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Iván Vélez

Torquemada, el aniversario más negro

Figura icónica de la Leyenda Negra, no protagonizará ningún acto conmemorativo, pues sobre él ya se ha dictado una inapelable y popular sentencia denigratoria.

Figura icónica de la Leyenda Negra, no protagonizará ningún acto conmemorativo, pues sobre él ya se ha dictado una inapelable y popular sentencia denigratoria.
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Durante las últimas semanas, una oleada iconoclasta, tan henchida de ignorancia como de intereses políticos, ha vandalizado las estatuas de relevantes figuras históricas. Desde Colón a Alejandro Magno, desde Isabel la Católica a Churchill, un heterodoxo colectivo de efigies ha sufrido los daños provocados por unas embrutecidas hordas provistas de espray y sogas que tratan de ajustar cuentas con el pasado, a despecho de los contextos históricos en los que tales personajes se movieron. El fenómeno no es, ni mucho menos, nuevo, pues son multitud las estatuas que, después de levantarse, se derribaron o mutilaron al calor de las diferentes modulaciones de la damnatio memoriae.

Muchos de los monumentos que hoy son atacados se erigieron durante el siglo XIX, coincidiendo con aniversarios significativos y con la elaboración de las historias nacionales. Sin embargo, en esa centuria algunos personajes de nuestra historia ya habían sido erosionados. Tal es el caso de fray Tomás de Torquemada, primer inquisidor general, de cuyo nacimiento se cumplen seiscientos años en el presente 2020. Figura icónica de la Leyenda Negra, Torquemada, que no cuenta con presencia en el espacio público, no protagonizará, previsiblemente, ningún acto conmemorativo, pues sobre él ya se ha dictado una inapelable y popular sentencia denigratoria. Una imagen que ya estaba plenamente asentada a principios del siglo XX, especialmente en aquellos ambientes que hoy se etiquetarían como progresistas. Prueba de ello es el hecho de que el 21 de junio de 1907, en el semanario Las Dominicales, que se decía "Órgano de la Federación Internacional de Librepensadores en España, Portugal y América", aparecieron estas líneas sin firma al pie:

El peso de la crueldad heredada gravita sobre el alma española y todo es creíble, y todo es posible en esta triste patria de Torquemada.

Afirmaciones parecidas, con el dominico como alguien capaz de impregnar una época histórica, incluso la nación española, con su sombría personalidad, recorren todo el siglo en la prensa del XIX y persisten hasta la actualidad. Sin embargo, la consideración que se tuvo del dominico no fue siempre tan negativa. En 1481, Juan López de Segovia, protonotario apostólico y deán de la catedral de Segovia, cuya madre fue condenada a la hoguera por judaizante, le dedicó una pequeña obra titulada De haeresi et haereticorum reconciliatione, eorum que pertinacium damnatione. El libro se publicó en Roma, ciudad en la que López de Segovia buscó la protección del papa Sixto IV. La temática del opúsculo, pero, sobre todo, la fecha de aparición, es importante, pues para que fray Tomás fuera nombrado inquisidor general faltaban todavía dos años. La dedicatoria, por lo tanto, carece de intereses espurios y apunta a las condiciones personales del prior de Santa Cruz.

A las ya citadas palabras de su compañero de orden fray Hernando del Castillo hay que sumar las que le dedicó el padre Juan de Mariana en su Historia general de España: "Persona prudente y docta, y que tenía mucha cabida con los reyes, por ser su confesor, y prior del monasterio de su orden de Segovia". Un siglo después de su muerte, la imagen que se tenía del dominico era la que trazó el jesuita.

Cabe, por lo tanto, cuestionarse cuándo comenzó a deformarse su figura hasta adquirir la apariencia que popularmente se tiene de Torquemada. La respuesta apunta al último tramo del siglo XVIII y a un influjo francés. La Inquisición española y, por ende, uno de sus mayores símbolos, el primer inquisidor general, eran insolubles en las deístas y anticlericales aguas de la Ilustración. A pesar de que el abate Nicolas Masson de Morvilliers, en la entrada enciclopédica ‘España’, afirmó que la nuestra era la nación más ignorante de Europa, se refirió de este elogioso modo a Torquemada y a la Inquisición:

Este importantísimo establecimiento se debe atribuir particularmente a la Reina Católica doña Isabel, y al influjo del gran Barón Fr. Tomás de Torquemada, del Orden de Predicadores, y Confesor de dicha Reina Doña Isabel desde que era Princesa en tiempo de su hermano Don Enrique el IV; el cual, viendo las ofensas de Dios, conjuró a la Princesa en nombre del Señor, a que si Dios la ensalzaba al Trono, tomaría por su cuenta el perseguir en sus estados los delitos contra la Fe, como lo verificó, instituyendo luego que entró a reinar el santo Tribunal de la Inquisición, y eligiendo por primer Inquisidor General al mismo Torquemada, protegido del gran Cardenal Arzobispo de Sevilla, principal móvil de esta obra. Y así con justa razón la Orden de Santo Domingo se puede gloriar de ser como la fundadora de este establecimiento en España…

Ello no fue óbice para que, olvidándose de que en Francia también existía la censura, se hiciese la siguiente pregunta: "¿Qué se puede esperar de un pueblo que necesita la licencia de un fraile para leer y pensar?". En definitiva, la imagen que de España se construyó más allá de los Pirineos, alimentada por viajeros como Jean-Marie Fleuriot de Langle, autor en 1784 de Voyage de Figaro en Espagne, fue la de una nación fanatizada por la religión y la superstición, incapacitada, en definitiva, para la ciencia. En su libro, el noble bretón afirmó que Torquemada, Fernando, Isabel, Inquisición y auto de fe deberían ser tenidas en el futuro como blasfemias. Echando de menos una justicia divina, Fleuriot de Langle lamentó que tanto los Reyes Católicos como el fraile dominico, al contrario de lo ocurrido con Enrique IV, que fue asesinado, murieran en la cama. A pesar de las palabras de Masson de Morvilliers, las condiciones para que Torquemada concentrara sobre sí gran parte de la culpa del supuesto estado de postración de España estaban servidas. Al factor exterior pronto se sumó el doméstico.

