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La Ilustración Liberal

Aznar y los medios de comunicación

Desde hace más de una década, todas las grandes batallas políticas en España han tenido lugar en torno a los medios de comunicación. Y, casualidad o no, ello coincide con la llegada de José María Aznar, hijo y nieto de periodistas, al primer plano de la política nacional. De la lucha por el Poder, cuando es larga y enconada, suelen salir algunos escaldados, bastantes escarmentados, muchos malheridos y pocos victoriosos, casi nunca los que más arriesgaron en la contienda. Y los hay que no salen: héroes, mártires, caídos accidentales, aventureros famosos, camorristas de lance, amén de la aguerrida y anónima carne de cañón, todos se igualan yertos sobre el campo, prueba lastimosa y muda de que la cosa iba en serio, hasta que el basurero del olvido se los lleva. Pero no sólo desaparecen personas. Si la guerra dura demasiado, hay sectores enteros de la sociedad civil que tardan en recuperar su autonomía, esa alergia a la politización partidista que caracteriza a una sociedad plural y libre. Debe pasar tiempo, a veces mucho tiempo, hasta que se recupera el equilibrio, el pulso, la independencia de antes. Y hay países desdichados en los que no se recupera. El frágil y hermoso espacio de libertad ciudadana ganado al Poder político se pierde. Y se olvida hasta que existió.

Eso está pasando en España. Ningún sector de la vida española ha salido tan maltrecho de la pugna entre socialistas y populares como el de los medios de comunicación. Y como la ferocidad no elimina la paradoja, aunque el felipismo, para defender su Poder y defenderse del Código Penal, dio muchas estocadas, el puntillero de la libertad incondicional ha sido Aznar. Tantas han sido las bajas y tan grande el estrago que en el periodismo independiente ha supuesto su llegada y consolidación en el Poder que, si cumple su promesa de no ser candidato en 2004, podrá decir sin exageración que al marcharse no deja nada parecido a lo que encontró. A fuer de sinceros, eso será rigurosamente así sólo en parte. No será cierto, por ejemplo, en lo que se refiere al control político gubernamental de la radio y televisión públicas, que, pese a todas las promesas éticas en las campañas aznaristas de oposición, ha seguido con el PP las mismas pautas y a veces con las mismas flautas que en la era sociata. Tampoco en lo que respecta al grupo favorito del PSOE, el dirigido por Jesús de Polanco, que haciendo frente a los Gobiernos de Aznar ha conservado, acrecentado y consolidado su inmenso poder, aunque menos vertiginosamente que haciendo causa común con los de González.

En cambio, de los medios y periodistas independientes, de derecha o izquierda, que apoyaron más desinteresadamente a Aznar contra González no está quedando, no queda ya, con las características de los primeros años, apenas nada y apenas nadie. Sería poco respetuoso con la verdad decir que Aznar ha cumplido una sola de las promesas de transparencia informativa, despolitización de los medios, respeto a la independencia profesional y favorecimiento de la pluralidad ideológica que hizo infinitas veces, en público y en privado, durante los años 1989-1996. Por el contrario, sería falsear escandalosamente la realidad no reconocer que su papel ha sido y está siendo decisivo en el proceso de uniformización empresarial y cloroformización ideológica que está sufriendo o ha sufrido ya el sector considerado de Centro o de Derecha, en prensa, radio y televisión. El PSOE entró a matar de frente aunque cobardeando, yéndose de la suerte. Pero el que ha rematado al pobre animal por la espalda, eficaz y sañudamente, es el PP.

No merece Aznar, con todo, ni la imputación de haber premeditado esta política ni tampoco el elogio de haber sido original. Fue Felipe González el que inició el proceso de concentración de medios y la creación de grupos multimedia como fórmula para controlar la información, sofrenar la opinión y eliminar periodistas incontrolados. Sin embargo, la eficacia de Aznar ha sido incomparablemente mayor que la de González. Devastadora. Al menos entre los que, exagerando, podríamos llamar "suyos".

La alianza Polanco-González para controlar el PSOE

Seguramente, la razón es que, entre los "suyos", González tropezó siempre con un hecho insoslayable: la existencia del grupo PRISA, al que, tras algún pequeño titubeo inicial, decidió favorecer y fortalecer por todos los medios a su alcance, políticos y económicos, legales e ilegales, sobre todo tras su decisivo papel en la liquidación del "guerrismo" en el PSOE a finales de los 80. Conviene recordar esa operación porque fue la primera vez en que Polanco y Cebrián mostraron sin el menor disimulo su capacidad y disposición para destruir política y civilmente a personas incómodas: grabación ilegal de la "motorola" de Benegas, difundida por la SER; operación de desembarco en el "aparato" del partido diseñada desde Claves por Javier Pradera aunque firmada por el ingenuo Ignacio Sotelo y apoyada implacablemente por continuos editoriales de El País; campaña de descrédito cultural y personal de Guerra como representante del "socialismo de Puerto Hurraco" (localidad extremeña donde se produjo en esos días un bárbaro crimen con los tintes brutales y sombríos de la España Negra de principios de siglo) según exitosa acuñación de los círculos intelectuales polanquistas, con Jorge Semprún como "prima donna" y un coro innumerable que, como denunciaban los guerristas, "iba desde Yuste a Amberes". Chiste retorcido: Miguel Yuste es la calle del diario de Polanco; la fundación Carlos de Amberes –Carlos V, retirado en Yuste– estaba dirigida por los periodistas Cándido (ABC, grupo Zeta, vuelto al ABC) y Miguel Angel Aguilar (Diario 16 antes de Pedro J. Ramírez, PRISA, Tele 5), gran amigo de Pradera, todos ellos retratados en la "bodeguilla" de la Moncloa.

Pues bien, desde que tras aquella operación González impuso su control personal en el partido, Polanco fue su mejor apoyo, dentro o fuera del Gobierno. A cambio, González se hizo su primer valedor, nacional e internacional. El acuerdo ha sido absoluto y ventajosísimo para ambos. Resistió incluso la pérdida de la Moncloa, que creyeron cosa de seis meses, y sobrevive hoy pese a las tres sucesiones en falso de González y de una cuarta que también lo será mientras Polanco no la apoye en serio.

González correspondió a la devoción de Polanco con generosidad sin límites. Tras el fracaso de Radio El País, le entregó prácticamente gratis la cadena SER. En las primeras concesiones de televisión privada, definida en el concurso como "servicio público", le dio una a Canal Plus, codificado y de pago, que además empezó a emitir fuera de plazo. También le permitió la compra ilegal y cierre de la cadena de radio rival, Antena 3, cuando acababa de superarle en audiencia. Dio miles de millones en créditos FAD –teledirigidos desde Focoex por la señora del ministro Solchaga– a Eductrade y Sanitrade, empresas polanquinas que lo mismo hacían un hospital en la selva que levantaban una escuela y abandonaban los libros en la umbría orfandad de los astilleros de Montevideo, homenaje lírico a Jorge Onetti. El caso era cobrar. En fin, antes de irse, González quiso poner Telefónica al servicio exclusivo de Polanco creando un emporio del cable con la tecnología de una y la cuenta nada corriente del otro. ¡Hermosa amistad!

