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Daniel Rodríguez Herrera

¿Dónde está la amenaza fascista de Trump?

En serio, deberíamos tomarnos su presidencia con más tranquilidad.

En serio, deberíamos tomarnos su presidencia con más tranquilidad.
Donald Trump | Cordon Press

Es perfectamente legítimo y razonable que no te guste Donald Trump. Estéticamente diría que es casi obligado. Es lo opuesto a lo que tradicionalmente se entendía que debía ser el presidente de Estados Unidos, que al ser al mismo tiempo jefe de Estado y de Gobierno debe dar cierta apariencia de estar por encima del bien y del mal, de ser un símbolo para todos sus conciudadanos. Sin ir más lejos, y al margen de que sus políticas fueran en general tremendamente sectarias, Obama daba el pego. Donald Trump es su opuesto en eso, especialmente si todo lo que conocemos de él es su Twitter y las declaraciones que los medios deciden darnos. Lo que no parece razonable es seguir manteniendo, año y medio después, que es una amenaza para la democracia y poco menos que un Mussolini en ciernes.

Como siempre, lo que opinemos en España da un poco igual. Pero es una idea peligrosa si suficientes estadounidenses la creen, porque da pie a un corolario casi inevitable: si la democracia está amenazada por el presidente Donald Trump, cualquier cosa que sirva para quitarle el poder está justificada. Si estamos gobernados por Hitler, todo, incluido el atentado personal, entra dentro del abanico de opciones razonables para sus opositores. Así pues, ¿es cierto? ¿Ha puesto Donald Trump en peligro la libertad de expresión, el derecho a voto o el Estado de Derecho durante este año y medio?

Es difícil ver qué libertades ha puesto Trump en peligro. Los medios de comunicación de masas se dedican mayoritariamente día sí y día también a atizarle sin piedad ni pausa. Nadie ha perdido su licencia ni ha aprobado ningún decreto que pueda afectarles. Sí, les llama "fake news"constantemente, pero que se sepa también el presidente tiene cierto derecho a decir lo que quiera, y criticar a los medios con las mismas armas que éstos emplean es comprensible que a los periodistas les resulte molesto, pero no es un recorte de libertades. Hasta la fecha, lo más grave que ha hecho, según una jueza federal, es bloquear a gente en Twitter. No parece la definición de fascismo que se lee en los libros.

Es más, si tomamos el concepto de libertad de forma más extensa y correcta, es decir, incluyendo las libertades económicas, por el momento la presidencia del señor de pelo naranja ha sido bastante positiva. No sólo por la rebaja de impuestos, que deja a casi todos los norteamericanos con más dinero en el bolsillo para que lo utilicen como deseen, sino por la congelación en el crecimiento de la regulación, posiblemente el método más invisible e insidioso que tienen las Administraciones modernas para cercenar nuestras actividades.

Como todos los Gobiernos, el de Trump ha tenido encontronazos con el Poder Judicial, empezando por sus decretos restrictivos de la entrada de nacionales de varios países musulmanes con serios problemas de islamismo. Pero a pesar de que buena parte de las decisiones judiciales a las que se está enfrentando parecen tomadas desde la oposición ideológica y no desde el Derecho, las ha obedecido sin rechistar. Y recurrido, claro. Y por el momento el Supremo le ha dado la razón. En definitiva, se ha sometido al Estado de Derecho. Ni siquiera ha interferido con el funcionamiento de su propio Departamento de Justicia, por mucho que le haya irritado enormemente. Se puede criticar el cese del director del FBI, pero no hay indicio alguno de que lo hiciera para intentar obstaculizar ninguna investigación sobre su campaña, y cuanto más conocemos a James Comey, más justificado parece su cese.

En cuanto al sometimiento a las urnas, lo cierto es que Trump no ha tomado medidas que puedan laminar el derecho al voto de nadie. Su enfrentamiento frontal con lo que se ha dado en llamar el "Estado profundo", que podríamos definir como la parte del funcionariado dispuesta a actuar imponiendo sus preferencias políticas sobre las de los cargos electos, no deja de ser en el fondo una postura que defiende a los representantes elegidos por los ciudadanos frente a quienes no ha elegido nadie. Y en cuanto a su supuesta colaboración con Rusia para salir elegido, cada día que pasa parece más claro que no ha existido, algo que no se puede decir de Hillary Clinton, que pagó por obtener un dosier contra su rival construido de forma casi exclusiva de desinformación de la inteligencia de Putin. De hecho, casi todas las decisiones importantes que ha tomado Trump en materia internacional –Irán, Siria, Ucrania– han ido en contra de los intereses rusos.

Este año y medio que llevamos de gobierno de Trump podría resumirse en un eslogan tipo "Tuits desagradables, políticas de derechas". Y salvo que consideremos que ser un tipo desagradable o tomar decisiones perfectamente equiparables a las de los Bush o Reagan amenace de por sí la democracia, deberíamos tomarnos su presidencia con más tranquilidad. Como la de cualquier presidente anterior, vamos.

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