalido a más de 15.000 millones de pesetas en términos de propaganda[14]. Estos datos vendrían a corroborar la afirmación según la cual "el terrorismo es como una gigantesca maquinaria publicitaria, ya que para los criminales un atentado es igual a un anuncio"[15]. Más recientemente, los trabajos de Frey y Rohner[16], así como TTSRL[17] –el primero de ellos con una modelización econométrica más compleja, el segundo de forma descriptiva–, han venido a demostrar la mutua interdependencia (en concreto, una causalidad de Granger bilateral) entre terrorismo y cobertura mediática[18]. Estos resultados vendrían a confirmar así la afirmación de Laqueur según la cual "los terroristas y los periodistas comparten una premisa: la asunción de que aquello cuyos nombres dictan los titulares ostentan en poder"[19].

Por lo tanto, y en palabras del mismo autor, "el éxito de una operación terrorista depende casi por completo de la cantidad de publicidad que reciba (...) De este modo lo que cuenta en última instancia no es la magnitud de la operación terrorista sino la publicidad, y esta regla no sólo se aplica a las operaciones aisladas sino a campañas enteras"[20]. En consecuencia, algunos autores han resaltado que la escalada del terrorismo a partir de los años 70 estuvo vinculada directamente al auge de los medios de comunicación masiva[21]. En la actualidad, podemos observar un fenómeno similar en el contexto de la cuarta oleada de terrorismo gracias a la aparición de nuevos canales de comunicación, como internet, junto con la disponibilidad de acceso directo a medios tradicionales, como ha ocurrido con Al Manar,[22] lo que avalaría esta frase, atribuida a Al Zawahiri: "La mitad de esta lucha tiene lugar sobre el campo de batalla de los medios de comunicación"[23]. En este sentido, el Gráfico 1 evidencia cómo la cobertura mediática del terrorismo ha experimentado un claro, significativo y sostenido aumento tras los atentados del 11-S, situándose muy por encima del nivel previo, al menos si consideramos extrapolables las evidencias obtenidas a partir del New York Times.

Gráfico 1: Terrorismo: número de víctimas y cobertura mediática

Fuente: Frey y Rohner (2006:15).

El caso de Al Manar es un buen ejemplo de que la mejor alternativa para contar con una buena difusión propagandística es disponer de medios de comunicación propios. Así, esta televisión libanesa, que inició su andadura con apenas unas horas de emisión diaria, lo hace actualmente durante 24 horas al día vía satélite. Los expertos consideran que Al Manar defiende abiertamente una posición pro Hezbolá; cuenta con unos diez millones de telespectadores diarios, lo que la sitúa entre los cinco canales de televisión más vistos en Oriente Medio[24]. Cabe recordar que, tras los atentados del 11-S, se consideró a otra cadena, Al Yazira, como "medio de comunicación oficial" de Al Qaeda. No obstante, y en comparación con Al Manar, Al Yazira sigue una línea de información y editorial más diferenciada. Hasan Fadlalah, director de noticias de Al Manar, ha declarado: "Nosotros no nos planteamos una neutralidad informativa como la de Al Yazira. Sólo hablamos de víctimas, nunca de agresores"[25]. La disponibilidad de un medio de comunicación propio llevó a Hezbolá a crear equipos de grabación para que acompañaran a sus grupos de combate[26].

Nacos[27] ha sintetizado cuatro grandes objetivos estratégicos que los terroristas persiguen de cara a los medios de comunicación. En primer lugar, buscan la atención de la audiencia, a fin de transmitir su mensaje de intimidación (el cual, desde el punto de vista económico, consistirá en tratar de alterar los hábitos y decisiones de los consumidores)[28]. En segundo término, aspiran al (re)conocimiento social de sus motivos y metas[29]. Y, finalmente, tratan de granjearse el favor y simpatía de aquellos a quienes pretenden defender. Finalmente, pretenden obtener un estatus de legitimación parecido al de los agentes políticos[30].

Por lo tanto, acciones como la retención y asesinato de los atletas israelíes durante las Olimpiadas de Múnich (1972), el secuestro del vuelo 847 de la TWA por terroristas libaneses (1985) –que culminó en una rueda de prensa de los terroristas previo a la liberación de los últimos treinta y nueve rehenes– o los atentados del 11-S (especialmente, tras el impacto del primer avión), por citar sólo unos pocos, se pueden clasificar como "mega-atentados mediáticos"[31]. El Gráfico 2 resalta la extraordinaria cobertura recibida por estos ataques, tanto en prensa escrita como en televisión. Obsérvese que en el caso del 11-S, y en línea con lo expuesto más arriba, la difusión por escrito superó a la televisada[32].

