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Rafael L. Bardají

11-S 2022: del horror al olvido

Si el 11S nos parece algo muy lejano se debe en parte a la extensión del pensamiento 'woke', que todo lo explica y justifica si es antioccidental.

Si el 11S nos parece algo muy lejano se debe en parte a la extensión del pensamiento 'woke', que todo lo explica y justifica si es antioccidental.
Imagen de Nueva York tomada tras los atentados del 11S | Cordon Press

En el pasadizo subterráneo que va de lo que era el sótano de la torre norte a la sur y que hoy es un elemento esencial del museo del 11S, construido en las ruinas de la Torres Gemelas en Nueva York, hay un colorido y enorme mural con una cita de Virgilio: "No habrá día que te borre de la memoria del tiempo". De hecho, no olvidar nunca fue el lema y el espíritu con el que se levantó el memorial a las víctimas del 11-S, se abrió el museo y se rehízo por completo toda la zona cero, con la Freedom Tower a la cabeza.

En septiembre del 2021, con el Covid todavía bien presente, la celebración del veinte aniversario de aquellos ataques de Al Qaeda que cambiaron por completo la imagen que teníamos del mundo quedó deslavazada y fría. Lamentablemente el aniversario de este año ha pasado del todo desapercibido, con la prensa mundial dedicada a loar a la fallecida reina Isabel II de Inglaterra.

Sin duda que parte de esta desatención se debe a la fatiga de tantos años de guerra contra el terror. Y, sobre todo, cuando sus campos de batalla más visibles y comprensibles, Irak y Afganistán se han saldado con nada que se le parezca a la concepción de victoria que tenemos. De hecho, la precipitada salida americana de Afganistán decretada por la administración Biden el verano pasado se pareció más a un a huida que a una retirada, con la imagen de aquel helicóptero en el techo de la embajada estadounidense en Saigón, evacuando al personal ante el avance del Vietcong. Y, sin embargo, la guerra prosigue de manera menos visible, mediante una inteligencia dedicada a escarbar, localizar a los dirigentes de Al Qaeda y otros grupos islamistas, como el Estado Islámico, y eliminarlos gracias a las mortíferas tecnologías de los drones de ataque. La última prueba fue la identificación y eliminación del sucesor de Bin Laden al frente de Al Qaeda, el doctor Ayman Al Zawahiri, el pasado 31 de julio, en su casa de Kabul mientras tomaba tranquilamente el aire en un balcón. Meses antes, en febrero, el líder del Estado Islámico fue abatido por las fuerzas especiales americanas en Idlib, Siria, en lo que continúa siendo la operación de degradación y destrucción del grupo terrorista que en 2014 se apoderó de buena parte de Siria e Irak y declaró el nuevo Califato.

Quizá la división a muerte entre Al Qaeda y el Estados Islámico haya podido contribuir también al desgaste acelerado del 11S. Tras la muerte de Bin Laden en 2011, Al Qaeda no sólo queda descabezada, sino que es incapaz de reagruparse operativamente, acosada por las acciones de la coalición contra el terrorismo. La amenaza islamista se traslada al brutal Estado Islámico que con sus decapitaciones televisadas copan la atención mundial. Es más, su estilo de actuación resulta más sencillo para terroristas con poco entrenamiento hoy, sin estructuras de apoyo para una gran operación como la del 11S, pero no por eso menos aterrorizadoras. En Europa se suceden los atentados: primero Charlie Hebdo; el aeropuerto de Bruselas; luego la discoteca Bataclán; las Ramblas en Barcelona; el mercado Navideño de Berlín… el Estado Islámico logrará algo que Al Qaeda nunca pudo hacer: inspirar una rápida radicalización en jóvenes musulmanes que pasan del trapicheo a la oración ciega y a atropellar a inocentes viandantes o a acuchillar a quien se cruce en su camino.

En 2020, con una Al Qaeda luchando por sobrevivir y un Estado Islámico expulsado de Irak y con un control más reducido del territorio sirio que ocupaba, el Covid, sorprendentemente, vino a darnos a los occidentales un respiro del yihadismo. El EI llegó a comunicar a sus militantes que se abstuvieran de viajar a Europa en marzo de ese año, cuando la pandemia parecía que se iba a llevar por delante a buena parte de la población de Italia y España. Y aunque los yihadistas siguen estando entre nosotros o llegan de nuevo a nuestras playas, entremezclados con los inmigrantes ilegales, las fuerzas de seguridad del Estado han sido capaces de identificar a buena parte y frustrar sus planes para volver a atentar en nuestro suelo y en Europa. Ahí quedan, por poner dos ejemplos, las detenciones en agosto de dos yihadistas provenientes de Siria a través de los Balcanes o la más reciente, hace unos días, en Alcalá de Henares, de otro terrorista que se había colado en un antiguo polvorín del Ejército.

Esto es, la amenaza del yihadismo no se ha evaporado. Al contrario. El fenómeno de la radicalización sigue funcionando perfectamente y es una pura cuestión matemática que a mayor número de jóvenes expuestos a las ideas salafistas, mayor la probabilidad de que alguno elija el camino de su peculiar guerra santa.

No obstante, la percepción que tenemos de la amenaza yihadista ha cambiado drásticamente en los últimos años. Si el 11S nos parece ya algo muy lejano se debe en parte a la extensión del buenismo y, sobre todo, eso que se llama el pensamiento woke que todo lo explica y justifica si es antioccidental: el terror surge y se manifiesta por culpa nuestra y los agravios que hemos impuesto en gran parte del mundo. Justo lo contrario que nos enseñó el 11S: que nos atacaban no por lo que habíamos hecho, sino por lo que éramos, sociedades seculares y libres.

Y buena parte de responsabilidad en esta deformación histórica la tienen nuestros dirigentes. La izquierda siempre será antioccidental y anticapitalista, esclava como es de sus fantasmas. Pero la derecha que se niega a dar la batalla de las ideas, que no ve motivo de preocupación en la apertura de las fronteras y en la inmigración ilegal descontrolada, que abraza irresponsablemente el multiculturalismo, está también minando nuestra supervivencia. La actual administración americana ve en el supremacismo blanco la principal amenaza terrorista y eso explica que en el Congreso no se haya dedicado ninguna investigación o audiencia a la amenaza yihadista en los últimos meses. En contra de lo que piensa, todo hay que decirlo, el director de la comunidad de inteligencia (no confundir con la CIA).

Yo he tenido la oportunidad de volver a visitar el memorial y el museo del 11S hace unos pocos días, porque yo no olvido. Para mi espanto, he podido comprobar el grado de infección del buenismo: en lugar del "Never Forget", ahora el lema era "El amor es más fuerte que el odio". Desgraciadamente, el hipismo, el buenismo y el wokecomunismo no cala en los yihadistas, para quienes el odio sigue siendo el motor de la historia. Nuestro olvido es el camino más seguro y rápido para que el islamismo nos vuelva a golpear mortalmente.

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