Aznar, los suyos y los que eran de González

Aznar no ha sido tan generoso, pero lo suyo tiene mucho mérito. En 1989 tenía enfrente al felipismo mediático en pleno y además no tenía incondicionalmente a favor a los medios clásicos de la Derecha. Sin embargo, presentaba algo en común con los periodistas y medios de la derecha liberal y de la izquierda no identificada con el PSOE: su deblidad. Por mal que estuviera un periódico y por muy maltratado por el PSOE que se sintiera un periodista, le bastaba con mirar a Aznar para pensar: "éste está peor que yo". Esa fragilidad interna y externa le granjeó la protección, compasiva o paternalista, de muchos periodistas veteranos de la Transición, desengañados por el despotismo de un González que fue encantador con la Prensa hasta llegar al Poder; pero ni un día más. Es indudable que en algunos alentaba la nostalgia y la esperanza de rehacer con Aznar en el Poder esa relación de afecto y compadreo que González había despreciado. Para otros, entre los que me cuento, lo decisivo era la definición ideológica liberal de Aznar y su proyecto explícitamente nacional. Luego resultó que entre 1989 y 1996 pasaron muchas cosas y nos pasaron juntos; o mejor: nos pillaron luchando contra los mismos, que además nos trataban como si fuéramos, en florida expresión de González, "la misma mierda". Ante el acoso homicida del felipismo y el polanquismo, se creó una cierta camaradería, basada en el equívoco. La apuesta ideológica, política o profesional fue convirtiéndose en relación más honda, de afecto y amistad. La decepción fue mayor.

Ahora bien, esa decepción que Aznar ha podido producir o ha producido de hechos, sobre todo entre los que más creyeron en él como político, como ciudadano e incluso como persona, ¿es culpa de Aznar o de los decepcionados? En parte no es culpa de nadie, sino de la propia naturaleza humana, que suele ser decepcionante. Pero al margen de lo personal, si hay sector que no debería quejarse es el de los liberales. ¿No decimos nosotros que el Poder corrompe siempre, al margen de quien lo ocupe? ¿No sabemos que las promesas de los políticos en la oposición son flor de un día, chamuscada apenas asoma el solazo del Poder? ¿No defendemos que lo deseable en la sociedad civil, especialmente en la Prensa es cultivar la distancia y no la proximidad, menos aún la intimidad, del poderoso? ¿Vamos, pues, a quejarnos de que Aznar haya confirmado todas nuestras teorías? ¿Pensábamos que iba a ser él la excepción a la regla o soñábamos con ser nosotros esa excepción a la regla de la ingratitud del Poder?

No: Aznar no me parece un ser especialmente malvado, al menos hasta finales del 2000, si bien el uso del Poder puede producir súbitas aceleraciones en el deterioro moral. Tampoco lo considero un alevoso traidor a sus promesas y juramentos. Ni siquiera un taimado maquinador de venganzas enrevesadas y premeditadas felonías. Creo que ha sido ingrato, pero no tenía ninguna obligación, salvo moral, de gratitud. Creo que ha sido bueno con los malos y malo con quien no lo merecía, pero allá su conciencia. En el terreno de los medios de comunicación, su comportamiento no ha sido exactamente el de un desalmado, salvo que consideremos tales a los improvisadores sistemáticos y a los planificadores caóticos. En realidad, si esta reflexión a posteriori no es un simple relato de humor, de chascos merecidos y desengaños fecundos, una comedia poco original de periodistas y políticos, es porque el daño no es simplemente personal o únicamente profesional sino que afecta directamente a la salud moral de nuestra sociedad, a los mecanismos de defensa de la ciudadanía en momentos especialmente graves para la nación española. Si una democracia es un régimen de opinión, todo lo que no favorezca sino que mengüe la fortaleza, la independencia y la pluralidad de las opiniones, perjudica gravemente a esa sociedad. Y si esa debilidad se promueve desde el Gobierno por oscuras razones de ajuste de cuentas con el pasado reciente, comodidad en el mando o disfrute solitario del Poder, entonces el juicio debe ser más severo. Pero merecen severidad el astuto y los inocentes, el poderoso y los complacientes, el manipulador y los manipulados, Aznar y los que un día, por razones que sigo creyendo respetables y justas, arrastramos a muchos otros a confiar en Aznar.

El aspirante y los desesperados

Tras ser designado por Fraga, aunque en realidad elegido contra la voluntad del "Patrón" por cuatro notables del partido – Trillo, Lucas, Rato y Cascos [1]– como candidato del PP en las elecciones generales de 1989, Aznar se encuentra, como decíamos, ante un partido en el Poder que no oculta ya su vocación de régimen, al modo mexicano.[2] Cuenta con un líder carismático (González), un capataz que controla perfectamente el partido (Guerra), unos partidos nacionalistas resignados a compartir el Poder autonómico con el PSOE mientras se acercan a su objetivo separatista asumiendo competencias y desmantelando la estructura del Estado nacional. También tiene el PSOE, al menos en su rama felipista, solanácea y "de negocios", una relación buena, demasiado buena como para no crear suspicacias, con el Rey. Pero como piedra angular y elemento clave, aglutinador, legitimador y propagandístico, tan convincente como disuasorio, ese tinglado de Poder institucionalizado basa su continuidad en el imperio de comunicación creado en torno al diario "El País" por su accionista mayoritario, Jesús de Polanco. Que a su poder real añade el de ser reconocido como "padrino" indiscutible del sector por parte de la izquierda populista –Grupo Zeta– y por la mayoría de los grupos periodísticos conservadores –Vanguardia, Correo, Heraldo de Aragón– con la relativa excepción de ABC y la espasmódica del Grupo 16. Tras la defenestración de Pedro J Ramírez en Diario 16, sólo el grupo que se le unió para fundar El Mundo estaba por la lucha escrita sin cuartel contra todos ellos: González, Polanco y compañía.

En ese auroral pero oscuro 1989, Aznar se desesperaba al tropezar una y otra vez con el dominio felipista en los medios de comunicación. Este se ejercía directamente, a través del control absoluto de los dos únicos canales de la televisión pública y de la única cadena de radio pública –Radio Nacional de España–; o indirectamente, a través de la hegemonía de Polanco en la prensa escrita y la incondicional cobertura de la prensa populista de izquierda –Grupo Zeta–. Sólo fallaba en el control absoluto de la radio comercial, pese al ya citado regalo que tras el fracaso de Radio El País le hizo el Gobierno a Polanco: la cadena SER la radio privada de más tradición y audiencia. Pero se mantenía la Cadena COPE, con Protagonistas de Luis del Olmo, dolido por el mal trato recibido del PSOE en las concesiones de FM, y sobre todo crecía rápidamente Antena 3, nacida al tiempo que Radio El País en las postrimerías de UCD. Pese a utilizar una frecuencia considerada hasta entonces sólo musical para hacer una radio generalista e informativa, Antena 3, bajo la dirección de Manuel Martín Ferrand y a partir del programa deportivo de José María García, se había convertido en la plataforma de opinión más crítica contra el Gobierno socialista, fundamentalmente gracias al programa El Primero de la Mañana de su joven "estrella" Antonio Herrero.

