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Jesús Laínz

La lengua del demonio

Para el padre Txomin, la dimensión metafísica de las lenguas no se limitaba a la condición divina del vascuence: el español era cosa de Satanás.

Para el padre Txomin, la dimensión metafísica de las lenguas no se limitaba a la condición divina del vascuence: el español era cosa de Satanás.
'San Agustín y el demonio', de Michael Pacher | Wikipedia

El bueno de Domingo Jaca Cortajarena nació en la localidad guipuzcoana de Berastegui en 1906. Desde niño sus libros de cabecera fueron la Biblia y los escritos de Sabino Arana, así que acabó combinando su oficio de sacerdote con su activa militancia política. Tanta influencia tuvo sobre él el maestro Sabino, que, siguiendo sus instrucciones onomásticas, cambió tanto el nombre que le impusieron sus padres en la pila bautismal como su apellido, por lo que durante el resto de su vida fue conocido como Txomin Iakakortexarena.

Tras ordenarse sacerdote, el padre Txomin fue destinado a Navarrete, un pueblecito alavés en el que los vecinos tenían la mala costumbre de hablar español. Pero lo más grave no era que hablaran la bárbara lengua de Cervantes, sino que al hacer así estaban degradando nada menos que su alma y su raza:

La verdad es que renegando de su alma originaria, asimilaron la extraña de los castellanos (...) al perder su personalidad vasca, me parecían gente de raza híbrida disminuida.

Interpretaba "la espantosa invasión de este idioma extraño" como una genocida maniobra de los Gobiernos españoles para "hacer que desaparezca totalmente esta hermosa lengua y con ella la raza que lo habla". Así que se puso manos a la obra para contrarrestar tan pérfido plan en lo que estuviese a su alcance. Su objetivo principal fueron los niños:

No nos conformamos con vasquizar nuestro pueblo pequeño, también otro pueblo colindante, enteramente castellano, quisimos vasquizarlo y para ello todas las tardes de los domingos, reuniéndonos en una planicie niños, chicas y jóvenes de ambos pueblos, organizábamos unos partidos de balompié, con la condición de no decir una sola palabra castellana, imponiendo al equipo infractor de castigo un tiro al arco. En un principio ganaban siempre los de Nafarrate a los del otro pueblo, que se llamaba Betolaza, por una goleada, hasta llegar muchas veces a 40 goles, porque sin querer se les escapaban muchas palabras castellanas, por lo que eran castigados con penaltis.

Su ardor proselitista, que no se detenía ni ante la inocencia de los niños, se debía a que otorgaba al eusquera una dimensión más alta todavía que la patriótica: la divina. Con estas palabras lo explicó en sus memorias tituladas Dos ideales en la vida (1993):

¿Cuándo nos convenceremos [los vascos] que para expresar todos los conceptos, la única y natural lengua que Dios nos ha dado es el euskera?

Pero la dimensión metafísica de las lenguas no se limitaba a la condición divina del vascuence, ya que, en buena lógica, la lengua de Cervantes era cosa de Satanás. Porque el padre Txomin gozó de un alto privilegio: desde pequeñito tuvo como ángel de la guarda ni más ni menos que al arcángel san Miguel, capitán general de los ejércitos celestiales, quien a la menor invocación le defendía cuando el diablo se le aparecía para tentarle, lo que, al parecer, hizo con asiduidad durante toda su vida. Una noche de su juventud, tras un día de intenso activismo nacionalista, el diablo, ese españolazo, tuvo la mala idea de aparecérsele en el dormitorio para afearle su conducta –en español, naturalmente–, a lo que le contestó el protagonista, altivo y rimero –y curiosamente también en la lengua del demonio–:

Le tienes tirria a Euskalerría porque es un pueblo de Dios amante,
por eso tratas con todo empeño en convertirle en castellanizante;
tú has introducido en nuestra Patria la blasfemia insultante,
has ensuciado con el castellano nuestra lengua limpia y brillante,
pero estás muerto de miedo al ver que el pueblo será patriota en adelante.

Al estallar la guerra en julio de 1936, vio cómo su pueblo era tomado sucesivamente por las tropas de uno y otro bando. La entrada de los soldados de Mola tuvo como consecuencia para él la orden de no volver a utilizar otra lengua que no fuese la española. Pero cuando unas semanas después la ofensiva republicana sobre Villarreal alcanzó su parroquia, fue inmediatamente arrimado a la pared para enviarle a hacer compañía a san Miguel, lo que impidió in extremis un soldado que debió de reconocerle:

De golpe caí en la cuenta que tenían intención de fusilarme, y me empezaron a chocar las rodillas. Éstos no echaban discursos ampulosos como los blancos, pero eran más expeditivos.

Se alistó de capellán en un batallón de gudaris y, tras la entrada del Ejército nacional en Bilbao, acabó acompañando al Gobierno de Aguirre en su efímero exilio veraniego en Santander. En sus memorias describiría el ambiente hostil que en dicha ciudad encontró hacia los nacionalistas vascos y denunció las actividades en retaguardia de los republicanos, a los que calificó de terroristas:

Mientras nosotros nos enfrentábamos en duras luchas contra los fascistas durante todo un largo año, ellos, en lugar de venir a ayudarnos, con la excusa de prender en la retaguardia a los enemigos, hacían toda clase de robos de dinero, detención de pobres gentes, torturas en los calabozos y hasta asesinatos de tanta gente inocente.

Ante el avance irrefrenable de las tropas nacionales, el padre Txomin y otros peneuvistas consiguieron escapar a Francia. Y de allí partió hacia Uruguay y Argentina, de donde no regresaría a su Guipúzcoa natal hasta 1982.

Pero, a pesar de sus derrotas y peligros, el padre Txomin fue un hombre afortunado, pues, además de sus altos contactos celestiales, gozó del privilegio de formar parte del pueblo más selecto del mundo. Así lo explicó en su libro El Rh negativo de los vascos, publicado en 1991:

(...) un tesoro que el Creador nos ha ofrecido a los vascos y que nos distingue de todas las demás razas del mundo, una sangre limpia sin el Rh positivo sanguíneo del mono, sangre pura que nos diferencia de todas las demás razas y que por herencia desde hace 50.000 años antes de Cristo lo vamos recibiendo (...) No es pues pequeño honor y privilegio para los vascos esta sangre limpia y pura del Rh negativo, sin mezcla del Rh positivo del mono, porque podemos creer que ello nos cataloga como los primeros habitantes de Europa.

No es poco privilegio, con permiso de los cromañones y los neandertales.

Aunque, lamentablemente, habrá que deducir que la gran mayoría de los vascos, un 75%, tiene mezcla de mono. Según el padre Txomin.

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