
Desde el jueves, la política norteamericana se ha vuelto todavía más absurda e impredecible de lo que es habitual bajo la égida de ese orate que es Trump. El presidente y su principal aliado, el hombre más rico del planeta, pasaron de la noche a la mañana de ser uña y carne a amenazarse como si fuesen gallos de pelea hasta arriba de ketamina y cocaína. Trump, con cortar a Musk los fondos gubernamentales a sus empresas, además muy reguladas por el Estado. Musk, con fundar un partido político, insinuar que Trump es un pederasta violador a la vera de Jeffrey Epstein y afirmar que es un cáncer económico a través de un presupuesto estatal desmesurado. Se rumorea que Musk y Scott Bessent, el ministro trumpiano de economía, llegaron a las manos por quítame allá unos aranceles y Bannon, el intelectual de la ultraderecha norteamericana, propone deportar al empresario sudafricano que se gastó millones de dólares para llevar a toda la troupe trumpiana a la Casa Blanca. Pero tras este ruido mediático de dos narcisistas infantiloides degradando el espacio público político, social y económico, hay unas profundas corrientes de ideas y cosmovisiones que ahora han chocado.