Esa primera legislatura del 89 al 93, con Aznar como discutido –muy discutido– jefe de la Oposición, tuvo su campo de batalla en ese teatro tan descompensado y fluctuante de los nuevos y viejos medios de comunicación –la radio de opinión política, la naciente televisión privada, la llegada de una nueva generación de periodistas al gran público–. Y quizás para explicar el comportamiento errático, contradictorio, incoherente y, a veces, inexplicable de Aznar con los medios una vez llegado al Poder, haya que insistir en que sin el apoyo desinteresado, entusiasta, casi siempre sacrificado y a veces suicida de unos cuantos periodistas y unos pocos medios de comunicación, Aznar no hubiera sobrevivido políticamente a la derrota de 1993. Porque en realidad el nuevo líder del PP no se enfrentaba solo al todopoderoso gobierno de González sino a la desestabilización de su propio partido por las ambiciones del banquero Mario Conde, que trataba de desplazar a Aznar como líder de la derecha utilizando el dinero de Banesto. Y la palanca volvía a ser la misma: hacerse con los medios de comunicación.

Si, como hijo y nieto de periodistas, Aznar no hubiera heredado ya la desconfianza tradicional del gremio hacia sí mismo, le habrían bastado y sobrado para vacunarse esos "años de hierro" (1989-1993) de humillaciones sin cuento (como cuando en una cena de matrimonios. en presencia del banquero y ante su propia esposa, los hermanos Ansón le instaron a dejarle su sitio a Conde), de traiciones a cuenta (como la de Segurado, ex-dirigente liberal de AP y empleado de Conde, que se jactaba de poder aterrizar en helicóptero en la Séptima Planta de Génova 10, la del despacho del presidente, porque tenían comprada la cúpula popular), de intrigas interminables (como la que se desarrollaba dentro del mismo diario ABC con Ansón, Pérez Escolar y Darío Valcárcel dispuestos a ponerlo al servicio del banquero, como de hecho hicieron en episodios tan surrealistas como la homilía vaticana de Conde al Papa) y, por si esto fuera poco, con un horizonte judicial tenebroso, con el felipismo togado al acecho, que se inauguró con el Caso Naseiro, continuó con el de Burgos y luego con el de Zamora, todos ellos magnificados por la trompetería de Polanco, Asensio y toda la cuadrilla.

Tantos sucesos, tanto sobresalto, tanta tensión entre las campañas atronadoras de la mayoría hostil y la defensa feroz de la minoría que se mantenía a su lado, tenían que marcar inevitablemente el comportamiento futuro del Presidente del Gobierno del PP con los medios de comunicación, como en efecto sucedió. Pero de una forma sorprendente y particularísima. Si de los Borbones se ha dicho que "ni aprenden, ni olvidan", otro tanto podría decirse de José María Aznar. Porque no ha olvidado, no puede olvidar, la deuda de gratitud contraída en los "años de hierro" con quienes desde los medios de comunicación, pese a todas las presiones y tentaciones, le apoyaron por razones éticas, políticas e incluso de afecto personal, si tal cosa pudiera coincidir y sobrevivir a la ambición política. Pero ese querer y no poder olvidar lo que su éxito debe a otros es justamente lo que Aznar no ha perdonado. Hay un dicho castizo sobre la ingratitud: "no sé por qué me odia Fulano; que yo sepa no le he hecho ningún favor". Pues bien, algo así sucede con Aznar y los periodistas que desinteresadamente le ayudaron. Aquellos favores los recuerdan quienes los hicieron, no los perdonan los que los padecieron y, sobre todo, ni los olvida ni los perdona el que los recibió. Si hay un vicio político que Aznar no ha querido, sabido o podido permitirse es el de la gratitud.

El valle de los medios caídos

No exageramos lo más mínimo y un breve repaso a los "caídos" en los medios de comunicación defendiendo a la Oposición frente al Gobierno felipista lo demuestra. Entre 1989 y 1993, durante esa legislatura a cara de perro, fueron destituidos, cesados, marginados o fulminados por razones exclusivamente políticas –es decir, de apoyo a Aznar contra la izquierda felipista o contra la derecha mariocondista– casi todos los periodistas importantes de oposición en España. Pablo Sebastián perdió la dirección de El Independiente, que inmediatamente después fue cerrado. Pedro Jota Ramírez fue defenestrado de la dirección de Diario 16 por sus denuncias del GAL. En ese mismo sillón, convertido en silla eléctrica, sería sucedido por Justino Sinova, al que también echaron por no liquidar del todo ese frente informativo, y luego por José Luis Gutiérrez, al que igualmente defenestraron tras un éxito espectacular: su denuncia del "caso Roldán". Estos cuatro directores de periódico, más los de revistas políticas, como Julián Lago en Tiempo, del que hubo de salir para fundar Tribuna, amén de columnistas, investigadores y firmas de relumbrón fueron víctimas de las presiones políticas directas del Gobierno del PSOE a los respectivos editores.

Pero el caso más escandaloso, el que, según confesión del propio Aznar, probablemente le impidió ganar las elecciones en 1993 porque le privó de la herramienta de desgaste más eficaz contra el Gobierno de González fue el antenicidio. En mayo de 1992 y de forma absolutamente ilegal, como ha reconocido ocho años después el Tribunal Supremo, el "Pacto de los Editores" (Polanco, Asensio, Godó y Mario Conde) en complicidad con el Gobierno del PSOE (Felipe González, Narcís Serra y Rosa Conde como actores principales) acabó con la que se había convertido en la primera cadena de radio española, Antena 3, y con Antena 3 de Televisión, la única cadena de televisión privada –de las tres concedidas por el PSOE en 1989– que mantenía una línea informativa de denuncia de los casos de corrupción felipistas. Antena 3 de radio fue entregada a Polanco, su directo competidor, para que la cerrase, como hizo apenas un año después tras incorporar sus emisoras a la SER. Y Antena 3 TV fue comprada por Mario Conde (a cambio de que el Gobierno hiciera la vista gorda ante sus fechorías financieras en Banesto) y entregada a Antonio Asensio, del grupo Zeta, con Manuel Campo Vidal como comisario político-gubernamental.

Automáticamente perdió su programa El Primero de la Mañana Antonio Herrero y su noticiario en televisión Luis Herrero, pese a que ambos eran los de máxima audiencia en Antena 3 de radio y en Antena 3 TV. O más bien por eso mismo. Junto a esos directores cayeron también muchos colaboradores, periodistas y comentaristas que perdieron su puesto de trabajo por ser fieles a su director o por estar identificados con el programa. Fue el caso, entre otros muy señalados, de Amando de Miguel. Modestamente, yo tuve el inmerecido honor de perder a la vez el comentario político diario que venía haciendo nueve años en el programa de Antonio Herrero y también el que tres veces por semana y desde tres años antes hacía en el telediario de Luis Herrero. Pocas veces cuerpecillo tan menguado albergó tanto cesante. [3]

Pero conviene decir, para que se entienda en su verdadera dimensión el comportamiento posterior de Aznar, que esta selectiva aunque extensa depuración política –la más profunda desde la depuración franquista posterior a la Guerra Civil– no se hizo por motivos estrictamente ideológicos, es decir, por ser más de derechas o más de izquierdas, sino por estar clasificados por los medios felipistas como partidarios de Aznar o de Anguita y, por tanto, como "desafectos" al Gobierno del PSOE. Por seguir con ese ejemplo personal pero que por eso mismo conozco de primera mano: Luis Herrero y yo fuimos los únicos fulminantemente expulsados de Antena 3 TV, él con la mitad de la indemnización que le correspondía porque así creyó su supuesto amigo Javier Gimeno que acreditaba fidelidad al nuevo amo, y yo sin cobrar ni el finiquito porque no quise volver a poner los pies en aquella casa a la que tanto esfuerzo y tanto afecto habíamos dedicado. Pero José María Carrascal, que era y así se le identificaba políticamente, más conservador que nosotros, siguió en su telediario de madrugada, en parte como coartada pintoresca y también o sobre todo porque criticó valerosamente en su columna de ABC a quienes, arcaizantes, inocentes, poco liberales, no entendíamos el valor de la propiedad privada de los medios de comunicación. Él sí, y así se le entendió.

