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Emilio Campmany

Progresismo, izquierda y socialismo

La izquierda española es la viva imagen del fracaso. Sus ideas son injustas, contrarias a los derechos de la persona, y encima no sirven para alcanzar los fines propuestos.

La izquierda española es la viva imagen del fracaso. Sus ideas son injustas, contrarias a los derechos de la persona, y encima no sirven para alcanzar los fines propuestos.
EFE

Una de las falacias que trata de colar la izquierda es la de que su falta de propuestas se debe a que todas las que tenía se han impuesto ya. Se supone que los avances de los que disfruta la sociedad europea son consecuencia de la ejecución de los programas de izquierda. Tal éxito habría dejado a ésta sin programa que ejecutar, dado que prácticamente todas sus aspiraciones se habrían incorporado al acerbo social común.

Esto es sencillamente falso.

Es verdad que, desde la Revolución francesa, la izquierda ha ido imponiendo su programa. Así sucedió cuando convirtió a los súbditos en ciudadanos, titulares de derechos y libertades que hoy nadie discute. Pero estos logros no fueron alcanzados por los socialistas, sino por los partidos liberales y democráticos, verdaderos partidos progresistas que eran la izquierda del siglo XIX y principios del XX. En cambio, nada de la ideología socialista ha sido aceptado como propio por las sociedades europeas. Las patrañas del marxismo, la plusvalía culpable, las infraestructuras y las superestructuras, la lucha de clases o el materialismo histórico son algo extraño a nuestras sociedades. No sólo, sino que allí donde el socialismo o el comunismo alcanzaron el poder, sus teorías y recetas fracasaron, en muchas ocasiones, de forma cruenta. Ni siquiera el amable socialismo escandinavo puede ufanarse de haber tenido éxito, no digamos el comunismo soviético.

Es cierto que el movimiento obrero, fruto de las miserias que trajo para los trabajadores la revolución industrial, obligó al capitalismo a corregirse, pero en absoluto lo derrotó. Al contrario, el capitalismo se transformó y hoy se ha demostrado que, debidamente embridado, es capaz de ofrecer a la sociedad en su conjunto grados de bienestar que ningún régimen socialista o comunista podría traer jamás.

La izquierda española, integrada por socialistas y comunistas, es la viva imagen del fracaso. Sus ideas son injustas, contrarias a los derechos de la persona, y encima no sirven para alcanzar los fines propuestos. Lo único que le queda es una vaga apelación a la igualdad, en cuyo altar está dispuesta a sacrificar todo lo demás, empezando por el bien más preciado que nos trajeron las políticas progresistas del siglo XIX, la libertad.

Pretender como pretenden los izquierdistas españoles que ellos son los progresistas y sus adversarios los conservadores, a los que acusan de negarse a aceptar las bondades del progreso, es el más burdo de los embustes. El socialismo, y no digamos el comunismo, no trae progreso, sino pobreza, ausencia de libertad y totalitarismo uniformador. La igualdad que pretende defender sólo quiere ser económica e, incapaz de alcanzarla, tan sólo sabe cercenar otras igualdades, como la de oportunidades y la de los ciudadanos ante la ley. La izquierda española es en realidad hostil al progreso y, en cualquier caso, enemiga de la libertad, fundamento de todo progreso genuino.

Que la derecha prefiera limitarse a gestionar una sociedad que es cada vez menos libre debido a las políticas socialistas tan sólo significa que ha renunciado, por razones dignas de un examen aparte, a debatir con una izquierda que, fracasada ideológicamente, sólo sabe tirar de ocurrencias, muchas de ellas hilarantes y bizarras, pero cuya víctima siempre es la misma, la libertad.

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