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La Ilustración Liberal

Errores de la teoría monetaria actual

"Hay algo intelectualmente tentador en el intento de explicar los movimientos en los precios y en el nivel de actividad por los cambios en el volumen o el precio del crédito, o ambos. Tales explicaciones tienen el "atractivo" de una fórmula simple, aliviando al analista de la carga de estudiar la multiplicidad y complejidad de los fenómenos del mercado y sus interrelaciones; y también ofrecen un dispositivo 'científico' para controlar los pulsos de la economía... La metodología subyacente en el enfoque monetarista, un préstamo de la Mecánica, supone procesos automáticos más que la, a veces impredecible, conducta humana".

Introducción

Las doctrinas monetarias imperantes hoy día se apoyan principalmente en dos hipótesis erróneas, o cuando menos, muy discutibles. La primera, que es indiferente que el dinero sea un pedazo de papel o un bien físico deseado por sí mismo, siempre y cuando se limite su cantidad, más aún, que en estas condiciones el papel moneda es preferible a los metales monetarios; y la segunda, que una adecuada manipulación de la oferta monetaria por parte de los bancos centrales puede garantizar un crecimiento sostenido con precios estables. Como consecuencia de las anteriores, aún podría añadirse una tercera: la creencia de que la misión de los bancos centrales es garantizar la estabilidad de precios interiores limitando la cantidad de dinero-crédito. Académicos, políticos empresarios y sindicatos, unos en mayor medida que otros, creen posible evitar las recesiones y la inflación con una política adecuada de tipos de interés basada en índices de precios, de producción, de consumo o de inversión; consultando encuestas sobre confianza empresarial; observando las cifras de acumulación de inventarios, etc.

Este artículo tiene por objeto cuestionar tales puntos de vista y examinar cuáles son sus consecuencias. No será necesario recurrir a estadísticas, índices o gráficos, bastará con dos sencillos argumentos: el primero, que los tipos de interés son también precios. Y no es posible saber cuál es el precio que vacía un mercado si no se deja actuar al mercado. Y el segundo, que los modelos teóricos que manejan los bancos centrales ignoran por completo la verdadera naturaleza y origen del dinero; confundiendo por tanto dinero con crédito y deuda.

1. Papel moneda versus oro

Keynes, probablemente el mayor enemigo de la moneda sana desde los tiempos de John Law, dijo del oro que era una "bárbara reliquia de tiempos pasados". El célebre pasaje de su Teoría General -citado hasta la saciedad en la literatura económica- donde glorifica el gasto público y el papel moneda, ridiculizando la extracción de oro de las minas al equipararla con la extracción de billetes de banco previamente enterrados por el gobierno en minas abandonadas, muestra su ignorancia cuando no su mala fe acerca de la naturaleza del dinero; ignorancia o mala fe que han asumido irreflexivamente todos sus herederos intelectuales, incluido Milton Friedman. Intentemos explicar en qué consiste esa ignorancia.

1.1 Definición de dinero

Los manuales clásicos de Economía definían el dinero como medio de transacción, unidad de cuenta, depósito de valor y, por lo tanto, nexo entre el presente y el futuro. Como definición funcional, es esencialmente correcta, aunque insuficiente y desorientadora por una razón: sitúa en plano de igualdad todas las funciones, cuando en realidad hay entre ellas una relación causal. Para que un bien se convierta en dinero, primero debe conservar eficazmente el valor. Uno de los principales problemas a los que se enfrenta el hombre en su vida es cómo almacenar el fruto de sus esfuerzos de forma que, cuando lo necesite, pueda disponer de él con la mayor rapidez posible y sin tener que sacrificar una parte sustancial del valor acumulado. No es lo mismo acumular riqueza en forma de frutas y verduras (perecederas) que en propiedad inmobiliaria, por ejemplo. A esto se refieren los economistas cuando hablan de liquidez. Si se comparan entre sí los grados de liquidez de los distintos bienes presentes en el mercado, es evidente que habrá uno, o unos pocos que sean los más líquidos de todos. Y serán estos precisamente los candidatos a convertirse en dinero. Carl Menger puso de manifiesto las cualidades que debía reunir un bien para adquirir la cualidad de dinero, entre las que cabe destacar una demanda intensa y extensa geográficamente, fácil almacenamiento transporte y conservación, homogeneidad y fácil divisibilidad, acumulación de una gran cantidad de valor por unidad de volumen, y una baja proporción entre la producción y las existencias disponibles de ese bien. A lo largo de la Historia han sido dinero la sal (de aquí el salario), el ganado (pecunia), metales como el cobre, el bronce o el hierro, las especias y finalmente, la plata (los franceses y los sudamericanos utilizan la palabra plata para referirse al dinero) y el oro, especialmente este último.

Es, por tanto, un proceso de mercado la constante búsqueda de la liquidez y no el dictado de las autoridades, el que elige el bien o bienes en los que todo el mundo desea conservar su riqueza. Precisamente por esto se convierten en los medios de pago más idóneos, porque todo el mundo está dispuesto a aceptarlos voluntariamente a cambio de sus bienes o servicios.

Luego el orden causal de la definición es en realidad el siguiente: 1. Depósito de valor. 2. Nexo entre el presente y el futuro. 3 Medio de pago. 4. Unidad de cuenta.

