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Antonio Manuel Moral Roncal

O'Donnell: en busca del centro político

La Unión Liberal fue un paso más en la difícil consolidación del Estado liberal en España.

La Unión Liberal fue un paso más en la difícil consolidación del Estado liberal en España.
o'donnell

La Historia ha unido la figura de Leopoldo O'Donnell a la existencia de un partido, la Unión Liberal, que constituyó un serio intento de modernizar la vida política de España, una solución innovadora al problema del constitucionalismo liberal en crisis a mediados del siglo XIX. Así, la tarea que se propuso O’Donnell y su formación política no fue tanto la creación de un nuevo sistema como la reparación del existente, valiéndose de sus elementos, aunque éstos constituyeran, a su vez, su límite.

Como señaló Mazade, la Unión Liberal pudo haber sido una idea pero, ante todo, y sin duda alguna, fue un hombre. Ese defecto, o virtud según se vea, fue consecuencia de su tiempo, pues, como señaló Benito Pérez Galdós:

Fue O’Donnell una época, como lo fueron antes y después Espartero y Prim, y como éstos, sus ideas crearon diversos hechos públicos, y sus actos engendraron infinidad de manifestaciones particulares, que amasadas y conglomeradas adquieren en la sucesión de los días carácter de unidad histórica. O’Donnell es uno de estos que acotan muchedumbres, poniendo su marca de hierro a grandes manadas de hombres.

Por eso, resulta necesario explicar esa época, situar al hombre político en su tiempo, que le acompaña y, a su vez, resulta parte integrante. Debe presentarse la situación histórica que vivió, la que recibió como gobernante y la que dejó en herencia tras sus tres experiencias como presidente del Consejo de Ministros. (...)

Uno de sus contemporáneos, el general moderado Fernando Fernández de Córdova, describió a O’Donnell en sus memorias como un hombre frío de carácter, flemático y reposado, de incontestable firmeza para seguir el camino que se trazó, sin desmayos ni arrepentimientos, sin pasiones: con impasibilidad británica diríamos hoy en día. Como otros muchos líderes políticos del reinado isabelino, forjó su carrera militar al calor de la Primera Guerra Carlista, donde demostró –según sus compañeros de armas– un enorme valor en los combates, una tranquilidad absoluta en todas las dificultades, sin otros estímulos que los que le marcaba su cerebro. En la batalla de Lucena contra los carlistas, Fernández de Córdova afirmó que había permanecido inmóvil bajo un diluvio de balas, comunicando sus órdenes y calculando las eventualidades.

Su salto a la política se produjo durante la regencia del general Espartero adscribiéndose al Partido Moderado, al término de la cual adquirió experiencia administrativa como gobernador y capitán general de Cuba. Más tarde, se acercó al programa político de los puritanos, liberal-conservadores que no deseaban gobiernos autocráticos ni constituciones de un solo partido. Desde el Senado, O’Donnell esperó el poder tranquilo, observando el desgaste de unos y las combinaciones de otros, callando cuando los vaivenes de la política no satisfacían sus ambiciones de lograr la presidencia del Consejo de Ministros. Si bien no fue un orador excepcional, se le reconoció un interés diario por estudiar, por aprender, por ilustrarse, tanto en ciencia militar como en la política.

Al apostar por un proyecto de conciliación entre las diversas ramas del liberalismo español, O’Donnell descubrió cierto don para atraerse amigos y simpatías, o al menos así lo creyó inicialmente. Frente al mando impetuoso y airado de Narváez o Prim, el del duque de Tetuán fue más suave, logrando esa autoridad que se concede a quien sabe ganarla. Frente al lujo que desplegaron muchos políticos, que consideraron necesario para realzar su prestigio, O’Donnell destacó por su modestia de costumbres, alejándose en su casa particular de ostentaciones innecesarias, que procuraran inspirar a sus familiares, amigos y correligionarios más confianza que temor. Supo escuchar y analizar, rodeándose de aquellos políticos que consideró los mejores y más preparados para la tarea de "modernizar fomentando". O’Donnell evitó declaraciones categóricas y excesivamente comprometedoras en materia de doctrina política, para evitar un encasillamiento ideológico rígido, sacrificando las abstracciones teóricas, por las que no sintió nunca inclinación. En su opinión, España había tenido demasiados principios y muy pocos logros reales desde 1812. Su acción de gobierno lo demostró: más logros que principios ideológicos y ello, como se verá, le terminó pasando factura.

