Es la imaginación, escribe Allan Bloom, la que humaniza el deseo y lo convierte en materia erótica. La poesía nace de ahí. También puede llevar a la desgracia, como demuestran los celos, o a la tragedia, como en el caso de la imaginación creadora desbordada de Macías/Lope. Sin embargo, también es la imaginación la que afirma la diversidad que tanto gusta e interesa a Lope, la raíz del universo que creó con su obra y que es lo propio del ser humano.
Más acá de la imaginación, aunque siempre movido por ella porque somos seres humanos, está el deseo en sí. El deseo es el fundamento y el impulso primero del amor. Y el deseo, aunque sea deseo de posesión de la belleza, tiene sus propias leyes, que dirige la naturaleza en lo que tiene de más básico como principio de reproducción de la vida. En El anzuelo de Fenisa, una comedia de ambiente portuario y burgués, situada en Palermo, el protagonista se deja seducir por Fenisa, una cortesana, precisamente por serlo y no depender de él: el reverso exacto de las damas idealizadas de los cancioneros petrarquistas, muy capaz de defender sus intereses económicos, como lo demuestra la dura negociación que entabla acerca de los intereses de un préstamo. Fenisa proclama sin más historias que lo que le gusta de un hombre, fuera de "la cara hermosa", son los pies y las piernas, las "piernas y el brío", dice luego. Y aunque siempre ha conseguido esquivar el amor, incompatible con su condición de cortesana porque amor todo lo "desatina", acaba enamorada… de una muchacha que ha llegado a Palermo vestida de hombre. La paradoja es completa. Si bien es una prostituta la que mejor se ha defendido del amor –por motivos y reflejos profesionales, se podría decir–, también ella acaba tropezando en un deseo que no sabe descifrar.
Lope no da lecciones morales y esa misma comedia, El anzuelo de Fenisa, arranca con una discusión sobre la naturaleza del amor. Camilo reprocha su ligereza a Albano, el personaje que se prenda de la cortesana, a lo que Albano contesta con un argumento de enamorado: "¡Qué manso que parece siempre el toro/ al que está en la ventana!, y al letrado/ ¡qué cobarde el flamenco y tibio el moro!". Y como el argumento de la experiencia no se agota en las armas o la acción: "El escribir un libro concertado/ ¡qué fácil le parece al ignorante/ y el llevar una cátedra al soldado!". No se puede hablar de amor sin conocerlo y cuando se conoce el amor, se sabe que no es "honra, ni mercadería, ni regidor ni caballero". "Amor es consonancia y armonía/ que hacen el deseo y la hermosura". La armonía que busca y descubre el amor es hija, por tanto, de la hermosura y el deseo, no de la búsqueda de un ideal. Por eso Albano arremete contra Platón, "cuyo aforismo/ ya me fastidia y con razón molesta". Eso de amar al alma sola es propio de hipócritas, que "en secreto/ hacen su medianoche a la española".
Lo que Albano reivindica es su gusto ("Si amor es gusto, el que yo tengo es justo"), con un argumento que saldrá a relucir de nuevo, en esos mismos términos, cuando Lope defiende su dramaturgia, o su poesía, frente a los ataques de los preceptistas. Y como en Lope la reflexión sobre el amor no anda nunca muy lejos de la reflexión estética, un poco más adelante otro personaje, español y poeta en su juventud, al ser preguntado sobre si su poesía era "de aquellos [poetas] impecables,/ cuyos versos destila en alambique/ la culta musa", responde que él fue "de los palpables, imitador de Laso y de Manrique". La reivindicación de la tradición nacional –vía Garcilaso y Jorge Manrique– frente a la poesía culta, o culterana, se funde con la reivindicación de los versos o los poetas "palpables". En el contexto de la discusión sobre el amor carnal, venal o ideal en torno a la cual gira toda la comedia, esta reivindicación literaria adquiere sentidos muy sugestivos, desde los "versos mercantiles" del Lope del Arte nuevo hasta la evocación de una poesía directamente erótica.
