Menú
Amando de Miguel

Nostalgia de la Barcelona de Federico

En el mausoleo que se erija a Federico en su Teruel de nación quedará grabado este escueto epitafio: "Despertó envidias".

En el mausoleo que se erija a Federico en su Teruel de nación quedará grabado este escueto epitafio: "Despertó envidias".
La Esfera de los Libros | LD

Por una suerte de capricho estocástico no me fue posible (y bien que lo sentí) asistir a la presentación del libro de Federico Jiménez Losantos sobre sus trepidantes memorias barceloninas. Resultó que, al mismo tiempo, tenía yo que presentar otro libro a muchas cuadras de distancia. No sé qué tiene el Diablo Cojuelo madrileño que obliga a celebrar los eventos culturales los jueves por la tarde y sin que se nos sea otorgado el don de la bilocación.

No sé muy bien qué tiene Barcelona que incita a los escribidores en ella empadronados a cultivar el género memorialista. Quizá sea porque en la capital catalana hay un no sé qué de vida privada, de delectación con lo íntimo, que se atenúa mucho, por ejemplo, en el Madrid cortesano. Pongo por caso a dos egregios escritores, Carlos Barral y Salvador Pániker, autores de sendos dietarios testimoniales. Con ambos personajes mantuve una fecunda relación, pues fueron mis editores, entre otros. Ambos representan muy bien el ambiente de los letraheridos de la Barcelona que fue en los amenes del franquismo. Yo también perpetré una especie de diario íntimo en la Cárcel Modelo de Barcelona. Es claro lo sano que resultó en su día residir por algún tiempo en Barcelona para desarrollar el oficio de escribir. Que se lo digan a Vargas Llosa o a García Márquez. Bueno, se trata de la Barcelona añorada, ahora aprovincianada con ramplonería republicana.

Por diversos azares recalé yo también en la Barcelona de los años 70. Todo empezó por un vergonzante consejo de guerra que me cayó por mi mala follá al embadurnar algunas cuartillas sobre la sociología del poder en España. Aparte del confinamiento y la cárcel, de momento me caló el sambenito de no poder seguir enseñando en Madrid, donde había empezado a profesar. Ahora me asistió el azar a mi favor. En la Universidad Autónoma de Barcelona el rector era hermano del ministro del ramo, y así pudo ofrecerme un puesto docente en Bellaterra. Realmente, tuvo que ser con la corruptela legal de consumir todo el presupuesto de conferencias de la universidad. Más tarde volví a Barcelona como catedrático numerario en la llamada Complutense de Barcelona, en mi caso Económicas de Pedralbes.

La resumida peripecia que digo me sitúa en la Barcelona de Federico, la de los luminosos años 70. Aunque yo colaboraba en el Diario de Barcelona, mi ambiente natural era el académico. Recuerdo las amenas pláticas con el maestro Aranguren. Coincidimos los dos como profesores en la original Escuela de Diseño Textil. Federico dominaba el círculo de la estética vanguardista y de los letraheridos en torno a las revistas intelectuales de la izquierda exquisita. En su estupendo libro se narra esa vicisitud.

Coincidí con Federico en el episodio del famoso Manifiesto de los 2.300, que se activó en 1980. Su autor principal fue Santiago Trancón, quien me vino a ver a la facultad, donde yo a la sazón era vicedecano con el equipo de Joan Hortalá. Firmé el manifiesto sin leerlo, tal era la coincidencia con los propósitos que me expuso Trancón. No me percaté de que el bueno del leonés me colocaba de primer firmante en el manifiesto. Federico ha contado la historia de tal avatar. El de Teruel resultó ser el más castigado por los terroristas de Terra Lliure. Tras él, los primeros firmantes del manifiesto (recuerdo, entre otros, a Pepe Carralero y a Benjamín Oltra) tuvimos que salir de najas hacia otros territorios. Nos fuimos no sin una mica de melancolía por la prodigiosa década de libertad que había sido el ambiente intelectual de Barcelona en los años 70. Bien es verdad que algunos exiliados logramos medrar en Madrid, rompeolas de las 49 provincias, que dijo el clásico. Federico se convirtió en un afamado caudillo intelectual a través de libros, periódicos, radio y otros medios. Su estilo combativo, iconoclasta, debelador del Establecimiento, descubridor de sobrenombres y epítetos sarcásticos, pasará a las antologías; recuerda al mejor Quevedo.

Volví a coincidir con Federico en Diario 16, ABC, la COPE, Antena 3 Radio, y luego definitivamente en Libertad Digital, donde me acogí a sagrado. Yo no lo veré, pero en el mausoleo que se le erija a Federico en su Teruel de nación quedará grabado este escueto epitafio: "Despertó envidias".

Solázate, libertario digital, con las páginas de Barcelona, la ciudad que fue de Federico, para comprender mejor la España que pudo ser y que será, será.

Temas

0
comentarios