Y es que también, como hombre político tuvo sus errores y contradicciones propias de su tiempo. Así, queriendo estabilizar un régimen representativo no dudó en participar en varios pronunciamientos, al igual que otros políticos, como el progresista general Prim o el demócrata Pierrad.

El espacio político que quiso ocupar fue el centro, entre el Partido Moderado y el Partido Progresista, los cuales también aspiraron al mismo en varias ocasiones, presentando a sus rivales de tal manera que ellos asumían la posición central. La lucha por el punto de centro político no es, pues, patrimonio de la actualidad. ¿Y qué podía definir el centrismo? Se barajaron varias fórmulas que fueron desde la utopía de un partido único –nacional y liberal– hasta la mera suma de diputados de los dos partidos más importantes hasta entonces y en crisis amenazante. Y ello en un tiempo de construcción de la Nación liberal, de una nueva sociedad y una mutante economía y, como tal, pleno de posibilidades, de triunfos y de fracasos.

En el siglo XIX, uno de sus biógrafos, Carlos Navarro Rodrigo, no dudó en señalar que O’Donnell "luchó con brío, sin descanso, por arrancar a España de su marasmo, de su entorpecimiento, de su mortal e histórica somnolencia". En el siglo XX, el historiador Nelson Durán afirmó que O’Donnell no fue un mero arbitrista, ni un contemporizador –como le acusaron sus adversarios–, sino un modernizador que intentó acercar a los españoles a los modos de vida europeos más desarrollados. Consultó los asuntos de gobierno con sus ministros y compañeros de la Unión Liberal, favoreciendo un clima de trabajo en equipo. Intentó consolidar un sistema de partidos y, sobre todo, canalizar las protestas de la oposición en las instituciones, en el Senado, en el Congreso, en la prensa, evitando la tentación de la revolución rupturista. De ahí que hasta su política exterior no pueda entenderse sin introducirse en el amplio abanico de medidas orquestadas para intentar rescatar a la oposición progresista de la espiral abstencionista, revolucionaria por extensión. En el siglo XXI, para historiadores como Francesc Martínez y Carmen García, O’Donnell fue solamente el delegado y la herramienta de los esclavistas y negociantes cubanos en Madrid. En este sentido, la Unión Liberal fue un envoltorio político necesario para mantener el statu quo en España y sus colonias, construyendo puentes centristas entre la revolución y la reacción. Una visión que no compartimos (...) porque, si bien la elite social de Cuba –contraria a la independencia– tuvo sus redes de influencia en Madrid, surgieron otros grupos sociales y circunstancias que influyeron en la evolución política del reinado de Isabel II.

La Unión Liberal fue un paso más en la difícil consolidación del Estado liberal en España. Logró alcanzar en varias ocasiones el poder, y ese partido fue, en palabras de Francisco Melgar, "esencialmente la cabeza de O’Donnell, el puño de O’Donnell, la oportunidad de O’Donnell". Sin embargo, esa agrupación política continuó existiendo tras la muerte de su líder. Los unionistas honraron su memoria erigiéndole un monumento para perpetuar su recuerdo, ingresando finalmente sus cenizas en la iglesia madrileña de las Salesas Reales. Allí se le tributaron, durante algunos años, demostraciones de recuerdo y homenajes, hasta que su figura quedó definitivamente petrificada en su tiempo y otros líderes políticos le sustituyeron en las referencias y esperanzas de los españoles.

(...)

NOTA: Este texto es una versión editada de la introducción del libro del mismo título, que acaba de publicar FAES.

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