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Conservadores contra Trump... pero sin chispa

Flake critica con razón a Trump y deja testimonio de que muchos conservadores no están dispuestos a sacrificar sus principios por acceder al poder.

Jeff Flake y la portada de su libro | Ideas

Que los conservadores norteamericanos están incómodos con Trump no es ningún secreto. El presidente estadounidense, siempre ha estado muy claro, no es uno de los suyos. Apoyaron a distintos candidatos en las primarias... hasta que se vieron en la disyuntiva de tener que elegir entre Trump o Hillary, entre Escila y Caribdis. Algunos optaron por el mal menor y apoyaron a quien no era Hillary: con tal de salvar el Supremo estaban dispuestos a votar a casi cualquiera, Trump incluido. Otros optaron por quedarse en casa y, al menos, poder decir que no serían responsables de los desastres que, ganase quien ganase, asolarían los Estados Unidos. Aunque quizá sí la tendrían: la división del voto en las primarias fue clave para que Trump tomara fuerza; la renuencia de algunos a apoyar a candidatos considerados demasiado conservadores, como Rubio y, ya al final, Cruz, acabó entregando la candidatura republicana a Trump.

Desde su victoria, las cosas no han ido precisamente bien. Su estilo de gobierno, una mezcla caótica de impulsividad, espectáculo, descalificaciones y bravatas, no es precisamente lo que siempre han defendido los conservadores estadounidenses al insistir en la importancia de que el gobernante sea alguien virtuoso, con especial énfasis en la virtud de la prudencia. Entre los conservadores que siempre se han opuesto a Trump, cada día que pasa con algún nuevo motivo, se encuentra el senador por Arizona Jeff Flake, que acaba de publicar un libro, titulado Conscience of a Conservative, que es una diatriba en toda regla contra el magnate desde las filas conservadoras. El título rememora el famoso libro de Barry Goldwater, un hito en la historia del movimiento conservador que pondría las bases para la llegada de Reagan a la Casa Blanca. Flake, además de compartir patria chica con Goldwater, fue director del Goldwater Institute y conoció y trató personalmente a quien fue llamado Mr. Conservative. La generosidad de un buen amigo ha hecho que el libro llegara a mis manos y así pueda explicarles sus, en mi opinión, fortalezas y debilidades.

Flake saca toda su artillería pesada contra Trump. Munición no le falta. Trump es impredecible y exagerado, todo lo contrario de lo que defienden los conservadores cuando hablan de un gobierno limitado y prudente. Disfruta enredando con acusaciones infundadas y haciéndose eco de fake news. Forma parte de la cultura tóxica imperante que deshumaniza al contrario y ve enemigos donde no hay personas sino personas con otras ideas (una cultura que Flake recuerda ha sido alimentada por la izquierda). Es un nativista injusto que promete cosas que no puede cumplir. Sus recetas basadas en el nacionalismo económico están condenadas al fracaso.

Así pues, los conservadores están sumidos en un embrollo de cuidado, en una crisis de campeonato. Puede parecer que han triunfado, pues controlan las dos Cámaras y hay un presidente republicano, pero lo cierto es que Trump no es conservador, no aplica políticas conservadoras y el apoyo que algunos conservadores le han dado va a desprestigiarlos durante mucho tiempo.

Hasta aquí el diagnóstico de Flake, bien fundado y bien desarrollado.

¿Qué propone Flake? Volver a las fuentes del conservadurismo. Volver a los principios y no sacrificarlos por una victoria pasajera que luego resulta ser una trampa. Volver a ser los defensores "del gobierno limitado, la libertad económica y la responsabilidad personal". Un lema magnífico, al menos para mi gusto, pero que parece insuficiente a estas alturas.

Se me ocurren algunas matizaciones, menores pero significativas. Por ejemplo, alguna concesión al emotivismo: cuando explica cómo dos doctores de origen afgano y palestino salvaron a su suegro durante una crisis cardíaca está utilizando un argumento emotivo pero tramposo. Si hay que aceptar más inmigrantes porque algunos de ellos son muy buenas personas y salvan vidas, con la misma razón bastaría sacar a relucir el caso de dos inmigrantes que hayan realizado una fechoría para argumentar que no habría que aceptar ni uno más. Es un mal argumento en ambos casos. Tomar un ejemplo como paradigma de un fenómeno complejo nos hace más agradable la lectura de un libro de este tipo, pero no se puede decidir una política sobre un asunto de tanto calado en base a una experiencia personal, sea buena o mala.