En diciembre de 1808, Napoleón abolió el Santo Oficio, medida que, después de vencer no pocas resistencias, también fue tomada en las Cortes de Cádiz el 22 de febrero de 1813. Con el regreso de Fernando VII, la Inquisición fue restaurada y comenzó a ser empleada para perseguir a destacados liberales. El papa Pío VII tuvo que poner coto a los excesos del inquisidor general, Francisco Javier de Mier, prohibiendo el tormento el 31 de marzo de 1816. Este uso partidista acrecentó la polarización respecto al tribunal y dio como fruto la configuración de dos bloques que situaron al dominico en el centro de su polémica. Las invocaciones al siempre oscuro "espíritu de Torquemada", por más distancia que hubiere entre el dominico y las materias sobre las que se polemizaba, se convirtieron en habituales. El Torquemada que protagonizó los enconados debates del XIX es un personaje estereotipado, cuyos vacíos historiográficos fueron a menudo completados con materiales negrolegendarios.

Gran parte del material empleado por estos escritores foráneos les fue dado por un español, el sacerdote apóstata afrancesado Juan Antonio Llorente, secretario del Santo Oficio entre 1789 y 1791. Llorente, que en 1808 había elaborado un Reglamento para la Iglesia Española hecho a la medida de sus intereses, y que había alcanzado altos cargos que le permitieron amasar una gran fortuna, salió de España tras la derrota de Napoleón y, tras visitar varias ciudades francesas, se instaló en París. Allí, en 1817, publicó sus cuatro volúmenes de la Historia crítica de la Inquisición de España, vertida al español en 1822, año en el que apareció su Retrato político de los papas, que determinó su expulsión de Francia. En su Historia crítica de la Inquisición de España, el canónigo bonapartista ofreció unas abultadísimas cifras de víctimas inquisitoriales: 31.912 quemados vivos, 17.659 quemados en efigie y 291.450 penitenciados con penas graves, a los que añadía el número de moros y judíos expulsados. Aquellos datos, fruto de las extrapolaciones realizadas sobre los procesos desarrollados durante el mandato de Torquemada, hicieron las delicias de la masonería, protectora de Llorente en su exilio francés, y consolidaron la imagen que en el país vecino se tenía del Santo Oficio. El retrato que Llorente elaboró de Torquemada se recrudeció con el tiempo. Si en sus Anales de la Inquisición de España dejó estos trazos:

Torquemada fué desinteresado, austero y justo á su modo. Nunca quiso ser obispo, aunque pudo por lo mucho que lo estimaba el rey. Fundó el convento de dominicos de Ávila, su patria, donde fué sepultado. Su excesivo celo en el empleo de inquisidor general le produxo grandes pesadumbres y cuidados. Tres veces envió á Roma su compañero fray Alonso Badaja para defender su inocencia en calumnias que le formaron. La multitud de familias infamadas le atraxo enemigos poderosos públicos y secretos.

En su Historia crítica de la Inquisición en España, dentro de un epígrafe titulado "Carácter personal de Torquemada y sus consecuencias", la figura del dominico, tras cuya muerte Llorente consideró que no solo no debía haber tenido sucesor, sino que debería haberse aniquilado un "tribunal tan sanguinario y opuesto á la mansedumbre y lenidad evangélicas", adquirió, como puede comprobar el lector, tintes más oscuros:

Todos estos daños, y muchos otros más, fueron consecuencia del sistema que adoptó y dejó recomendado el primer inquisidor general fray Tomás de Torquemada, quien por lo mismo murió aborrecido generalmente, después de haberlo sido diez y ocho años, hasta el extremo de no tener segura su vida. Para defenderse de los enemigos públicos, le concedieron los reyes Fernando e Isabel que llevara consigo en los viajes cincuenta familiares de la Inquisición a caballo y doscientos de a pie. Para precaverse de los enemigos ocultos tenía en su mesa continuamente un asta de unicornio, que decían tener virtud de manifestar e inutilizar la fuerza de los venenos. Nadie se admirará de la multiplicación de enemigos suyos después de las noticias indicadas, a que se agrega que aun el papa mismo llegó a extrañar tanto rigor, pues eran continuas las quejas, de manera que Torquemada se vió en la precisión de enviar a Roma tres veces en distintas épocas a fray Alonso Badaja, su socio, para defenderle de las acusaciones que se hicieron contra su persona, llegando el caso de que Alejandro VI, cansado de oír quejas, quiso despojarle de la potestad que le había dado, y dejó de hacerlo solamente por consideraciones políticas al rey Fernando…

Dos siglos después de que se escribieran esas letras, Torquemada y la Inquisición constituyen, para muchos, la imagen de una España caracterizada por su fanatismo, razón por la que la oportunidad que 2020 brinda para tratar de reconstruir el verdadero rostro del primer inquisidor se escapará, dejando que el arquetipo siga ocultando al hombre.

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