En el orden general, lo peor de aquella depuración política era que se producía para proteger al Gobierno de las consecuencias de la corrupción y el crimen de Estado y para impedir la alternativa democrática después de diez años de mayoría absoluta del PSOE. En el orden particular, que algunos nos asomamos por primera vez a los abismos de vileza propios de la especie humana cuando, en trance de supervivencia, no vacila en apuñalar innecesariamente a quien durante años le ha dado empleo e incluso afecto. Hubo amistades de décadas que murieron en minutos, amores que se mustiaron con celeridad y odios feroces que curaron por ensalmo. En fin, las cosas de estos casos. Pero tanto en lo particular como en lo general, si algo quedó fuera de duda tras el antenicidio fue que la defensa del derecho de Aznar a llegar al Poder (o simplemente a dirigir la Derecha) acarreaba gravísimos perjuicios laborales y, por ende, personales. Nadie supuso entonces que Aznar llegaría a ser indiferente a los problemas que, por su causa si no por su culpa, nacían en la conciencia y desembocaban en el árido delta de la nómina.

Los "parientes pobres" y la desmemoria del 93

Y sin embargo, hubo signos que lo anunciaban. En vísperas de las elecciones de 1993, algunos infelices de los que la prensa felipista llamaba ya "los amigos de Aznar" (entonces no empresarios y banqueros, sólo humildes o soberbios periodistas) pudimos atisbar hasta qué punto en el núcleo duro del aznarismo se apreciaba infinitamente más la eficacia de los verdugos que el sacrificio de las víctimas. Aunque las víctimas lo hubieran sido por aznaristas y los verdugos por antiaznaristas. O precisamente por eso. Lo pudimos ver y lo vimos. Incluso lo denunciamos. Pero, curiosamente, se nos olvidó.

"Los aspectos más negativos de los dirigentes del PP –escribía yo muy poco después en el prólogo de Contra el felipismo– se pusieron de manifiesto en las semanas anteriores a las elecciones, cuando lo risueño de las encuestas y los nervios del Establecimiento felipista, empezando por el Imperio de Polanco, les hicieron ver con claridad la cercanía de la poltrona, del supercargo, del coche oficial y el ministerio. Era de ver cómo los humildes y entusiastas muchachos de Aznar pasaron a tomar una distancia tan corta como gélida de los medios de comunicación más críticos con el Poder. Fue revelador de sus intenciones, en TVE y otros medios, verlos rodearse de comisarios apenas más presentables que los del PSOE, sin renunciar al control de los medios públicos. Fue tremendo saber que los barones de Génova ofrecían a ejecutivos de las cadenas privadas y amaestradas cargos en RTVE (a veces sin el conocimiento del propio Aznar) y cómo el círculo aznarista llegó a considerar muy seriamente la concesión a Polanco de la Segunda Cadena de RTVE al privatizarla."[4]

Hoy no me atrevería a asegurar que Aznar no sabía nada de esas ofertas de la radio y la televisión públicas a los propios comisarios exterminadores de "aznaristas". Entonces me lo negaron y lo creí, quizás porque quería creerlo, porque no quería descreer de Aznar. En cambio, que meditaban darle a Polanco la Segunda Cadena de TVE no me ofrece duda, porque me lo dijo a mí personalmente Rodrigo Rato comiendo mano a mano en un restaurante de la Calle Santa Engracia poco antes de las elecciones:

"-¿Qué diríais vosotros si Polanco pudiera quedarse con la Segunda Cadena?
-No hay palabras suficientes en el diccionario. Pero las inventaríamos."

¡Fatuo, parlero, pardillo, inocente, incauto, bobo, tontilón, iluso de mí! En aquel tiempo no podía suponer que Polanco también iba a quedarse con el Diccionario. Peor: que la toma de posesión de la Real Academia la haría Juan Luis Cebrián del brazo de Luis María Ansón. Y que mi defenestración de ABC sería una de las piezas que mi entonces director aportara al himeneo "contra natura". ¡Lo que nos quedaba por ver!

Pero ya digo que se veía, que lo vimos venir. Lo recuerdo como si fuera ahora. Era una mañana de luz revuelta, con nubes entrando y saliendo de la escena asoleada. Estábamos en la COPE, el fin de semana antes de las elecciones del 93.. Había venido el candidato Aznar para hacer la última entrevista de la campaña con Antonio Herrero y él nos había convocado a todos los comentaristas y tertulianos para un coro de preguntas. Como siempre, Aznar iba acompañado por Miguel Angel Rodríguez, su entonces Jefe de Prensa, luego Portavoz del Gobierno y tanto entonces como ahora gran amigo de Ansón, sector Luis María, el mismo que luego denunciaría la atroz conspiración contra el legítimo gobierno felipista. Aznar estuvo como solía estar entonces: amable sin exageración y modesto sin afectación. Pero el cambio de comportamiento por parte de Rodríguez fue tan llamativo y tan desagradable que después de irse Aznar nos quedamos comentándolo Luis, Antonio y yo. En el texto citado, lo conté así:

"Los que durante años, en los medios de comunicación, habíamos mantenido la batalla crítica contra el régimen, no para que el PP ganara sino para que España cambiase, nos vimos de pronto tratados como ese pariente pobre, venido del pueblo, de quien se avergüenzan sus parientes, nuevos ricos, ante sus vecinos y amigos de la capital. Esa experiencia de ingratitud y desafección será difícil de olvidar." [5]

Difícil, no imposible. También la memoria a veces se somete a la voluntad. Pero cuando después del 93 me quejaba en privado –nunca lo hice en público, que yo recuerde– de alguna fechoría de "nuestros amigos del PP", Luis Herrero me recordaba lo de los "parientes pobres" (lo hizo incluso en uno de sus libros) y citaba con cierto recochineo la sanísima doctrina liberal que extraje del suceso:

"Pero, en fin, tal vez sea mejor así, para aventar definitivamente la siniestra coyunda entre periodistas y políticos que ha desnaturalizado las relaciones entre el Poder y la Prensa desde los inicios de la Transición. Bueno es comprobar que la relación de todos los políticos con el Poder es bastante parecida y que la de los periodistas independientes debe serlo también con todos los políticos, al margen de las afinidades ideológicas".[6] ¿Qué pasó para que aquel saludable desengaño, aquella confirmación de que la equívoca camaradería con la Prensa antifelipista duraría en el PP lo que durase en la Oposición, ni un minuto más, no se tradujera en razonable escepticismo, en mayor distancia crítica, en una menor identificación con intereses que ni eran ni podían ser los nuestros? ¿Por qué aquella iluminación de los "parientes pobres" se convirtió de nuevo en alucinación, por qué volvimos a creer en la regeneración ética, en la recuperación de las instituciones de la democracia y en que Aznar y el PP podían ser la herramienta de un cambio radical en la política del Gobierno sobre los medios de comunicación?

