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Pablo Molina

Habla el último renegado del PCE

Estas memorias no son un ajuste de cuentas ni una disculpa. Son el testimonio de una larga vida, truncada por el totalitarismo marxista y la persecución a muerte de los antiguos camaradas.

Estas memorias no son un ajuste de cuentas ni una disculpa. Son el testimonio de una larga vida, truncada por el totalitarismo marxista y la persecución a muerte de los antiguos camaradas.
Portada del libro | Espuela de Plata

El comunismo ha sido el movimiento político más prolífico en la producción de renegados. En España, las víctimas de las purgas internas del PCE han dado a la imprenta algunas biografías de interés. Estas memorias de Francisco Félix Montiel son el ejemplo postrero de este subgénero literario protagonizado por los comunistas renegados; no solo por su reciente publicación, sino porque el autor fue el último diputado de las Cortes republicanas en morir.

Félix Montiel nació en Águilas en 1908, en el seno de una familia acomodada, y murió en Lima en 2005. Fue diputado socialista en la II República y, como tantos otros en la estela de las juventudes socialistas de Carrillo, comunista encubierto que daría el paso a la militancia en el PCE en cuanto sus dirigentes lo ordenaron. Nunca fue un marxista-leninista convencido, mucho menos un creyente, y su ingreso en el PCE se explica por su convicción de que el comunismo era la única fuerza política capaz de sostener la defensa de la República y vencer en la Guerra Civil. Montiel, adepto de la línea bolchevizadora del PSOE, hizo pública su militancia en diciembre de 1936, conservando su acta de diputado.

Los dirigentes del partido siempre sospecharon de su fidelidad, por lo que no era infrecuente que lo enviaran a otros países con todo tipo de embajadas. Sin embargo, Montiel vuelve a España cuando la guerra ya está prácticamente decidida y asiste en primerísima persona a los acontecimientos que desembocaron en el golpe del coronel Casado, que puso fin a la resistencia del Frente Popular en Madrid. Montiel se opuso a la nueva estrategia del PCE en los estertores de la guerra y acusó a los rusos de haber orquestado ese putsch interno, al que incluso dedicó un libro (Un coronel llamado Segismundo). Fue ese otro elemento que agravaría su caída en desgracia dentro del aparato comunista y le supondría una sañuda persecución que estuvo a punto de costarle la vida en no pocas ocasiones. Aunque su relato de los hechos, escrito en París en abril del mismo 1939 y rezumante de perplejidad (¿cómo pudo triunfar Casado rodeado por las bayonetas comunistas?), es conocido por los historiadores, estas memorias lo publican íntegro. Estamos sin duda ante un documento para la Historia.

Pero estas memorias no son un ajuste de cuentas ni una disculpa. Son el testimonio de una larga vida, truncada por el totalitarismo marxista y la persecución a muerte de los antiguos camaradas, lo que provocó que el político murciano viviera casi siempre en situaciones cercanas a la pobreza. Se ve en ellas que la vida de los exiliados republicanos no era precisamente fácil si se apartaban de la línea del Partido, del cual, en muchas ocasiones, se veían obligados a mendigar los auxilios. A la vista de que en las universidades españoles no se investiga esta faceta del exilio español (la extorsión comunista para mantener prietas las filas), al editor de la obra se le ocurre recomendar el tema para doctorandos de Nueva Zelanda.

En este libro, Félix Montiel hace un análisis del funcionamiento del comunismo similar al que por esas mismas fechas publicaría Arthur Koestler en circunstancias similares. A buen seguro, el autor de El cero y el infinito suscribiría la manera en que Montiel explica la maquinaria totalitaria que controla las organizaciones comunistas.

El partido necesita castigar, y para castigar se requiere que haya faltas y culpables. Las faltas son las que en cada momento deben aparecer como ejemplo para evitar que se produzcan, aunque no se hayan producido; o sea: las que se teme que puedan producirse por alguna razón de previsión política. Para ello, el partido tiene un recurso: buscar un culpable, aunque éste sea un militante cualquiera escogido al azar (o quién sabe por qué particulares motivos) sin ser verdaderamente culpable. La segunda parte del recurso consiste en que el militante confiese y lo haga públicamente, para ejemplaridad del rebaño; aunque no sea culpable, incluso sin que se haya producido realmente falta alguna. Por supuesto, cuando se escoge a un camarada que debe confesar, siempre se tiene en cuenta que sea un comunista absolutamente fiel y, por ello, dispuesto a rendir al partido el servicio que representa su confesión, cualesquiera que sean las consecuencias para él. El ejercicio de la confesión es una gimnasia cotidiana, no un espectáculo reservado para los grandes procesos.

Este libro de memorias ve la luz gracias al empeño personal del profesor de la Universidad de Murcia Jerónimo Molina (con el que este comentarista no tiene parentesco), en cuyas manos cayó el manuscrito después de no pocas vicisitudes. Molina escribe un prólogo espléndido que sitúa al personaje en su época, al lado de una cohorte de juristas jóvenes, muchos ellos de izquierda (los "juristas del 27", los llama), y acota de manera muy precisa el ámbito intelectual e ideológico en el que hay que entender estas memorias, escritas por el último de los españoles que vivieron lo peor del comunismo y pagaron las consecuencias.

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