Todas las tragedias monetarias que el mundo ha conocido tienen su origen en los intentos de violación más o menos conscientes de este orden causal.

1.2 ¿Valor intrínseco o valor facial?

Desde la Antigüedad, el sueño de todo gobernante despótico o en aprietos ha sido monopolizar la facultad de fabricar moneda para poder definir según su conveniencia cuál iba a ser el patrón monetario. Aun a pesar de que la famosa Ley de Gresham siempre ha demostrado que tales intentos están condenados al fracaso, nunca faltan ni faltarán gobernantes dispuestos a ensayar una vez más el experimento. Hasta el s. XVIII, antes de que empezaran a desarrollarse a gran escala el crédito y la banca, la estratagema era siempre la misma: los gobernantes fuertemente endeudados sostenían que el valor de las monedas de plata u oro no procedía de la cantidad de metal que éstas incorporaban, sino del sello que ellos imprimían en cada pieza, el cual era, en principio, una garantía del peso y de la pureza del metal. Esto, en la práctica, se traducía en la reducción del contenido de metal precioso de la moneda en las nuevas acuñaciones, sustituyéndolo por metales más baratos, como el cobre; y así era cómo los gobernantes insolventes saldaban sus deudas. Para hacer popular la medida, decretaban al mismo tiempo que las deudas entre particulares quedarían saldadas igualmente con las nuevas monedas, decretando su curso forzoso a veces bajo pena de muerte en plano de igualdad con las antiguas. Como el número de deudores es siempre muy superior al de acreedores, la medida siempre ha gozado al principio de gran popularidad.

Sin embargo, violar el orden causal de la definición de dinero, anteponiendo la cualidad de medio de pago a la de conservación del valor trae siempre como consecuencia desórdenes monetarios. Aparte de los conocidos efectos de la Ley de Gresham (atesoramiento y exportación de la moneda buena y circulación de la moneda mala), estas medidas implicaban la disminución del poder adquisitivo de esa moneda tanto en el interior como en los territorios donde no llegaba la jurisdicción del gobernante, ya que allí se aceptaban, no en función de su valor nominal, sino de su contenido real de metal precioso. El resultado inevitable era la subida de precios y el empobrecimiento general. Justamente lo que sucede cuando un país ha sido víctima de la guerra y el saqueo, sólo que quien saquea no son los ejércitos extranjeros, sino el propio gobernante.

1.3 Diferencias entre el billete de banco y el papel moneda

Un billete de banco es un instrumento de crédito, es decir, una deuda al portador reconocida por el banco, reembolsable en metálico (oro o plata) y a la vista. El papel moneda, en cambio, ya no es un instrumento de crédito, sino la propia moneda en sí, aunque su apariencia sea la misma que la del billete de banco.

El billete de banco es un medio para hacer circular la moneda metálica con mayor rapidez, comodidad y eficacia, aprovechando todas las posibilidades que ofrecen los pagos en metálico aplazados por breves periodos de tiempo (letras de cambio, pagarés) y la compensación de saldos deudores y acreedores que confluyen en los bancos, procedentes de sus clientes. Su aceptación en pago de deudas es voluntaria, aunque la práctica totalidad de los participantes en el mercado lo aceptan siempre y cuando el crédito del banco sea suficientemente sólido.

En cambio, el papel moneda ha sido tradicionalmente el medio al que han recurrido los gobiernos para financiar sus gastos cuando han agotado su crédito. Normalmente viene acompañado de una ley de curso forzoso, que obliga a aceptarlo en pago de deudas bajo severas penas.

La cantidad de billetes de banco tiene un límite natural, que es el de la preservación de las reservas metálicas suficientes para hacer frente a la convertibilidad de los billetes, si es que el banco no quiere exponerse a la quiebra. Esto es, el volumen de billetes queda automáticamente ajustado a las necesidades del comercio y a los intereses de los ahorradores. Por el contrario, la cantidad de papel moneda emitido no tiene un límite natural. Como su origen suele ser el billete de banco impagado por orden o connivencia gubernamental, su cantidad depende de la voluntad de las autoridades y de sus necesidades de financiación. No pues hay límite, en principio, al endeudamiento de los bancos.

1.4 La soberanía del ahorrador, el billete de banco y los tipos de interés

Para captar fondos, los bancos deben ofrecer a sus clientes un interés suficiente para compensarles, en primer lugar, por el sacrificio del consumo presente en favor del consumo futuro, y en segundo lugar, para compensarles del riesgo que corren al cederles su dinero. Si ese interés no es suficiente, los ahorradores retiran sus fondos del banco o se abstienen de depositarlos. Si la retirada es suficientemente masiva, el banco corre el peligro de agotar sus reservas metálicas, por lo que se enfrenta, además, a un pánico y a la presentación masiva de sus billetes al cobro. En estas circunstancias, el banco sólo dispone de un recurso: elevar inmediatamente sus tipos de interés para frenar el drenaje de sus reservas y atraer al mismo tiempo nuevos depósitos. Esto implica una disminución de sus beneficios, o probablemente una pérdida neta. Pero la alternativa es la quiebra.

