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Filosofía para distraídos: Juan Nuño y Alejandro Rossi

Estamos ante dos filósofos, extremadamente inteligentes, o sea irónicos, a la hora de utilizar la crítica cultural como crítica política.

Estamos ante dos filósofos, extremadamente inteligentes, o sea irónicos, a la hora de utilizar la crítica cultural como crítica política.
Diosa Atenea | Archivo

Este artículo se fija en algunos asuntos que comparten estos dos filósofos. Creo que sus mayores aportaciones a la filosofía en lengua española debe integrarse en la tradición que concibe antes el saber filosófico como una experiencia vital que como una doctrina sistemática. La actividad filosófica, la energia, es más importante que el ergon, el resultado. Son dos ejemplares ciudadanos de la República Escéptica de las Letras. Los dos inventaron una literatura para alojar las suyas. Sus obras son genuinas filosofías literarias o literaturas filosóficas. Sus fuentes principales son hispánicas, aunque manejaron con soltura las contribuciones de la lógica y la filosofía del lenguaje del mundo germánico y anglosajón, eso que algunos han llamado el giro o filosofía analítica del siglo XX, que volvió a poner de moda el gran debate del Crátilo, de Platón, en torno a la naturalidad o convencionalidad de las palabras. ¿Acaso sea verdad que todo problema filosófico es solo una cuestión de lenguaje…? ¡Quién sabe!

Sin caer en actitudes reductoras de lo real a lo nominal, supieron desde sus inicios que la Filosofía no es cosa mejor que un saber ignorar a tiempo y a confesar, como decía Menéndez Pelayo, razonadamente esta docta ignorancia. Practicaron durante su vida la filosofía como ars nesciendi; y, a veces, lo hicieron con tanta y calculada modestia que más parecía, como observara don Marcelino en los grandes filósofos españoles del Renacimiento, disimulaciones de soberbia. Soberbios en todos los sentidos fueron estos dos personajes. Soberbias son sus obras para quienes quieran filosofar sin ser rehenes de escuela alguna, aunque ninguno de los dos pudo zafarse, por fortuna, de la tradición vitalista. Fueron dos hombres libres. Sus obras así lo acreditan. Juan Nuño y Alejandro Rossi eran íntimos amigos, el primero nació en Madrid (1927-1995) y el segundo en Florencia (1932-2009), formaban parte de la misma generación y compartían gustos literarios y filosóficos. Consideraron a Borges un modelo literario. El libro de Nuño sobre la filosofía en Borges, aunque el título es La filosofía de Borges, está dedicado a Alejandro Rossi.

A Nuño le dirigió su tesis doctoral Juan David García Bacca, en Caracas, y José Gaos, en México, marcó los destinos intelectuales de Rossi. Sencillez en el trato, rigurosidad en el trabajo y sobre todo honradez intelectual en todo cuanto se haga o se emprenda fueron las principales lecciones, según declara Nuño, que aprendió del filósofo navarro ("Homenaje a Juan David García Bacca. Mis recuerdos del´viejo'", en Episteme, nº13, 119). El estilo filosófico fue también para Rossi el legado más grande que recibió de su maestro Gaos: "Nos legó un ejemplo incomparable de obsesión filosófica, de tenacidad y profesionalismo (…). La obra de un filósofo no se mide únicamente por la importancia y la eventual continuación de sus temas, sino también por habernos mostrado, como él lo hizo, lo que en verdad es la actividad filosófica." (Manual del distraído, 119 y 121). La filosofía es una forma de vida o no es. Es una obviedad que Nuño y Rossi son hijos filosóficos de dos exiliados del 39 español que, a su vez, fueron herederos directos de la gran herencia de Ortega.

Juan David García Bacca y José Gaos administraron, cada uno a su manera, genialmente esa herencia que no era otra que hacer de la filosofía un asunto carnal. García Bacca fue preciso y claro a la hora de fijar la cuenta que debía pagar la entera filosofía occidental al descubrimiento de Ortega: "Los enemigos específicos que odian a Ortega y Gasset y a su peculiarísima manera de filosofar, sienten inquina hacia él porque es un sistema con carne: de carne viviente seductora, graciosamente esplendorosa, incitante y tentadora cual la de mujer más bella.

