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Xavier Reyes Matheus

Lecciones muy actuales de un liberal hondureño del XIX

La biografía de Valle está hecha de todo lo que esperaríamos de un auténtico prohombre en aquella época de transición entre la Ilustración y el liberalismo.

La biografía de Valle está hecha de todo lo que esperaríamos de un auténtico prohombre en aquella época de transición entre la Ilustración y el liberalismo.
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José Cecilio del Valle nació en diciembre de 1777 en la villa hondureña de Jerez de la Choluteca, en la Capitanía General de Guatemala. Pertenecía a una familia acomodada que posteriormente se estableció en la capital de aquel reino centroamericano, donde Valle hizo los estudios de Derecho y comenzó su cursus honorum en la Real Audiencia y en el Consulado de Comercio.

Como estudiante de la Universidad de San Carlos, el hondureño recibió la influencia del fraile franciscano José Antonio de Liendo y Goicoechea, que desde su cátedra de Filosofía se esforzaba por superar la caduca herencia escolástica y por impulsar las ciencias experimentales, reclamando además la libertad de exponer distintas doctrinas. Atento a los vientos ilustrados, Valle comenzó a reunir en sus años universitarios una notable biblioteca que alcanzó los 1.700 volúmenes, editados entre los siglos XVI y XIX y escritos en diversas lenguas: latín, francés, español, italiano, inglés y griego. Esta colección, en la que se cuentan títulos clásicos, obras de los principales economistas liberales, libros de derecho, de literatura o de historia natural, se guarda hoy en día entre los fondos de la Biblioteca Ludwig von Mises de la Universidad Francisco Marroquín.

Cuando estallaron en España la guerra de independencia y el movimiento liberal de 1808, Valle fue propuesto para la terna de la que había de elegirse el vocal guatemalteco a la Junta Central (en aquella fallida convocatoria que François-Xavier Guerra llamó "primeras elecciones generales americanas"). Frente a la explosión revolucionaria que dio origen a las primeras proclamas independentistas en Hispanoamérica, nuestro personaje se mantuvo cercano a las posturas realistas y gozó del favor de la Regencia creada en Cádiz para representar a Fernando VII. No obstante, durante el rebrote liberal de 1820 Valle colaborará ya resueltamente con la emancipación: a él le corresponderá la redacción del Acta de Independencia de Centroamérica, el 15 de septiembre de 1821.

Como señala uno de sus principales estudiosos, Mario García Laguardia:

Valle es uno de los representantes más completos de la generación de hispanoamericanistas de principios del diecinueve. Formados en el espíritu reformista de la España dieciochesca, se enfrentan al cambio que produce la independencia con un espíritu supranacional –que los caracteriza– y realizan esfuerzos malogrados por constituir, al romperse la unidad hispánica, una comunidad de naciones hispanoamericanas.

En efecto, abocada a la construcción de la Centroamérica independiente, la vida de José Cecilio del Valle se diversificará en una variedad de empresas intelectuales asociadas a la modernización política, económica y social de aquellos territorios. Pero su ambición más alta será la de sumar tales países a un gran nación hispanoamericana, según el mismo afán de Bolívar (aunque cuando estas ideas comenzaron a perfilarse en la mente de Valle el hondureño no tenía noticia del Libertador, y más bien invocaba como inspiración el Proyecto de paz universal entre las naciones del abate Saint-Pierre).

La biografía de Valle está hecha de todo lo que esperaríamos de un auténtico prohombre en aquella época de transición entre la Ilustración y el liberalismo: fue el primer titular de la cátedra de Economía Política de la Sociedad de Amigos del País; escribió a favor de la libertad de comercio; fundó periódicos como El Amigo de la Patria y El Redactor General; participó en el Congreso constituyente de Guatemala y estuvo en su primer gobierno; intervino en la redacción del Código Civil; escribió obras históricas y una importante Memoria sobre la Educación; fue nombrado miembro de la Sociedad Científica de París; disertó sobre Las Matemáticas en su relación con la prosperidad de los Estados; divulgó las ideas de los utilitaristas ingleses –a la muerte de Bentham, y por iniciativa suya, se acordó que los diputados guatemaltecos vistiesen de luto–, introdujo la estadística en Centroamérica y, tras resultar electo presidente de la República, la muerte le impidió tomar posesión del cargo cuando lo sorprendió en pleno viaje desde su hacienda hasta la capital, en marzo de 1834.

No obstante, es el lúcido pensamiento de Valle, expresado en varios artículos, discursos y obras breves, lo que resulta interesante para un lector de hoy en día. Dejamos a continuación dos muestras, tomadas de la antología que Biblioteca Ayacucho publicó con el título Obra escogida en su Colección Clásica.

La primera, sobre el valor de los empresarios en la economía, forma parte del discurso Capitalismo e ilustración, pronunciado en la instalación de la Sociedad Económica de Amigos del País, en noviembre de 1829:

Los capitalistas, necesarios para la producción de la riqueza en los artículos establecidos, son también precisos en la creación de los nuevos. Ellos aventuran los primeros ensayos de las teorías publicadas por los sabios u hombres de luces; ellos acometen en todos los ramos económicos las primeras empresas y corren los primeros riesgos (…); ellos emprenden obras que los gobiernos temen, o no pueden empezar ni concluir; ellos forman compañías de capitalistas millonarios para apertura de canales, construcción de caminos, explotación de minas, etc., ellos tienen interés en las mejoras de la agricultura, perfección de la industria y extensión del comercio.

El segundo fragmento es digno de grabarse con letras indelebles ante la casa de algunos políticos actuales que se presentan como los artífices de inmorales procesos de paz. Pertenece al artículo titulado "Gobierno representativo y oposición", y apareció en la Gaceta del Supremo Gobierno de Guatemala en febrero de 1825:

El gobierno debe estar autorizado para perdonar y recibir a los ilusos que quieran reconciliarse con él y con la patria. Mas esta indulgencia no debe extenderse hasta adoptar sus principios, proclamar sus doctrinas y mucho menos invocar su auxilio considerándolos como un poder. Más vale mil veces perecer en defensa del alcázar constitucional, que implorar el funesto auxilio de los partidos extremos. Cualquiera de ellos echará abajo la Constitución si llega a triunfar; luego, ninguno de ellos puede prestar un auxilio que no sea peligroso.

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