La soberanía del ahorrador consiste, pues, en fijar el suelo del tipo de interés de acuerdo con su tasa de preferencia temporal (consumo presente-consumo futuro), a la que se añade una prima de riesgo, y su arma es la presentación al cobro de las deudas que el banco tiene con él. El ahorrador pone, pues, límite al abuso del crédito.

1.5 El papel moneda y el ahorrador destronado

Sin embargo, en un régimen de papel moneda, el ahorrador no puede ejercer su soberanía. De nada le sirve retirar sus ahorros del banco, puesto que el banco no le reembolsará sus depósitos en oro, sino en papel inconvertible, del que el banco puede emitir en principio todo cuanto quiera; luego su situación es aún peor después del reembolso, ya que no percibe intereses. Sólo le quedan dos opciones: atesorar el papel o comprar con él cualquier activo que conserve bien el valor o que ofrezca esperanzas de una rentabilidad suficiente.

La primera opción es desaconsejable, ya que el billete inconvertible no es un bien físico deseado por sí mismo, sino meramente un instrumento de pago cuya aceptación depende principalmente de la capacidad y credibilidad del gobierno para imponer su curso forzoso.

La segunda ofrece mayores posibilidades de éxito, pues se trata de transferir la riqueza de un activo cuyo valor está en entredicho a otros activos que, sin ser el oro, conservan razonablemente bien el valor, por ejemplo la propiedad inmobiliaria, las acciones y las materias primas. Es por esto por lo que la inflación se manifiesta, en primer lugar, en los precios de las acciones, en el mercado inmobiliario y en los precios de las materias primas. Cuando los precios bursátiles empiezan a subir, resulta muy ventajoso endeudarse para comprar acciones y venderlas una vez que hayan subido aún más. Cuando el boom bursátil ha tocado techo, los capitales empiezan a trasladarse a la propiedad inmobiliaria, hasta que los rendimientos derivados de esta inversión empiezan a aproximarse también a cero. Asimismo, resulta también muy rentable endeudarse para comprar inmuebles y venderlos más tarde por un precio superior, mientras haya expectativas alcistas. Con las materias primas sucede algo análogo.

1.6 Inflación y colapso de la moneda

Pero en estas operaciones, el sistema bancario, liderado por el banco central, se coloca en una situación muy difícil. Los colaterales de sus préstamos se componen de activos supervalorados (hipotecas y préstamos con garantía de acciones) que dependen de la expansión del crédito para conservar su valor. Si los bancos o el banco central deciden restringir los préstamos subiendo los tipos de interés, la situación explota. Ya no habrá nuevos compradores de acciones o inmuebles que quieran endeudarse para seguir pujando por estos activos. Su precio dejará de crecer, las expectativas alcistas se anularán y los mercados sufrirán bajadas estrepitosas. Los que se hubieran endeudado con los bancos por meros propósitos especulativos serán incapaces de devolver los créditos, con lo que los bancos sufrirán grandes pérdidas. Por el contrario, si deciden seguir financiando el boom especulativo, corren el riesgo de provocar una hiperinflación. Los beneficios obtenidos de la especulación empiezan a pujar por los bienes de consumo, elevando su precio. Por otra parte, la especulación con materias primas encarece los costes de producción de los bienes de consumo. Una vez que las expectativas alcistas se han instalado y la gente se da cuenta de que los precios no van a dejar de subir, se deshacen inmediatamente de sus saldos de tesorería antes de que pierdan aún más valor. Además, los productores de bienes de consumo, esperando nuevas subidas de los precios de sus productos, deciden restringir su producción y acumular inventarios para obtener mejores precios en el futuro, con lo que la subida de precios se ve reforzada aún más por la escasez. En la fase final de la hiperinflación, nadie acepta el papel moneda a cambio de sus bienes, de su trabajo o de sus servicios.

Los casos de las hiperinflaciones alemana y austriaca son ejemplos suficientemente elocuentes de lo que sucede cuando en cuestiones monetarias se intenta anteponer la cualidad de medio de pago a la de depósito de valor.

Los gobernantes y los banqueros centrales de los países más avanzados han tomado nota de estos fenómenos, y se han dado cuenta de que es preciso restringir el crédito antes de que la situación se desborde. Pero sin el auxilio de la soberanía del ahorrador están condenados a dar palos de ciego.

2. Papel moneda, crecimiento económico y precios estables: la cuadratura del círculo

Antes de que se redescubriera a Pitágoras, los matemáticos medievales creían posible expresar con números racionales el área de un círculo. Como no conocían la existencia de los números irracionales, pensaban que todo se limitaba a encontrar una fracción de números primos que representara tanto el área de un cuadrado como la de una circunferencia. Más de una vida se malgastó en vanos intentos.

A los banqueros centrales, a los ministros de economía y a los teóricos que justifican sus prácticas les ocurre algo parecido. Han olvidado, si es que llegaron a conocerlos, cuáles son los verdaderos principios de la banca, que en su día mostraron los defensores de la Escuela Bancaria, así como las enseñanzas de los marginalistas, especialmente Menger; y creen que es posible lograr un crecimiento económico con precios estables manipulando adecuadamente los tipos de interés.

