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Ricardo Ruiz de la Serna

Un genocidio premonitorio

El Genocidio armenio prefigura, como en un estado inicial pero ya devastador, el espanto de los totalitarismos de nuestro tiempo.

El Genocidio armenio prefigura, como en un estado inicial pero ya devastador, el espanto de los totalitarismos de nuestro tiempo.
Wikipedia

En noviembre de 1933, el novelista Franz Werfel (1890-1945), nacido en Praga en el seno de una familia judía, publicó una novela llamada a convertirse en una obra de culto. Me refiero a Los cuarenta días de Musa Dagh. El editor era S. Fischer Verlag, la firma fundada por Samuel Fischer, judío húngaro de cultura alemana, en cuyo catálogo brillaba, por ejemplo, Thomas Mann. Los nazis habían llegado al poder en enero de aquel año. En abril, ya habían lanzado el famoso boicot a los comercios judíos. El libro de Werfel era inquietante y, de algún modo, premonitorio.

Los cuarenta días de Musa Dagh narraba uno de los episodios de resistencia durante el Genocidio armenio: un puñado de armenios resistieron en el Musa Dagh, la Montaña de Moisés, en la actual provincia turca de Hatay, el asedio de las tropas otomanas entre julio y septiembre de 1915. La novela narraba el proceso que había conducido al exterminio: la exclusión de los armenios del cuerpo social, las confiscaciones y deportaciones, las matanzas… Todo aquello resultaba terrorífico y familiar a los judíos alemanes y, más en general, a los demócratas y a todos los que trataban de oponerse a Hitler y al formidable poder del Estado nazi.

La novela se convirtió en una lectura frecuente entre los jóvenes sionistas de toda Europa Central y Oriental. Era habitual, por ejemplo, encontrar entre sus lectores a los militantes de Hashomer Hatzair, el movimiento sionista fundado en Polonia en 1913. Su influencia llegó hasta el Yishuv. Durante el Holocausto, el libro fue muy popular entre los resistentes de los guetos. Haika Grossman, líder sionista, partisana y combatiente en el alzamiento del gueto de Białystok, contaba que el libro "pasaba de mano en mano" y que "los armenios fueron muertos por hambre, a tiros, ahogados, torturados hasta el límite. Comparábamos nuestro destino con el suyo, la indiferencia del mundo hacia su sufrimiento y el completo abandono de la pobre gente en manos de un régimen bárbaro, tiránico".

En efecto, el Genocidio Armenio, que Los cuarenta días de Musa Dagh refleja, anticipa el horror de los regímenes totalitarios de la edad contemporánea. A través del proceso de destrucción de los armenios del Imperio otomano a manos del régimen de los Jóvenes Turcos entre 1915 y 1922 —aunque algunos historiadores se remontan a 1914 y otros prolongan el periodo hasta 1923— asistimos a los pasos que, años después, darían los comunistas, los fascistas, los nazis y todos los regímenes totalitarios hasta la actualidad. Por supuesto, hay diferencias según el momento del siglo XX en que detengamos la mirada. Los recursos económicos del Estado, los medios tecnológicos o la situación internacional variaron a lo largo del tiempo. Sin embargo, hay pautas comunes que podemos identificar desde la necesaria utilización de la administración y la burocracia, pasando por la creación de un marco jurídico ad hoc, hasta la coexistencia de instrucciones públicas con órdenes secretas tendentes a asegurar la impunidad de las conductas.

Así, las leyes de 1915, que confiscaron las propiedades armenias so pretexto de protegerlas, evocan las sucesivas expropiaciones, confiscaciones y desposesiones forzadas practicadas en la URSS, en el III Reich y en las demás tiranías contemporáneas. Un grupo empobrecido, cuyos miembros carecen de medios de vida, posesiones y propiedades, es vulnerable ante el poder del Estado, que no hace sino crecer gracias a la administración civil y militar. En su Diccionario de adioses, Gabriel Albiac vio que "El nazismo no es sino la forma administrativamente centralizada —esto es, socialista— del nacionalismo". Algo de esto podemos ver en la ejecución de este exterminio.

Las deportaciones de los armenios hacia los desiertos de Siria combinaron el transporte ferroviario, sujeto a las necesidades de los desplazamientos de tropas, con las marchas a pie en condiciones infrahumanas. La privación de agua y alimento, la exposición a los elementos y el asesinato a las afueras de los pueblos son algunas de las tácticas que los otomanos emplearon y que, después, encontraremos repetidas una y otra vez allí donde los comunistas y los nazis llegaron al poder.

La detención masiva de los intelectuales armenios de Constantinopla el 24 de abril de 1915, el encarcelamiento, la deportación y aun la muerte de muchos de ellos nos evocan, por ejemplo, la Sonderaktion Krakau, la detención y encarcelamiento de los profesores y académicos de la Universidad Jaguelónica de Cracovia el 6 de noviembre de 1939. El régimen de los Jóvenes Turcos no pretendía destruir sólo los cuerpos de los armenios, sino eliminar su cultura y su memoria. El nacionalismo que los inspiraba, cuyas fuentes se remontan, entre otras, al nacionalismo, el panturanismo, el panturquismo, y el pensamiento racista de finales del siglo XIX, veía a los armenios como un cuerpo extraño en el organismo político que debía ser extirpado. Encontraremos ecos de estas ideas en todos los discursos totalitarios del siglo XX.

El uso del hambre para destruir a la población, que los comunistas soviéticos emplearon contra los ucranianos en el Holodomor y los nazis contra los judíos en los guetos y los campos, sirvió también para diezmar a los armenios en los desiertos. Todo el siglo XX está atravesado por las marchas a pie y la privación de agua y alimentos como forma de exterminio.

Así, el Genocidio armenio prefigura, como en un estado inicial pero ya devastador, el espanto de los totalitarismos de nuestro tiempo. En la literatura Izkor, que recordaba el espanto del Holocausto, o en algunos de los clásicos sobre el Gulag —pienso ahora en los Cuentos de Kolimá, de Shalamov, o en el escalofriante Archipiélago Gulag, de Solzhenitsyn— encontramos elementos que el Genocidio Armenio anticipaba; por ejemplo, la voluntad de resistencia, el deber de memoria, la conciencia lúcida de la injusticia padecida.

Los cuarenta días de Musa Dagh devino un libro de culto y una novela iniciática y clarividente. En sus páginas, la resistencia armenia inspiró momentos inolvidables de dignidad y heroísmo tanto durante la II Guerra Mundial como en las décadas posteriores. En torno a los armenios se pretendió erigir un muro de silencio. El genocidio quedó, en buena medida, impune. A la impunidad, se sumaron la negación o el silencio. Sin embargo, los armenios no olvidaron. Allí donde pudieron, en la diáspora, se siguió recordando a las víctimas. La lucha de los armenios por el reconocimiento y la conmemoración en la Unión Soviética fue admirable. El libro, escrito por un judío nacido en Praga y huido de Europa, se sumó a los libros, las cartas y los testimonios de los armenios de todo el mundo. Sus páginas siguen describiendo, hoy, el horror del genocidio y la grandeza de la resistencia.

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