La cuestión del deseo siempre ha estado presente en la reflexión sobre el amor. En el Fedro, Platón imagina el mito del carro tirado por dos caballos, uno de los cuales se muestra rebelde a los intentos de su compañero y del auriga por trepar a las alturas del mundo ideal. En el mismo Fedro, Platón realizó una de las descripciones más realistas y elocuentes del deseo y de cómo va inflamando el cuerpo del que se apodera… No es fácil entender cómo de esa intensificación de los sentidos va a surgir el anhelo de la pura contemplación de lo bello. En El banquete, Pausanias habla de la "Afrodita popular", la que lleva a amar los cuerpos de las mujeres y los muchachos –y de estos, los menos inteligentes–. A ella se opone el amor celeste, redescubierto por los teóricos del amor en el Renacimiento, entre ellos Marsilio Ficino, que inventó la expresión del "amor platónico" para hablar de un amor puro, ajeno a cualquier tirón carnal.
Lope conoce muy bien toda esta literatura, también a León Hebreo y a Pietro Bembo, y se nutre de ella para su propia conceptualización del amor, siempre más dependiente –en cualquier caso– de la experiencia y los sentidos que de la pura reflexión con pretensiones teóricas. Por eso Lope se inclina al realismo de aquellos que se habían mostrado críticos con la exaltación idealista (neo)platónica. Está más cerca de Boccaccio, Maquiavelo y Montaigne –y de las novelas de Mateo Bandello, que le proporcionan argumentos para sus comedias, entre ellas El anzuelo de Fenisa– que de cualquier idealización. El amor es inseparable del deseo, y si el amor erotiza el deseo y descubre la belleza del mundo, el impulso de fondo no deja de ser el mismo que condujo a Lope hasta Elena Osorio. El neoplatonismo proporciona el marco conceptual y las imágenes, tan bien analizados por Guillermo Serés en La transformación de los amantes. La idea del amor, en cambio, se deduce de la experiencia.
Y esa experiencia, que arranca en el episodio de Elena Osorio, ha sido tan truculenta como desgraciada. Lope no olvidó nunca aquellos primeros momentos de su vida sentimental –y literaria–. Ahí está el inicio de esa reflexión crítica sobre la naturaleza del amor que lo aproxima a la tradición clásica, según la cual amor persigue sus propios fines, ajenos a lo humano, que a su vez queda sometido a las pasiones. El materialismo de Lucrecio no anda muy lejos. El deseo de posesión en que consiste el amor no sirve de fundamento para el descubrimiento de la belleza ni para un orden social basado en la capacidad natural del hombre de ocuparse de los demás. Lo único que pone en marcha es un impulso animal, irresistible una vez despertado y que no respeta nada: ni familia, ni moral, ni dignidad ni decoro. En el amor, enraizado en la naturaleza –también la naturaleza del ser humano–, no se puede desconocer la presencia de este impulso salvaje, asocial, que Lope constata en sí mismo.
Lope desgranará cuatro ejemplos de este impulso en Pastores de Belén, novela pastoril, como la Arcadia, pero a lo divino, por relatar el viaje de los pastores hasta el lugar del nacimiento de Dios. Durante el trayecto, y como suele ocurrir en la novela pastoril y en la de aventuras (la llamada novela bizantina), los personajes van tomando la palabra para amenizar el paso del tiempo. Entre otros, se contarán estos cuatro episodios de amor, pero no de amor divino ni idealizado.
El primer episodio es el de Dina, la hija de Jacob, violada por Siquem, un muchacho de la ciudad que ha acogido a la familia del patriarca. Es por la vista (más exactamente, "por los delgados espíritus de la vista") como el amor abrasa el alma de Siquem. El hecho suscita la venganza de los hermanos de Dina, que asesinan, habiéndolos engañado antes, a todos los varones que pueblan la ciudad del violador. La violencia del deseo anula cualquier raciocinio y aboca al horror, "como las más de (las historias de) amores, cuyo fin es siempre trágico". Sólo queda huir, una vez que el deseo ha arrasado cualquier posibilidad de orden social.
NOTA: José María Marco acaba de publicar El verdadero amante. Lope de Vega y el amor (Ediciones Insólitas, 2019). El libro repasa los diversos conceptos del amor en la obra de Lope (el amor conyugal y familiar, el amor platónico, Eros, el amor de Dios, contra el amor…). Y analiza cómo el amor constituye el centro y el motor del proyecto estético del que es su mayor poeta. Este texto procede del capítulo dedicado a Eros.