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José Sánchez Tortosa

Arqueología del olvido. El Tercer Auschwitz

El esfuerzo titánico por entregar la palabra a la investigación, modesta, callada, necesaria, fructifica en este libro, una arqueología del olvido.

El esfuerzo titánico por entregar la palabra a la investigación, modesta, callada, necesaria, fructifica en este libro, una arqueología del olvido.
Confluencias.

Dando continuidad a una serie de libros de viajes con destino a un pasado documental y a su monumental presente, obras dedicadas al examen combinado de los abismos de la Historia y de sus restos materiales y conmemorativos en los lugares de los hechos (Japón con Hiroshima, China con Tianjin, Polonia y Croacia con Los lugares del Holocausto), una genealogía de doble vector con la cual poder reconstruir las duras lógicas de los genocidios del siglo XX y su huella hoy, Alberto Mira Almodóvar entrega al lector un estudio meticuloso y tan clarificador como desolador del Tercer Auschwitz. En él, además de escrutar el hecho histórico hasta sus claves últimas y alentar una lectura filosófica (ontológica, antropológica, ética), explora el tratamiento del recuerdo en las localizaciones en las que el genocidio fue perpetrado y muestra cómo la museística, la monumentalidad, la memoria administrada y la banalización consumista tienden a bloquear y aun a suplantar su estudio histórico. Para ello se apoya, principalmente, en la documentación y en los estudios de Raul Hilberg, en las tesis de Götz Aly y en las impresiones que Primo Levi extrajo de su visita al campo en 1965, amargo retorno al infierno.

El carácter arqueológico de esta obra puede entenderse en un doble sentido: como exploración de los residuos del desastre y como mensaje sepultado bajo losas de amnesia. Se trata de un minucioso desenterramiento del fenómeno siguiendo un rigor documental y expositivo cabal y de gran elegancia contenida –de ahí la relevancia del dato, la insistencia descriptiva en el detalle, en el pormenor aparentemente trivial que, sin embargo, proporciona al historiador arsenal historiográfico esencial–, barriendo el polvo del olvido sedimentado sobre los restos del pasado. Semejante exposición, tejida con un clasicismo estilístico limpio, acerca de un acontecimiento singular es pura arqueología también por resultar estéril, marginal, ajena al gran público, a pesar de ser notablemente clarificadora. La amenaza sobre la cual el dictamen alerta quedará confinada en esos pequeños museos casi clandestinos que son los libros de Historia y Filosofía.

El complejo mixto de Auschwitz estaba conformado por tres centros dotados de funcionalidades complementarias. El primero era la matriz, diseñado como campo de concentración, aunque en él se realizan los primeros gaseamientos con Zyklon B. El segundo (Birkenau) constituye el corazón mismo del exterminio masivo, con dos cámaras de gas provisionales más las cuatro principales, dos en superficie y dos subterráneas. El tercero es el objeto del estudio que nos convoca y, de este modo, completa el mapa del Holocausto y subsana el déficit divulgativo del Tercer Auschwitz con su análisis de la etiología económica de tal agujero negro de la Historia, que imantó la vida de Europa hasta sumirla en el crimen estatal en masa y engulló, hasta reducirla a la nada, a parte de su población en cifras sin precedentes. El recorrido que el libro muestra por la secuencia del exterminio atina al vincularlo con factores demográficos, sociales y políticos, que dan su verdadera síntesis. Su eficiencia homicida queda definida en este corolario de acero, recogido en un informe citado por Raul Hilberg en La destrucción de los judíos europeos:

Sólo hay una salida, un método que durante mucho tiempo la Administración alemana y el Gobierno General no acertaron a vislumbrar: la solución final de la cuestión judía mediante una completa utilización profesional de los judíos.

Esto provocaría una liquidación gradual de la comunidad judía, que posibilitaría una evolución acorde con las potencialidades económicas del país.

