Resulta difícil escapar, incluso en condiciones propicias, a la realidad de este confinamiento que transcurre con el telón de fondo de muertes encadenadas que nos son servidas a lo largo del día. Tiempo para el jardín, tiempo para pensar, leer y rememorar.
Hoy, un libro me lleva a ese avispero en el que se ha convertido la causa de las mujeres. Los libros viven su vida, en una aparente quietud, en las estanterías. No nos engañemos, rebosan vitalidad, no solo por lo que dicen. Interactúan con nosotros, sin cesar. Les gusta jugar: desaparecen cuando los buscamos, se asoman por sorpresa los olvidados. Acuden en nuestra ayuda en la oscuridad del insomnio, haciéndonos señales de luz, "diamants qui brillent dans la nuit". Reclaman con justicia y razón su sitio en los debates sociales.
Hace unos días trataba de encontrar en el estudio un encargo de libros de mi hijo. De pronto la vi, La vida arrebatada de Lidia Falcón, con boina y sonriendo en la portada. Me quedé mirándola un momento, el suficiente para recordar cómo me había impactado su lectura en 2003, al tiempo que leía en su media sonrisa: "Vamos, di algo, te toca".