Pues, resumiendo mucho y dejando anécdotas e historias particulares para otro lugar, lo que pasó fue que Aznar no ganó las elecciones. Hubiera bastado un escaño, hubiera sido suficiente un solo voto de ventaja para que moralmente pudiéramos cantar victoria. Pero el chasco de la victoria felipista fue brutal. No importa que en ese mismo prólogo al libro que resume –creo que bastante bien– una época de lucha intelectual solitaria y hermosa se den minuciosas explicaciones técnicas de lo que fue una derrota lógica pero inesperada, que hoy vemos normal pero que entonces nos cegó por una razón básica: porque estábamos ciegos.Creímos que bastaba con tener razón en nuestras denuncias de corrupción política y mediática para que nos la dieran. Y no fue así.

En realidad, el felipismo –porque aquello no era ya simplemente el Gobierno del PSOE sino un régimen en pie de guerra, un tinglado inmenso de intereses y de Poder que se veía con un pie en la Oposición y otro en el Paro– no estaba dispuesto a dar ni la hora. Y cuando vio que entre Oposición y Paro se abría la hipótesis de la cárcel, decidió morir matando. O mejor dicho: matar antes de morir. Y, de ser posible, no morir jamás.

Eso se tradujo en una campaña sistemática y feroz del PSOE y de su imperio mediático, siempre con Polanco a la cabeza, contra los políticos y, sobre todo, los periodistas que denunciábamos la corrupción del felipismo y defendíamos algo aparentemente elemental: la necesidad de una alternativa democrática. La ofensiva fue tan dura y tan personalizada que otra vez políticos y periodistas, aznaristas y anguitistas, liberales y comunistas, nos vimos espalda contra espalda rodeados por miles de indios polancahuas que pregonaban nuestra cabellera y cercados en Fuerte Cope por el mismísimo Séptimo de Caballería, con González Custer al frente y el sable en la mano.

"Amarga victoria". ¡Y tan amarga!

La historia de esa legislatura, desde las elecciones del 93 hasta la formación del primer Gobierno Aznar tras su modesta victoria en las del 96, la ha contado en detalle, desde su propia y privilegiada vivencia, el director de El Mundo Pedro Jota Ramírez en su libro Amarga Victoria [7], publicado y no es casualidad, después de la segunda victoria del PP, esta vez por mayoría absoluta, en el año 2000. Y no es casualidad que ahora empecemos a contar lo que pasó y a hacer balance de lo que nos pasó porque los tres años últimos de González y los cuatro primeros de Aznar fueron tan precarios y tan difíciles de sobrellevar que hasta que las urnas no le propinaron un varapalo histórico a González y a su partido, no nos ha llegado la camisa al cuerpo. El compromiso contra quienes nos han hecho objeto de todas las atrocidades, desde la persecución laboral al descrédito personal y familiar, sin vacilar ante el asesinato civil, ha sido obligado y radical. Y sólo al comprobar que González tardaría en volver a la Moncloa, si es que volvía alguna vez, hemos empezado a respirar. Incluso a respirar por la herida. Porque ante un toro manso, malherido y resabiado que no dobla, las heridas mejor ni mirárselas.

Al peligro de las campañas de descrédito de Polanco y el PSOE se añadió desde el 93, con especial virulencia, la amenaza directa del terrorismo etarra contra quienes se perfilaban como una clara alternativa de poder en España: Aznar y los suyos. Y entre "los suyos", nada proclives a rendirse a la banda, no se distinguía o no se quería distinguir entre políticos y periodistas. A mi juicio, ese fue también un factor esencial para reanudar esa alianza estrechísima entre el PP y ciertos medios de comunicación que debería haberse disuelto, por el bien de todos, ya en 1993, pero que sólo ocho años más tarde podemos empezar a contemplar con distancia y a valorar sin escalofrío.

Dejando al margen hasta donde es posible mi propia experiencia personal, desagradablemente rica en peripecias, estoy convencido de que fue esa coincidencia del miedo al felipismo (Gobierno, CESID, Polanco) y al terrorismo etarra (objetivo o subjetivo, por amenazas reales de la banda o por inducción del miedo desde el propio Gobierno para espantar psíquica y físicamente a los periodistas más peligrosos) lo que anudó de nuevo los lazos entre los "nuevos ricos" y los "parientes pobres" del 93. Pero la responsabilidad mayor fue de los periodistas. Los políticos habían mostrado ya que tenían una idea de la ética y de la libertad de expresión bien distinta a la que nos contaban. Pero nosotros queríamos seguir oyendo el mismo cuento para cauterizar el espanto que nos producía diariamente una realidad inhóspita, en la que tener más razón equivalía a correr más peligro. Y en la que, sinceramente, no se sabía donde empezaba ETA y terminaba el GAL o viceversa, porque entre 1993 y 1996 sus blancos coincidían.

Al recordar aquellos tiempos de amenaza terrorista, hoy reeditados, me viene siempre a la memoria la imagen de Antonio Herrero llegando a la COPE cuando aún no era de día, en un todo-terreno que parecía un carro de combate, con un coche de escoltas detrás y llevando él mismo una pistola en la guantera y una escopeta sobre las piernas. Aunque no hablábamos mucho de este asunto, habíamos comentado algunas veces que lo peor no era un posible atentado sino un secuestro y que para evitarlo de verdad había que estar mentalmente preparados para morir matando. Hacerlo a tiros contra los etarras nos parecía una forma nobilísima de mudarse de Madrid al Cielo, aunque el cazador infalible que era Antonio estaba convencido, naturalmente, de que él se los llevaría por delante, con sus reflejos y su buena suerte. Ahora, al entrar en la COPE en un revuelo de escoltas, llevando a cuestas toda la ferretería de seguridad, me acuerdo siempre de aquella imagen de madrugada de Antonio, el hombre clave en aquella época de periodismo asilvestrado y heroico, el más valiente, el más vivo de todos nosotros. Quién podía pensar entonces que le quedaba tan poco tiempo, que iba a morir como murió.

Aznar en el Poder: desmovilización ética y fábrica de polanquitos

Yo pasé en Miami el curso 95-96, aunque vi a Aznar allí y estuve aquí cuando ganó las elecciones. Pero fue tan escaso margen –300.000 votos– que estuvo en un tris de no poder formar Gobierno. Polanco trató a toda costa y lo propuso editorialmente en El País que fuera uno de los que considera suyos, Alberto Ruiz Gallardón, el inquilino de la Moncloa, pero al final, tras larga espera y duras humillaciones, Pujol se dejó pactar por Rato, incluyendo en el precio la cabeza de Vidal Quadras en el PP de Cataluña. Cuando escriba el libro de esos años –espero que pronto– analizaré en detalle ese asunto crucial. Pero ahora nos apartaría de nuestro objeto, que es analizar la política de Aznar con respecto a los medios de comunicación. O sea, lo que va del dicho al hecho.

