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José Carlos Rodríguez

¿Debemos pensar hoy en los nietos de nuestros nietos?

Tanto personal como socialmente, si nos obsesionamos con el consumo presente, no podemos progresar. Lo que nos propone Cowen es lo contrario: un apego obstinado al ahorro y la inversión.

Tanto personal como socialmente, si nos obsesionamos con el consumo presente, no podemos progresar. Lo que nos propone Cowen es lo contrario: un apego obstinado al ahorro y la inversión.

Tyler Cowen es uno de los economistas más influyentes del momento. Por su blog Marginal revolution–escrito con Alex Tabarrok– no menos que por su columna en el diario The New York Times. En el blog muestra un desasosegante interés por todo, especialmente por cuestiones culturales, a las que ha dedicado varios libros. Entre ellos, Praise of commercial culture –Elogio de la cultura comercial–. Otro de sus temas es el de la prosperidad o, si lo prefieren, el crecimiento económico, al que ha dedicado su último libro: Stubborn attachments.

El título tiene difícil traducción. Por su contenido, yo lo traduciría como Una fijación obsesiva, aunque sea casi un pleonasmo. Un apego obstinado quizás sea más adecuado. Un apego al crecimiento económico, que es de lo que trata esta breve obra –son 160 páginas–.

Lo más interesante de la obra es su punto de vista. Analiza desarrollo económico con una perspectiva temporal amplia, y mirando al futuro. Así como Julian Simon, en su obra póstuma The great breakthrough and it’s cause, miraba al crecimiento pasado con un una mirada de milenios, Cowen mira al futuro no con tanta perspectiva, pero sí hacia los próximos siglos.

Parte de la constatación de que un mayor crecimiento anual, aunque sea una pequeña diferencia período a período, a largo plazo implica unas diferencias enormes, porque cada nuevo paso en ese crecimiento se suma a los siguientes y hace que estos crecimientos sean sobre una cantidad mayor. Ese crecimiento compuesto implica pequeñas diferencias en unos pocos años, pero cuando el período se amplía se produce un efecto multiplicador que lo cambia todo de forma radical. Cowen nos lo cuenta así: "Supongamos que" la economía de los Estados Unidos "hubiese crecido un punto porcentual menos cada año, de 1870 a 1990. En ese escenario, los Estados Unidos de 1990 no serían más ricos" que Méjico en ese mismo año.

Vivimos en un mundo tan rico que tenemos que hacer un esfuerzo por explicar la importancia de la riqueza. A los 700 millones de personas que viven en la extrema pobreza no hace falta explicárselo. Cowen sabe que habla para nosotros y nos seduce diciendo que el crecimiento económico "da a las personas una mayor autonomía y minimiza las opciones de que su destino quede determinado por el tiempo y el espacio en que ha nacido".

Aunque el crecimiento sigue teniendo algo de misterioso, hay ciertos elementos que podemos decir que conocemos de él. Necesita una estructura institucional que respete la vida y la propiedad. Y exige también un sacrificio temporal: consumir menos hoy para invertir el resto de nuestra renta, crear con ese ahorro un nuevo capital que hace más productiva la economía y obtener, bien que en un período posterior, una mayor renta. Tanto personal como socialmente, si nos obsesionamos con el consumo presente, no podemos progresar. Lo que nos propone Cowen es lo contrario: un apego obstinado al ahorro y la inversión.

Su idea es que deberíamos sacrificar el conjunto de objetivos sociales actuales al crecimiento económico, para dar a las futuras generaciones, a las que están más allá de nuestros nietos, a las que sólo podemos imaginar y se nos escapan ya de nuestra perspectiva vital, una vida mucho mejor. Para ello, tenemos que cambiar nuestra preferencia temporal. Y esa es la principal y más polémica contribución del libro.

Juega incluso con la idea de que valoremos el futuro lejano igual que el presente. Para ello, tiende varias trampas al lector, de las que es fácil zafarse. Sugerir que la preferencia por el presente es irracional porque hay un condicionamiento biológico es absurdo. Hay justificaciones racionales para no posponer el consumo, como por ejemplo la de no morir. Luego nos dice que los niños y las personas sin educación o inteligencia tienen una mayor urgencia temporal, y eso "apoya la idea de que están cometiendo un error". ¿De veras, Tyler? Luego juega con el interés compuesto y los efectos a muy largo plazo, y un lector sensible habrá de concluir que gastarse 200 euros un fin de semana con su familia es un crimen horrible, pues invertidos durante 500 años a un tipo de interés del 5 por ciento podrían sostener la vida de 260 millones de familias durante un año con los niveles de vida de España hoy –sí, he hecho el cálculo–. ¿De veras, Tyler? Llamar a la preferencia por el presente impaciencia tampoco es un argumento suficiente.

Aparte de que un tipo de interés del 0 por ciento lleva a conclusiones absurdas. Por ejemplo: un recurso, como una finca, que pudiera asegurarnos una renta eterna, a un tipo de interés del 0 por ciento tendría un valor actual infinito. Con una riqueza infinita, desde luego, no tenemos que preocuparnos por el crecimiento económico, y podemos dedicar el libro de Cowen a decorar nuestra librería. El autor acaba diciendo "no tenemos un argumento claro para el cual la tasa de descuento del bienestar humano deba ser exactamente cero".

Una vez puestas todas las trampas al lector, Tyler Cowen se ve obligado a sortearlas él mismo. Pues si nuestra preocupación ha de ser sobre todo por el larguísimo plazo, ¿qué hacemos con los 700 millones de personas que viven en la miseria y a las que hacía referencia? ¿Qué hacemos con los problemas medioambientales actuales? Aquí reaparece el mejor Cowen para señalar que es el crecimiento económico y su fruto, la riqueza, lo que nos permite mejorar estos graves problemas. Y, por tanto, debemos una vez más adherirnos a nuestro obstinado apego por el crecimiento.

Lo peor del caso es que no necesita nada de eso para hacernos ver que, efectivamente, deberíamos pensar más en el crecimiento a largo plazo. Incluso desde el punto de vista ético, podría haberse aferrado al dictum de Jeremy Bentham según el cual "todo el mundo cuenta como uno y nadie cuenta más que uno", y llevarlo al futuro. Con esa idea podría haber hecho incluso una contribución a la ética. Una idea que no le exige forzar el argumento económico hasta aplastar a golpes la tasa de descuento, o el interés, hasta dejarlo en el cero por ciento, o cerca. Y le bastaría con hacer ver que nuestro crecimiento hoy tiene implicaciones muy importantes para el bienestar a largo y muy largo plazo.

Cowen, que tiene instrumentos analíticos de sobra, podría habernos ofrecido un juicio científico sobre cómo el sistema político favorece justo lo contrario. También podría habernos ofrecido una exposición más profunda sobre el fenómeno del crecimiento, y es seguro que las páginas extra habrían mejorado la comprensión del resto. Con todo, aunque creo que a la obra le falta algo de reposo –¡esa preferencia temporal, Tyler!–, creo que hace pensar y nos sitúa en una perspectiva temporal a la que no estamos habituados, pero que tiene relevancia para nosotros. Incluso en el presente.

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