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Pablo Planas

El periodismo en Cataluña

El discurso único secesionista conlleva una desinformación generalizada sobre aspectos como las consecuencias de una hipotética independencia.

El discurso único secesionista conlleva una desinformación generalizada sobre aspectos como las consecuencias de una hipotética independencia.
Libertad Digital

He aquí el argumentario básico del periodismo catalán:

  1. Cataluña es una nación, España no.
  2. Nunca escribas o digas "España". Se escribe y se dice "Estado español", "selección estatal" o "lotería estatal".
  3. Los partidos no nacionalistas son "unionistas", "dependentistas" o "españolistas"; los nuestros, "soberanistas".
  4. En el "Estado español" la democracia es nula o de baja calidad y los jueces y la Policía están al servicio de los políticos. En Cataluña, todo lo contrario.
  5. El "derecho a decidir" es incuestionable; la inmersión lingüística, sagrada, y todo lo español, tóxico y rancio.
  6. Las manifestaciones "soberanistas" son masivas, cívicas, pacíficas y festivas y siempre hay más de un millón de personas, como mínimo.
  7. Los catalanes sufren un auténtico expolio fiscal por parte de un Estado voraz y parásito que no respeta los derechos sociales, económicos, culturales, y lingüísticos del pueblo catalán.
  8. El "Estado español" es un lastre. Con la independencia subirán las pensiones y los salarios, aumentará la esperanza de vida y se reducirá el agujero de la capa de ozono.
  9. La CUP mola.
  10. Quien no comulgue con estos principios es un cavernícola.

El 26 de noviembre de 2009, doce cabeceras catalanas publicaron el mismo editorial, un texto titulado "La dignidad de Cataluña" en el que despreciaban al Tribunal Constitucional y le advertían de las graves consecuencias que se podrían derivar de cualquier retoque en el Estatut. Aquel editorial fue la destilación de un largo proceso de construcción de un relato periodístico de características totalitarias; la culminación de un aplastante marco referencial cuyo guión está determinado por la existencia un conflicto inevitable entre la España ominosa y la culta y laboriosa Cataluña.

La doctrina catalanista es el libro de estilo de obligado cumplimiento del periodismo en Cataluña, de un periodismo catalán cuyo común denominador es la estricta obediencia a las emanaciones de la clase política dominante, la ausencia absoluta de crítica al nacionalismo compensada por una crítica feroz contra todo lo español y una autoestima fuera de lo común. Como en todos los ámbitos públicos, el periodismo catalán también es otra cosa. Nada que ver con la zafiedad y tosquedad de Madrid. Esta es una consigna incuestionable incluso después del caso Pujol, tres décadas de expolio que cuestionan la profesionalidad y ética del periodismo catalán. Y con el agravante de que mientras el clan Pujol y sus allegados acumulaban fortunas al calor del tres per cent, los periodistas catalanes se ponían de pie cuando el president hacía su aparición en la sala de prensa del Palau. Esa actitud traspasada a los medios difundió la imagen de un hombre entregado en cuerpo y alma a la reconstrucción de un país desolado por la dictadura franquista y en el que la población inmigrante debía ser digerida a través de la catalanización espiritual y lingüística. Pujol, el político providencial, el hombre de Estado, capaz de pactar con el PSOE y con el PP. Pujol era distinto a los demás. Incluso ahora se reivindica su "legado" en tertulias y columnas de opinión sin el más leve sonrojo. O se atribuye su caso a la existencia de una supuesta Operació Catalunya dirigida por las cloacas del Estado para erosionar el procés.

En este contexto, disentir es considerado blasfemar, aunque la discrepancia vaya avalada por datos, cifras y puntos de vista confrontados, en forma de noticia y sin adornos superfluos. Cualquier opinión contraria al proceso es tenida por casi un delito, y el Consejo Audiovisual de Cataluña (el ente que reparte las frecuencias de radio y televisión) censura con dureza los presuntos ataques al pueblo de Cataluña de los medios de Madrid. El Ejecutivo autonómico, por su parte, es capaz de recurrir a la vía judicial en nombre de ese mismo pueblo de Cataluña cuando se critican las posiciones separatistas. En paralelo, TV3 entrevista al exterrorista de la banda Terra Lliure Carles Sastre por firmar un manifiesto en apoyo de Artur Mas y le define como "gran reserva del independentismo", obviando su participación en el asesinato del empresario Carlos Bultó por el procedimiento de adosarle una bomba en el pecho. Y en Catalunya Ràdio se acoge con satisfacción a Otegi e incluso a Aitor Elizaran, representante del sector etarra de los no arrepentidos. En esos casos, ni el CAC ni el Colegio de Periodistas manifiestan la más leve reacción de desagrado.