Si se mira con cierta perspectiva, en ese ámbito Aznar ha repetido siempre la misma operación: tratar de crear frente al todopoderoso imperio de Polanco otro poder semejante en diversificación y envergadura empresarial, pero –y esto es clave– no en unas solas manos, no para fabricar un Polanco bis sino dos o tres polanquitos. La razón que da es la muy justa y benéfica de ampliar el pluralismo y que exista competencia real. La verdad es bien distinta: otro Polanco tendría demasiado poder, tanto como él, y Aznar no está dispuesto a repartir Poder ni, mucho menos, a compartirlo. El Presidente suele repetir que él "no admite tutelas" de ningún medio de comunicación y pone como ejemplo a evitar la pavorosa dependencia del PSOE en general y González en particular del todopoderoso Don Jesús. También es un argumento plausible. Lástima que no sea tampoco del todo cierto. La "tutela" a que se refiere Aznar es que los medios que le ayudaron a llegar al Gobierno le recuerden sus promesas incumplidas de regeneración ética de la democracia, algo que le molesta horrores y por dos razones distintas aunque complementarias: le recuerdan su debilidad de ayer y apuntan siempre al control y la limitación de su Poder de hoy, que tras la conquista de la mayoría absoluta empieza a parecerse demasiado al de Felipe González, tanto en el partido como en el Gobierno.

Y aquí aparece la segunda constante en su política de medios de comunicación, la menos conocida o más difícil de explicar, pero que, sin embargo, explica muchas cosas. Aznar ha tratado de evitar a toda costa que pueda repetirse con él en el Poder una situación como la de González en sus últimos años: enfrentado a unos cuantos periodistas arriscados y unos pocos medios independientes que, pese a todo su poder y la desvergonzada complicidad de Polanco acabaron sacándolo de la Moncloa y no precisamente bajo palio. Claro que esa es la interpretación de González, la fábula de la "conspiración político-mediática" para acabar con el Gobierno, que no resiste la comprobación de los hechos. Pese a las denuncias de corrupción González ganó en 1993 y pese a todo lo que se publicó y se denunció sobre sus pavorosos manejos en el uso y abuso del Poder sólo perdió por 300.000 votos en 1996. Es evidente, pues, que las apariencias engañan y que el esfuerzo y el sacrificio de los periodistas y medios ya citados no fueron los que le privaron de la mayoría tras casi catorce años de Gobierno. Sucede que así es como el felipismo ha inventado su novela de mal perdedor. Y sucede que, de una forma incomprensible y asombrosa, instalando su complejo de Derecha donde los otros exhiben su sectarismo de Izquierda, los propios dirigentes del PP se la han creído. Por ese tortuoso camino o con esa retorcida excusa es como Aznar, pensando siempre en impedir que le pase a él en la Moncloa lo mismo que a González, ha concebido y ejecutado la política de dispersión y destrucción de lo que los escribas del GAL y los fariseos del polanquismo llamaron paradójicamente "El Sindicato del Crimen", es decir, los periodistas que descubrieron y denunciaron precisamente los crímenes del GAL y los inagotables yacimientos de corrupción del felipismo. Pero así como en la creación de polanquitos los intentos de Aznar se cuentan por fracasos, en la eliminación de periodistas y medios independientes está teniendo un éxito espectacular.

Paisajes de la Guerra Digital

Para que el "fuego amigo" de Aznar haya producido más bajas por la espalda que el fuego a mansalva del felipismo apolancado ha debido repetirse una circunstancia paradójica: la debilidad del PP al llegar al Poder, que, como sucediera en la última legislatura del PSOE, llevó a los medios antifelipistas a respaldarlo a la desesperada. Y eso, aunque sus incumplimientos electorales sobre medios de comunicación públicos fueron ya inicialmente de escándalo. Y su apuesta empresarial, humillante y estúpida.

Porque el empresario en el que confió Aznar al inaugurar su estadía monclovita fue ni más ni menos que Antonio Asensio, cuyo grupo Zeta era uno de los enemigos más feroces de la alternativa popular, al menos en la Prensa escrita: El Periódico de Barcelona, con el hipersociata Antonio Franco en la dirección, era probablemente el diario que de manera más feroz atacaba a los políticos populares y a los periodistas identificados con el PP; Interviú seguía en la izquierda de Quincoces Montalbán, sin hacerle ascos a nada, ni siquiera al GAL; y Tiempo jugó siempre la carta felipista. Pero había un medio con el que Asensio se había hecho gracias precisamente a su sectarismo antiaznarista: Antena 3 de Televisión. Y haciendo honor a la confianza en él despositada y contra de las promesas de libertad y continuidad que nos hizo el día en que entró de la mano de Mario Conde, procedió a negociar la inmediata salida de su antiguo amigo, entonces enemigo, Manuel Martín Ferrand de la dirección general y a la fulminante eliminación de Luis Herrero (y mía) de los informativos. Manuel Campo Vidal, otro hombre del PSOE en TVE y la SER, impuso como comisario político en jefe una línea informativa absolutamente contraria a la que había distinguido a la cadena hasta entonces. Desaparecieron los escándalos del PSOE de la pantalla y se borró hasta el último rastro de nuestra presencia en aquella casa con un ensañamiento verdaderamente abyecto, persiguiendo y marginando a todos los colaboradores de Luis Herrero. Milagros de la supervivencia: en aquella carrera de ratas nadie llegó el último.

Y es que dentro de la estrategia de censura ideológica y persecución política jugó además entonces, quizás los juega siempre, un papel importante la corrupción. Corrupción era que Mario Conde comprara la cadena para que el Gobierno le perdonara su corrupción en Banesto. Corrupción parecía ya la organización de la nueva Antena 3 TV en torno a la propiedad de los activos de Asensio y el galopante endeudamiento de la empresa, que hacía presagiar la debacle posterior y abonaba el pelotazo o la quiebra para su llovido dueño. Corrupción la de los ejecutivos de la situación anterior que se adaptaban a la nueva renegando de su pasado y apuñalando a sus benefactores. Y algo más que corrupción, una mezcla de industria y delito que nunca deja de sorprenderme, fue la representada por los hermanos Ansón, capaces de jugar a la vez en el equipo saliente (Luis María, desde la dirección de ABC) y en el entrante (Rafael, estrecho colaborador de Asensio, que ya le anunció al propio Aznar poco antes de su desembarco cuál iba a ser el destino de Luis Herrero y yo: "esos, a la puta calle"). Qué pareja de tres: ellos y la comisión. Qué tíos [8].

Esas confianzas y discreteos conspiradores entre Aznar y los ansones, los ansones y Asensio, nosotros mismos y Aznar, deberían habernos puesto sobre la pista de lo que pasó. Pero ya digo que en este desencuentro o desengaño de la política y el periodismo tanta culpa o más tienen los engañados como el engañador. Porque cuando Aznar apostó por Asensio, nosotros, los despedidos por Asensio a las órdenes del felipismo, aunque íntimamente humillados y públicamente ofendidos, no dejamos de apoyar a Aznar. Y cuando Aznar, a través de los oficios de Miguel Angel Rodríguez, nombró a una criatura del polanquismo audiovisual, Mónica Ridruejo, para la Dirección General de RTVE teníamos que haber visto claro que Polanco no era para él un modelo abominable sino, de momento, inalcanzable. Sólo de momento. Y que para hacer un cesto como el de Polanco, lo que Aznar buscaba eran mimbres –flexibles, verdes, anodinos, parejos–; pero que en su cestería sobraba hasta la mejor pieza de cerámica. Lo que Aznar buscaba era obediencia probada. Y nosotros sólo podíamos ofrecer fidelidad.