(Informe sobre las Operaciones en la URSS, núm. 86, 17 de septiembre de 1941, NO-3151)

¿Qué llega a la mirada actual de ese entramado genocida? El visitante transita habitualmente por un itinerario turístico que muestra este memorial en un orden de paradójica visibilidad decreciente. Auschwitz I es la entrada al lugar histórico que todo el que llega visita, del que legarán souvenir casi instantáneo en fotos tomadas al paso, destinadas al espasmódico parpadeo de las redes sociales. Auschwitz II (Birkenau) queda lejos para la mayoría (se encuentra a 2 kms del campo I) y permanece parcialmente oculto, reservado a los más interesados y audaces. El tercer Auschwitz (Monowitz) no existe para el espectador. Es el punto cero de la gradual opacidad del exterminio. Mas acaso lo paradójico sea que tan invisible y críptico resulta el primero, a la vista de todos, como el último, escondido para la mayoría.

La escenificación de la buena conciencia epidérmica que la visita obligada garantiza, bajo la cual palpitan las pulsiones de odio al otro a punto en todo momento de reventar el corsé liberador de la civilización, fue intuida por Primo Levi. En la mencionada visita en 1965 a Auschwitz constata ese golpe contra el olvido monumentalizado:

No me ha impresionado mucho visitar el Campo Central: el gobierno polaco lo ha transformado en una especie de monumento nacional, los barracones han sido limpiados y pintados, han plantado árboles, diseñado parterres. Hay un museo en el que se exponen miserables trofeos: toneladas de cabellos humanos, centenares de miles de gafas, peines, brochas de afeitar, muñecas, zapatos de niños; pero no deja de ser un museo, algo estático, ordenado, manipulado. El campo entero me pareció un museo. He sentido una angustia violenta, en cambio, al entrar en el Lager de Birkenau, que nunca había visto como prisionero. Aquí nada cambió (…) Aquí nada ha sido embellecido. (…) En cuanto a mi Lager, ya no existe: la fábrica de goma a la que estaba vinculado, hoy en manos polacas, ha crecido hasta ocupar todo el terreno.

(Primo Levi, Si esto es un hombre)

Chocó contra un Auschwitz convertido en museo, en una galería distorsionada de estímulos tras los cuales las traumáticas verdades del horror, imposibles de aceptar en toda su crudeza, yacen en secreto. Confrontados libro y museo, el libro del testigo, el eco de la inconveniente voz de ultratumba del superviviente queda silenciado, ignorado bajo el peso del monumento, macizo saturado de imágenes postizas que entretienen, neutralizando el estudio. La solución museística, inexorable consecuencia del fenómeno de la masificación de los productos formalmente culturales y de la afirmación nacional polaca en perjuicio del nombre innominable de los judíos, desplaza el motivo de la exposición a una ficción dosificada de modo que su semántica sea tolerable para la conciencia, lo domestica al rodearlo de una liturgia ocasional, con la cual satisfacer un escozor, un desasosiego histórico, cívico y moral, durante el trámite necesario para cumplir con los códigos de lo socialmente aceptable sin romper la capa superficial que cubre el fondo insoportable de lo elusivamente mostrado. En la inmediatez icónica, fantasmal, de la visita, la lógica desnuda de lo peor no puede ser vislumbrada. No hay tiempo más que para la indignación y la repulsa emotivas, convenientemente reguladas, autorreferenciales por conformar un bucle que impide abrirse al análisis, por lo cual quedará adherida a las imágenes, los signos, los símbolos, los códigos de identificación de lo ajeno, de lo odioso y, por extensión y gratificante contraste, de lo propio. El monumento falaz, la lágrima de piedra expulsan la mirada de las traman sinuosas que dan fatalmente con lo más siniestro de la Historia. El esfuerzo titánico por entregar la palabra a la investigación, modesta, callada, necesaria, fructifica en este libro, una arqueología del olvido.

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