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Regino García-Badell

Gil de Biedma y Cataluña. Cosas que hay que saber

Él, que tuvo la inteligencia y la brillantez de no dejarse encasillar casi nunca en casi nada, tomó partido por las políticas de Pujol de una manera que hoy nos parece impúdica.

Él, que tuvo la inteligencia y la brillantez de no dejarse encasillar casi nunca en casi nada, tomó partido por las políticas de Pujol de una manera que hoy nos parece impúdica.
Jaime Gil de Biedma | Corbis

En las primeras líneas de su magnífica Conversación en La Catedral, Vargas Llosa se pregunta: "¿En qué momento se había jodido el Perú?". No podía saber él que esa frase se iba a convertir en una coletilla mil veces repetida cuando alguien quiere preguntarse retóricamente acerca de los orígenes y las causas de algún problema grave, y el de los separatistas catalanes lo es. Lo es desde hace más de un siglo –lo que quiere decir que su solución no es fácil–, pero lo es de manera especialmente virulenta en nuestros días. Y la pregunta vargasllosesca ahora tenemos que formularla así: ¿qué ha pasado para que una región española que en 1978 votó la Constitución con más entusiasmo que la mayoría de las demás regiones (un 92% de síes frente al 88% de Madrid, por ejemplo) esté hoy como está, con unos partidos independentistas que, aunque por poco, dominan el Parlamento y las instituciones catalanes?

La respuesta no es fácil y cualquiera que pretenda contestarla con un mínimo de seriedad y de rigor tendrá que dedicar bastante tiempo a recorrer y a analizar la historia de estos cuarenta años. No es ése el objetivo de estas líneas, pero sí el de recordar un artículo que se publicó el 27 de marzo de 1981 en La Vanguardia que, leído hoy, ayuda a comprobar hasta qué punto los llamados intelectuales de Cataluña han contribuido durante décadas a que el pensamiento único nacionalista se haya convertido en la ideología dominante en esa región. Han contribuido con su ceguera, con su conformismo, con su arrogancia y, ¿por qué no decirlo?, con su estupidez.

Se trata de un largo artículo de Jaime Gil de Biedma titulado "A propósito de un manifiesto surrealista", en el que disecciona, ridiculiza y descalifica el llamado Manifiesto de los 2.300 y a sus firmantes.

Para entender en profundidad el valor y el significado de este escrito es importante conocer qué fue el Manifiesto de los 2.300 y, por supuesto, qué significaba Jaime Gil de Biedma en el panorama cultural, literario y social de aquel momento.

El Manifiesto de los 2.300 fue un documento, de esos de "los abajo firmantes", en el que 2.300 intelectuales y profesionales que vivían y trabajaban en Cataluña expresaban su preocupación por la situación cultural y lingüística que estaban viviendo, criticaban el propósito de convertir el catalán en la única lengua oficial, se oponían a la inmersión lingüística, defendían la libertad de los padres a elegir la lengua en que querían educar a sus hijos, denunciaban el empobrecimiento de la cultura al no reconocerse la realidad social, cultural y lingüística, y señalaban las connotaciones racistas de dirigentes de la Generalidad hacia los inmigrantes de otras regiones españolas.

Ese texto se publicó en Diario 16 (no tengo la posibilidad de confirmarlo, pero el hecho de que no se publicara en El País me hace sospechar que la dirección de este periódico no quiso publicarlo) el 25 de enero de 1981. Entonces Pujol, que llevaba gobernando la Generalidad desde el 8 de mayo del año anterior, ya había puesto en marcha su ley de normalización del uso del catalán, con el claro propósito de obtener la oficialidad exclusiva de esa lengua. Hoy podemos ver, con la claridad con que lo vieron los 2.300 firmantes de entonces, que los nacionalistas catalanes querían utilizar la lengua como herramienta política para, sobre ella, inventarse un Estado, la república que ahora persiguen ya de forma explícita.