Pero cuando todavía estábamos tratando de asimilar la apuesta de Aznar por Asensio, éste le traicionó. Acosado por las deudas, que el Gobierno y su Gran Amigo de Telefónica se resistían a pagar, Antonio Asensio se echó en brazos de Polanco y le cedió los derechos del fútbol que, pacientemente, con la ayuda perspicaz de José María García, había ido firmando poco a poco a diversos clubes de Primera División. Polanco se hacía así con el monopolio del futbol televisado de pago, lo que le convertía en dueño de un verdadero manantial de millones que le permitía comprar el medio que le apeteciera aunque fuese para cerrarlo, como ya había hecho con Antena 3 de radio. Desde el PSOE, con González al frente, no se recataban en decir que esa derrota era el anuncio del final del brevísimo periodo de gobierno aznarista entre el felipismo del reciente pasado y el inmediato por venir o, para ser precisos, por volver. No fue una ilusión óptica o política. Todos lo veían así y obraron en consecuencia. Todos dieron por hecho en esas electrizantes navidades que el PP ganaba o perdía el Gobierno para toda la legislatura o "para los restos" antes de Semana Santa. Todo o nada, a cara o cruz.

Aznar llamó entonces en su ayuda a los ex-combatientes de la Prensa, a los jubilados forzosos del antifelipismo en la radio, a los ostentosamente marginados en la televisión controlada por el nuevo Gobierno, la pública y la privada. Los "parientes pobres", los despreciados en la nueva situación porque, según decían varios ministros y lacayos monclovitas, sin cortarse un pelo, nos habíamos "significado demasiado" en la defensa del PP (¡o sea, la suya!) y no dábamos una imagen suficientemente "centrista", fuimos llamados a Moncloa con el afecto de ayer y la impaciencia de hoy, con ceniza en el cogote y sayal sobre la púrpura. Se nos pidió perdón por no haber visto claro quiénes eran los verdaderos amigos no del Gobierno sino de la libertad. Se nos juró que de esa lección no se olvidarían nunca. Se nos dijo también que nosotros tampoco habíamos calibrado bien la debilidad de su minoría parlamentaria y no comprendíamos que tenían que hacer concesiones que a ellos mismos les repugnaban... Total, que se nos dijo lo que queríamos oir y se supone que podíamos creer. Y otra vez nos vimos frente a Polanco y el PSOE y al lado de Aznar y su Gobierno. La guerra fue larga, los desperfectos, enormes y las bajas, cuantiosas. Pero finalmente, con Asensio entrando y saliendo de las alianzas como en un vodevil color de dólar, con el Gobierno artillando un frente en torno a TVE y a Telefónica, y con los antifelipistas veteranos de la COPE y El Mundo corriendo con el desgaste diario, la Guerra Digital, por agotamiento de ambas partes, llegó a su fin. Por lo menos se empató. Y después de las tablas, en vez de Asensio, apareció Juan Villalonga como el nuevo polanco de Aznar. En torno a la primera compañía española iba a construirse el primer grupo multimedia español, o eso decían.

La muerte de Antonio Herrero y el fin de una época

El invierno del 97 fue muy distinto al del 96. Todavía conmocionados por los mamporros de la Guerra Digital, se produjo una verdadera cascada de sucesos, entre esperpénticos y trágicos, que debilitó dramáticamente al grupo de periodistas más sólido de cuantos habían apoyado a Aznar contra el felipismo y, en medio de una crispación terrorífica, hizo desaparecer al hombre que empezaba a convertirse en la obsesión particular de Aznar. Dados los límites de este ensayo, no entraré en detalles. Tiempo habrá. Pero señalaré los hitos de aquel "invierno de nuestro descontento": "pacto de la Academia" entre Ansón y Cebrián, que acarreó mi salida de ABC; aparición del vídeo contra Pedro Jota, tratando de quitarlo de la dirección de El Mundo o del mundo, sin más; campaña contra Antonio Herrero por el "caso Mónica Lewinsky" para echarlo de la COPE; campaña contra Luis Herrero por su programa de debate en TVE; campaña de Luis María Ansón contra sus ex-amigos de la AEPI (el "Sindicato del Crimen" según Cebrián y los abogados periodísticos del GAL) denunciando una "conspiración" político mediática para sacar del Gobierno a Felipe González mediante una campaña de difamación ya que no se le podía ganar en las urnas; más campañas del PSOE, El País y la SER contra Antonio Herrero, lo mismo calumniando a su padre muerto que adjudicándole supuestos negocios ilegales en Marbella, que luego los tribunales ratificaron como perfectamente legales; campañas de televisión comparando a José María García con Hitler, y así sucesivamente.

Paralelamente, Villalonga le había pedido a Luis Herrero que se encargase de la dirección de informativos de Antena 3 TV. Además del desquite, era una posibilidad de romper el cerco que se estaba cerrando en torno a la COPE, singularmente a Antonio, y éste mismo le aconsejó que aceptara la oferta. Pero entonces llegó el veto de la mismísima Moncloa, o sea, de Aznar, negándose a que los náufragos del "antenicidio" pudiéramos salvarnos de ese cerco de aniquilamiento "en comandita", como le gustaba decir al presidente del Gobierno. La consigna primera del presidente con respecto a nosotros, los que el polanquismo llamaba "sus amigos", había sido la dispersión. Pero se radicalizó en lo que respecta a Antonio Herrero, que en esos meses de invierno y primavera había hecho frente, con su valor y generosidad habituales, a todas las campañas: las denuncias de la "Conspiransón" en la prensa de Asensio; las del PSOE y Polanco contra él; el acoso del PSOE contra Luis; y, encima, al vídeo contra Pedro Jota [9].

El día 1 de Enero por la noche, Luis y yo supimos fehacientemente que Aznar no soportaba que Antonio Herrero siguiera haciendo en su programa lo que siempre hizo, es decir, lo que creía que debía hacer y de la forma que le parecía. Pero Aznar se quejaba ya sin motivo, porque Antonio ya no volvió a ponerse ante el micrófono. Al día siguiente, 2 de mayo de 1998, a primera hora de la tarde, Antonio, nuestro Antonio, murió en un accidente de submarinismo deportivo. Le estalló una úlcera sangrante de estómago que sin duda se había agravado en aquellos meses de máxima tensión. Sobrevino entonces un período de luto y de reproches. Unos, descompuestos, como los de García contra Aznar por no acudir al entierro. Otros, los de Luis Herrero y yo, tratando de recomponer la COPE, que había perdido a Encarna Sánchez un año antes y que ahora se quedaba sin su puntal informativo básico: Antonio Herrero.

Forzados Luis y yo a hacernos cargo de La Mañana -Luis no quería de ninguna manera pero le forzamos entre todos- y yo de La Linterna, el año 99 fue un año de estiaje y melancolía. Villalonga empezó a entenderse con Polanco para que no atacara a su compañía y acabó enfrentándose violentamente con Aznar desde los propios medios de comunicación de Telefónica, encargados a personajes inquebratablemente leales al Presidente... hasta que les mandaron insultarlo. Lo hicieron sin vacilar. Pero pese al desgaste, Aznar consiguió la onerosa caída de Villalonga. Segundo polanquito ahogado.

