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Pedro Fernández Barbadillo

Los europeos barren a la izquierda

El verdadero miedo que provoca esta izquierda es que el 'partido del centro' la use como excusa para apretar aún más los tornillos a los ciudadanos.

El verdadero miedo que provoca esta izquierda es que el 'partido del centro' la use como excusa para apretar aún más los tornillos a los ciudadanos.
Martin Schulz, tras conocer los resultados de las legislativas alemanas del año pasado | EFE

El último batacazo de la socialdemocracia europea ha ocurrido en Hungría. En las elecciones parlamentarias del pasado día 8, el partido socialista obtuvo, con un 12% de los votos emitidos, 20 diputados y bajó al tercer puesto. Hace sólo 12 años recibió un 43%.

Un mes antes, en Italia, la coalición de izquierdas, encabezada por el ex primer ministro Matteo Renzi, también quedó tercera y pasó de un 30% del voto en 2014 a apenas un 23.

En octubre, el partido socialdemócrata austriaco evitó por 45.000 papeletas ser superado por el FPÖ. Gracias a un pacto entre Sebastian Kurz, el joven líder del partido democristiano ÖVP, y el derechista Heinz Strache, el primero se ha convertido en canciller. Desde 1970, todos los cancilleres del país habían sido socialdemócratas, salvo Wolfgang Schüssel entre 2000 y 2007.

En Alemania se celebraron en septiembre elecciones legislativas, y el SPD prosiguió su declive: menos de 10 millones de sufragios. En las elecciones de 1998 superó los 20.

Las hecatombes electorales de la izquierda europea comenzaron en Holanda, donde el partido socialista quedó sexto en las elecciones de marzo del año pasado.

En la primera vuelta de las presidenciales francesas, el candidato socialista, Benoît Hamon, elegido por la menguada militancia en unas primarias, cayó al quinto lugar. En las legislativas de junio, el PSF se desplomó de 280 diputados a 29.

Como magro consuelo, la izquierda gobierna Portugal y el laborista Jeremy Corbin ganó diez puntos en las elecciones parlamentarias de 2017 respecto al candidato anterior de su partido, Ed Miliband; pero la errática Theresa May mantiene el Gobierno.

El bloque de izquierdas retrocede en España

En España se da la anormalidad de que ningún partido se define como de derecha, salvo el todavía extraparlamentario Vox. Pero según el PSOE gobierna "la derecha" del PP, mientras que Ciudadanos es para Podemos "neofalangista".

Las encuestas de los últimos meses señalan no sólo una gran subida de Ciudadanos y una caída del PP, sino algo más sorprendente: el descenso de la izquierda. La suma de PSOE (22,7%) y Unidos Podemos (21,1%), que fue de casi un 44% en las elecciones de 2016, en todos los sondeos queda por debajo del 40%, y en uno hasta del 36.

Desde luego, las elecciones tienen que confirmar esos pronósticos (como el desplome de Syriza en Grecia, que perdería más de 10 puntos, según las encuestas); pero puede servir como indicio el resultado de las elecciones al Parlamento catalán de diciembre. El PSC y los Comunes/Podemos se mantuvieron en un 21%, con un retroceso de unas décimas, mientras que Ciudadanos y PP, "la derecha", ganaron casi cinco puntos.

¿Qué es lo que está destruyendo a la socialdemocracia, cuando antes de la caída del Muro casi todos los gobernantes de Europa Occidental eran miembros de la Internacional Socialista, salvo Margaret Thatcher y Helmut Kohl?

Es adecuado hacer esta reflexión al cumplirse el cincuentenario de Mayo del 68, cuando comenzó la agonía del PCF debido a la irrupción de las grandes banderas que la izquierda abrazó en los años siguientes: la irresponsabilidad, el hedonismo, la efebocracia, la pansexualidad…

En esa primavera se asistió al choque entre una izquierda de obreros de cadena de montaje con otra izquierda formada por niños de papá que sólo querían eliminar todo lo que se oponía a sus caprichos y placeres inmediatos. Y se impuso ésta.

