Los occidentales llevamos mucho tiempo prediciendo que nos espera un destino fatal. Desde ese famoso libro de Oswald Spengler (escrito antes de la Segunda Guerra Mundial y mucho antes de la revolución tecnológica de la segunda mitad del siglo XX), pensamos constantemente que, al igual que sucedió en su día con otras civilizaciones e imperios, Occidente está ya inmerso en el proceso por el que terminará diluyéndose o, mucho peor, colapsando.
En su nuevo libro, El destino de Occidente (The Economist Books, 2017), Bill Emmott, exdirector de The Economist, intenta vislumbrar cuál debe ser el rumbo que debe adoptar Occidente para prosperar y no desaparecer. La cuestión crucial, destaca Emmott con trazo grueso, es que el ataque más importante viene desde dentro, de los propios occidentales, y no desde fuera.
Ciertamente, hace ya un tiempo que Occidente perdió su propia narrativa. Extrañamos voces potentes y autorizadas que reivindiquen todo lo positivo que Occidente ha traído al mundo, cómo ha mejorado y dignificado la vida de millones de personas, y por eso merece la pena ser defendido. "Fue cuando comenzaron a dudar de ello que su Imperio se hizo añicos y el caput mundi convirtióse en colonia", escribió Indro Montanelli sobre la caída de Roma.