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Jesús Laínz

Gora Cuba askatuta!

Frente a la inmensa mayoría de los vascos de Cuba, indudablemente patriotas, fueron muy pocos los que apoyaron a los insurgentes. Tan pocos, que causaban sensación.

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Hace algunos meses dedicamos unas líneas a recordar el papel de los vascos en las guerras de Cuba, pero como el espacio es limitado no pudimos ir mucho más allá de mencionar a Manuel Iradier y Enrique de Ibarreta, así como a los voluntarios que reclutaron las tres diputaciones y que fueron recibidos apoteósicamente a su llegada a La Habana.

Hoy comenzaremos hablando de cuatro vascos que fueron capitanes generales de Cuba durante el siglo XIX: Joaquín María de Ezpeleta (1838-40), Francisco Lersundi (1866 y 1867-69), Blas de Villate (1867, 1870-72 y 1875-76) y Ramón Blanco (1879-81 y 1897-98). Francisco Lersundi, que se encontraba al mando de la isla cuando estalló la Guerra de los Diez Años, fue un implacable enemigo de los separatistas en todas sus variantes, no sólo de los alzados en armas. También se distinguió por su dureza, incluso por su crueldad, el sestaoarra Blas de Villate, conde de Valmaseda. Sus métodos no le ganaron precisamente la simpatía de unos cubanos que le cubrieron a motes: Tigre de Zarragoitia, Tiburón Valmaseda, Apocalipsis del Crimen, Conde Panza, Conde Tonel, Su Excelencia Esférica, Su Pestilencia, La Foca de la Quinta o, más sencillamente, El Gordo. Y al donostiarra Ramón Blanco le tocó el triste papel de ejercer sus funciones durante la fase final y derrota de 1898.

A Sabino Arana, que no sintió el menor interés por lo que les sucediera a los cubanos, le colmaba de alegría el hecho de que España se desangrara en aquella guerra.

Fueron muchos y muy influyentes los vascos afincados en Cuba, empezando por Julián de Zulueta, alavés que hizo fortuna en el sector del azúcar y que se distinguió por ser el más importante propietario de esclavos negros y traficante de culíes chinos. Emparentó por matrimonio con la familia catalana Samá, igualmente dedicada a la trata de esclavos, y llegó a alcalde de La Habana y senador vitalicio. También fue coronel del batallón de voluntarios de La Habana y promotor de la creación de los Chapelgorris de Guamutas, milicias paramilitares particularmente violentas con los insurrectos. Por sus méritos fue recompensado con varios títulos nobiliarios. Otro eminente vascongado de Cuba fue el portugalujo Manuel Calvo Aguirre, potentado que encabezó la defensa a ultranza de la españolidad de la isla, el mantenimiento de la esclavitud y el envío de tropas desde la Península para sofocar la rebelión. En 1870 fundó la revista La Integridad Española, rebautizada más tarde como Cuba Española. Y también sostuvo económicamente el Laurac Bat, periódico de los vascos de La Habana. Tras la derrota de 1898 regresó a España para no volver a pisar nunca tierra cubana.

Frente a la inmensa mayoría de los vascos de Cuba, indudablemente patriotas, fueron muy pocos los que apoyaron a los insurgentes. Tan pocos, que causaban sensación. Así lo reflejaría el Laurac Bat al publicar el 6 de mayo de 1869:

Hace dos días se suicidó en ésta un caballero muy conocido, hijo de Bilbao y padre de dos jóvenes. La causa de este acto de desesperación parece ser la inmensa pesadumbre que experimentaba el pobre padre de ver a sus amados hijos en las filas de la insurrección.

Evidentemente, en esta orilla del charco sucedía lo mismo. En todas las guerras que sacudieron Cuba, el apoyo al esfuerzo bélico contra los separatistas fue tan abrumador como en cualquier otra región española. Por ejemplo, el 4 de mayo de 1898, a los pocos días de la declaración de guerra yanqui, el ayuntamiento de la localidad guipuzcoana de Andoain envió esta petición a sus vecinos:

Muy señor nuestro: la nación llamada Estados Unidos le está dando guerra sin cuartel a la leal España. Hace 406 años, las gentes de esa nación vivían sin sentido común, de manera salvaje, al estilo de los cuadrúpedos, y con la ayuda de nuestra España se instruyeron y llegaron a hacerse hombres. ¿Cómo nos lo pagan ahora? (...) En tanto que es usted leal a España y para que nuestra nación salga adelante, le pedimos que dé algo en la medida de sus posibilidades como suscripción u ofrenda.

Alguna excepción hubo, naturalmente. A Sabino Arana, por ejemplo, aunque no sintió el menor interés por lo que les sucediera a los cubanos, le colmaba de alegría el hecho de que España se desangrara en aquella guerra. Cuanto peor para España, mejor para el separatismo vasco:

Únicamente por lo que pueda influir en la situación interna de España, que es la nación opresora de Bizkaya, puede aquel asunto preocuparnos; pues tanto nosotros podremos esperar más de cerca nuestro triunfo, cuanto España se encuentre más postrada y arruinada.

En Bizkaitarra, periódico que Arana dirigía y escribía casi en solitario, apareció en junio de 1895 la noticia de que treinta jóvenes vizcaínos intentaban reclutar a otros cien para alistarse como voluntarios en el ejército separatista cubano. El periódico fue inmediatamente cerrado por orden gubernativa. Cuando la noticia cruzó el Atlántico, los vascos de Cuba no se lo podían creer. El Laurac Bat publicó un artículo con el significativo título de "No puede ser":

Nosotros, y con nosotros todos los Vasco-Navarros y en particular los bilbaínos, protestamos enérgicamente contra la existencia de tal periódico. No puede ser que, si existe, sea escrito por ningún comprovinciano nuestro, pero si lo que nos resistimos a creer está escrito por algún vascongado, el que lo escribe no es, no puede ser vascongado aunque haya nacido en las Vascongadas. Todos los que hemos visto la luz en aquellas provincias somos españoles antes que nada, y si gritamos y gritaremos siempre ¡Vivan los fueros!, nunca jamás, en ninguna ocasión, dejamos de gritar ¡Viva España! Traidor a la Patria, al País Eúskaro y maldito sea, si es que existe, ése que se dice escribe en el periódico a que nos referimos.

En el número siguiente tuvieron que admitir su ingenuidad por haber creído que "ni existía ni podía existir tal periódico", del que afirmaban que sólo podía ser el "órgano de un reducidísimo e insignificante grupo de locos".

Al jefe de aquel grupo de locos, sin embargo, no le plugo la iniciativa de sus jóvenes correligionarios, pues aunque comprendió su afán por "contribuir a la ruina y desquiciamiento de España", no aprobó su determinación por considerar que "los euskerianos patriotas hacen falta aquí hasta ver restaurada y feliz a la Patria".

No se tiene noticia de que llevaran a cabo sus belicosos designios. Lo que sí pasó a la posteridad fue la orla de la segunda junta directiva del Euzkeldun Batzokija, para la que uno de cuyos trece miembros, Ramón de Menchaca, posó disfrazado de mambí con fusil y sombrero de paja adornado con la bandera cubana. Y, por supuesto, el telegrama que Sabino quiso enviar en mayo de 1902 a Theodore Roosevelt para felicitarle por la independencia cubana y sugerirle que echara una mano para conseguir lo mismo para la "nación vasca", telegrama por el que dio con sus ya muy enfermos huesos en la cárcel.

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