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David Jiménez Torres

Londres, fábrica de antiliberales: el caso de Ramiro de Maeztu

En cierto modo, Maeztu nunca fue más inglés que cuando rechazó a Reino Unido como modelo para España.

Maetzu

Una de las conexiones más estables en nuestro imaginario político es la que realizamos entre el Reino Unido y el liberalismo. Incluso pensadores no británicos como Montesquieu, al desarrollar conceptos centrales a la tradición liberal, identificaron estos con la nación británica en vez de con el país desde el que ellos pensaban y escribían. Así, gran parte de la tradición anglófila –sea en Francia, Alemania o la misma España– se ha basado en la idea de que Reino Unido representa el norte político y sentimental del liberalismo.

Pero esta conexión esconde una importante realidad histórica: Reino Unido (o, en nuestra tradicional metonimia, Inglaterra) tiene una rica y larga tradición política antiliberal. Es más: esta tradición también ha sido influyente en otros países de la Europa continental. Y para comprobarlo no hay más que observar el caso del pensador y periodista Ramiro de Maeztu (1874-1936).

Un español en Londres

Habiendo destacado en el Madrid febril e iconoclasta de finales del siglo XIX –su nombre aparece habitualmente en la nómina de la Generación del 98–, Maeztu se convirtió en 1905 en el primer corresponsal de la prensa española en Londres. El joven, que tenía sangre británica por el lado materno, cogió gusto a su nuevo destino y durante quince años ejerció como el gran mediador cultural entre España y Reino Unido de su tiempo. En los centenares de artículos que publicó en periódicos de gran tirada como La Correspondencia de España y Heraldo de Madrid, Maeztu informó al público español de acontecimientos como la agitación por el voto femenino o la Primera Guerra Mundial. También introdujo en nuestro país a autores como George Bernard Shaw o G. K. Chesterton.

Maeztu también experimentó un gran cambio ideológico durante sus años londinenses, pasando de un ideario reformista a uno tradicionalista. Fue en Londres donde se acercó a las posiciones que, con el paso del tiempo, le llevarían a apoyar la dictadura de Primo de Rivera, a oponerse a la República, a aglutinar al tradicionalismo monárquico en la revista Acción española y a publicar un ensayo de fuerte influencia en el ideario del franquismo: Defensa de la Hispanidad.

A menudo se ha interpretado este cambio como el resultado de un rechazo del pensamiento inglés: según el ministro franquista José Félix de Lequerica, Maeztu habría regresado a España tras "curar radicalmente su enfermedad anglosajona". Pero, en realidad, la evolución de Maeztu es precisamente una muestra de hasta qué punto se había empapado de las corrientes antiliberales que triunfaban en la capital británica, encarnadas en autores como G. K. Chesterton, Hilaire Belloc, T. E. Hulme, A. J. Penty, A. R. Orage y la Sociedad Fabiana.

Británicos contra el consenso victoriano

El Londres de comienzos del siglo XX era uno de los principales centros del cuestionamiento del liberalismo clásico. El descubrimiento de la pobreza en las principales urbes del país fomentado por las novelas de Dickens y documentado por Charles Booth y Joseph Rowntree se unió a la alarma social provocada durante la Guerra de los Bóers (1899-1902), cuando muchos voluntarios de origen obrero fueron rechazados para el Ejército por su lamentable estado físico, resultado de la malnutrición que sufría un amplio sector de la población. Además, desde el mundo de las artes se experimentaba un rechazo entre estético y filosófico hacia la modernidad urbana, financiera y maquinizada que encarnaba la Londres imperial.

Como respuesta, varios sectores empezaron a cuestionar el consenso de la era victoriana y a replantearse el papel y las responsabilidades del Estado. Se produjo así un "renacer socialista" (socialist revival) que, como ha señalado Stefan Collini, no era tanto una asunción del marxismo como un mayor entusiasmo por –y debate acerca de– algo a lo que se llamaba socialismo.

De este caldo de cultivo surgieron movimientos como la Sociedad Fabiana de Shaw y el matrimonio Webb o el nuevo liberalismo de Leonard Hobhouse, Graham Wallas, T. H. Green y J. A. Hobson. Estos movimientos coincidían en su esfuerzo por reconciliar al sujeto político liberal con un Estado mucho más intervencionista. Y sus ideas influyeron decisivamente en el Partido Liberal de aquellos años, que, a través de figuras como Asquith, Lloyd George y el joven Churchill, colocó las primeras piedras del Estado del Bienestar mediante la introducción de un sistema de pensiones, de seguridad social y de redistribución de la riqueza.

