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Xavier Reyes Matheus

Liberales españoles en Londres

Para el año 1824, unas mil familias de emigrados españoles se habían establecido en la ciudad del Támesis.

En estos años de crisis, muchos jóvenes españoles han emigrado a Londres en busca de empleo y a veces nos han dejado la crónica de sus afanes en aquella ciudad, como hizo el periodista valenciano Benjamín Serra. Pero sabemos que cualquier tiempo pasado no necesariamente fue mejor; y, por más críticas que reciba este sistema nuestro, culpado de expulsar de la patria a los mejores, la España contemporánea ofrece precedentes en los que tal expulsión no era jerga de economistas sino de policía, cuya persecución obligaba a cruzar el Canal de la Mancha a algunas de las figuras más relevantes del movimiento liberal decimonónico.

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Alcalá Galiano.

Según el canónico estudio de Vicente Llorens, Liberales y románticos, puede calcularse que unas mil familias de emigrados españoles se habían establecido en Londres para 1824, tras la caída del régimen liberal impulsado por el levantamiento de Riego en 1820. Entre este nutrido muestrario se contaban figuras –algunas de notable relevancia– pertenecientes a las más diversas profesiones: militares como Cayetano Valdés y Miguel Ricardo de Álava; científicos como Felipe Bauzá y Mariano Lagasca; eruditos como Vicente Salvá; académicos como José Joaquín de Mora; eclesiásticos como Joaquín Lorenzo Villanueva; comerciantes como Juan Álvarez Mendizábal –llamado a hacer luego una notable carrera de hombre público–; políticos como Agustín Argüelles, Antonio Alcalá Galiano y Álvaro Flórez Estrada; poetas y dramaturgos como Ángel de Saavedra, duque de Rivas, cuyos célebres esdrújulos recogerían la experiencia del ostracismo:

Despierto súbito
y me hallo prófugo
del suelo hispánico
donde nací (…);
y en vez del bálsamo
del aura plácida
del cielo bético
que tanto amé;
las nieblas hórridas
del frío Támesis
con pecho mísero
respiraré.

El barrio de Somers Town, del lado norte de la New Road (conocida desde 1857 como Euston Road), sirvió, con sus callejuelas estrechas y sus casitas sin jardín, de refugio a la mayoría de los emigrados españoles, como deja consignado Alcalá Galiano en sus Recuerdos de un anciano:

De muchos de nuestros compatriotas que nunca han pisado el suelo de la Gran Bretaña es conocido el nombre de Somers Town como el de una abreviada España constitucional.

Puntualiza, no obstante, el mismo memorialista:

(…) si bien Somers Town era el lugar considerado, y con razón, como la población cabeza de la nación emigrada, o hablando, como suele hacerse, con frase militar y a la moderna, el cuartel general de la emigración, no residían en él los emigrados todos. Varios de ellos, entre los cuales era yo uno, y otro Istúriz, y otro Argüelles con sus compañeros de casa, el general Valdés y don Ramón Gil de la Cuadra, con unos cuantos más de menos hombradía, no vivíamos en el barrio que llegó a ser español, pero sí a poca distancia de él, yéndonos acercando unos a otros hasta habitar los más en las calles en las calles próximas al camino nuevo, por el lado opuesto en que está Somers Town. Así eran las comunicaciones frecuentes, a pesar de lo cual la línea divisoria no dejaba de producir efectos y no cortos. Porque la política militante que se mantenía siempre viva en la otra banda del New Road y lo llamado chismografía, que siempre existe donde hay agregación de gentes, y más cuando no pasa la agregación de ser corta, o no llegaban al lugar en que residíamos, o llegaban muy debilitados, habiendo perdido mucho en la corta travesía.

El general Cayetano Valdés había sido héroe del Cabo de San Vicente y de Trafalgar, y gobernador político y militar de Cádiz cuando se proclamó la Pepa. En sus cartas, da cuenta de la pobre vida que llevó en aquel destierro, sin poder pagar siquiera un empleado doméstico. Cuando al fin se hace con uno, para tranquilidad de sus más allegados, escribe a su sobrino:

Ya sabes que en nuestra casa estábamos mal servidos, lo que fue empeorando hasta que tuvimos que anunciar la dejábamos. El patrón nos hizo nuevas proposiciones, entre otras la de dejarnos la casa con los muebles que tenía pagándole un tanto semanario. Nos convinimos dándole 2 ½ guineas a la semana; tomamos una criada y un criado. La criada, aunque inglesa, habla muy bien español; sabe hacer la olla de fabas con tocino y otros varios guisos bastante bien. (…) Comemos por nuestra cuenta y cualesquiera cosa [sic] que nos envíes nos hará muy buen provecho.