Abandono del obrero por la feminista

La izquierda ya no tiene un programa para la clase obrera, sino para minorías segregadas por el sexo/género o la raza. Donald Trump ganó la presidencia gracias a varios estados del cinturón del óxido, donde no vencía un candidato republicano desde 1988.

Por otro lado, casi todo el programa actual de los partidos socialdemócratas (impuestos crecientes, ideología de género, inmigración descontrolada, federalismo europeísta, memoria histórica…) lo están aplicando formaciones que se denominan de centro.

Se ha comprobado que, voten lo que voten los alemanes, gobierna Merkel. La prensa socialdemócrata (en España, El País) se volcó en presionar a Martin Schulz para que se retractase de su promesa de que no repetiría la gran coalición con Merkel. ¿Tertulianos progres trabajando en favor de una democristiana? ¿Es que no hay diferencias entre los dos grandes partidos?

Mariano Rajoy ya dejó claro varias veces que para él la economía es lo más importante. Lo repitió hace poco Cristóbal Montoro: la política es esa molestia que puede estropear "el mejor momento económico de nuestra historia".

Es cierto que los líderes de los partidos homólogos del PP no son tan pedestres como los españoles. May acepta el Brexit, aunque se decantó por el remain en el referéndum; François Fillon estaba en contra de los vientres de alquiler, y Merkel ha tenido que ceder ante sus socios de la CSU en inmigración. Pero ninguno de ellos plantea ninguna enmienda a una sociedad (de)construida por el progresismo. Sarkozy prometió eliminar la revolución social de Mayo del 68, no cumplió y luego perdió.

Ya que no viene la extrema derecha (como se empeña en decir Podemos), ya que los PP europeos han sustituido el cristianismo por el calentamiento global, ya que están entregados al género, parte de las antiguas bases de los partidos socialistas, sobre todo las que viven en las grandes ciudades y forman parte del funcionariado, se está pasando a sus aparentes rivales, porque, con alguna excepción, gestionan la economía mejor que los socialdemócratas.

En cambio, la nueva clase social de los excluidos de la globalización, entre los que se hallan desde obreros cuyos empleos han desaparecido a jóvenes con máster y contrato temporal, que antes votaba mayoritariamente a la izquierda, se ha pasado a los partidos que el sistema desprecia con el epíteto de populistas. La lista es cada vez más larga.

O diluirse en el centro o echarse al monte

¿Cuál es el futuro de la izquierda? Parte de ella se diluirá en los Macron (ministro de Hollande y apadrinado por éste) y los Trudeau que vayan surgiendo y en partidos de centro cada vez más indefinidos. ¿Ocuparán éstos la izquierda política y los populistas se asentarán en la derecha? No sería sorprendente.

Sin embargo, otra parte, la más desesperada por su fracaso permanente en el acceso al Gobierno y en la aceptación de sus utopías, puede tender hacia la ultraizquierda y la violencia callejera.

Grupos de antifascistas sitiaron impunemente el hotel de Berlín en el que Alternativa por Alemania (AfD) quiso celebrar su éxito en las elecciones germanas (94 diputados); otros recorrieron Viena varias veces contra los resultados obtenidos por el FPÖ y el Gobierno de coalición austriaco. No hay democracia cuando la izquierda pierde.

En España, aunque la violencia política la practican ahora los separatistas catalanes, la cúpula de Podemos ha demostrado estar dispuesta a cualquier cosa con tal de tomar el poder, desde rodear el Congreso a conspirar con los separatistas. En estas últimas semanas,se está volcando en la seducción de los jubilados, grupo social donde apenas penetran. De fracasar de nuevo en unas elecciones, como parecen anticipar las encuestas, arrojarían sus máscaras pacíficas para volver a los insultos a los viejos y a la agitación callejera. Vista la indiferencia con el Ministerio del Interior español persigue a los separatistas que agreden a otros catalanes y cortan autopistas, es para preocuparse.

Pero el verdadero miedo que provoca esta izquierda rampante es que el partido del centro la use como excusa para apretar aún más los tornillos a los ciudadanos. Por ejemplo, el PP pretende aumentar el gasto público para pagar pensiones y, a fin de mantener el consenso, suele apoyar nuevas leyes feministas y de memoria histórica en los Parlamentos regionales. Quienes perdemos somos nosotros.

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