O el lío que se arma cuando explica que él, como conservador fiscal, votó en contra del rescate bancario y ahora se arrepiente porque estaba en juego la estabilidad del país. Lo que le lleva a decir que uno debe estar dispuesto a sacrificar sus principios cuando está en juego el futuro de la patria. Pocas páginas después critica la decisión republicana de bloquear cualquier candidato a ocupar la plaza vacante en el Tribunal Supremo desde la muerte del juez Scalia. No se pueden sacrificar las reglas del juego, argumenta Flake, pero no queda nada claro por qué el rescate bancario era vital para el futuro de la sociedad estadounidense, tanto como para sacrificar los principios por ello, pero el entregar el Supremo a los activistas judiciales de izquierdas es algo que hay que tragar para guardar las formas.

Pero ¿qué propone entonces Flake? Volver a las fuentes del conservadurismo. Volver a los principios y no sacrificarlos por una victoria pasajera que luego resulta ser una trampa. Volver a ser los defensores "del gobierno limitado, la libertad económica y la responsabilidad personal". Un lema magnífico, al menos para mi gusto, pero que parece insuficiente a estas alturas.

Y es que Flake suena a era Bush; de hecho, uno tiene la sensación de que Flake ha llegado una década tarde. Se le nota a gusto con un conservadurismo clásico con unas gotitas de compasión, aquel experimento de Bush que quedó archivado tras los atentados del 11-S pero que sigue inspirando a algunos. Pero el país ha cambiado, y mucho, desde entonces. Muchas líneas rojas se han sobrepasado y Flake no explica cómo restablecerlas. En el no reconocimiento de esta profunda transformación estriba, según mi parecer, la debilidad de la argumentación de Flake.

Pongamos algunos ejemplos. Sobre la inmigración, nos explica su experiencia en la granja familiar en Arizona, donde desde siempre han contratado a inmigrantes mexicanos ilegales. Flake recuerda que venían durante la época de más trabajo y luego regresaban a México, a estar con sus familias. El endurecimiento de los controles fronterizos hizo, según nos explica, que, al no poder ir y venir de un lado al otro del Rio Grande, optaran por llevarse a las familias y establecerse en Estados Unidos. El regreso a la relajación de los controles fronterizos sería, pues, recomendable. Parece obvio que la debilidad del argumento de Flake estriba en que la situación de cuando era niño, hace casi medio siglo, y la actual son claramente diferentes.

Otro ejemplo: Flake elogia a Buckley, con razón, por haberse opuesto en su día a los seguidores de la John Birch Society, escorados hacia un nativismo de tintes racistas en los años 60. Su valiente actitud dotó de una importante respetabilidad al movimiento conservador. Hasta aquí de acuerdo. Sigue Flake diciendo que a lo que se enfrentan los conservadores hoy en día es a lo mismo, solo que magnificado por internet. Y no, se parece pero no es lo mismo. La sociedad norteamericana ha cambiado mucho en los últimos ochenta años. La Alt Right, si bien puede compartir con los Birchers algunos aspectos, es algo mucho más complejo, poliédrico y probablemente más peligroso. No es solo internet, que también.

Por último, me ha llamado la atención la visión que sobre la inmigración musulmana tiene Flake. Explica que los mormones, de quienes forma parte, saben lo que es sufrir en sus propias carnes la desconfianza infundada de la sociedad estadounidense. Si los mormones, que una vez fueron considerados un peligro para los Estados Unidos, han demostrado que no lo son, lo mismo ocurrirá con los musulmanes. No me atrevo a predecir cuál será el futuro de los musulmanes en los Estados Unidos, pero el argumento me parece muy débil: hay que ir con mucho cuidado con este tipo de paralelismos superficiales que, además, pueden servir para una cosa y su contraria.

En cuanto al resto, nada que objetar. El nacionalismo económico no parece la mejor vía para, por ejemplo, reactivar la industria del carbón. Menospreciar a los países aliados tampoco parece la mejor estrategia. Disparar contra todo lo que se mueva puede resultar divertido, pero difícilmente se puede considerar el mejor modo de gobernar el país más poderoso del planeta.

El libro acaba con una llamada a poner el país por encima de los intereses partidistas, a recuperar el consenso en cuestiones básicas. Muy encomiable y deseable, e incluso plausible en otros tiempos (Flake pone el ejemplo de los acuerdos que un tío suyo alcanzó con los demócratas en el Senado de Texas... un ejemplo lejano en el tiempo), pero que, con Trump en un lado y una Hillary que habla de restringir la libertad religiosa por el otro, parece un noble e irrealizable deseo.

Flake critica con razón a Trump y, al menos, deja testimonio de que muchos conservadores no están dispuestos a sacrificar sus principios por acceder al poder. Otra cuestión es cómo convertir esa actitud en propuestas políticas que puedan recoger el apoyo de una mayoría de norteamericanos. En esto Flake suena correcto, sí, pero extremadamente previsible y sin chispa.

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