En otro lugar, comenta:

Como todos los muebles estaban tan deteriorados, particularmente los de servicio de mesa, he tenido que hacer algunos gastos. Vivimos con la mayor economía; yo soy el que dirijo y corro con el arreglo interior económico.

Como se ha visto arriba, Valdés compartía casa con dos destacadas figuras de la política española: Agustín Argüelles, el que con más derechos puede ser llamado padre de la Constitución de Cádiz, y Ramón Gil de la Cuadra, ministro de Ultramar durante el Trienio. En la vivienda común se organizaba diariamente una tertulia a la que acudían Alcalá Galiano, Istúriz y Bauzá, y que Vicente Llorens describe en estos términos:

Cuando los contertulios se presentaban, ya estaba allí sentado en una sala del piso bajo el anciano almirante Valdés, asomando su rostro risueño entre una nube de humo pestífero, ¡él, que había fumado siempre tan buen tabaco! Poco después bajaba el divino Argüelles, no en actitud oratoria y solemne, sino llevando en la mano una gran jaula con un ruiseñor.

Los tres ilustres cincuentones hacen sin embargo una vida de auténticos roommates: "Yo me he bajado abajo; Agustín ha tomado mi cuarto; Cuadra está en el suyo; la parte de arriba está para los criados", cuenta Valdés a su sobrino. Meses atrás, demostrando la familiaridad con la que convivían, le había relatado de Argüelles:

Agustín tuvo anoche una especie de cólico, pero no creo tenga consecuencias. Tuvo un mal rato, pero ya hoy está como siempre poco más o menos.

Algunos ingleses entusiastas de la causa liberal en España acogen con generosidad a los emigrados. Argüelles precisamente logra sobrevivir como bibliotecario de Lord Holland, cuya residencia, Holland House, se transforma en un activo centro de discusión sobre la política de España. Medios como el New Monthly Magazine, dirigido por Thomas Campbell, se muestran muy dispuestos a publicar artículos a favor de los desterrados. Asumen estos hispanófilos los usos de los recién llegados aunque no gocen aún de una difusión más extendida: en una carta a su sobrino, Valdés hace alusión a un comerciante inglés que

me ha dicho te encargue para él dos docenas de buenos jamones; que no pide más porque los que vinieron en año pasado todos los alaban mucho, pero no le pagan el importe de ellos; y así sólo pide dos docenas para su propio uso.

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Agustín de Argüelles.

También los españoles comienzan a publicar en Londres periódicos destinados a ventilar sus asuntos. Entre los años de 1824 y 1829 Llorens menciona la existencia de al menos siete: El Español Constitucional, El Telescopio, los Ocios de los Españoles Emigrados, El Museo Universal de Ciencias y Artes, el Correo Literario y Político de Londres, El Emigrado Observador y el Seminario de Agricultura. Convivían estos periódicos con las revistas Variedades, de José María Blanco White, y El Repertorio Americano, del venezolano Andrés Bello. Como ha señalado el autor de Liberales y románticos, los lectores hispanoamericanos resultaron decisivos para el desarrollo de las publicaciones londinenses en lengua española. Hay que tener en cuenta que en la capital inglesa se hallaban también algunos célebres liberales de la América hispana, como el citado Bello, el ecuatoriano Rocafuerte, Luis López Méndez, el neogranadino Fernández Madrid, y hasta el depuesto emperador mejicano Iturbide, que zarparía de Inglaterra el 4 de mayo de 1824, y que al llegar a México fue detenido y fusilado, en la localidad de Padilla, el 9 de julio.

Aunque la Inquisición había desaparecido, en España se prohibió la introducción y circulación de los periódicos editados por los emigrados de Londres. "Ser liberal en España es ser emigrado en potencia", sentenció Larra; pero, para muchos defensores del constitucionalismo y de los derechos ciudadanos, esa potencia se convirtió en acto de penosas consecuencias, junto a una Corte de Saint James que, a pesar de todo, no dejó de resultarles acogedora.

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