Aznar echó entonces a flotar dos polanquitos más, con el respaldo activo de la nueva estrella del Gobierno Josep Piqué: José Manuel Lara, heredero del imperio Planeta, que tiene la televisión por cable, participa en otra TV en abierto y al que se le ha concedido una radio digital; y Nemesio Fernández Cuesta, nuevo Presidente de Prensa Española, a quien el Gobierno le ha concedido una licencia de TV en abierto, otra de radio digital y, sobre todo, le ha confiado el proyecto de desembarcar en la COPE para hacerse con la gestión, controlar férreamente a los profesionales y conjurar así definitivamente el fantasma, esto es, el ejemplo, de Antonio Herrero.

Podría contar cómo en un primer momento desde la Moncloa trataron de convencernos -y en parte, ay, lo consiguieron- de que la asociación o confederación de COPE y ABC era una forma natural de darse mutua fortaleza empresarial y blindar la libertad de los profesionales en dos medios que compartían un mismo público, una ideología semejante y una relación con el Gobierno que éste deseaba óptima. Podría dar detalles sabrosísimos sobre mi vuelta al ABC en andas, casi en brazos de Nemesio, que a su vez entró en el accionariado de COPE gracias a los buenos oficios de Luis Herrero. Podría recordar momentos estelares en la Historia del Bochorno Ideológico y capítulos enteros de la Enciclopedia de la Iniquidad Periodística. Pero, en fin, tiempo habrá de todo, cuando sobre tiempo. Baste consignar que antes de seis meses de entrar yo ya había tenido que salir de ABC por un ataque de celos del nuevo director Otelo Zarzelejos; que Nemesio había comprado un paquete de acciones de COPE a Juan Abelló a espaldas de la iglesia y de Luis Herrero, que aún no se lo cree; que desde el Gobierno se alentó el fichaje de Jose María García por Telefónica, antes y después de Villalonga, hecho que resucitó a Onda Cero dio otro golpe mortal de necesidad a la COPE. Y, lo más importante: que Aznar parece empeñado en imponer, pese a todo y a todos, el control de Nemesio sobre la COPE sin temor a la desbandada de los profesionales. En rigor, para provocarla.

Pero, muy sucintamente, la situación en el mundo de la radio sólo cuatro años después de que el flamante Presidente del Gobierno nos invitara a comer en Moncloa a García, Antonio Herrero, Luis Herrero y yo para pedirnos personalmente ayuda en su lucha contra la concentración de medios de comunicación, es sencillamente pavorosa. Si Aznar se sale con la suya de acabar con lo que la COPE ha significado hasta hoy en la opinión española, bien para convertirla en altavoz de ABC y subsumirla en Onda Cero, bien para arruinarla y cerrarla; y si, tras ese éxito liberal y democrático de Aznar, por cualquier causa de fuerza mayor se adelantaran las elecciones y ganara el PSOE, éste dispondría, sólo en la radio, de la cadena SER y asociadas, Radio Nacional y asociadas, y la cadena de Telefónica, llámese Onda Cero, COPE a cero o Cerocope, y asociadas. ¿Qué habría enfrente? Nada. Pero en Moncloa podrían sonreír, porque tampoco habría nadie. El sueño de Felipe González lo habría convertido en realidad José María Aznar.

Podríamos añadir infinidad de datos y de detalles para completar este análisis y para respaldar este fúnebre presagio sobre la ausencia de pluralidad futura en la radio española. Pero lo ya citado puede bastar para entender algunas cosas que nadie entiende y otras que empezamos a entender algunos cuando acaso ya sea demasiado tarde para remediarlas. Pero está en nuestra mano hacerlo. O, al menos, está en nuestro ánimo intentarlo.

El incipiente dogma de la infalibilidad de Aznar

Los que fuimos injuriados y perseguidos por denunciar el despotismo felipista desde sus orígenes y, si renunciamos a la modorra intelectual y a la pensión de ex-combatientes, seremos muy probablemente perseguidos e injuriados por denunciar el naciente despotismo aznarista, con su escuela de servilismo y su secuela de corrupción, tenemos contraída una deuda de eterna gratitud con Justino Sinova y Guillermo Cortázar, editores de España. La Segunda Transición y La España en que yo creo. Discursos políticos (1990-1995)[10], ambos firmados por el hoy Presidente del Gobierno.

Porque es muy posible que si finalmente se implanta lo que, parodiando la sátira de Azaña sobre Primo de Rivera y la "infalibilidad del sable", podríamos llamar "el incipiente dogma de la infalibilidad de Aznar" tengamos en un futuro cercano que justificar ante los jóvenes españoles cómo y por qué le apoyamos tan resueltamente para instalarse en el Poder, donde, como dijo él mismo citando a Von Mises, "se alberga la semilla del mal". Gracias a la conservación en esos libros del discurso político de Aznar en la Oposición, imbuído del más acendrado liberalismo, podremos negar toda responsabilidad de origen en la repetición de los disparates y atropellos del felipismo por parte de un aznarismo que sólo se diferenciará de él por el bigote del ídolo y los apellidos de los idólatras. Esto último, en la hipótesis más halagüeña.

Ojalá podamos entonces decir, con el texto en la mano y si es que nuestro comportamiento intelectual no nos obliga a un prudente y sonrojado silencio, que los argumentos utilizados por Aznar para atacar, con nuestra modesta ayuda y en nuestra limitada proporción, los abusos de González eran rigurosa, angustiosa y absolutamente válidos; y lo prueba que seguirán siéndolo contra cualquier abuso de Poder y contra el fatal endiosamiento del inquilino de la Moncloa, llámese Felipe o José María. Podremos, en fin, explicarnos y defendernos con esta frase de Aznar que en su día, un 25 de Noviembre de 1994, oímos, sentimos e hicimos nuestra; y que igual que termina podría haber encabezado estas páginas:

"Nuestra acción se alimenta de convicciones, de principios básicos que guían nuestras decisiones, y cada uno de nuestros movimientos viene orientado por un conjunto preciso de objetivos que constituyen el núcleo último de nuestra actividad política. Cuando éstos se pierden, el fin primordial de la obra política queda condenado a su mínima expresión, a la sola conservación de un mero poder personal".

Dixit, et salvavi animam meam.



[1] Graciano Palomo, El vuelo del halcón, Temas de Hoy, 1990, y El Túnel. Temas de Hoy, 1993. Isabel Durán y José Díaz Herrera, Aznar, Planeta, 1999.

[2] Amando De Miguel y José Luis Gutiérrez, La ambición de César, Temas de Hoy, 1992.

[3] Federico Jiménez Losantos, dictadura silenciosa, Temas de Hoy, 1993.

[4] Ferico Jiménez Losantos, Contra el felipismo, Temas de Hoy, 1993

[5] Ibídem

[6] Ibídem

[7] Pedro J. Ramírez Amarga victoria, Planeta, 2000.

[8] Luis Herrero, El ángel caído, Temas de Hoy, 1994.

[9] Jesús Cacho, , El negocio de la libertad, Foca, 2000.

[10] José María Aznar, La segunda transición, Espasa, 1994 y La España en que yo creo, Noesis, 1995.