Eran las propias ideas que había absorbido en Londres las que lo llevaban a rechazar a Inglaterra como un modelo para España. El Reino Unido era, al fin y al cabo, el principal artífice de aquella modernidad humanista (y liberal) contra la que tantos británicos se rebelaban. En cierto modo, Maeztu nunca fue más inglés que cuando rechazó a Reino Unido como modelo para España.

Si Maeztu se definió a sí mismo como liberal durante sus primeros años en Londres, esto fue, en gran medida, de acuerdo a estas interpretaciones acerca de las posibilidades del Estado liberal. Como escribió en 1909, "si cuando el gobierno es oligárquico todo liberal tiene que luchar por limitar en lo posible sus poderes, cuando el gobierno es democrático la necesidad de esa limitación desaparece". Pero a partir de 1912 Maeztu se vería atraído por un sector de la intelectualidad británica que criticaba de manera mucho más profunda todo lo que tenía que ver con el liberalismo.

Frente a la modernidad, el Medievo

Tras su lectura de El estado servil, de Belloc, y al hilo también de que trabara amistad personal con Hulme, Orage y Penty, Maeztu se acercó a un movimiento que romantizaba la Edad Media y predicaba un regreso a sus valores y sus estructuras. Este movimiento bebía de las ideas de John Ruskin y William Morris y tenía una vertiente de izquierdas –el gremialismo, en cuya revista, The New Age, Maeztu publicó cerca de ochenta artículos– y otra de derechas –el distributismo, con cuyas raíces católicas Maeztu se iría identificando cada vez más–. Pero el verdadero centro del movimiento era una crítica radical de la modernidad, a la que se culpaba de todos los males de su tiempo. Y el liberalismo, junto con el presunto antídoto o suplemento del estatismo, no era sino un hijo directo de la modernidad.

Esto conducía también a una revalorización del catolicismo. De nuevo, no estamos acostumbrados a pensar en Reino Unido como una cantera de pensamiento católico; pero ya George Orwell señaló que el catolicismo fue a los pensadores ingleses de los años 20 lo que el comunismo a los de los años 30: la moda intelectual del día. Así, las primeras décadas del siglo vieron la formación de un catolicismo político liderado por Belloc y que tendría en Chesterton su máximo exponente y divulgador. Este catolicismo se reivindicaba como una alternativa política, social y económica a los errores de la modernidad liberal o socialista, al romper con el individualismo agnóstico y regresar a una idea de comunidad cristiana.

Este antiliberalismo había desarrollado, además, una lectura de la historia europea que apoyaba sus tesis. Belloc, por ejemplo, argumentó que al capitalismo era hijo directo de la Reforma; mientras que Hulme leía la historia cultural de Occidente como la de una larga degeneración tras los errores del Humanismo. En realidad, la estructura del relato siempre era la misma: la modernidad sería el resultado de errores filosóficos y sociales cometidos hacía cientos de años, y se estaría encaminando hacia la distopía industrializada o la sangrienta revolución comunista.

Conclusión: el anglófilo anti-inglés

Las ideas de Maeztu aún experimentarían muchos cambios tras su regreso a España. Pero tanto la crítica de la modernidad como la recuperación del catolicismo como proyecto político, social e incluso económico se mantendrían como ejes de su pensamiento. De esto derivó, por ejemplo, el particular nacionalismo español que profesó en su madurez: España sería digna de admiración por cuanto, en el Siglo de Oro, había extendido el catolicismo y había combatido los errores del humanismo agnóstico. Los intentos de sumarse a la modernidad humanista, a partir del siglo XVIII, solo habrían conducido al mismo callejón sin salida que enfrentaba ahora a todo Occidente.

Así vamos acercándonos a la gran paradoja de Maeztu: eran las propias ideas que había absorbido en Londres las que lo llevaban a rechazar a Inglaterra como un modelo para España. El Reino Unido era, al fin y al cabo, el principal artífice de aquella modernidad humanista (y liberal) contra la que tantos británicos se rebelaban. En cierto modo, Maeztu nunca fue más inglés que cuando rechazó a Reino Unido como modelo para España.

* David Jiménez Torres es autor de Ramiro de Maeztu and England (Boydell & Brewer). Una versión revisada y traducida del libro aparecerá en breve en Biblioteca Nueva.

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