Los principios de una banca saneada dentro del patrón oro se podrían resumir en lo siguiente: que las deudas a corto plazo no superen a los ingresos a corto plazo. Para ser más claros, que las deudas a un año, estén más que compensadas activos cuyo vencimiento sea inferior a un año, que las deudas a dos años estén igualmente compensadas por activos que venzan en menos de dos años, y así sucesivamente; a lo que habría que añadir un fondo de maniobra suficiente para atender desembolsos imprevistos. Ni más ni menos que cualquier empresa que tenga que gestionar un fondo de tesorería, sólo que con mayor motivo, puesto que la actividad bancaria consiste precisamente en administrar fondos de tesorería. Y en el negocio bancario todo esto se traduce en lo siguiente: no caer en la tentación de endeudarse a corto plazo (a tipos de interés más bajos) para prestar o invertir a largo plazo (a tipos de interés más altos). En definitiva, se trata de conservar siempre la liquidez.

Pero en un régimen de papel moneda, las cosas son diferentes. A los bancos se les permite permanecer en un estado de iliquidez permanente. Su situación es en cierto modo parecida a la de una empresa que no dispone de suficiente capital para financiar el volumen de sus operaciones y recurre al endeudamiento a corto plazo con sus proveedores. Si sus proveedores no le renuevan constantemente los créditos, la empresa entra en suspensión de pagos o va directamente a la quiebra. La diferencia es que los bancos nunca quiebran si el banco emisor no quiere: éste puede adelantarles la "liquidez" necesaria para tapar sus agujeros, ya que el coste de adquisición de esa liquidez por parte del banco central es cero. En definitiva, el papel moneda prima la insolvencia frente a la rectitud financiera.

Carl Menger mostró cómo los bienes adquieren y pierden su cualidad de dinero. La clave es la liquidez, es decir, un bien está tanto más cerca de ser dinero cuanto mayor sea la cantidad que de él se puede comprar o vender sin que por ello se vea afectado su precio. De las enseñanzas de Menger también se deduce que no existe una distinción nítida entre el dinero y el resto de los bienes. Es posible clasificar los bienes presentes en el mercado de menor a mayor liquidez. En el punto más alto de la escala se encuentra el dinero, algo distanciado del resto de los bienes, pero no tan lejos como para que, en caso de necesidad, el mercado pueda elevar automáticamente a la función monetaria el bien o bienes que le siguen en la escala de liquidez.

De lo anterior se deduce algo muy importante: la teoría cuantitativa del dinero es inadecuada para explicar los fenómenos monetarios, puesto que no puede explicar el aspecto más importante: cómo un bien adquiere o pierde la cualidad monetaria.

2.1 La teoría cuantitativa del dinero

El atractivo de la teoría cuantitativa del dinero reside en tres características. La primera, que aplica la ley de la oferta y la demanda a los fenómenos monetarios. Nadie puede negar, en principio, que si la cantidad ofrecida en el mercado de un determinado bien aumenta súbitamente, su precio necesariamente tiene que descender. La segunda, que no se complica distinguiendo entre dinero-mercancía (el oro) y el papel moneda. Y la tercera, que traza una frontera impermeable entre el dinero y el resto de los bienes, evitando las complicaciones que se derivan de tener en cuenta la liquidez.

La formulación clásica de la teoría cuantitativa del dinero es la siguiente:

M·V=P·Q


Donde M es la masa monetaria, V es la velocidad de circulación, P el nivel de precios y Q volumen de producción física (aunque también es frecuente sustituir Q por T, el volumen de transacciones). La velocidad de circulación, esto es, el número de veces que una unidad monetaria interviene en la financiación de las transacciones, se considera aproximadamente constante, ya que es la expresión de los hábitos de pago en el mercado, los que a su vez dependen principalmente del grado de utilización del mecanismo de compensación bancaria; hábitos que se suponen bastante estables. Como, en principio, es posible conocer la masa monetaria y el nivel de precios, y la velocidad se asume como constante, de la ecuación se deduce que cualquier incremento de la masa monetaria necesariamente ha de repartirse entre un incremento del nivel de precios y un incremento de las transacciones o de la producción física, de tal forma que parece posible establecer una proporción entre el incremento de la masa monetaria y el de los precios.

La parte que corresponda a los precios o a la producción física dependerá de si los recursos productivos de la economía están plenamente utilizados o no. Si lo están, los incrementos de la masa monetaria se traducirán exclusivamente en incrementos de los precios. Si no lo están, la mayor parte del incremento de la masa monetaria se traducirá en incrementos de la producción.

De aquí se deduce que cuando la economía se aproxima al pleno empleo es preciso reducir o dejar de incrementar la masa monetaria (subir los tipos de interés) para garantizar el poder adquisitivo de la moneda. Y al contrario, cuando la economía no se encuentra en situación de pleno empleo, es necesario incrementar la masa monetaria para evitar la deflación y la recesión (bajar los tipos de interés). Simplificando mucho, esta es básicamente la política que siguen la mayoría de los bancos centrales del mundo, incluyendo a la Reserva Federal, al BCE y al Banco Central del Japón.

2.2 Errores de la teoría cuantitativa del dinero

Por desgracia, las cosas no son tan simples. Como ya hemos dicho antes, el precio que paga la teoría cuantitativa por la sencillez y la claridad es ignorar la verdadera naturaleza del dinero, confundiendo éste con papel moneda y crédito. Veamos por qué.

