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Marcel Gascón Barberá

Ceausescu, el embajador y el Santiago Bernabéu de la judería rumana

Obsesionado por presentarse como un líder independiente no sometido al control de Moscú, Ceausescu hizo de la buena sintonía con Estados Unidos una de sus grandes prioridades.

Brookings Institution

Desde 1976 y hasta la caída del Telón de Acero en 1989, el abogado judío estadounidense Alfred H. Moses visitó constantemente la Rumanía de Nicolae Ceausescu como representante del Comité Judío Americano. Su misión tenía un objetivo claro: conseguir que el dictador dejara emigrar a Israel a los judíos rumanos que así lo desearan. Moses volvió a Bucarest poco tiempo después del fusilamiento de Ceausescu, esta vez como embajador de Estados Unidos en Rumanía (1994-1997). Su libro de memorias, Diario de Bucarest, cuenta sus experiencias en esos dos períodos.

La parte más interesante del libro es a mi juicio la que reconstruye sus gestiones ante la hermética dictadura de Ceausescu para que sus judíos pudieran emigrar a Israel. A diferencia de lo que ocurría con otros países del bloque soviético, incluida la URSS, la Rumanía de Ceausescu mantenía fluidas relaciones con Occidente. Obsesionado por presentarse como un líder independiente no sometido al control de Moscú, Ceausescu hizo de la buena sintonía con Estados Unidos una de sus grandes prioridades.

Para ganarse la confianza de los legisladores estadounidenses que renovaban cada año la cláusula de nación más favorecida que permitía a un país comunista como Rumanía mantener relaciones económicos con Estados Unidos, Ceausescu debía presentarse ante sus socios occidentales como un demócrata. Esto daba a empresas como la que se le encomendó a Moses ciertas posibilidades de éxito. Moses quería de Ceausescu la libertad de emigración para los judíos; a cambio podía ofrecerle su apoyo a la hora de convencer a los legisladores americanos de que Ceausescu era distinto al resto de comunistas y merecía la confianza de Washington.

Pieza clave en esa estrategia era el rabino jefe de Rumanía, Moses Rosen. Criticado por muchos en el exilio por sus inclinaciones comunistas de primera hora y la obsequiosidad con el régimen, el llamado Rabino Rojo fue elegido líder de la judería rumana en 1948, en sustitución de Alexandru Safran. Safran se vio obligado a exiliarse en Suiza, donde murió después de décadas como rabino jefe de Ginebra, tras negarse a cooperar con las nuevas autoridades comunistas, y criticó siempre a Rosen por su supuesta falta de preparación intelectual y su oportunismo.

"Los dos rabinos no podían ser más diferentes", escribe Moses sobre ambos. "Safran era pequeño y delicado, un hombre de libros modesto y, de alguna forma, laico. Rosen era mucho más teatral, un hombre grande tanto de estatura como de personalidad. Su presencia imponía y era un gran organizador".

Los mejores momentos de 'Diario de Bucarest' son para mí los relatos de los encuentros de Moses con un judaísmo arcaico y congelado por el comunismo que debió de ser muy parecido al mundo de sus abuelos que ya no existía en América.

Rosen es el gran personaje de las memorias de Moses. El rabino que para bien o para mal marcó la historia del siglo XX de la judería rumana es presentado en el libro como una figura colosal que gobernaba con mano firme los asuntos de la comunidad y se aliaba con el régimen cuando era necesario para preservar el judaísmo en Rumanía y mejorar en lo posible la vida de los judíos.

Rosen rigió ininterrumpidamente los destinos de los judíos rumanos desde su nombramiento en 1948 hasta su muerte en 1994, tras haber sobrevivido al comunismo y a Ceausescu. La firmeza en la voluntad y el ánimo resolutivo que le atribuyen Alfred H. Moses y muchos otros que le conocieron me hacen recordar a lo que se cuenta de Santiago Bernabéu y su papel al mando del Real Madrid.

Como bien explica Moses en su libro, la colaboración de Rosen con el régimen comunista de Gheorghiu-Dej primero y Ceausescu después permitió a los judíos rumanos vivir su religión con más libertad que ninguna otra comunidad hebrea del Este, así como emigrar con cierta facilidad a Israel, mientras otros judíos del Este pasaban largos años en la cárcel por el mero hecho de intentarlo.

Parte de la polémica colaboración de Rosen con el régimen se desarrollaba ante la influyente comunidad judía de Estados Unidos. Como también cuenta Moses en sus memorias, Rosen viajaba frecuentemente a Washington para pedir apoyo al estatuto de nación más favorecida para Rumanía a cambio de que Ceausescu siguiera dejando salir a los judíos con destino a Israel. (Ceausescu veía en la emigración a Israel una emigración nacional mucho más fácil de asumir que la emigración económica de judíos o no judíos a Occidente).

Aunque es un detalle bien conocido de la emigración judía que Israel pagó a Ceausescu miles de dólares por cada judío que lograba sacar de Rumanía, Moses asegura que estas operaciones de compra no hubieran sido necesarias si Israel se hubiera coordinado mejor con las organizaciones comunitarias estadounidenses que él representaba. Según Moses, Ceausescu habría permitido igualmente la emigración sin recibir las divisas, pues estaba desesperado por tener buena imagen entre los factores de influencia en Estados Unidos.

Los mejores momentos de Diario de Bucarest son para mí los relatos de los encuentros de Moses con un judaísmo arcaico y congelado por el comunismo que debió de ser muy parecido al mundo de sus abuelos que ya no existía en América. Moses rememora las celebraciones de shabat en las sinagogas de aquel Bucarest oscuro y sin calefacción en las casas, y destaca la tremenda fortaleza de un Rosen ya septuagenario que recorría incansable las menguantes comunidades de toda Rumanía.

En aquellas sinagogas ya medio vacías y desangeladas era recibido con la veneración y el respeto reservado a los grandes patriarcas en otras épocas. Rosen traía a cambio aliento espiritual y un poso de tradición que ayudó a los judíos que no emigraron a sobrevivir a la miseria y la agresividad del nacionalcomunismo rumano.

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