Gráfico 2: Cobertura de acciones terroristas mediáticas en la prensa escrita y la televisión estadounidenses

Fuente: Kern et al. (2003, p. 289).

Fue especialmente tras el primero de estos ataques cuando la crucial importancia de la comunicación para los terroristas su puso más claramente de manifiesto. Así, tras el secuestro y asesinato de los deportistas israelíes en Múnich, que tuvo lugar el 5 de septiembre de 1972, los terroristas palestinos de Septiembre Negro declararon[33]:

A nuestro juicio, y a la luz del resultado, hemos conseguido uno de los mayores éxitos (...) de un comando palestino (...) Una bomba en la Casa Blanca, una mina en el Vaticano o un terremoto en París no podrían haber alcanzado en la conciencia de los hombres a lo largo y ancho del mundo un eco como el de la operación de Múnich [...] La elección de la Olimpiada, desde el punto de vista puramente propagandístico, ha sido un éxito al cien por ciento. Fue como pintar el nombre de Palestina en una montaña que se pudiera ver desde las cuatro esquinas de la Tierra[34].

En el segundo de los ejemplos referidos, el secuestro de los pasajeros del vuelo TWA 847 –el avión fue dirigido primero a Beirut, posteriormente a Argelia y después nuevamente a Beirut, donde los 39 pasajeros, todos ellos estadounidenses, que aún no habían sido liberados[35] fueron distribuidos en diferentes escondites–, fue objeto de una cobertura mediática masiva. Según se constató posteriormente, durante los 17 días que duró el secuestro las tres primeras cadenas de televisión norteamericanas emitieron 500 noticias sobre el mismo, con una media de 28,8 diarias, ocupando en dos tercios el tiempo (14 de 21 minutos) de los telediarios de la tarde/noche, y los programas regulares fueron interrumpidos en ochenta ocasiones para emitir noticias de última hora[36]. Es significativo que, en la rueda de prensa final –inmediatamente anterior a la puesta en libertad de los últimos 39 rehenes–, los secuestradores dejaran claro que únicamente admitirían la presencia de periodistas norteamericanos que trabajaran para las emisoras de televisión[37].

Por último, en cuanto a los atentados del 11-S, puede considerarse que, gracias al eficaz timing de los ataques, gozaron, por primera vez en la historia del terrorismo, de una cobertura en directo a escala mundial. La magnitud, localización y novedad del atentado hizo que alcanzara cotas de mediatización hasta entonces insospechadas (véase el Gráfico 2). Este hecho se tradujo en la consideración del fenómeno terrorista como el "principal problema" por parte de los ciudadanos estadounidenses. Hasta qué punto la preocupación se debió a una mayor cobertura mediática o bien ésta fue fruto de un mayor interés por parte del público es algo que no puede discernirse con claridad, si bien el ya citado trabajo de Frey y Rohner[38] apunta a que se trataría de una causalidad bidireccional. El Gráfico 3 recoge la evolución de ambas variables.

Gráfico 3: Cobertura mediática y percepción del terrorismo como problema más importante (MIP)

Fuente: Kern et al. (2003, p. 289).

No obstante, conviene recordar también que el afán del terrorista por difundir su mensaje puede tornarse en su contra, como evidenció el caso del célebre Theodore Kaczynski, apodado Unabomber[39], quien, tras dieciocho años de actividad terrorista sin ser localizado por las fuerzas de seguridad estadounidenses, fue detenido el 3 de abril de 1996, después de que el Washington Post y el New York Times cedieran finalmente a publicar –con el consentimiento del FBI– su manifiesto (de más de cien páginas), en el que condenaba el progreso tecnológico y la sociedad moderna. David Kaczynsky reconoció en el texto las diatribas de su hermano y dio a la policía la pista necesaria sobre el paradero de Theodore, quien finalmente fue apresado en Montana[40].

A raíz de aquel hecho, Rapoport apuntó [41]:

La relación entre publicidad y terror es ciertamente paradójica y complicada. La publicidad concentra la atención sobre un grupo, refuerza su moral y le ayuda a atraer reclutas y simpatizantes. Pero la publicidad también resulta dañina para los grupos terroristas. Contribuye a que una opinión pública indignada movilice todos sus recursos en su contra, y da lugar a informaciones que acaban por agujerear el velo de secreto que requieren todos los terroristas.