Si bien es cierto que el dinero, como cualquier otro bien, está sujeto a la ley de la oferta y la demanda, también es cierto que no lo está en el mismo grado que el resto de los bienes. La principal cualidad del dinero es la liquidez, o lo que es lo mismo, su capacidad para conservar el valor. La gente elige el dinero para conservar su riqueza precisamente porque es posible adquirir o vender grandes cantidades de él sin que por ello su precio se vea sensiblemente afectado. Naturalmente, esto sólo sucede con el dinero-mercancía, esto es, con el oro y los metales preciosos. El papel moneda tiene una naturaleza distinta. Puesto que sólo es un medio de pago impuesto coercitivamente, la gente lo demanda únicamente cuando es necesario realizar pagos. La función de atesoramiento o conservación de la riqueza la cumplen otros bienes o activos, como son la propiedad inmobiliaria, los títulos valores o las materias primas, incluidos los metales preciosos, los cuales tienen grandes similitudes con la propiedad inmobiliaria, particularmente con las tierras. Cuando el público se encuentra con que sus saldos de papel moneda son excesivos, los transfiere principalmente a estos activos, y la parte restante la dedica al consumo. Por consiguiente, un incremento de la masa monetaria no tiene los mismos efectos si esa masa monetaria se compone de metales preciosos o de papel moneda.

Por otra parte, la distinción rígida que la teoría cuantitativa hace entre dinero y el resto de bienes o activos no se corresponde con la realidad. Un indicio de que esto es así, lo ofrece la dificultad de definir los agregados monetarios que entran en la definición de masa monetaria. Al principio, sólo se consideraban los billetes (M1) y los depósitos a la vista (M2). Después se incluyeron los depósitos a plazo (M3). Como esto no era suficiente, hubo que incluir también los activos del mercado monetario (letras, pagarés, etc.) bajo la denominación ALP (activos líquidos en manos del público). Posteriormente, ALPF (ALP más los fondos de inversión en activos del mercado monetario)... etc. Al final, se tiende a incluir cualquier activo que pueda cumplir funciones de medio de pago... pero existe una gran variedad de ellos. En realidad, la función de medio de pago puede cumplirla casi cualquier bien que no sea perecedero, siempre y cuando su demanda esté lo suficientemente extendida. Es decir, lo que la teoría cuantitativa ignora es que existen muchas más transacciones realizadas mediante trueque de las que nos figuramos. No se tienen en cuenta, por ejemplo, las permutas de activos, los intercambios de servicios, la compensación de saldos, los pagos en especie, etc., tanto más importantes cuanto más alta es la inflación y los tipos de interés del papel moneda. Naturalmente, los cuantitativistas no tienen más remedio que achacar todos estos factores a cambios en la velocidad de circulación, que en principio suponían constante.

Sin embargo, admitir variaciones de la velocidad sin explicarlas convenientemente, o con explicaciones ad hoc, invalida completamente la teoría cuantitativa del dinero. Los cuantitativistas son incapaces de explicar satisfactoriamente fenómenos como la fluctuación del valor del greenback (el papel moneda de los estados de la Unión durante la Guerra de Secesión) en función de las batallas que ganaba o perdía el ejercito de la Unión, sin que la cantidad de billetes sufriera incrementos considerables. Tampoco están en condiciones de explicar la hiperinflación sufrida por el peso filipino emitido por las autoridades japonesas de ocupación, hasta su total pérdida de valor, cuando el general Mac Arthur ocupó Filipinas. La cantidad de pesos emitida tampoco experimentó incrementos dignos de consideración. Atribuir ambos fenómenos a súbitos incrementos la velocidad de circulación (V) hasta el infinito, equivale a reducir la ecuación de cambio (M·V=P·Q) a una mera identidad contable (el valor de lo producido es exactamente igual a lo que se paga por esa producción) carente de contenido teórico; o a una mera indeterminación algebraica, ya que tenemos el infinito en ambos miembros de la ecuación (tanto la velocidad como los precios son infinitos o varían en la misma proporción).

2.3 Confusión entre dinero y deuda. El mito del "bono de compra"

En un patrón metálico la distinción entre dinero y crédito es nítida: los créditos, al vencimiento, hay que reembolsarlos en moneda metálica o en billetes de banco convertibles en metálico a un cambio fijo. En un régimen de papel moneda, el mismo concepto de vencimiento carece de sentido. No es posible liquidar una deuda si no es repudiándola u obligando al acreedor a que conceda un nuevo crédito en peores condiciones que el anterior, esto es, entregándole más papel moneda.

Por otro lado, para que el papel moneda circule es preciso que el público entregue su producción de bienes y servicios a cambio de ese papel. Y para ponerlo en circulación por primera vez es preciso que alguien entregue sus bienes a cambio de nada. Esto es exactamente lo que sucedió cuando los bancos centrales del mundo dejaron de pagar sus deudas en oro representadas por los billetes que emiten. A partir de entonces empezó a circular de nuevo el mito del bono de compra. Es decir, la posesión de un billete de banco ya no es un derecho de cobro contra el emisor de ese billete, sino contra la producción de bienes y servicios de la economía. La deuda anterior, y la que posteriormente se vaya acumulando sobre ésta, se transfiere al resto de los ciudadanos, quienes están obligados por las leyes de curso forzoso a aceptar esos papeles a cambio de su producción, papeles que sólo mantendrán en su poder el tiempo estrictamente necesario, pues nada les garantiza que el emisor de esos papeles no siga emitiendo más para demandar bienes y servicios sin ofrecer nada a cambio.

