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Marcel Gascón Barberá

El Holocausto por hambre y frío

Una historia del Holocausto pero también de los judíos de Ucrania que arroja luz sobre la psicología del ser humano y merece llegar al mayor número de gente posible.

Una historia del Holocausto pero también de los judíos de Ucrania que arroja luz sobre la psicología del ser humano y merece llegar al mayor número de gente posible.
El juego de velas y espejos que homenajea en Yad Vashem al millón y medio de víctimas infantiles del Holocausto. | C.Jordá

El Holocausto se asocia frecuentemente a los trenes, las cámaras de gas y las chimeneas de los crematorios con que los alemanes asesinaron a buena parte de los judíos europeos en campos de exterminio como Auschwitz-Birkenau. Una parte del público, la más informada, conoce también las ejecuciones masivas, a manos de los propios alemanes y de sus colaboradores de otros países, que jalonaron el avance nazi hacia el este.

Pero casi nadie sabe de la suerte que corrieron cientos de miles de judíos y decenas de miles de gitanos durante la II Guerra Mundial en el territorio ocupado por la Rumanía pronazi en la Ucrania soviética que se conoció entonces como Transnistria.

Según datos asumidos por el Estado rumano, entre 220.000 y 300.000 judíos rumanos y soviéticos murieron en los más de doscientos guetos y campos de concentración improvisados por el régimen del mariscal Ion Antonescu en este pedazo de tierra que se extendía desde Odesa hasta el interior de la actual Ucrania. Una parte de las víctimas eran rumanos deportados de los territorios que Antonescu arrebató a la URSS con ayuda de la Alemania nazi. El resto eran judíos de la zona.

A diferencia de los alemanes, los rumanos no trazaron un plan sistemático de eliminación de la población judía que tenían a su cargo en Transnistria. Aunque también hubo ejecuciones masivas (como la de Bogdanovka: 48.000 judíos fueron ejecutados en las bocas de un barranco; otros 5.000 que no podían caminar hasta allí fueron quemados vivos en dos establos), el régimen de Antonescu dejó en manos de la naturaleza una parte sustancial de su contribución a la Solución Final.

Sin camas, ropa, tratamiento médico o siquiera comida, amontonados en los edificios abandonados que los gendarmes rumanos habían convertido en campos, los judíos prisioneros en Transnistria morían progresivamente de hambre, tifus y frío. "Despertabas por la mañana y veías que el que se había acostado a tu lado estaba muerto", ha contado Joger Korman, que fue deportado a Transnistria desde Bucovina cuando era un niño.

Sobre lo que se conoce como el Cementerio Olvidado acaba de escribir un libro Maksim Goldenshteyn. A través de las experiencias de su abuelo Motl y de su tía abuela Etel, que sobrevivieron al Holocausto en Transnistria, Goldenshteyn ha contado en So they remember, "para que se recuerde", cómo fue convivir con la muerte mientras se aferraban a la vida las decenas de miles de niños obligados por el régimen de Antonescu a convertirse en héroes.

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Con los varones adultos luchando en el este con el Ejército Rojo, la inmensa mayoría de los judíos autóctonos internados en Transnistria eran mujeres, ancianos y niños, lo que obligó a estos últimos a tomar la responsabilidad de salir a buscar comida para los adultos escapándose de los campos mal vigilados por colaboradores ucranianos de los rumanos. Estos niños y adolescentes no sólo tenían mejor condición física que sus mayores. También tenían más posibilidades de ablandar el corazón de los ucranianos de los pueblos donde iban a pedir comida. Y, como me dijo el propio Goldenshteyn en una de nuestras conversaciones por teléfono sobre el libro, eran menos conscientes de la monstruosidad que se estaba perpetrando contra ellos, lo que, probablemente, les permitió conservar una esperanza que había desaparecido en los adultos.

Entre estos niños estuvieron Etel y, sobre todo, su hermano Motl Braverman. Con apenas 13 años, Motl se convirtió a base de escaparse en un guía experto que reunió a numerosos internos con sus familias en guetos menos inhumanos que el campo, mientras él retornaba una y otra vez con algo de comida, lo que permitió sobrevivir a su madre y a sus hermanos.

Las historias de antisemitismo visceral y crueldad gratuita por parte de los gendarmes rumanos, de sus colaboradores ucranianos y de los soldados alemanes que se distraían practicando desde las colinas el tiro al judío conviven en So they remember con la obcecada voluntad de vivir de estos niños empujados a la más conmovedora heroicidad por las circunstancias.

El libro también revela los actos de valentía de muchísimos ucranianos anónimos que se jugaron su bienestar y probablemente la vida para ayudar con ropa, cobijo y comida a aquellas pobres criaturas desesperadas que, con trapos por zapatos, hacían kilómetros sobre la nieve para mantener un día más con vida a sus familias.

Una de las grandes virtudes del libro que ha escrito Goldenshteyn es que no hurta al lector la complejidad y los matices de los testimonios en que se basa. Igual que los ucranianos no eran un bloque monolítico inocente o culpable, las víctimas eran capaces de actos mezquinos de egoísmo y maldad para salvarse o proteger a sus familias y a los judíos de su misma procedencia.

Un ejemplo de ello es el caso de Siegfried Jagendorf, judío rumano deportado de la Bucovina del Sur que había sido ejecutivo de Siemens antes de la guerra. Jagendorf vestía de traje incluso en el gueto de Transnistria al que fue deportado. Como jefe del gueto, ordenó a los demás deportados de la Bucovina que denunciaran a todo judío soviético que intentara entrar allí para acogerse a las condiciones más favorables que los rumanos reservaban a sus judíos. A fin de proteger a su comunidad de las represalias, Jagendorf fue cruel con los judíos soviéticos. Al mismo tiempo, este notable del gueto salvó a unos 15.000 judíos rumanos al convencer a las autoridades de que estos podían ser útiles si volvían a poner en funcionamiento la fundición que había funcionado en la zona antes de la guerra.

Goldenshteyn señala la historia de Jagendorf como un ejemplo de la ambigüedad moral en circunstancias extremas de la que habló Primo Levi. Porque no esconde, dulcifica o simplifica historias como esta, So they remember es un mosaico lleno de vida del Cementerio Olvidado. Un fresco humanísimo de la tragedia y el crimen que la Rumanía pronazi perpetró en Transnistria. Una historia del Holocausto pero también de los judíos de Ucrania que arroja luz sobre la psicología del ser humano y a ratos se lee como una novela de aventuras con un potencial enorme para adaptarse al cine. Un libro, en definitiva, que merece llegar al mayor número de gente posible.

(Pie de foto para la foto de la familia: De izquierda a derecha: Eva Poliak, su hija Svetlana, Anna Braverman y Motl Braverman –abuelos de Goldenshteyn– y Lova Braverman en la orilla del río Bug, en Pechera. La foto fue tomada en 1957, a poca distancia del edificio que albergó el campo de concentración al que sobrevivieron los Braverman. Todos los retratados, salvo Svetlana –que aún no había nacido–, sobrevivieron al Holocausto en Transnistria).

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