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José María Marco

Memoria del comunismo

¿Cómo es que una idea tan aberrante, y tan criminal en sus efectos desde el inicio, ha ejercido un atractivo tan poderoso en tanta gente, en muchos casos con una inteligencia de primera clase?

¿Cómo es que una idea tan aberrante, y tan criminal en sus efectos desde el inicio, ha ejercido un atractivo tan poderoso en tanta gente, en muchos casos con una inteligencia de primera clase?
Federico firmando 'Memoria del comunismo' | David Alonso Rincón

El último libro de Federico Jiménez Losantos insiste desde el título en un propósito casi militante. Se trata de recuperar y exponer la memoria del comunismo, siendo como es este, entre otras cosas, un mecanismo moral que permite prescindir de la realidad pasada, en particular de aquella de la que somos responsables.

El volumen, monumental, vendría a ser por tanto una historia: una historia del comunismo desde la ruptura de la II Internacional protagonizada por Lenin, hace un siglo, hasta la nueva actualidad que ha cobrado con movimientos y líderes como Pablo Iglesias y Podemos, pasando, fundamentalmente, por la revolución soviética, el triunfo de terror en la URSS, la exportación del comunismo a los países europeos y a Cuba –con la figura de Ernesto Che Guevara en el centro– y, por fin, el descrédito del totalitarismo, descrédito incompleto, llamado a veces "la extraña muerte del marxismo", tras las jornadas antiautoritarias del 68 y la publicación de Archipiélago Gulag en los primeros años 70.

Sin embargo, y aunque Federico Jiménez Losantos se haya interesado más de una vez por la reconstrucción del pasado, lo suyo es más bien descifrar, y contar, el presente. De tal modo que el enorme acarreo de materiales históricos va encaminado, más que a elaborar una nueva historia del comunismo, a dar respuesta a una pregunta clave. ¿Cómo es que una idea tan aberrante, y tan criminal en sus efectos desde el inicio, ha ejercido un atractivo tan poderoso en tanta gente, en muchos casos con una inteligencia de primera clase? La misma pregunta se ha hecho muchas veces con respecto al nazismo, olvidando que el nazismo está enraizado en motivos propios de la cultura alemana (lo que no quiere decir que la cultura alemana esté intrínsecamente unida al nazismo). Una de las respuestas a la gran pregunta del libro, que el propio autor adelanta, es precisamente el alcance universal del comunismo, ideología global por naturaleza, a pesar del aparente repliegue estalinista en un solo país y de los coqueteos con el nacionalismo de nuestros podemitas.

La pregunta requiere también adentrarse en la actualidad. Federico Jiménez Losantos nunca tuvo demasiada confianza en la proclamación del fin de la Historia y la desaparición del comunismo tras la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética. El tiempo le ha dado la razón, al menos en apariencia, con la reaparición de movimientos que tienen por lo menos tanto de neocomunistas como de populismo. El comunismo sobrevivió, y con qué energía, a la sustitución de la ilusión por el terror ya desde los balbuceos del bolchevismo, y habría sobrevivido también a las revoluciones antiautoritarias de la segunda mitad del siglo pasado.

Se trata por tanto de algo más que de una simple ideología. El comunismo –el totalitarismo marxista– habría descubierto una forma de ser humano específica en la que el sujeto, aun perdida la fe, hace del culto a la mentira la demostración misma de la validez de aquello en lo que ya no cree. El comunismo requiere, pues, la violencia, la más extrema y gratuita, la más bestial, para proclamarse como verdad. El terror no es sólo un instrumento de dominación, tan bien y tan sobrecogedoramente descrito en estas páginas de Jiménez Losantos. Es además el mecanismo básicopor el que el individuo interioriza la falsificación sistemática de la realidad en la que consiste el comunismo. Es esa corrupción inevitable, total desde el primer momento, la que lleva a constatar, como se ha hecho muchas veces y también se hace en estas páginas, que un comunista es, de por sí, el Partido, el comunismo entero. La barbarie renace, intacta y completa, en el menor rebrote.

Del yo al nosotros, dice Jiménez Losantos, lo que le lleva a escribir no ya una historia sino una memoria, también personal. De ahí que el libro arranque con la experiencia del autor en tiempos de la dictadura, cuando sucumbió a esa seducción siniestra que lleva a apartarse del conocimiento de la verdad, la justicia y la belleza, describa luego la caída del caballo en la China de Mao y acabe en tiempos no muy alejados del actual, con la reivindicación del pensamiento liberal español desde la Escuela de Salamanca hasta el resurgir de un liberalismo militante con la evocación del grupo de Albarracín, inicio de otras varias aventuras en la vida política y periodística española de los últimos años.

El libro se convierte así –y ahí está otro de sus mayores atractivos– en un aviso, un memorial de desengaños: tanto el recuerdo de que la anulación del yo en el nosotros requiere la abolición de la propiedad, una clave utópica que está en el núcleo de la –ahora sí– ideología comunista como el repaso a las atrocidades cometidas en su nombre, sobre todo en nuestro país en los años treinta.

Es posible dudar de que la ilusión comunista tenga hoy en día la misma la misma capacidad de fascinación que tuvo en el siglo XX. Aun así, es innegable que el atractivo ejercido por el totalitarismo en momentos recientes de crisis económica e institucional indica la necesidad de libros como este. También es de elogiar, y de admirar, la voluntad –cumplida, a pesar de su desmesura– de enfrentarse a cuerpo limpio a uno de los mayores monstruos de la Historia.

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