El caso de Unabomber pone de manifiesto lo importante que resulta la actitud de los medios de comunicación ante el terrorismo, que puede abarcar desde el silencio total hasta la difusión proactiva de su mensaje, y desde la colaboración con las fuerzas de seguridad del estado hasta el socavamiento intencionado de la actividad de las mismas. En consecuencia, y de acuerdo con Benegas, ante el complejo reto que conlleva el tratamiento del terrorismo en los medios de comunicación, estos pueden adoptar cuatro actitudes diferentes[42]:

  1. Silencio absoluto. Actitud consistente en excluir cualquier mención de las acciones terroristas en las publicaciones. Tiene la ventaja de que quita totalmente el arma de la publicidad a los terroristas, pero también el inconveniente de que es fácil caer en la censura gubernamental.
  1. Tratamiento favorable. Puede plasmarse, bien en la total ausencia de condena de los atentados, bien en una simpatía abierta (como ocurrió incluso en medios británicos con el IRA).
  1. Tratamiento neutral. Se caracterizaría por dar a las noticias relacionadas con el terrorismo un tratamiento similar al de cualquier otro tipo de noticia.
  1. Tratamiento limitado. Surge del esfuerzo de cumplir con el derecho a la información de los ciudadanos sin que se favorezcan los intereses de los terroristas, y pasa por una limitación de la información que sobre estos se transmite. El tratamiento limitado (un caso claro fue el de los medios británicos tras el 7-J) debe surgir de una conciencia ética de los profesionales de la información, nunca impuesta por parte de los poderes públicos.

Un último aspecto que merece ser objeto de nuestro análisis es la utilización por parte de los grupos terroristas de los nuevos medios de comunicación no ya como forma de darse publicidad, también como instrumento para la recaudación de fondos. Tal y como señalábamos anteriormente, la mejor vía para garantizar la difusión de su mensaje de la que disponen los grupos terroristas es contar con medios de comunicación propios. Sin embargo, debido a los altos costes y a las complejas infraestructuras que se requieren para mantener una cadena de televisión, son pocos los grupos que pueden permitírselo. En consecuencia, la mayoría se ha decantado por una solución mucho más barata: internet. En palabras de Michel Moutot, de la Agence France-Presse[43]:

Los terroristas realmente ya no nos necesitan para difundir su mensaje. Los medios oficiales han sido suplidos por internet, que, en última instancia, resulta mucho más fácil de utilizar, más rápida y más efectiva. Los grupos terroristas disponen ahora de sus propias páginas web, desde las que pueden hacer propaganda y, en la mayoría de casos, advertir a sus seguidores para que no crean en los medios tradicionales que consideran sus enemigos.

En consecuencia, en la actualidad casi todos los grupos terroristas, independientemente de su tamaño, cuentan con páginas web propias. Singularmente, las organizaciones terroristas islamistas han sabido ponerse a la cabeza de este movimiento, al emplear internet no sólo para la propaganda, también para la recaudación de fondos. Tal es el caso de Hezbolá, que ha llegado a mantener simultáneamente hasta seis páginas web en tres idiomas distintos (inglés, francés y árabe)[44]. A través de ellas se llegó a comercializar (2003) un videojuego titulado Special Forces, desarrollado durante dos años por los informáticos de Hezbolá y ambientado en el conflicto entre Israel y el Líbano. El juego[45], que había sido publicitado también en Al Manar, vendió en las primeras ocho semanas más de 10.000 copias en el Líbano, Siria, Bahréin, los Emiratos Árabes Unidos, Alemania y Australia, generando sustanciosos beneficios para sus creadores y distribuidores[46].

Uno de los pioneros en el empleo de internet como mecanismo de financiación terrorista fue Babar Ahmad, un joven londinense que puso en marcha en 1997 la web de Azzam Publications para recaudar fondos para la yihad. A fin de reforzar su requerimiento, Ahmad argumentaba con la obligación de todo musulmán creyente de apoyar la yihad, si no como combatiente, al menos económicamente, y apostillaba: "La yihad es la inversión que ofrece los mejores dividendos"[47]. En la mayoría de estas páginas se explica detalladamente las diferentes vías de hacer llegar el apoyo financiero a los grupos terroristas. Según indica Hoffman[48], la recaudación de donaciones se ha convertido en una de las principales actividades de las webs islamistas; en el caso concreto de Al Qaeda, si en 1998 había doce webs vinculadas a ella, en 2006 eran ya aproximadamente 2.600, lo que puede dar una idea aproximada del volumen de negocio y de transacciones que cobijan[49].

Al igual que ocurre con los restantes medios de comunicación, se ha venido debatiendo la conveniencia de clausurar las webs directamente vinculadas a grupos terroristas. No obstante, en la práctica se ha sido –y se continúa siendo– relativamente laxos en esta cuestión, habida cuenta de que los Servicios de Inteligencia consideran la información difundida a través de estas webs una fuente primordial en la lucha antiterrorista[50].

