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Daniel Rodríguez Herrera

El ensayo imprescindible para entender la epidemia transgénero

La religión 'woke' y su enorme influencia y capacidad de presión ha convertido en pecado mortal hablar con un mínimo de sensatez sobre estos asuntos.

La religión 'woke' y su enorme influencia y capacidad de presión ha convertido en pecado mortal hablar con un mínimo de sensatez sobre estos asuntos.
Deusto

Se ha alabado mucho el valor de la editorial Deusto por publicar Un daño irreversible, dada la enorme polémica que ha provocado en Estados Unidos y los esfuerzos de las élites progresistas por cancelar al libro y a su autora, Abigail Shrier. No creo que sea para tanto. Les alabo su indudable buen gusto, eso sí; Roger Domingo ha conseguido convertirla en el sello del que podemos esperar que publique los ensayos más importantes de nuestro tiempo. Pero todavía no ha llegado a España la ola arrolladora de esa ideología que convierte el sexo en algo que puede disolverse y cambiarse casi a voluntad y que está convirtiendo a las adolescentes del mundo anglosajón en carne de testosterona y bisturí. Lo que en Estados Unidos es la denuncia de una mala praxis médica y una ideología promocionada desde arriba con los altavoces más potentes de la política y los medios, aquí, por ahora, no ha logrado calar, pese a que desde Irene Montero hasta la última redactora jefe de género de su medio progre de referencia están en ello, no lo duden. Y cuando tengan éxito en importar la monstruosidad que denuncia Shrier, entonces es cuando leer y vender este libro, víctima de numerosas campañas de boicot en muchos casos exitosas, será un ejercicio de riesgo.

Existe un trastorno psiquiátrico poco conocido, llamado desorden de identidad de la integridad corporal (BIID, por las siglas en inglés), por el que el enfermo siente un deseo irresistible de amputarse una o más extremidades sanas del cuerpo o incluso alcanzar otros impedimentos físicos, como la paraplejia. Cuando no reciben ayuda para alcanzar su objetivo, es posible que intenten lesionarse ellos mismos. Hay comunidades en internet de afectados por el problema y cirujanos en Asia dispuestos a realizar la intervención, que aseguran supone un gran alivio pese a suponer objetivamente una amputación sin ninguna causa física que la justifique. Esta enfermedad, que nadie duda que lo sea, tiene un enorme parecido con otra situación a la que calificar de trastorno psiquiátrico parece colocarte fuera de la sociedad civilizada: la disforia de género, el no reconocerte con el sexo con el que has nacido y sentir la necesidad de cambiarlo, en la medida en que la medicina sea capaz de ello.

Como recuerda Abigail Shrier, si se quiere saber si alguien es heterosexual u homosexual –por comparar con otra sigla dentro del LGTBI–, existen pruebas que permiten dilucidarlo externamente midiendo la excitación frente a cada uno de los sexos. En cambio, si dices ser transexual, eso es algo que vive en tu cabeza, y para evaluar si es cierto o no se requiere un tiempo largo de evaluación profesional y personal. Por otro lado, tiene una larga historia y, por tanto, unos patrones reconocibles: por ejemplo, se da casi siempre en varones y desde muy temprana edad, aunque a más de dos tercios les desaparece durante la pubertad. Es algo que afecta a unos pocos individuos, y por eso se ha hecho mucha presión para que estas personas puedan ser aceptadas por sus familias y la sociedad en su conjunto de la mejor manera posible. Sin embargo, durante los últimos años, ha aparecido una nueva tipología previamente desconocida, a la que se ha denominado "disforia de género de inicio rápido", que tiene muy poco que ver con aquella. Afecta a adolescentes, casi siempre mujeres, y aparece casi de la noche a la mañana gracias a la influencia de otras adolescentes y de internet. Como la anorexia, es social, contagiosa; en grupos de amigas su prevalencia es setenta veces mayor de lo esperable. Y por lo general no quieren convertirse en hombres, sino más bien en una cosa intermedia. De ahí que ahora Facebook tenga decenas de géneros donde elegir en el desplegable que aparece en sus perfiles.

El fenómeno se ha desarrollado en paralelo con una explosión de la depresión clínica en las adolescentes, que ha crecido más de un 37 por ciento entre 2009 y 2017. Jonathan Haidt ha identificado un culpable: Instagram. Sin embargo, Shrier encuentra que aquellas que deciden combatir los males de la adolescencia refugiándose en la identidad transgénero (no ya transexual) se guían más más por los influencers de YouTube. En su investigación los ha entrevistado a ellos, a las chicas, a sus padres, a los psicólogos que las animan a hacer la transición aplicando una monstruosa "terapia positiva" que no cuestiona nada, a los psicólogos que sufren el acoso de activistas por criticar a los anteriores, a las chicas que han decidido echarse atrás con un "daño irreversible" en sus cuerpos y sus mentes que les acompañará de por vida, a transexuales de toda la vida que observan el fenómeno con horror. Todo ello con una empatía y un intento de entender a todas las partes que se agradece, pues un panfleto activista en la línea contraria al activismo LGTBI no habría sido tan esclarecedor ni tan útil.

Esta preocupación se observa especialmente en la atención que dirige Shrier a las mayores víctimas del fenómeno después de las propias chicas: sus padres. Padres a los que la secta en la que se introducen anima a abandonar para ser incluidas en esa nueva familia ampliada cuya aceptación, por supuesto, depende de que sigas el dogma al pie de la letra, y que te abandona en un segundo si empiezas a poner dudas, como relatan varios testimonios. Lo explica en el hermoso fragmento de los agradecimientos dedicado a sus propios hijos donde les intenta explicar los sacrificios que han tenido que hacer para que ella pudiera escribir:

J, R y D, pagasteis por este libro con mi interminable distracción en tantas noches que os envié a la cama para que yo pudiera trabajar. Sé que es un misterio para vosotros que haya estado tan preocupada con las historias de padres e hijas que ni siquiera conocemos. Sólo puedo decir que yo no pude daros puntos cuando os hicisteis daño; ni enseñaros la Torá como han hecho otros; ni pude realizar operaciones quirúrgicas para salvar vidas cuando las necesitamos. Para eso hemos confiado en los padres de otros niños. Este libro representa lo que yo sí sé hacer.

En estos días en que se celebra el 40 aniversario del estreno en España de La vida de Brian es bueno recordar una de sus escenas, cuando los revolucionarios decidían defender el "derecho a parir" de uno de ellos, pese a que no podía hacerlo por no tener matriz. El líder acababa considerándolo un símbolo de la "lucha contra la realidad" del afligido transexual del grupo. Ese sketch de los Monty Python es ahora retrógrado; el mundo ha cambiado muy deprisa. La religión woke en boga y su enorme influencia y capacidad de presión multiplicada por las multinacionales de internet ha convertido en pecado mortal hablar con un mínimo de sensatez sobre estos asuntos, porque cualquier cosa que no sea aceptación y celebración de las personas transgénero es inaceptable: es peligrosa y pone en peligro la vida y la felicidad de todas ellas. Y gracias a ello se está poniendo realmente en peligro la vida y la felicidad de muchas de ellas. Este ensayo es una ventana imprescindible para llevar luz y claridad a un fenómeno que aún no ha llegado a España con la fuerza que tiene en Estados Unidos. Pero si algo demuestra la historia reciente es que esa locura llegará en pocos años. Gracias a Abigail Shrier estaremos mejor preparados cuando ese momento llegue.

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