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Iván Vélez

Notas sobre Túpac Amaru II

España sigue siendo esa "desnaturalizada madrastra" de la que hablara aquel Bolívar tan enemigo de los españoles peninsulares como de los indígenas que perdieron gran parte de sus derechos después de la 'liberación'.

'La familia de Túpac Amaru II', autor desconocido, s. XVIII | Wikipedia

El pasado 18 de mayo Evo Morales Aymá publicó el siguiente mensaje en la red social Twitter:

Por entonces, el presidente de Bolivia no podía imaginar que apenas unos meses después habría de abandonar su tierra para acogerse a la hispanófoba hospitalidad amliana. En efecto, tras protagonizar un turbio recuento electoral, Morales tuvo que dejar atrás el Estado Plurinacional de Bolivia, que así fue definido gracias, en gran medida, a las bien pagadas artes de los transitólogos españoles, de cuyas mentes salió el párrafo con el que da comienzo la Carta Magna redactada hace una década:

El pueblo boliviano, de composición plural, desde la profundidad de la historia, inspirado en las luchas del pasado, en la sublevación indígena anticolonial, en la independencia, en las luchas populares de liberación, las marchas indígenas, sociales y sindicales, en las guerras del agua y de octubre, en las luchas por la tierra y territorio, y con la memoria de nuestros mártires, construimos [sic] un nuevo Estado. Cumpliendo el mandato de nuestros pueblos, con la fortaleza de nuestra Pachamama y gracias a Dios, refundamos Bolivia.

Ya en suelo mexicano, Morales no pudo contenerse y lanzó al aire otro trino que señalaba al "imperialismo español":

En el presente artículo nos referiremos al que hoy se conoce como Túpac Amaru II, del cual bosquejaremos una sucinta biografía que compromete seriamente la interpretación que de su figura se ha hecho desde determinadas modulaciones del indigenismo.

El nombre de pila del hoy conocido como Túpac Amaru II –pues, como tantos otros de su extracción social, aquel niño mestizo nacido en 1738 recibió las aguas bautismales– fue José Gabriel Condorcanqui Noguera. Por su condición de indígena noble, estudió con los jesuitas del Colegio San Francisco de Borja, o Colegio de Caciques del Cuzco. Gracias a esa refinada formación pudo dominar el quechua, el español y el latín, destacando entre sus lecturas los Comentarios Reales del Inca Garcilaso de la Vega, las Partidas, las Sagradas Escrituras, el drama quechua Apu Ollantay, así como los censurados –una censura que no era difícil de burlar si se pertenecía a ambientes distinguidos– escritos de Voltaire y Rousseau.

El 25 de mayo de 1758, el joven contrajo matrimonio con la mestiza zamba Micaela Bastidas. Seis años después, Condorcanqui Noguera fue nombrado cacique de los territorios que le correspondían por herencia, fijando su residencia en Cuzco, ciudad desde donde viajaba para controlar sus negocios. Por entonces, todavía vestía a la española, antes de que su giro ideológico le llevara a lucir prendas propias de un noble inca.

Su mayor aspiración era hacer valer su elevada ascendencia inca para adquirir un estatus aristocrático dentro de esa misma Corona. Prueba de ello es el título que reclamó para sí: "Don José Primero por la gracia de Dios, Inca Rey de Perú".

Los disturbios por él encabezados tuvieron como punto de partida la subida en el impuesto alcabalero que gravaba una actividad directamente relacionada con su cargo de cacique: la importante industria de los arrieros. La mecha la prendió el motín de Arequipa y el posterior de Socorro. Fueron las altas esferas criollas, perjudicadas por la subida tributaria, quienes se alzaron e hicieron sonar el grito de "¡Viva Socorro, viva el Rey, muera el mal gobierno!", cobrándose la vida del corregidor Antonio de Arriaga.

La revuelta, de origen criollo, adquirió tintes sangrientos y un gran desorden y confusión con la incorporación de los indios. Estos desplegaron una inusitada e indiscriminada violencia, de la que fueron víctimas así criollos como españoles peninsulares. De este modo, el móvil y origen del conflicto quedó distorsionado por completo. De hecho, para sofocar la revuelta fue fundamental la firmeza de algunas de las fuerzas criollas que la habían desencadenado, desbordadas por la acción indígena.

Es obligado aclarar, por si el grito mentado no lo dejara suficientemente claro, que Túpac Amaru, que había tratado de expulsar de Perú a los españoles peninsulares, nunca cuestionó la autoridad de la Iglesia ni la de la Corona. De hecho, su mayor aspiración era hacer valer su elevada ascendencia inca para adquirir un estatus aristocrático dentro de esa misma Corona. Prueba de ello es el título que reclamó para sí: "Don José Primero por la gracia de Dios, Inca Rey de Perú". Como es sabido, tan altas aspiraciones nunca se vieron cumplidas, pues el sedicente monarca inca fue ajusticiado, con extrema y ejemplarizante crueldad, en compañía de su familia, en la plaza de Cuzco.

Dos siglos después de que tanto Bolivia como otras naciones hispanas cristalizaran como naciones políticas, España sigue siendo, a efectos propagandísticos, esa "desnaturalizada madrastra" de la que hablara aquel Bolívar tan enemigo de los españoles peninsulares como de los indígenas que perdieron gran parte de sus derechos después de la liberación.

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