* * *

En resumen, podemos concluir que las organizaciones terroristas han sabido adaptarse históricamente a los medios de comunicación disponibles, haciendo uso de ellos para propagar su mensaje, hacer proselitismo, tratar de adquirir un reconocimiento como agentes políticos y recaudar fondos. Por tal motivo, esas organizaciones han necesitado siempre la cobertura de los medios para poder difundir sus objetivos, pues sin ellos los atentados serían, en palabras de Benjamín Netanyahu, "como el árbol que cae en un bosque sin que nadie lo oiga".[51]

Pero hay que advertir también que los terroristas tienen asegurada la cobertura de sus actos –cuyo valor, en términos de equivalencia a publicidad insertada, alcanza cifras exorbitantes–, puesto que los medios de comunicación recurren a las noticias sobre los atentados no ya con el ánimo exclusivo de informar, sino sabedores de que, con ello, aumentarán su audiencia. Estamos ante lo que ha venido a considerarse como una "compleja relación simbiótica" entre esos medios y las organizaciones armadas.

En este marco, la principal novedad de los últimos años ha sido la irrupción de esas organizaciones en el sector de la comunicación, creando medios de información propios, principalmente en internet, si bien –en mucha menor medida– también han entrado en el mundo de la televisión. Los terroristas están empleando crecientemente estas herramientas para la obtención de recursos financieros, bien comercializando productos audiovisuales, bien estableciendo canales para la recaudación de fondos. En definitiva, si el terrorismo hasta el siglo veinte se ha considerado un conflicto de sangre y tinta[52], en paráfrasis de Kimmage[53], cabe conceptualizar el del siglo veintiuno como una guerra de sangre y píxeles.