De ser un bien físico demandado por sí mismo y que no es deuda de nadie, el dinero pasa a ser la deuda de los bancos centrales, de los gobiernos y de las grandes empresas financieras. Su valor ya no depende de criterios objetivos, como el peso o la pureza del metal, sino de la credibilidad del emisor, exactamente igual que le sucede a una empresa en suspensión de pagos. Cuanto mayores sean sus deudas, menores serán las esperanzas de los acreedores de cobrar algún día y menor será el valor de mercado de sus acciones y de sus deudas. Es en este caso cuando la teoría cuantitativa del dinero guarda alguna relación con los hechos de la realidad, aunque hay que señalar que las funciones de medio de pago o transacción y depósito de valor ya no están reunidas en un mismo instrumento. Por eso, la teoría cuantitativa sólo coincide vagamente con los hechos de la realidad cuando se refiere al papel moneda inconvertible exclusivamente como medio de pago.

2.4 Política monetaria en el patrón oro

En un patrón metálico, la única preocupación de los bancos o del banco central es conservar las suficientes reservas metálicas para atender sus compromisos a corto plazo. Como hemos visto antes, la única forma de hacerlo es no endeudarse a corto plazo para invertir o prestar a largo plazo. Por ello, en los tiempos del patrón oro, la cartera de activos a corto plazo que servían de respaldo a los billetes de banco estaba compuesta casi exclusivamente de oro, buenas letras de cambio a no más de tres meses y pagarés de emisores solventes. No existía la preocupación por mantener los precios estables, y ni siquiera se planteaba la posibilidad de impulsar el crecimiento económico con medidas de política monetaria. El suelo de los tipos de interés venía determinado por la preferencia temporal del ahorrador marginal, el soberano del que hemos hablado antes. Y el techo lo fijaban los proyectos de inversión marginalmente menos rentables. La labor de los bancos era hacer de intermediario entre los ahorradores o capitalistas y los empresarios; y sus beneficios procedían de este arbitraje entre el suelo y el techo de los tipos de interés. De este modo, el sistema financiero estaba perfectamente coordinado con la economía real por medio del tipo de interés. Por otra parte, una subida puntual de precios motivada, por ejemplo, por una mala cosecha o una catástrofe natural se veía inmediatamente frenada por la abstinencia de los consumidores, quienes preferían restringir su consumo hasta que los precios volvieran a sus niveles normales, ya que podían confiar en la moneda de oro como refugio.

De vez en cuando se producía alguna crisis comercial, casi siempre a consecuencia del abuso del crédito por parte de uno o unos pocos bancos del sistema que no observaban convenientemente las exigencias de la liquidez. El problema se resolvía con una leve subida de los tipos de interés y unos pocos meses de recesión, los suficientes como para liquidar los excesos de inventarios acumulados al calor de un crédito demasiado barato. Los bancos sufrían leves pérdidas, los menos solventes quizá quebraban, pero al poco tiempo la actividad recobraba su pulso anterior. El oro había cumplido su función de policía financiero con el auxilio del ahorrador soberano, imponiendo una sanción por no respetar los principios de la liquidez. La sanción consistía en unos pocos meses de crisis y liquidación de inventarios.

Fue la I Guerra Mundial la que dio al traste con este maravilloso mecanismo, que fue el principal responsable del impresionante progreso de la civilización occidental en el s. XIX. Los gobernantes europeos, especialmente los alemanes y los austriacos, entraron a saco en las arcas de los bancos centrales, requisaron gran parte del oro y lo emplearon en la financiación del esfuerzo bélico. Al mismo tiempo, suspendieron la convertibilidad de los billetes y declararon su curso forzoso.

Después de la guerra, las cosas ya nunca volvieron a ser como antes. Salvo en EE.UU., que no abandonó el patrón oro estricto hasta 1933, y después en el Reino Unido y Francia, que recobraron más tarde la convertibilidad (aunque por poco tiempo), los gobiernos no mostraron ninguna voluntad por volver a la rectitud monetaria. Se encontraban demasiado cómodos en la nueva situación, donde no era necesario reembolsar las deudas. Siempre podían pagarse con nuevas emisiones que cubrieran el principal más los intereses. El banco central se encargaba de todo.

Sin embargo, las experiencias de la hiperinflaciones alemana, austriaca y húngara moderaron el entusiasmo por el papel moneda durante algún tiempo y enseñaron a los gobernantes y a los banqueros centrales que para administrar un papel moneda era preciso observar cierta rectitud financiera.

Pero aprendieron mal la lección. No atribuyeron las distorsiones de la economía ni la inflación a la falta de convertibilidad de los billetes, sino a su excesiva cantidad.

