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Jesús Laínz

Visca Cuba lliure!

Para miles de catalanes, tras el Desastre de 1898 Cuba había pasado de ser la odiada provincia separatista a un referente envidiado.

Para miles de catalanes, tras el Desastre de 1898 Cuba había pasado de ser la odiada provincia separatista a un referente envidiado.

Si Cervera y Montojo no hubieran hecho el ridículo en Santiago y Cavite, hoy no habría separatismos en España. La cosa es así de sencilla. Pues sin el derrumbamiento estrepitoso de los restos del otrora inmenso imperio español en el mismo momento en el que los demás países de la Europa occidental construían los suyos, las reivindicaciones descentralizadoras y la recuperación de las lenguas regionales jamás habrían desembocado en el ansia de separación. Así lo confesarían más tarde los dirigentes de los movimientos separatistas de todas las regiones españolas donde surgieron: sin el abrumador desprestigio de España por el Desastre del 98, los separatistas habrían seguido siendo los mismos cuatro alucinados resentidos a los que nadie había hecho caso hasta aquel momento.

Para muchos miles de catalanes, sobre todo los encuadrados en la burguesía industrial, de la noche a la mañana Cuba había pasado de ser la odiada provincia separatista, traidora a España, a la que no había que conceder ni una pizca de autonomía, a modelo envidiado de la autonomía, e incluso de la secesión, que comenzaron a desear para Cataluña. Pero hasta aquel trágico momento los únicos que se habían alegrado de los éxitos de los separatistas cubanos habían sido los muy escasos militantes catalanistas.

Francesc Cambó recordaría en sus memorias que "todos los catalanistas tenían una clara posición sobre la guerra de Cuba: la simpatía por los insurrectos alzados contra la soberanía española". La prensa catalanista lo demostraría sin disimulo, sobre todo una vez perdidas las provincias de ultramar. Por ejemplo, el diario nacionalista reusense Lo Somatent consideró que, debido a lo sucedido en aquel trágico 1898, comenzaba a brillar "el alba de un nuevo día para Cataluña". Y el columnista Daniel Roig i Pruna, para celebrar el once de septiembre de aquel año, declaró: "De los onces de septiembre de mi vida, éste es el más esperanzador, es el alba más radiante de Cataluña, porque España ha sido derrotada por su culpa y el Estado español pierde el equilibrio; es decir, todo beneficia a Cataluña. ¡Catalanes: la sangre de nuestros bisabuelos clama venganza! Ya que hoy todos los vientos favorecen a Cataluña, ¡no queremos pasar más años siendo esclavos!". Este mismo autor despidió el año publicando un artículo el 31 de diciembre, esta vez en La Nació Catalana, en el que insistió:

Es tanto mi amor por el año que termina que así como nuestros abuelos en las tardes de invierno nos contaban las gestas del año ocho, yo, cuando sea viejo y vea a mi Patria liberada de sus cadenas, recordaré este año a mis nietos como uno de los que el carro del progreso más caminó en la vía de nuestra libertad.

El semanario La Tralla, por su parte, dedicó en 1905 un número especial a la neonata república cubana porque

en estos tiempos en que los grandes Estados parecen amenazar constantemente la personalidad de las pequeñas nacionalidades, es un hecho remarcable el de la consecución de la independencia de Cuba, tantos años sometida al yugo del mismo Estado que gobierna a Cataluña.

Esta cubanofilia catalanista acabaría desembocando años después en la señera con el triángulo azul y la estrella, inspirada en la bandera de la República de Cuba y consagrada en la Constitució Provisional de la República Catalana –papel mojado pero de gran carga simbólica para el catalanismo–, redactada por Francesc Macià en la Assemblea Constituent del Separatisme Català celebrada, precisamente en La Habana, en 1928.

No por casualidad el principal redactor de dicha constitución fue Josep Conangla i Fontanilles, gran patriarca del catalanismo en Cuba, donde moriría en 1965 tras haber convertido el Centro Catalán de la Habana, fundado por los españolísimos catalanes de Cuba en 1882, en una entidad difusora del separatismo y haber sido delegado de la Generalidad para América Central durante la Segunda República.

Y tampoco fue casualidad que el diseñador de la estelada fuera Vicenç Albert Ballester, residente en Cuba en 1898 que, al regresar a Cataluña algún tiempo después, descubriría su vocación de militante del catalanismo más radical. Tan radical que adoptó el seudónimo de Vicime (Visca la Independència de Catalunya i Mori Espanya) para firmar los artículos que publicó en el arriba mencionado La Tralla y en publicaciones catalanistas de América como Ressorgiment de Buenos Aires y La Nova Catalunya de La Habana.

La primera vez que se empleó la señera estrellada fue en un folleto en inglés, fechado en el muy simbólico 11 de septiembre de 1918, a pocas semanas de la derrota alemana. Titulado What says Catalonia, su objetivo fue adular a Wilson y solicitar su intervención para conseguir la secesión de Cataluñamediante la revisión del Tratado de Utrecht. El folleto aparecía adornado con la bandera estadounidense y la estelada, en una especie de sugerencia de que el caso catalán era equivalente al cubano y por lo tanto merecía el mismo tratamiento por parte de los nuevos amos del mundo.

También fue Ballester el autor de un himno independentista, recientemente recuperado y musicado, que reproducimos aquí traducido al español:

De odio y de rencor la copa está bien llena,
este gran odio es santo, es odio a la cadena,
es el rencor a los viles, la rabia a los locos tiranos.
La copa del amor a nuestra Patria esclava
ya se desborda, y en el corazón nos hierve la sangre
de los valientes almogávares, de los ancestros catalanes.

Un odio glorioso arrasa una montaña.
Nuestro odio titánico contra la vil España
es gigantesco y loco, es grande, divino y sublime;
odiamos hasta el nombre, el grito y la memoria,
sus tradiciones, su sucia historia,
y hasta a sus propios hijos maldecimos.

Ya es hora de que la Patria que nuestro corazón adora
camine por sí sola hacia el Ideal que inflama
nuestros corazones y pensamientos de santa libertad.
No pedimos leyes nuevas, ni demandamos clemencia;
queremos para Cataluña la santa Independencia;
que España se humille bajo el pendón barrado.

Se acabó la esclavitud de la tierra catalana;
hoy toda ella se levanta sintiéndose soberana
de su gran patrimonio robado por viles criminales;
volvemos a tener el lenguaje, tenemos costumbres e historia,
en el corazón anhelos de vida, con ansias de victoria,
y en el pecho y los brazos fuerza para levantar los fusiles.

Que pronto resuene por los aires el grito de ¡A las armas!
y que la bandera santa ondee a nuestra vera;
seremos potentes e indómitos como vientos desenfrenados.
Si acaso morimos, la gloria valdrá mucho más que la vida
y si vivimos veremos la Cataluña libre
formando en la sardana de los pueblos liberados.

Como recompensa a tan altos méritos, Vicenç Albert Ballester ha quedado inmortalizado en una calle de Barcelona.

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