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[1] Losada (2007a). Para numerosos otros ejemplos referidos al caso español, véase Losada (2007b).
[2] Hoffman (2006, p. 274).
[3] Laqueur (2003, p. 90).
[4] Enders y Sandler (2006, p. 37). En palabras de Veres (2005, p. 587): "El terrorismo sabe que causa miedo, y el miedo siempre es noticia". La importancia del aspecto publicitario del terrorismo es tan significativa, que en su reciente Historia del Terrorismo Law (2009) ha optado por un análisis conjunto de ambas cuestiones.
[5] TTSRL (2008, p. 2).
[6] Gil-Casares (2008, p. 4). Esta dependencia ha conducido a algunos teóricos a afirmar que, de no existir los medios de comunicación, no existiría el tampoco el terrorismo, y que, de no dar difusión a las acciones terroristas, estas acabarían desapareciendo. No obstante, la experiencia española de los principios de la democracia viene a contradecir esta hipótesis. En ese momento se daba muy escasa importancia informativa a los atentados de la ETA, que a menudo sólo eran objeto de una nota breve. Sin embargo, esto no fue óbice para que la actividad de la banda fuera in crescendo. De la experiencia española de aquellos años se deduce que ocultar la información sobre los actos terroristas, en lugar de cortarles el oxígeno, mantienen apagados los resortes de la reacción social contra el terror. (Losada, 2007a). No obstante, y tal y como se puso de manifiesto a raíz del 7-J, una política de silencio a corto plazo sí puede resultar eficaz (cf. infra).
[7] Benegas (2004, p. 366) y Veres (2005, pp. 583-584). De ahí que Sánchez Ferlosio (1982, p. 79) haya calificado las muertes provocadas por los terroristas como "muertes firmadas", dado que el terrorista ha exigido desde el principio, mediante el reconocimiento de su autoría, que esa muerte lleve su nombre.
[8] Münkler (2002, p. 177).
[9] Gil-Casares (2008, p. 1).
[10] Krueger (2007, p.132). Para una revisión amplia de esta cuestión, véanse Paletz y Schmidt (1992); Norris, Just y Kern (2003); Ganor (2002); Frey (2004, pp. 120-137); los capítulos 6 y 7 en Hoffman (2006), así como TTSRL (2008).
[11] Frey y Rohner (2006, p. 3) y Aschauer (2008, p. 58).
[12] Navarro y Spencer (2005, pp. 21-22).
[13] Melnick y Eldor (2006). Véase al respecto también Baumert (2009, p. 122 y p. 133).
[14] Veres (2005, p. 592).
[15] Gabriel (2003, p. 124).
[16] Frey y Rohner (2006).
[17] TTSRL (2008).
[18] Los resultados obtenidos por Frey y Rohner (2006) para el período comprendido entre 1998 y 2005 y referido a los Estados Unidos resultan muy robustos a todas las variaciones (retardos temporales, etc.) del modelo. Cabe destacar que el trabajo realizado anteriormente por Nelson y Scott (1992) con el mismo planteamiento y la misma fuente de información pero empleando datos referidos al período 1968-1984 no obtuvo resultados concluyentes.
[19] Laqueur (2003, p. 294).
[20] Laqueur (2003), p.162.
[21] Sönmez y Graefe (1998), p. 17.
[22] Véase al respecto TTSRL (2008), pp. 18-23.
[23] TTSRL (2008), p. 4.
[24] TTSRL (2008), p. 22.
[25] Goldberg (2002).
[26] Hoffman (2006, p. 342).
[27] Nacos (2007).
[28] El impacto de la noticia referida a un atentado sobre la audiencia aumenta en función de la proximidad del acontecimiento y del grado de emocionalidad de la transmisión. Más concretamente, la proximidad puede descomponerse, de acuerdo con Aschauer (2008, pp. 59-60), en tres factores: 1) cuanto menor es la distancia geográfica del ataque, mayor es el grado de subjetividad de la noticia; 2) del mismo modo, la proximidad cultural con las víctimas influye positivamente en la percepción de la audiencia; 3) a su vez, el grado de afectación psicológica depende de la cotidianeidad del objetivo (destinos turísticos muy frecuentados, medios de transporte público, etcétera).
[29] No obstante, un estudio llevado a cabo por la Corporación RAND vino a demostrar que, entre 1988 y 1989, el apoyo público al terrorismo en los Estados Unidos fue constantemente nulo, independientemente de la cobertura mediática de la que fuera objeto (véase Downes y Hoffman, 1993, p. 16).
[30] Nacos (2007, p. 2).
[31] Enders y Sandler (2006, p. 37), así como Frey y Rohner (2006, p. 3).
[32] El estudio de Weimann y Finn (1994, p. 131) permitió constatar cuáles son los factores que mejor predicen el alcance de la cobertura que va a recibir un atentado por parte de los medios de comunicación estadounidenses: a) el grado de violencia, b) la localización –Oriente Medio o Norteamérica–, c) el tipo de ataque (encabezaban la lista los secuestros de aviones) y d) la autoría.
[33] Losada (2007a).
[34] Valga recordar, que dieciocho meses después, la ONU invitaba a Arafat a dirigirse a la Asamblea General, y poco más tarde otorgaba a la OLP el estatus de observador, lanzando así el equivocado mensaje de que, efectivamente, el terrorismo podía conducir a la meta deseada.
[35] Tanto en el primer aterrizaje en Beirut como en Argelia, los secuestradores dejaron libres a mujeres y niños, así como a todos los pasajeros no estadounidenses.
[36] Hoffman (2006, p. 270).
[37] Veres (2005, p. 589).
[38] Frey y Rohner (2006).
[39] Theodore Kaczynski había estudiado Matemáticas en la Universidad de Michigan. Cuando acabó la carrera fue contratado por la Universidad de Berkeley (California), donde impartió clase durante dos años, tras lo cual abandonó el trabajo, asentándose en una región agrícola de Montana. Desde la cabaña donde vivía aislado de la civilización, aterrorizó durante 18 años (de 1978 a 1996) a la ciudadanía estadounidense enviando paquetes-bomba. Aparentemente, lo hacía con el objetivo de protestar contra la ciencia moderna y la excesiva industrialización y tecnificación de la sociedad, a las que achacaba todos los males de la humanidad, y abogaba, por el contrario, por un retorno a la vida tradicional y campestre. En 1998 fue condenado a cadena perpetua sin posibilidad de revisión y a pagar una multa de treinta millones de dólares. Véase al respecto Rapoport (1996).
[40] Benegas (2004, pp. 304 y 305).
[41] Rapoport (1996, p. viii).
[42] Benegas (2004, pp. 367-368).
[43] TTSRL (2008, p. 20).
[44] Hoffman (2006, p. 319).
[45] El videojuego consistía en simular ataques contra tanques israelíes, evitando minas antipersonales y esquivando ataques de helicóptero, así como en atentar con un fusil contra líderes políticos judíos.
[46] Hoffman (2006, pp. 320 y 321).
[47] Jacobson (2010, p. 354).
[48] Hoffman (2006, p. 325).
[49] Jacobson (2010, p. 354).
[50] Cf. al respecto Burgess (2007).
[51] Hoffman (2006, p. 285).
[52] Cf. el título del trabajo de Frey y Rohner (2006).
[53] Cf. Kimmage (2008).

Número 47

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El rincón de los serviles