Los graves disturbios racistas ocurridos en los últimos meses en los Estados Unidos, al margen de su operatividad ideológica netamente antitrumpiana, con su réplica apelación a la ley y el orden, muestran a las claras hasta qué punto la sociedad que tiene como símbolo a la Estatua de la Libertad se asienta sobre una estructura social y económica de marcado carácter esclavista y racista. Excluida la población indígena de cualquier tipo de integración en las instituciones políticas, el factor esclavista fue decisivo en el crecimiento de una nación guiada por un Destino Manifiesto que dejó a sus espaldas una compleja realidad. Consecuencia de tan compleja convivencia o, por mejor decir, coexistencia sería el racismo sistémico que, según los observantes de los postulados del movimiento Black Lives Matter, padece la nación de las barras y las estrellas.