Los medios públicos de la Generalidad son la punta de la pirámide y en ellos milita una parte de la aristocracia del periodismo catalán. La otra parte lo hace en el entramado del conde de Godó, grande de España y gran valedor de Pilar Rahola, modelo periodístico de referencia en La Vanguardia y en la televisión y la radio autonómicas del grupo. Ambos complejos son la referencia editorial del resto de los medios.

Un vistazo al libro de estilo real de TV3 y Catalunya Ràdio, cuya última edición data de 2013, revela el inusitado grado de autocomplacencia y la natural superioridad del periodismo catalán. El expresidente de la Corporación de Medios Audiovisuales de la Generalidad, Brauli Duart, afirma en el prólogo: "He aquí en vuestras manos el compendio de treinta años de profesionalidad, de ejercicio riguroso del periodismo, la síntesis de tres décadas de emisiones de radio y televisión de calidad, la fórmula del servicio público audiovisual en Cataluña". Nada de falsa modestia. TV3 y su emisora radiofónica son modelos de profesionalidad, aunque se dediquen a entrevistar a exterroristas, nieguen la voz a las víctimas, programen informativos políticos para niños y difundan un discurso de odio y menosprecio contra todo lo español.

Las afirmaciones y recomendaciones sobre usos lingüísticos dan fe de que nada se deja al azar en TV3 y Catalunya Ràdio y de las tortuosas líneas editoriales frente al cincuenta por ciento de una potencial audiencia cuya primera lengua es el español.

Sostiene el libro de estilo, página 349:

El catalán es la lengua de uso de nuestros medios. Los profesionales, colaboradores fijos y, en general, todas las personas contratadas utilizan el catalán en las intervenciones por antena y en este lengua se difunden los contenidos, sean de producción propia o no. Usamos el catalán con nuestros interlocutores, siempre que nos entiendan, sea cual sea su lengua. Sólo de manera excepcional y motivada utilizamos otras lenguas en la difusión. En igualdad de condiciones por lo que respecta al valor de los contenidos que nos ofrecen, damos prioridad a la presencia de invitados, especialistas o testigos que se expresen en catalán. Esta preferencia no debe comportar ningún tipo de discriminación para los hablantes de otras lenguas.

Por si los profesionales de TV3 y la radio adjunta no lo acaban de tener claro, en la página 351 se insiste en los criterios y se les despeja cualquier duda:

Si entrevistamos a una persona de relevancia pública que no tiene el catalán como lengua de uso habitual, no hemos de suponer que no lo entiende. Le consultamos previamente si tiene una comprensión suficiente y si se siente cómodo y si es así le entrevistamos en catalán. Durante la entrevista le aclaramos las dudas que tengan utilizando, si es preciso, su lengua de manera puntual.

Este sistema de medios de comunicación en Cataluña ha agudizado el discurso y la retórica del separatismo hasta convertirlos en hegemónicos. La penetración de los argumentarios independentistas alcanza incluso a los diarios, radios y televisiones privados, donde la presencia de artículos, noticias, reportajes y análisis de corte soberanista es mayoritaria (RAC1, 8TV). Las inversiones a través de los presupuestos públicos en el caso de medios como TV3 y Catalunya Ràdio, las subvenciones a los medios privados, y en otros casos, como en Ara, El Punt Avui y los diarios digitales, las aportaciones de instituciones, entidades, empresarios y partidos dan forma a la centralidad de la propaganda independentista en los medios.

Operaciones como las exhibiciones independentistas de las últimas diadas no se pueden explicar sin la decidida participación de los medios de comunicación como catalizadores de unas movilizaciones que cuentan además con el amparo y estímulo de la Administración autonómica y el bloque de partidos partidarios de la ruptura de España. Treinta años ininterrumpidos de Gobiernos autonómicos nacionalistas, marcados en gran medida por el adoctrinamiento en la enseñanza y la agitación en los medios de comunicación, han forzado la construcción de una mayoría nacionalista muy heterogénea (del PSC a Convergència, de ERC a las CUP) cuyas zonas comunes están vinculadas a los supuestos agravios cometidos desde España contra la cultura, el autogobierno y la economía de Cataluña, en el antiespañolismo.

La intensidad con la que se han reforzado en los últimos años estos mensajes ha doblado, según los estudios sociológicos, el sentimiento independentista, que ha pasado de un marginal 15% hace un lustro a una horquilla que oscila entre el 40 y el 50% de la población en la actualidad.