2.5 Política monetaria con papel moneda

Hayek vio con claridad, ya en los años 20, que no era posible desarrollar una política monetaria objetiva sin el auxilio del coeficiente de reserva metálica. Ni siquiera fue posible en EEUU, país que en todo momento conservó la plena convertibilidad de su moneda con el oro hasta 1933, puesto que la competencia mundial por el oro en la práctica había cesado y la Reserva Federal no corría peligro de perder sus reservas de oro, antes al contrario, recibía constantemente nuevas remesas procedentes de los países que se habían instalado en el papel moneda.

Fue entonces cuando empezaron a desarrollarse los sustitutivos del coeficiente de reserva metálica como guía de la política crediticia: índices de precios, de producción, de empleo, datos sobre acumulación de inventarios, salarios, encuestas sobre expectativas empresariales, sobre confianza de los consumidores, etc. La idea, hoy y entonces, es restringir el crédito (subir los tipos de interés) cuando estos indicadores dan muestras de que la capacidad productiva de la economía está al límite. Y al contrario, relajarlo cuando la actividad económica da muestras de ralentización, manteniendo además el nivel de precios estable.

Sin embargo, esta política adolece de dos graves errores, como más tarde pondría de manifiesto la crisis de 1929. El primero, que la cuestión clave no es tanto si la actividad económica experimenta un auge o una recesión, si la inversión en bienes de capital se incrementa o disminuye, si el desempleo es elevado o reducido, o si los precios son estables (como lo fueron desde 1923 a 1929). Se trata de saber si los recursos productivos la mano de obra y los capitales principalmente están correctamente asignados en función de las preferencias de los consumidores y de los intereses de los ahorradores; es decir, que esos recursos se dirijan a financiar las inversiones en bienes de capital destinados a producir bienes de consumo de acuerdo con las necesidades más urgentes de los consumidores. Y el segundo, que si los recursos productivos no están bien asignados, la única vía de ajuste posible es la liquidación de las inversiones erróneas, incluida la excesiva acumulación de inventarios. Y para ello, los precios de los bienes de capital mal asignados deben descender (incluidos los salarios), así como también deben descender los de los bienes de consumo producidos en exceso e inmovilizados en los almacenes.

Bajo el patrón oro, eran impensables crisis como la de los años 30 o la de los años 70; crisis donde los aspectos que más llaman la atención son la descoordinación generalizada de la economía, la mala asignación de recursos y la aparente incapacidad del mercado para atajar estos problemas. Es cierto que, a primera vista, lo que se observaba en los años treinta eran excesos de capacidad productiva y superproducción. Fueron estos fenómenos los que impulsaron la resurrección de la vieja falacia del subconsumo, revitalizada primero por los americanos Foster y Catchings y popularizada después por Keynes en su Teoría General, cuyos seguidores se preciaban de que éste había refutado la Ley de Say (coordinación espontánea y automática de los mercados). Lo que en realidad sucedía era que los recursos productivos se habían asignado al margen de las preferencias de los consumidores y de la soberanía del ahorrador. Hayek, en Precios y Producción, da las claves para interpretar los fenómenos de los años treinta. Concretamente, las excesivas facilidades crediticias que se producen bajo el papel moneda o bajo un patrón oro imperfecto, hacen creer a los empresarios que existe más ahorro real disponible del que la economía realmente puede ofrecer. Por lo tanto, acometen proyectos de inversión que, en condiciones normales, no hubieran sido rentables. Es decir, asignan recursos a la producción de bienes que no son los más urgentemente demandados por los consumidores. Cuando los bancos empiezan a darse cuenta de que gran parte de su cartera de créditos es incobrable, empiezan a restringir la concesión de nuevos créditos, suben los tipos de interés y sobreviene la crisis. Por eso, en las crisis deflacionistas, es frecuente ver recursos productivos ociosos y grandes acumulaciones de bienes de consumo producidos en función de unas expectativas de demanda erróneas, los cuales deben ser liquidados con pérdida. La inusitada duración de la Gran Depresión tuvo su origen, principalmente, en las medidas que el gobierno de Roosevelt puso en práctica para evitar esa liquidación (salarios mínimos, gasto público, abandono del patrón oro y prohibición de poseer el metal amarillo) cuando era más necesaria. La situación actual de Japón es muy similar a la de EEUU en aquellos años.

También es cierto que, en los setenta, lo que se observaba era todo lo contrario: escasez de productos y de materias primas. Fue entonces cuando surgió la obsesión por el agotamiento de las materias primas y la preocupación maltusiana por el exceso de población. Algunos, como Paul Erlich, se atrevían incluso a fijar fechas para la extinción total de las materias primas y a proponer controles estrictos de natalidad para no agotar los recursos productivos.

