Menú
Marcel Gascón Barberá

Radiografía de un delirio universal

¿Cómo un movimiento con rasgos de secta, que tenía el asesinato masivo y el control total del individuo entre sus señas definitorias, llegó a ser abrazado con entusiasmo en medio mundo y se convirtió en una de las grandes fuerzas ideológicas del siglo XX?

¿Cómo un movimiento con rasgos de secta, que tenía el asesinato masivo y el control total del individuo entre sus señas definitorias, llegó a ser abrazado con entusiasmo en medio mundo y se convirtió en una de las grandes fuerzas ideológicas del siglo XX?
Penguin | Maoism

¿Cómo un movimiento con rasgos de secta, que tenía el asesinato masivo y el control total del individuo entre sus señas definitorias, llegó a ser abrazado con entusiasmo en medio mundo y se convirtió en una de las grandes fuerzas ideológicas del siglo XX?

A esta y otras preguntas que se le derivan responde la profesora de Historia Moderna de China en la Universidad de Londres Julia Lovell en su libro Maoism. A Global History.

La obra ha sido publicada este año por Penguin Random House, y es aclamada por la crítica por cubrir con precisión y abundancia de fuentes y anécdotas una materia –la expansión del maoísmo por el mundo– poco explorada hasta ahora.

Como el camino al éxito del comunismo chino después de que sucumbiera a Mao, la investigación de Lovell comienza con la visita a los territorios controlados por el Mao guerrillero de un periodista americano llamado Edgar Snow. Durante meses, y en una operación de propaganda concienzudamente preparada, Mao y los demás líderes del Partido Comunista Chino concedieron a Snow largas entrevistas y le permitieron experimentar de primera mano la vida bajo una versión sui géneris del socialismo, que entonces luchaba contra el invasor japonés y contra su enemigo interno nacionalista.

El resultado fue Estrella roja sobre China, una crónica idealizada de la élite comunista y sus principales líderes que se convirtió en bestseller internacional y fue decisiva en la conquista de conciencias tanto en China, donde el libro se publicó traducido bajo estricta vigilancia del partido, como en el resto del mundo.

Antes de entrar en cómo se exportó el maoísmo, Lovell pone en situación al lector con una poderosa descripción de este movimiento que abogó desde el principio por el carácter purificador y catalítico de la brutalidad y la violencia e hizo de la sumisión absoluta del individuo a la causa una de sus razones de ser.

Por las páginas del libro pasan las matanzas de sospechosos de enemigos de clase, traidores y disidentes que Mao celebraba con un deleite que va más allá del cálculo político. Su propia vida privada, y en particular el trato innecesariamente cruel que dispensó a sus abnegadas esposas, es definitorio de una personalidad despiadada marcada a fuego en la teoría y la práctica maoístas.

A través del libro de Snow, y de la Biblia maoísta que empezó a leerse con fervor en junglas, campamentos guerrilleros, universidades y salones de todos los continentes, el comunismo chino devino una opción política profesada con fervor religioso en multitud de países. A esta evangelización de las almas se sumaba una acción exterior de impulso de la revolución maoísta, que trajo caos y destrucción a todos los lugares en que se impuso.

La influencia de la China de Mao fue un factor crucial en la radicalización de Sukarno y sus aliados comunistas en Indonesia. Esta deriva revolucionaria precipitó el golpe de Estado militar que acabaría encumbrando a Suharto y se cobró la vida de al menos medio millón de personas en las purgas anticomunistas de 1965 y 1966. En países africanos como Tanzania y Zimbabue, prácticas inspiradas y promovidas por Mao como la violencia, las colectivizaciones y el poder ilimitado del partido y el ejército llevaron a la hambruna y el peor absolutismo político. Los efectos duran hasta hoy en un país aún subyugado por un régimen comunistoide como, precisamente, Zimbabue.

El apoyo militar y logístico de Pekín fue clave en la expulsión de los franceses de Vietnam y la consolidación de un régimen comunista en el norte. Para ilustrar el resultado, Lovell cita el testimonio de un joven patriota vietnamita desilusionado con el dominio chino con la causa revolucionaria antiimperialista a la que se entregó tras la muerte de su madre a manos de los franceses: "El individuo es tan insignificante como un grano de arena"; y, como un grano de arena, puede ser "pisado y aplastado".

La intervención china también fue asimismo determinante en el ascenso de los Jemeres Rojos en la vecina Camboya. El genocidio no se habría producido sin ese apoyo chino. Como dijo el propio Pol Pot, sus políticas antiburguesas no eran más que hacer de nuevo la Revolución Cultural de Mao, pero esta vez ininterrumpidamente, "cada día".