Otra prueba de la eficacia del monopolio informativo nacionalista es el elevado porcentaje de partidarios del denominado derecho a decidir, que los cálculos más atrevidos sitúan en el ochenta por ciento del censo electoral catalán.

La contrapartida de este discurso único periodístico en favor de las tesis secesionistas no sólo es el grado de manipulación y el consecuente automatismo en las respuestas ciudadanas, sino una desinformación generalizada sobre aspectos como las consecuencias de una hipotética independencia en materia económica o el consecuente aislamiento internacional de Cataluña. Y en la medida en la que logran filtrarse en los medios declaraciones políticas y análisis económicos que desvelan las catastróficas consecuencias de la deriva radical del nacionalismo, se redoblan los esfuerzos de los medios de la Generalitat para taponar los tenues efectos de la información independiente con vastas campañas sobre el supuesto interés y las amplias simpatías que suscita el caso catalán en el resto del mundo.

En la batalla de la comunicación, la prensa catalana ha impuesto su agenda, sus marcos referenciales y ha patrimonializado la defensa de los intereses colectivos de Cataluña e individuales de los catalanes. La respuesta, dada la ausencia de medios catalanes alternativos, ha venido desde los medios de Madrid, cuyo crédito ha sido permanentemente descalificado en Cataluña por razones de diferencias ideológicas, distancia geográfica o, muy particularmente, porque son considerados primitivos y anticatalanes.

Sin embargo, la superioridad moral y propagandística del periodismo catalán no se debe a su autoasignado papel de defensor de los intereses locales, a la calidad de sus argumentos o a la debilidad de los contrarios. En una pugna ya de por sí desigual, la actividad informativa de los medios catalanes es una constante diaria, mientras que la respuesta de los medios no nacionalistas, sea cual sea su signo, se produce tan sólo en los momentos de máxima tensión política en las relaciones entre la Generalitat y el Gobierno.

Estas condiciones mediáticas determinan que las iniciativas en favor de la normalidad política democrática, de la estabilidad institucional, de la convivencia o el bilingüismo sean censuradas en el mejor de los casos, cuando no despreciadas y tachadas de anticatalanas. Por contra, el nacionalismo catalán se ha dotado de una estructura de sociedad civil –al servicio de su política y con evidentes connotaciones artificiales– cuya actividad sustenta las categóricas afirmaciones del derecho a decidir y genera un efecto llamada inclusivo, así como la sensación (ratificada por los sondeos de opinión) de corriente mayoritaria e imparable de la sociedad en su conjunto. En cierto modo, la pertenencia a este tipo de agrupaciones se percibe como la aceptación en la centralidad cultural y social. Ejerce incluso como ascensor social, y en algunos ámbitos funcionariales, profesionales (medios de comunicación, publicidad, cultura y espectáculos) y académicos, esta militancia es imprescindible.

El efecto multiplicador en los medios de comunicación de esta agitación le confiere los atributos de cívica, mayoritaria, argumental y consensuada, mientras que presenta a quienes piensan y expresan lo contrario como exponentes de una minoría que, o bien protege intereses de Madrid, o responde a la ínfima cuota de población no asimilada ajena a los supuestos valores comunes de los catalanes.

La desproporción en el modo en que son presentados ambos vectores ante la sociedad catalana ha conseguido interiorizar en un gran porcentaje de catalanes la idea de que las expresiones a favor del bilingüismo o cualquier muestra de simpatía por lo español responden a un poso ultra y franquista. Incluso se atribuyen a la disidencia, en realidad muy variada y heterogénea, los atributos del frentismo en un singular traspaso de características desde el bloque nacionalista, con la consiguiente estigmatización de cualquier alternativa, sea constitucionalista, autonomista o federalizante. El apelativo "unionista" para definir la oposición, sea del tipo que sea, a la hoja de ruta nacionalista indica a las claras el afán de identificación del enemigo, el desprecio por sus argumentos, la impunidad retórica del nacionalismo y es la mayor contribución al riesgo de fractura social que se ha producido en Cataluña en las últimas décadas, imposiciones y manipulaciones aparte, sin que se haya podido escuchar la más leve crítica ante semejante apelativo.

Esta espiral de silencio es la que sostiene en Cataluña ideas como el expolio fiscal, la brutalidad cultural de los Gobiernos españoles, la persecución del catalán, así como la particular visión de la historia. Y una de las primeras víctimas es el periodismo, en el que los informativos son partes del estado del proceso separatista, las tertulias, juegos florales a favor de la república catalana y los editoriales, únicos.

Pablo Planas es miembro del Grup de Periodistes Pi i Margall.

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