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Pedro Fernández Barbadillo

El abanderado de la República que se sublevó en 1936

A Mohino le devoró el dragón que había contribuido a liberar en 1931.

A Mohino le devoró el dragón que había contribuido a liberar en 1931.
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Un dicho popular advierte de que se tenga cuidado con lo que se pide al Altísimo porque lo puede conceder. Y resulta que es verdad.

La II República creó muchos arrepentidos. Por ejemplo, los intelectuales que porfiaron por su advenimiento y en 1936 se unieron al bando nacional: Miguel de Unamuno, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón, Ramón Pérez de Ayala… Pero el más evidente es, sin duda, el general José Sanjurjo, director general de la Guardia Civil en abril de 1931.

En unas horas, Sanjurjo "proclamó virtualmente la República", como subraya el socialista Gabriel Mario de Coca. El 13 de abril por la tarde mandó un telegrama a todos los jefes de tercios de la Guardia Civil en que les ordenaba que no se opusieran a "la justa manifestación del triunfo republicano que pueda surgir del Ejército y del pueblo"; el texto fue conocido por el PSOE porque los funcionarios de Correos traicionaron su juramento al descifrarlo y revelar su contenido. Al día siguiente por la mañana, Sanjurjo se presentó en la casa de Miguel Maura, uno de los conspiradores más conocidos, y se puso a sus órdenes. Cabe suponer el entusiasmo de los republicanos y los socialistas: los defensores de la Monarquía se les pasaban.

Sanjurjo estaba enemistado con Alfonso XIII. Una vez que se le pasó la pataleta y trasladó su enfado al Gobierno republicano (por su destitución, por las reformas militares de Azaña, por el estatuto catalán…), montó una conspiración que fracasó estrepitosamente en agosto de 1932. ¡En menos de año y medio había pasado de echar al rey a tratar de devolverlo a España! El León del Rif era, innegablemente, valiente, pero no un genio. Como el español típico, se negaba a reflexionar sobre las consecuencias de sus actos.

Algo parecido le ocurrió al oficial de Ingenieros Pedro Mohino Díaz.

Fotografías célebres

En cuanto las masas republicanas se desparramaron por la Puerta del Sol y sus alrededores en la tarde del 14 de abril, apareció entre ellas un joven militar de uniforme ondeando una enorme bandera tricolor, que entonces era sólo la del partido republicano y en unos días se convertiría por obra de un decreto-ley en la nueva bandera oficial de España. Se trataba del teniente Pedro Mohíno, cuya figura es fácil de reconocer porque aparece en numerosas fotografías de ese día.

En un artículo biográfico redactado por el teniente coronel de Ingenieros Rafael Álvarez, aparece que enseguida juró lealtad a la República (antes lo había hecho a la Monarquía, como todos los oficiales). Había nacido en 1904 e ingresado en la Academia de Ingenieros, en Guadalajara, en 1921.

En los años siguientes, en su hoja de servicio aparecen elogios de sus mandos por su espíritu militar, ascendió a capitán y pasó unos meses en el Cuerpo de Asalto (donde se cobraba un sueldo mayor). En abril de 1936 se le destinó forzoso al Batallón de Minadores Zapadores nº 7, de guarnición en Salamanca.

A Alcalá de Henares

Su unidad y el Batallón Ciclista (Palencia) fueron escogidos por el Ministerio de la Guerra para sustituir a los Regimientos de Caballería Calatrava n º 2 y Villarrobledo n º 3, que eran las unidades de guarnición en Alcalá de Henares, debido a los choques producidos en mayo entre los oficiales de éstos y los matones de izquierdas. En junio llegó a su nuevo destino el Batallón de Minadores Zapadores nº 7. Y allí estaba cuando las noticias de la sublevación del Ejército de África (17 de julio) llegaron a la ciudad castellana.

Por el momento, los batallones se mantuvieron leales al Gobierno, mientras las fuerzas de izquierdas, armadas ya, saqueaban la ciudad y asesinaban a los derechistas. El 20 de julio, el teniente coronel de Ingenieros Mariano Monterde, comandante del batallón de Mohino, recibió orden de marchar a Cobeña para enfrentarse a la columna del general Mola, que se dirigía desde Pamplona a Madrid.

Entonces, el resto de los oficiales de los dos batallones, entre ellos Mohino, se rebelaron. En la trifulca se mató a Monterde. Los oficiales sublevados salieron de sus cuarteles, ocuparon la ciudad al grito de "¡Viva la República!", proclamaron el estado de guerra y nombraron gobernador militar al comandante Baldomero Rojo. Suponemos que también ondearían la bandera tricolor, como hicieron los generales Gonzalo Queipo de Llano en Sevilla y Miguel Cabanellas en Zaragoza.

El Gobierno reaccionó rápidamente para reprimir una sublevación tan cerca de la capital y cuando se estaba sitiando el Cuartel de la Montaña en Madrid: envió una columna y bombarderos, que atacaron el 21 de julio. Los militares se rindieron y los oficiales fueron trasladados a la cárcel Modelo de Madrid. La chusma socialista quedó libre para dedicarse a la destrucción y la matanza; el 21 de julio quemó la catedral de Alcalá, incendio en el que a punto estuvieron de desaparecer los restos del cardenal Cisneros.

Víctima del tribunal 'especial'

Después del asalto a la cárcel Modelo (22 de agosto), el Gobierno del Frente Popular instauró un tribunal especial para juzgar a los oficiales. Lo formaron el presidente interino del Supremo, Mariano Gómez, y dos magistrados, más dos miembros del PSOE, dos del PCE, dos de las Juventudes Unificadas Socialistas, dos de Unión Republicana, dos de Izquierda Republicana, dos de la Casa del Pueblo, uno de la FAI y uno de la CNT. Con semejante composición, cabe deducir el contenido de las sentencias.

En el juicio sumarísimo que siguió en la misma Modelo a los oficiales supervivientes del asalto, Mohino trató de salvar su vida aduciendo su compromiso con la República. Según consta en el diario ABC de Madrid (25-8-1936), ocupado por la UGT, recordó que

su adhesión a la República era firme, como lo podía demostrar el hecho de que fue el primer militar del día 14 de abril del año 31 enarboló, subido a un camión, la bandera republicana.

De nada le valió. La República burguesa y patriótica que él proponía no tenía nada que ver con la República obrera y socialista que había tomado las calles ya en febrero de 1936. Él y varios sus compañeros fueron condenados a muerte; otros, casi todos los tenientes de los dos batallones, recibieron la pena de cadena perpetua.

El 28 de agosto de 1936 fue fusilado, junto con el comandante Rojo y otros camaradas, en la Ciudad Universitaria, tal como consta en una esquela publicada en el ABC –devuelto ya a sus propietarios– el 27 de agosto de 1939, a los tres años de su asesinato legal. Los tenientes que se salvaron ese verano fueron asesinados en las sacas de noviembre, realizadas bajo la supervisión de Santiago Carrillo. El destino de todos ellos aparece en la Causa General, cuyas páginas me ha pasado José Manuel Ezpeleta, uno de los mayores estudiosos de la represión en Madrid.

A Mohino le devoró en 1936 el dragón que él había contribuido a liberar en 1931. Un destino no tan excepcional entre los españoles de los años 30, pero por ello mismo debería inducir a los españoles del siglo XXI, sobre todo a los más jóvenes, a contemplar esa época con más ecuanimidad, en vez de como una película de buenos y malos.

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