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Emilio Campmany

La izquierda, desconcertada

Por supuesto, VOX no es un partido fascista. Tampoco lo son sus votantes. Ni tienen éstos miedo de nada.

Por supuesto, VOX no es un partido fascista. Tampoco lo son sus votantes. Ni tienen éstos miedo de nada.
EFE

El éxito de VOX en Andalucía tiene aparentemente desconcertada a nuestra izquierda mediática y política. Parten de la base de que tanto ellos como sus ideas son mejores. Son lo que ellos llaman con su pomposidad habitual "valores de nuestra sociedad". Pueden decirlo así porque la derecha acomplejada que hemos padecido los ha asumido cobardemente como propios. Ahora que han conseguido que sus ideas tengan que ser las de todos, fingen no entender cómo pueda alguien alejarse tanto de ellas hasta el punto de votar a un partido que tachan de fascista. Para explicarlo, unas veces se echan la culpa por no haber sabido defenderlas, y otras recurren al supuesto miedo de los electores a la inmigración y a la globalización.

No quieren admitir que lo que ha ocurrido es que una parte de la sociedad, mucho más numerosa de lo que están dispuestos a reconocer, está harta de que le impongan unos valores que, para bien o para mal, no son los suyos. Por supuesto, VOX no es un partido fascista. Tampoco lo son sus votantes. Ni tienen éstos miedo de nada. No son patriotas de pandereta abducidos por un hipotético neonacionalcatolicismo. Tan sólo están hartos. Hartos de que les digan lo que tienen que pensar; de que los expriman con multas, impuestos, tasas y sanciones y no tener a cambio derecho a casi nada; de aguantar que sus hijos no puedan estudiar en español en España; de tener que compadecer a los criminales mientras son víctimas de sus delitos; de ver cómo se mofan de su religión, de su bandera, de su himno, de sus creencias y convicciones; de que a ellos en cambio se les exija escrupuloso respeto al islam, en cuyo nombre se cometen horribles atentados, a las banderas con las que se quiere quebrar su nación, a las ideas izquierdistas en cuyo nombre se cometieron y aún se cometen crímenes abominables; de tener que comulgar con los más bizarros ideales, desde los que preconizan el bienestar de los animales hasta los que pretenden proteger el medioambiente retornando a los modos de vida medievales; de ver que sus hijos se dejan las cejas estudiando para recibir el mismo título que le regalan a otro que no ha dado palo al agua.

Se podría seguir durante horas, pero lo dicho debería ser suficiente para entender que el problema está en que a esta gente nadie, ni siquiera aquellos que decían compartir sus ideas, la ha defendido de la dictadura de pensamiento único impuesta por la izquierda. Todos ellos se han hartado. Están hasta el gorro del socialismo, su fatuidad, sus mentiras, su falso ideal de igualdad, que no tiene otro objeto que privilegiar y subvencionar a su clientela; de su desprecio hacia la libertad y no digamos de sus saqueos y corrupciones. Y todo envuelto en esa superioridad moral estomagante y en ese maniqueísmo fariseo que hace que la izquierda, incluso cuando roba, tenga que ser mejor que la derecha, que es mala por definición y sólo es tolerable cuando gobierna con las ideas de la izquierda. El fenómeno VOX no tiene nada que ver con el fascismo. Tiene que ver con que, cuando alguien se dedica a darle patadas a otro en los dientes y el que prometió defenderle se las da en el trasero, ese otro acaba hartándose. Nada más.

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