Filosofía de la vida es el tipo de filosofía más enemiga y terrible que al tipo de filosofar con alma intelectiva con Razón pura y aun con Razón histórica le acaba de salir en el área de la filosofía occidental. Y su máximo paladín, aunque no se lo haya reconocido justicieramente hasta ahora, es nuestro Ortega y Gasset.

No es menester decir que ciertos filósofos no ven en él más que una tentación a evitar, y el miedo íntimo, inconfesable para ellos mismos, de ser tentados, de caer en ese tipo maravilloso de filosofar, que es hacerlo con vida, con carne, hace que no vean nada, que pierdan la cabeza -como dicen, y es verdad, sucede a los que domina el miedo." (Nueve grande filósofos contemporáneos y sus temas, 291).

Nuño y Rossi lejos de evitar la tentación carnal de Ortega la cultivaron con delectación y alegría, incluso criticaron la ilusión, o mejor dicho, la obsesión de Ortega por el genus dicendi sistemático. Lo mejor de Ortega, dicho con Rossi, es la charla cálida que tiene su prosa. Era y es necesario seguir esa charla y olvidar que la filosofía es una ciencia sistemática: "Por el contrario", razona Rossi, "yo creo que la filosofía es una disciplina ´desenfrenada', quiero decir, que carece de límites claros. De pronto es una reflexión sobre la ciencia y de pronto es un análisis sobre el concepto de ´amistad'. A veces es la invención de una supuesta prueba de la existencia divina y a veces es el intento obsesivo por probar que la mesa de enfrente en efecto está allí. La gloria de la filosofía es, precisamente, que no tiene tema, que se entromete en todo. Nadie sabe muy bien qué es, cambia máscaras continuamente, pero no desaparece. Es también desenfrenada y extravagante en su forma." ( "Lenguaje y filosofía en Ortega", en José Ortega y Gasset, 38).

El genus dicendi sistemático es, pues, una de las tantas caretas que se ha puesto la filosofía. Es menester quitársela. Eso es, exactamente, lo que prueban las obras de estos dos autores que llevan a Ortega dónde éste no había sospechado. Hacen más grande y esplendoroso aquello que torturaba a Ortega: su cálida charla. Y, sin duda alguna, para llevar a cabo esa operación recurrieron a Borges. En cierto sentido, Nuño y Rossi fueron más allá de Ortega o, al menos, pretendieron situarse en un camino diferente, a saber, la filosofía como literatura. Creo que Ortega nunca quiso pisar, o peor, le costó comprender el significado de la literatura como racionalidad pública. La literatura, como el arte de la conversación, es un arte civil. Imprescindible para elevar el nivel de la República de las Letras. Y absolutamente necesaria para la República Política. Quizá esa sea la principal aportación de estos dos filósofos a la historia de la filosofía española contemporánea.

Manual del distraído, La fábula de las regiones y su novela Edén. Vida imaginada son tres obras clave de Rossi para entrar en las ideas, o mejor, en su filosofía literaria o literatura filosófica. Juan Nuño, según Rossi, escribió un libro extraordinario, seguramente el mejor, sobre La filosofía de Borges. Los mitos filosóficos, El pensamiento de Platón y Los ensayos polémicos son también libros fundamentales para hacernos idea de porqué escribe literatura un filósofo. Tiendo a pensar que estos dos personajes amaban sobre todos las cosas la urbanidad del genuino diálogo y detestaban a los filósofos que reducían a sus interlocutores a mero pretexto para lanzar monólogos. No querían públicos a los que adoctrinar sino a compañeros para llevar a cabo un viaje feliz. Quizá por eso preferían a Borges y se alejaban de Heidegger. Siempre fueron pensadores políticamente incorrectos. Libres.

Estamos ante dos filósofos, extremadamente inteligentes, o sea irónicos, a la hora de utilizar la crítica cultural como crítica política. Y, sobre todo, escépticos. No se casan con nadie. Van a contracorriente. Son pensadores genuinos. Tipos sinceros dispuestos a defender en cualquier espacio público la carnalidad de Ortega, o sea, que "a la buena filosofía se llega siempre desde problemas no filosóficos. El resto es el laberinto profesoral. La lección de Ortega está viva." (Ibidem, 40).