Jaime Gil de Biedma, que no era un cualquiera, sino uno de los escritores e intelectuales más notorios de la época, rebatía de manera radical –y con un tono de impostada superioridad intelectual que resulta repelente– el contenido del manifiesto, por más que cualquiera que lea el susodicho manifiesto reconocerá que estaba lleno de razones y de buen sentido.

Gil de Biedma (1929-1990) es, para muchos, el mejor poeta español de la segunda mitad del siglo XX. Su obra poética no es muy larga, se limita a cuatro o cinco libros de poemas publicados entre 1953 y 1968. Así que cuando escribe su soflama contra los abajofirmantes en 1981 tiene 51 años y lleva más de diez sin publicar poesía, aunque su prestigio como poeta ya es absoluto. Pero es que, además, su prestigio como personaje de la cultura española es también inmenso, no sólo por su poesía, sino por la brillantez de sus artículos literarios, por la admiración que su conversación y su personalidad suscitan en todos los que lo conocen y hasta por su forma de vida, en la que une la elegancia mamada en su cuna de niño bien con la valentía para reivindicar sus heterodoxias (intelectuales, literarias o sexuales).

Gil de Biedma, no hay más que leer sus ensayos o sus poemas –o, si no, escuchar a los que le conocieron y trataron–, era un hombre inteligentísimo y de una personalidad fascinante. Y esto lo sabía él perfectamente. De manera que, cuando se puso a escribir el artículo de La Vanguardia, sabía muy bien el alcance y la importancia que iba a tener. Y él, que tuvo la inteligencia y la brillantez de no dejarse encasillar casi nunca en casi nada, toma partido por las políticas de Pujol de una manera que hoy nos parece impúdica.

Véanse los adjetivos que dedica al manifiesto y la sorna con la que se ocupa de sus firmantes: "sombrío manifiesto (…) acerca de los tenebrosos designios para su [= de la lengua castellana] obliteración definitiva", "trances alucinatorios de estos derviches firmantes". Véase también la frivolidad con que habla sin importarle reconocer expresamente que ignora "el alcance exacto de los planes de normalización del uso del catalán". O, para no alargarme en las citas del texto, véase, por último, cómo usa el incensario para alabar los planes de Pujol: "El plan de normalización del uso del catalán es, pues, una sensata y necesaria tentativa de ponerle en un pie de igualdad –muy precaria, me temo– en cuanto lengua oficial de la cultura y de la comunicación social. La situación del catalán, incluso después de cooficializado y normalizado, seguirá siendo, por desgracia, mucho más sombría que la del castellano". En esta última afirmación no se sabe qué rechina más, si la ignorancia acerca del propósito nacionalista para hacer de la lengua un arma política o la confusión entre lenguas y hablantes de esas lenguas, que son los únicos ostentadores de derechos y los únicos que podrían vivir en una situación más o menos sombría.

¿Por qué el autor de los extraordinarios Poemas póstumos se prestó a escribir esta vomitona de exabruptos y desprecios hacia aquellos 2.300 intelectuales que, con tanta precisión, acertaron a diagnosticar la situación en Cataluña y a predecir el futuro que nos esperaba? Es muy difícil aventurarse en los entresijos psicológicos y vitales de una personalidad tan compleja como la suya para encontrar una respuesta, pero sí me atrevo a asegurar que tiene que ver con dos de las claves de la vida política e intelectual de España desde la Guerra Civil: la primera, que el problema nacionalista en Cataluña y en el País Vasco no habría llegado a donde ha llegado si no se hubiera dado esa alianza contra natura que los partidos de izquierda españoles han mantenido con los nacionalistas; y la segunda, que no ha habido casi ningún intelectual español que se haya atrevido a no ser calificado como de izquierdas o como "compañero de viaje" (por cierto, título de uno de los poemarios –siempre admirables– de Jaime Gil de Biedma). Sobre estas dos claves hay que volver una y otra vez.

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