Pese al nivel de detalle empleado por la autora, el libro de Lovell –que se ocupa también de la la rebelión naxalita en la India y al papel del maoísmo después de Mao en la guerra civil de Nepal– la tiene la virtud de no volverse árido.

La profusión de historias personales y el énfasis que pone en la psicología de los actores protagonistas de estos hechos históricos mantienen vivo el interés y hacen que el lector no caiga nunca en el aburrimiento. Este acento en lo personal y lo psicológico es especialmente valioso siendo el objeto de estudio el maoísmo, definido en cierto momento por Lovell como una combinación milenarista de lo abstracto y lo visceral.

Las anécdotas personales son particularmente elocuentes y reveladoras en la parte dedicada a la rebelión de Mao contra la URSS y su enfrentamiento, áspero y plagado de episodios hilarantes, con Jrushchov.

Una de estas historias personales que hacen el libro suculento hasta el final es la del soldado americano Clarence Adams. Adams fue uno de los soldados negros que cayeron prisioneros en Corea tras ser sacrificado para salvar a sus compañeros blancos por sus propios mandos. Después de tres años presos en Corea, Adams y algunos de sus compañeros negros optaron por continuar su vida en China en vez de regresar a Estados Unidos. Más que correr hacia el comunismo, explicó Adams, huyó del racismo en su país. Pese a todas las oportunidades que se le brindaron en China, Adams fue incapaz de adaptarse y acabó regresando a América.

El éxito del maoísmo entre la juventud educada europea y estadounidense está profusamente documentado con numerosos casos personales y poderosas imágenes, como la de los panteras negras de Nueva York –vestidos de campesinos chinos sin prescindir de su afro y sus gafas de sol–, que decían que querían ser "negros como Mao".

El atractivo del maoísmo hizo que personas que nunca habían visto un muerto, quizás ni siquiera una pelea, glorificaran el asesinato de masas y la humillación sistemática de quien mostrara cualquier déficit de entusiasmo por el movimiento.

Y no solo eso: esta ideología que llegó a ser lo más cool en los 60 y 70, pese a toda su historia de abusos y muertes, empujó a muchos a dejar atrás cómodas vidas burguesas para dedicarse de pleno a matar a otros en grupos terroristas de inspiración maoísta, como la banda Baader Meinhof en Alemania o las Brigadas Rojas en Italia.

El capítulo más interesante para el lector español es probablemente el que trata de Sendero Luminoso, la guerrilla maoísta que puso en jaque al Perú hasta que la derrotó Fujimori. Lovell ofrece una descripción vivísima de Abimael Guzmán, profesor de Filosofía que se convirtió en fanático maoísta después de un viaje a China.

El libro recuerda las primeras expresiones públicas de la cruzada anticapitalista de Guzmán para liberar a los campesinos de las cadenas burguesas: colgar perros muertos en las calles de Lima con carteles que denunciaban a Deng Xiaoping por traicionar a Mao.

Lovell detalla el camino a la lucha armada de Guzmán y sus senderistas. Describe su irresistible magnetismo para muchos jóvenes peruanos de buena cuna y cómo numerosos campesinos se unieron a la revuelta para escapar de una existencia mísera y sin perspectivas en el campo.

La autora no ahorra en información sobre las salvajadas que durante casi dos décadas cometió Sendero Luminoso, una organización creada sobre el dogma maoísta de la violencia como motor de la historia que antes de ser descabezada masacró a 70.000 personas, la mayoría de ellas campesinos, esos campesinos a los que decía estar salvando.

En uno de los pasajes del libro, Lovell cuenta la detención en 1992 de Guzmán y su compañera, Elena Iparraguirre, en la casa limeña de clase alta en que se ocultaban. Según dijo entonces la prensa peruana, el radicalmente antiburgués Guzmán veía televisión cuando las fuerzas de seguridad peruana ingresaron en la vivienda.

Una de las anécdotas que cuenta el libro da buena de la naturaleza sectaria del movimiento de Guzmán, también conocido como Camarada Gonzalo. Los senderistas presos representaban sofisticadas obras de teatro glorificando la Revolución Cultural, al tiempo que celebraban a sus líderes, Mao y Guzmán, cantando canciones en sus celdas en español y chino. En una de esas celdas, los senderistas pintaron un mural de colores representando al Camarada Gonzalo. "Uno de los grupos de presos escribió una cita de Mao a seis metros del suelo", señala Lovell.

"Un periodista que estaba de visita les preguntó: ‘Si podéis pintar a esa altura, ¿por qué no os escapáis?’". A lo que ellos respondieron:

No queremos escaparnos. Queremos demostrarles a nuestros captores que son insignificantes. Se vuelven locos tratando de comprender cómo lo hacemos.

Temas

0
comentarios