La vida en estos pensadores es inseparable de su filosofía y viceversa. No sé si llamarle a esa actitud coherencia o vivir con dignidad. Un ejemplo de esa coherencia filosófica y vital es la cita final del texto de Nuño en su homenaje a García Bacca. Merece la pena transcribirla de nuevo tal y como lo hizo Nuño: "Son unos cortos pasajes de una carta recibida hace poco de una persona, muy, pero que muy allegada a mí, que también conoció a García Bacca por mi intermedio, y que al enterarse de su fallecimiento tuvo esta reacción: Lo del "viejo", como siempre le llamásteis y me acostumbré a pensarle, me ha dejado triste. He recordado instantáneamente, con la frescura que suelen tener los recuerdos intocados, por lo poco frecuentados, una mañana o tarde -eso no lo recuerdo- en una vaga y desdibujada quinta en que él vivía cuando yo debía tener algo así como cinco años. A lo peor se trata de un freudiano "souvenir écran", y resulta que era yo mayor. Pero recordé, gratamente, esas manos curiales que tú evocas, reposando largas y nerviosas, en los brazos de un sillón, mientras yo, como siempre hipnotizada por la charla incomprensible y adulta que me rodeaba, te miraba sin verte desde sus rodillas, en las que me había sentado paternalmente.

Otro recuerdo vino enseguida a confirmar la apacible sensación del primero: ya mayorcita, una mañana -ahora sí, pecado de la edad que nos hace creer con superstición en las arbitrariedades del tiempo, recuerdo el momento --fuimos tú y yo a verle a su piso de Cumbres de Curumo. Allí nos recibió, en una amplia terraza, miniaturizada por un inmenso tablón o mesa cubierta de espesos tomos sin encuadernar aún. Aquello era su Platón. Creo que fuiste a eso precisamente, a charlar con él de su publicación, todavía imprecisa . O quizá fuera ese el tema que se impuso, y tú ías querido tan solo visitarlo y saber de l. El caso es que recordé sobre todo un momento de nuestra visita, en que el "viejo", como siempre sumido en lo suyo y queriendo compartir lo propio con extraños, nos preguntó si nos apetecía un yogur, no se cortó un punto ante nuestra negativa y procedió a consumir uno ante nosotros. Mientras, seguía hablando de aquella obra excesiva y del porqué etimológico de los extraños arcaísmos que la plagaban. También del paraíso que, gracias a su hija, había descubierto en un perdido valle de Ecuador, tan perdido que me hizo pensar -recuerdo eso, que lo pensentonces- en la región misteriosa que describe Wells en su cuento Parábola sobre la tierra de los ciegos (…).

De todas las personas que hasta el sol de hoy he conocido, creo que es el más extraordinario. Ambos recuerdos, sumados a lo que de él supe por vosotros, me han dejado la noción de un ser aparte, que, siendo radicalmente distinto de los demás, sin embargo encarnaba algo a lo que todos secretamente aspiramos. No la sabiduría de pacotilla, ni el conocimiento o la inteligencia, sino la rectitud y la coherencia con un par, quizá no más, de convicciones que aquel hombre, sin proponrselo, hacía patente en los gestos aparentemente más insignificantes. No pretendo idealizarlo: supongo que, como cada quien, habrá sido capaz de mezquindades y cegueras. Pero intuyo, sobre la base de esas pruebas subjetivas, muy endebles pero tenaces, que l encarnaba algo que se parece a un ideal, y que no poco tiene que ver con España. O mejor dicho, con lo mejor que puede ofrecer España, que es a la vez mucho y muy poco, visto el escaso número de individuos en que ese ha encarnado y encarna.'

Con el más irrebatible de los orgullos, me complace revelar que la autora de esas líneas, que expresan mejor nadie o nada el ser esencial de Juan David García es mi hija, Ana Nuño."

Coda.

Ana Nuño, excelente periodista y escritora, escribió un magnífico estudio introductorio, en la edición que el Fondo de Cultura Económica de la obra de Juan Nuño: El pensamiento de Platón. Esta introducción se recoge ahora como prólogo de la edición digital de Ensayos polémicos.

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