Sin embargo, ambos fenómenos tienen su origen en una misma causa: el abuso del crédito bajo un régimen de papel moneda. Pero en el caso de los años 70, quienes se endeudaron en exceso no fueron los empresarios, sino los gobiernos, inspirados en las doctrinas de Keynes. Puestos a elegir entre excesos de endeudamiento, siempre es preferible el endeudamiento empresarial, ya que, de una forma u otra, esos créditos se dedican a la producción de bienes y servicios, aunque no precisamente los que el consumidor demanda con más intensidad. El endeudamiento público rara vez se canaliza hacia verdaderas actividades productivas. Su objetivo es el gasto. Ya hemos mencionado anteriormente que emitir papel moneda equivale a demandar sin ofrecer nada a cambio, es decir, en román paladino equivale a robar o saquear. El saqueo produce escasez, y la escasez, subidas de precios. Y cuanto mayor es el saqueo, más rápida es la subida de precios. Los gastos de las guerras de Corea y Vietnam, así como los de los programas sociales del gobierno de Johnson, hicieron saltar por los aires la única conexión que a las finanzas mundiales les quedaba con el oro. EEUU suspendió la convertibilidad-oro del dólar en 1971. A partir de ese momento, todos los que atesoraban dólares, tomaron posiciones en metales preciosos y materias primas como mejor forma de conservar el valor. Esta es principal razón de la famosa crisis del petróleo y de las materias primas en los años 70. Naturalmente, los gobiernos del mundo, con EEUU a la cabeza, prefirieron culpar a los jeques árabes y a la OPEP de un problema que ellos mismos habían creado; y se lanzaron a imponer controles de precios y a maldecir a los especuladores. Pero lo que más llamaba la atención era la coexistencia de una inflación de dos dígitos con el estancamiento económico. Se dijo que era un nuevo tipo de crisis que los manuales de Economía no habían previsto. Sin embargo, la crisis de los 70 no fue en esencia distinta de las anteriores, si es que estamos dispuestos a admitir que el petróleo, el oro las materias primas y la propiedad inmobiliaria adquirieron de pronto cualidades monetarias en detrimento del dólar. No es difícil darse cuenta de que los precios de los bienes, medidos por ejemplo en oro o petróleo, descendieron sensiblemente; y no cesaron de descender hasta que Reagan decidió acabar con los controles de precios y volver a la rectitud financiera, lo que devolvió la credibilidad al dólar y la confianza al sistema financiero mundial. Sin embargo, no hay que olvidar que el dólar, si se mide con referencia al oro, ha perdido casi el 90% de su valor (en los peores momentos, llegó a perder un 97%).

3. Conclusiones

El pasado siglo XX está plagado de experimentos directamente orientados a sustituir al individuo y el mercado por el estado y la planificación. Desde las versiones más cruentas del comunismo (cuyo dogma era la planificación centralizada), pasando por el dirigismo económico del nazismo y el intervencionismo fascista, hasta las versiones más suaves de la socialdemocracia, todos creyeron posible sustituir al individuo y al mercado por un sistema de ecuaciones o por series estadísticas. Y todos esos intentos, desde los más cruentos hasta los menos intolerables, han cosechado estrepitosos fracasos. El mercado es el único instrumento que permite conocer cuales son las preferencias de los ahorradores y de los consumidores.

Los bancos centrales han usurpado el papel del mercado en la esfera monetaria. Carecen de criterios objetivos para fijar tanto el precio de la liquidez como el del alquiler del capital. Se encuentran en la misma situación que los planificadores de las antiguas economías de los países del socialismo real. Al igual que los planificadores, creen que la información dispersa que cada agente posee acerca de sus planes y de su parcela concreta del mercado puede condensarse en números índices o representarse con aparato matemático. Por otra parte, ignoran que en cuestiones monetarias, lo que importa no es la cantidad, sino la calidad, máxime cuando se trata de monedas basadas en el crédito; y que la cantidad excesiva de medios de pago no es la causa de la inflación, sino una de sus consecuencias, si por inflación se entiende lo que debe entenderse, esto es, abuso del crédito.

Tras un siglo de colectivismo, el mercado vuelve a ser el principio rector de la actividad económica. El dirigismo económico ha caído en el descrédito. Es más, en los países occidentales se han creado instituciones para vigilar el grado de competencia de los mercados ¾si bien inspiradas en un criterio erróneo, el número de participantes, en lugar de regirse por el principio de libertad de entrada y salida del mercado. Sin embargo, el mercado no ha llegado aún a la esfera monetaria. Es cierto que los bancos y las instituciones financieras compiten entre sí para captar pasivos y conceder créditos, pero son los bancos centrales los que marcan el precio de la liquidez y del crédito en sus líneas generales.

Los bancos centrales son el último residuo de esa era de colectivismo, y probablemente el más resistente a la eliminación. Puede que esto se deba a lo intrincado de los problemas monetarios, cuyo estudio requiere grandes dosis de tiempo, paciencia, lecturas, y meditación; que sólo acometerán quienes tengan un vivo interés e inquietud por estos temas. Y por desgracia, no es precisamente una gran mayoría la que se interesa por ellos.

Sin embargo, el futuro de la civilización depende de una correcta comprensión de los fenómenos monetarios. Hoy vivimos un periodo de relativa prosperidad y calma. El dólar de papel parece haberse convertido en el patrón monetario mundial. Aunque más exacto sería decir que Alan Greenspan se ha convertido en el patrón monetario mundial. Pero ni siquiera la extraordinaria pericia y sabiduría de Alan Greenspan (en su juventud defensor a ultranza del patrón oro como garantía de la libertad individual) puede obrar el milagro de convertir las piedras en pan, las deudas en riqueza o el papel en oro. Por nuestro propio bien, deseémosle una larga vida. Quizá recapacite y decida retomar los planteamientos de su juventud.

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